ESCRITO POR: ZATN
CONTIENE BALLBUSTING M/M.
La batalla de Qadesh sucedida en el aƱo 1274 antes de Cristo, fue un enfrentamiento entre el reino de Egipto y el reino de Hatti, o tambiĆ©n llamado hitita (ubicado en la actual TurquĆa), ambos se enfrentaron por la influencia sobre la regiĆ³n de siria, que limitaba el Ć”rea de influencia de ambas naciones.
RamsĆ©s MeriamĆ³n, tambiĆ©n conocido como RamsĆ©s II: Es el tercer faraĆ³n de la DinastĆa XIX de Egipto, que gobernĆ³ unos 66 aƱos, desde 1279 a. C. hasta 1213 a. C.3 Se trata de uno de los faraones mĆ”s cĆ©lebres, debido a la gran cantidad de vestigios que perduran de su activo reinado.
Muwatalli II fue un rey hitita (1295 a. C.-1272 a. C.), famoso por su participaciĆ³n en la batalla de Qadesh (1274 a. C.). Su reino destaca por las continuas guerras contra las tribus kaskas en el norte y con Egipto en el CanaĆ”n.
Los reinos egipcio e hitita llevaban varias dĆ©cadas de tensiones fronterizas, con enfrentamientos ocasionales y tratados de paz. Con el tiempo la influencia hitita en siria se hizo cada vez mĆ”s fuerte y RamsĆ©s decidiĆ³ intervenir militarmente. Para mantener Siria necesitaba la total sumisiĆ³n de la ciudad de Qadesh, principal poblaciĆ³n de siria y que tenĆa cierta independencia.
Se dirigiĆ³ al norte con un gran ejĆ©rcito, para recibir personalmente el juramento de lealtad del rey Benteshina, seƱor de Qadesh; RamsĆ©s II someterĆa a Qadesh, por lealtad o por la fuerza.
Los hititas por su lado tenĆan un nuevo rey, el inteligente Muwatalli II, quien no ignoraba las intenciones de RamsĆ©s, y tampoco olvidaba que para Egipto era imperioso dominar Qadesh si querĆa el control total sobre Siria. AsĆ que estaba obligado a actuar, si Benteshina era secuestrado o dominado por Egipto, los hititas se exponĆan a perder todo el centro y norte de Siria.
Muwatalli comenzĆ³ a organizar un gran ejĆ©rcito y lo movilizĆ³ sin demora, el campo de batalla estaba muy claro para ambos comandantes, serĆa bajo las murallas de Qadesh. Egipto y los hititas se enfrentarĆan de una vez por todas en un combate definitivo, una enorme batalla que, por fin definirĆa si Siria quedarĆa bajo el dominio faraĆ³nico o hitita.
RamsĆ©s rodeo Qadesh, Benteshina trato de negociar, pero el faraĆ³n exigiĆ³ su rendiciĆ³n inmediata. Alentado por sus soldados el soberano de Qadesh a Ćŗltima hora decidiĆ³ resistir, sus mensajeros habĆan partido hacia la frontera con los hititas y esperaba que reaccionasen y le ayudasen a sobrevivir el cerco egipcio.
Los combates alrededor de Qadesh comenzaron aquel mismo dĆa, la resistencia del soberano fue fuerte, pero al final debiĆ³ aceptar la derrota… Pronto fue llevado al campamento de FaraĆ³n donde golpeado por un guardia cayĆ³ de rodillas ante RamsĆ©s.
“AsĆ debes estar ante quien te ha vencido”.
“Me rindo completamente, pero no te desquites con mi ciudad y pueblo”.
“Ya no es tu ciudad, ni tu pueblo, ahora son del FaraĆ³n de Egipto… JĆŗrame lealtad y seguirĆ”s gobernando aquĆ”.
Benteshina bajĆ³ la cabeza y recitĆ³ un juramento, RamsĆ©s no dejaba de sonreĆr, su campaƱa habĆa sido rĆ”pida y exitosa, pero algo le incomodaba, no confiaba del todo en que el rey de Qadesh fuera totalmente fiel… y la mejor forma de asegurarse la fidelidad era a travĆ©s del miedo.
“LevĆ”ntate gobernante de Qadesh”.
Cuando Benteshina se incorporĆ³, RamsĆ©s guiĆ³ su mano y agarrĆ³ los testĆculos del rey sobre la tĆŗnica… la mano del FaraĆ³n se cerrĆ³ con violencia.
“AAAAAAHHHHHHHH!!!!!!!!!!!!”. Fue el alarido de Benteshina al sentir sus pelotas casi aplastadas.
RamsĆ©s riĆ³ mientras sus guardias sonreĆan al ver un rey tomado de las bolas por alguien superior no solo en fuerza, sino en rango y magnificencia.
El rostro de Benteshina estaba lleno de sudor, RamsĆ©s tuvo piedad y liberĆ³ sus bolas, enseguida el rey cayĆ³ al suelo en posiciĆ³n fetal.
“Que no se te olvide este dolor, porque no es nada a lo que te harĆ© sufrir si me llegas a traicionar!”.
Tras una orden de mano, los guardias se llevaron al adolorido rey. El real miedo de Benteshina le harĆa nunca desafiar al FaraĆ³n en el futuro.
Al amanecer del dĆa siguiente los exploradores egipcios observaron al enorme grueso de ejercito hitita acercarse, avisado de la movilizaciĆ³n, RamsĆ©s enviĆ³ un embajador con escolta, Muwatalli recibiĆ³ la propuesta de RamsĆ©s de marcharse, y le enviĆ³ una respuesta: Qadesh deberĆa estar libre de influencia egipcia.
Por un dĆa se intercambiaron propuestas, pero habiĆ©ndose agotado todas las instancias de negociaciĆ³n pacĆfica, RamsĆ©s II reuniĆ³ a su ejĆ©rcito cerca de la muralla y espero a su enemigo.
Mientras una parte del ejercito del FaraĆ³n, se aproximĆ³ a la ribera del rĆo Al-Mukadiyah, que rodeaba Qadesh, sobrevino la sorpresa, de la nada emergiĆ³ una enorme masa de carros de guerra hititas, que se arrojaron sobre los egipcios. Los carros egipcios que custodiaban la derecha de la fila fueron arrollados y destruidos por la marea de vehĆculos, caballos y hombres que seguĆan surgiendo de entre los Ć”rboles y no daban muestras de terminar.
La disciplina egipcia desapareciĆ³ ante este ataque sorpresa y antes de que los Ćŗltimos carros hititas acabaran de salir de entre los Ć”rboles, la parte de ejĆ©rcito ya no existĆa. De los sobrevivientes, los que iban en cabeza se apuraron hacia el campamento de RamsĆ©s, mientras que la retaguardia debe haber corrido al sur en busca de la protecciĆ³n.
Los carros hititas viraron hacia el norte y se dirigieron a atacar el campamento de RamsƩs II.
RamsĆ©s habĆa dispuesto que varias unidades de carros y compaƱĆas de infanterĆa permanecieran de guardia, listas para la acciĆ³n, en el interior del recinto cercado por escudos.
En pocos minutos, los carros hititas se abalanzaron sobre el Ć”ngulo noroeste de la pared de escudos, la demolieron y penetraron en el campamento. La fila de escudos, el foso y las numerosas tiendas, carros y caballos trabados que encontraron a su paso comenzaron a detenerlos y a hacerles perder su inercia inicial, mientras que los defensores trataban de atacarlos con sus espadas en forma de guadaƱa. El asalto degenerĆ³ rĆ”pidamente en una salvaje lucha cuerpo a cuerpo.
La guardia personal del faraĆ³n rodeĆ³ su tienda, dispuesta a defender al rey con sus vidas. RamsĆ©s II, por su parte se colocĆ³ su armadura y tomĆ³ sus arreos de batalla, organizando la defensa con su guardia y varios otros escuadrones de carros de guerra que se hallaban estacionados al fondo del campamento.
EmpuƱando su arco y poniĆ©ndose a la cabeza de los carros sobrevivientes, RamsĆ©s II saliĆ³ del campamento y se lanzĆ³ contra los carros hititas que se hallaban embotellados en incĆ³moda confusiĆ³n y, por lo mismo, casi indefensos.
“POR LA GLORIA DE RA!!!!!”. GritĆ³ el FaraĆ³n enardeciendo a sus tropas.
El superior alcance de los arcos egipcios provocĆ³ una gran masacre sobre las tripulaciones hititas que aĆŗn no habĆan conseguido entrar. Tan amontonados se encontraban los hititas, que los arqueros egipcios se dieron un festĆn matando a diestra y siniestra.
Los hititas intentaron abandonar el combate y darse a la fuga, pero sus caballos estaban fatigados, y sus carros eran mƔs lentos y pesados. Los que escaparon fueron perseguidos por los carros egipcios.
RamsĆ©s promulgĆ³ una famosa frase: “Hice que el campo se tiƱera de rojo, y pronto se llenara de miembros y pelotas del pueblo de Hatti”. Cuando mencionaba miembros, RamsĆ©s no solo se referĆa a brazos y piernas sino tambiĆ©n a penes, Era conocida la costumbre de cercenar los genitales de los vencidos y muertos, asĆ se contaban los caĆdo, por el nĆŗmero de penes y testĆculos.
Derrotados completamente los hititas, con unos pocos sobrevivientes dispersos y en fuga, los guardias del FaraĆ³n se dedicaron a recorrer el campo de batalla, rematando a los heridos y amputĆ”ndoles las manos derechas, el pene y los testĆculos.
La batalla continuĆ³, Ahora los egipcios perseguĆan a los carros atacantes. Muwatalli debĆa aliviar la presiĆ³n sobre ellos a como diese lugar, astutamente eligiĆ³ pasar a la acciĆ³n con una maniobra de distracciĆ³n que le permitiese recuperar la iniciativa perdida, haciendo regresar a parte de las tropas que perseguĆan a las suyas y obligando a RamsĆ©s a regresar a su campamento.
En consecuencia, les ordenĆ³ que se organizaran una fuerza de carros, que cruzaran el rĆo y que atacaran el campamento egipcio desde el lado oriental.
El ataque hitita contra el campamento egipcio fue brutal desencadenando un repliegue de las fuerzas faraĆ³nicas, grandes dificultades se veĆan en los egipcios quienes no podĆan mantener un orden.
Pero llegĆ³ la salvaciĆ³n, una gran fuerza de carros que llegaba desde el norte. Se trataba de los carros amorreos, que aparecĆan providencialmente en ese momento de zozobra egipcia. En el momento en que estos atacaban el campamento del faraĆ³n y conseguĆan penetrarlo. Los refuerzos los sorprendĆan y rechazaban.
Al intentar retroceder para salir de allĆ y huir nuevamente a la relativa seguridad de la orilla oriental del rio, el caos era total, y el cruce de las aguas trajo consigo la muerte de muchos, ahogados al ser arrojados fuera de sus vehĆculos, agobiados y arrastrados al fondo por el peso de sus armaduras.
Mientras los Ćŗltimos carros hititas se ponĆan a salvo en su orilla del rĆo y los infantes egipcios amputaban genitales de los caĆdos y los guardaban en sacos, Los prisioneros hititas, entre los cuales habĆa oficiales de alta graduaciĆ³n, nobles e incluso realeza, fueron conducidos al campamento, y debieron esperar en silencio la decisiĆ³n que el faraĆ³n tomara sobre sus vidas.
Por la maƱana, RamsĆ©s hizo formar a las tropas en una fila frente a sĆ. Haciendo comparecer a los dignatarios hititas capturados, para que presenciaran los acontecimientos, el faraĆ³n llevĆ³ a cabo un sorpresivo castigo contra sus propias tropas.
RamsĆ©s hacĆa una seƱal y de inmediato 10 soldados fueron sometidos por su guardia, asĆ procediĆ³ a golpearle en los testĆculos, el faraĆ³n usaba sus rodillas para aplanar las gĆ³nadas de sus soldados, se escuchaban alaridos:
“AAAHH!!”… “OOHHH!!”… “YYAAAA!!”.
RamsĆ©s parecĆa enojado y desahogaba su furia contra los testĆculos de los egipcios, su rodilla ya era certera y contundente. El resto de soldados veĆan el sufrir de sus compaƱeros sin demostrar expresiĆ³n alguna.
Hombres en el suelo retorciĆ©ndose del dolor, siendo arrastrados por los guardias para sacarlos de la presencia del FaraĆ³n, algĆŗn soldado vomitando lo poco consumido y en cinco minutos no quedaba ninguno en el sitio.
Una nueva seƱal del FaraĆ³n y otros 10 hombres fueron seleccionados y atados a la espalda, el FaraĆ³n tomĆ³ su espada y apuƱalĆ³ a un soldado en el estĆ³mago, un charco de sangre salpicĆ³ el calzado del monarca, un segundo muerto, y RamsĆ©s cediĆ³ su espada a su primer ministro, se retirĆ³ y tras Ć©l, comenzaron los gritos de los otros 8 soldado que eran apuƱalados hasta morir.
Era el castigo por haber sido sorprendidos por el enemigo y poner en riesgo toda la campaƱa.
Luego RamsĆ©s liberĆ³ a los prisioneros Hititas, quienes al volver a su campamento contaron la violencia con la que el faraĆ³n trataba a sus sĆŗbditos, y que les esperaba a aquellos que fueran sus enemigos.
El temor cundiĆ³ en las huestes hititas, la campaƱa estaba en un punto muerto, ningĆŗn lado deseaba seguir combatiendo; Se pensaba en la retirada y negociar diplomĆ”ticamente.
La batalla era un empate, pero el rey Hitita no estaba dispuesto a retirarse sin la victoria… para Ć©l solo contaba ganar, no retrocederĆa sin importar la violencia extrema de su enemigo, ni los deseos de paz de sus propias tropas… La batalla se resolverĆa con un duelo personal entre los monarcas.
“RETO AL FARAĆN!, ACEPTA, O ERES COBARDE!”. Fue el grito de Muwatalli, el sonido avanzĆ³ por las filas hititas y llegĆ³ al campo egipcio.
El grito se repitiĆ³, los soldados hititas aƱadĆan insultos sobre la virilidad del FaraĆ³n, RamsĆ©s debĆa aceptar este directo reto o pasarĆa por cobarde.
El FaraĆ³n de pie en su carro y rodeado de sus generales, tomĆ³ aire y respondiĆ³ al reto.
“ACEPTO EL RETO, MOSCA PERRUNA!”.
Los Ć”nimos entre sus tropas fueron de exaltaciĆ³n, ya era un hecho el enfrentamiento entre reyes, y el ganador del combate serĆa quien regresara a su naciĆ³n con la victoria.
Ambos monarcas se colocaron uno frente al otro, todos los soldados hicieron un amplio cĆrculo para los duelistas.
La espada de RamsĆ©s se desenvainĆ³ con agilidad, el hitita confiado en su habilidad respondiĆ³ sin espabilarse…
…Y se produjo el choque, chispas saltaron ante el impacto de espadas, RamsĆ©s era mĆ”s Ć”gil, pero Muwatalli tenĆa mĆ”s fortaleza… RamsĆ©s lanzĆ³ un espadazo e hiriĆ³ al hitita en el hombro, pero este con el brazo sano abanicĆ³ el arma cortando a RamsĆ©s en la cadera… Ambos ataques no decisivos, redujeron a los monarcas en su habilidades, el corte en el hombro le quitĆ³ fortaleza al brazo de Muwatalli, y la herida en la cadera hizo lento en movimientos de piernas a RamsĆ©s.
Con mirada asesina cada monarca empuĆ±Ć³ su arma y se lanzĆ³ contra el otro, el choque de ambas espadas terminĆ³ en la rotura mutua de bronces. Con sus armas daƱadas, al instante se irĆan a los puƱos.
Muwatalli se despojĆ³ de su armadura, quedando en un taparrabo, calentaba sus brazos, estaba seguro de acabar con el mĆ”s delgado RamsĆ©s… El FaraĆ³n repitiĆ³ el acto del hitita y con ambos monarcas en interiores, la pelea parecĆa reanudarse…
… Pero RamsĆ©s no detuvo su desvestir hasta quedar con los genitales al aire, el hitita no queriendo verse pĆŗdico tambiĆ©n mostro la desnudez.
Y comenzaron los puƱetazos!
RamsĆ©s dio muestras de buen entrenamiento y conectĆ³ un par de golpes sobre el estĆ³mago del hitita, quien contraatacĆ³ con un puƱo en el costado, el egipcio lo sintiĆ³ en realidad, las costillas faraĆ³nicas le anunciaron un gran dolor y RamsĆ©s debiĆ³ alejarse.
Muwatalli fue por Ć©l, pero el FaraĆ³n le tenĆa una sorpresa!
La rodilla de RamsĆ©s impacto el Ć”rea de la entrepierna del rey hitita, Muwatalli exclamĆ³ un “AAAAUUUUUUUUUUU!!”.
El faraĆ³n retrocediĆ³ y presenciĆ³ como el gobernante hitita se desplomaba sobre sus rodillas cubriendo su desnuda y dotada masculinidad. Sus tropas no pudieron mĆ”s que lamentar la calamidad ocurrida a su monarca.
Muwatalli dio un quejido lastimero y terminĆ³ en el piso boca arriba, los dientes del rey hitita estaban a la vista, sus bolas le provocaron leves nauseas.
RamsĆ©s se decidiĆ³ a terminar el combate, y tratĆ³ de patear al derribado Muwatalli, pero el hitita, consiente que estaba casi acabado, maniobrĆ³ en el suelo, evitando el puntapiĆ©, luego rodĆ³ y con su brazo y costado barriĆ³ a RamsĆ©s… Con el FaraĆ³n ahora en el piso, pudo usar sus piernas e impactarle en la cara…
…El atontamiento del RamsĆ©s produjo que descuidara su entrepierna, el rey hitita Ć”vido de desquite, hundiĆ³ el codo en los testĆculos del FaraĆ³n.
“AAAHHHHhhhhhhhhhh!!!!”.
El contraataque de Muwatalli, dejĆ³ a RamsĆ©s casi agonizando, ahora era su turno de revolcarse en la tierra.
El rey hitita hizo un esfuerzo, tomĆ³ aire y se arrojĆ³ contra RamsĆ©s, golpeĆ”ndole en la cara, una vez mĆ”s el faraĆ³n comĆa tierra, Muwatalli, ya bien firme sobe sus piernas, avanzĆ³ hacĆa su enemigo, le iba a rematar y ganar el combate.
La victoria parecĆa del hitita, pero de repente, RamsĆ©s con la velocidad de un rayo lanzĆ³ sus manos contra la entrepierna desnuda del hitita frente a Ć©l, con una hizo a un lado la dura polla del rey, y con la otra palpĆ³ los gordos huevos de Muwatalli y apretĆ³.
"AAAAHHHUUUUUUUUUU!!". AullĆ³ el rey hitita, quien vio estrellas; El FaraĆ³n le hizo levantarse tirando de sus huevos hacia arriba, el dolor era insoportable para el hitita, pero no se rendirĆa, y contraatacĆ³!, al igual que un minuto antes, ahora era la mano del monarca quien invadĆa la entrepierna del FaraĆ³n egipcio. RamsĆ©s abriĆ³ los ojos al sentir sus huevos exprimidos.
"AAAAhhhh....AAAAAAAAhhhhhhhhhh!!".
Y comenzarĆa un duelo de voluntades, las pelotas del soberano egipcio contra los huevos del hitita, quien resistirĆa mĆ”s?.
Entre sus tropas aumentaron los Ɣnimos a sus respectivos reyes.
Los dedos del hitita exprimĆa como fruta cĆtrica las gĆ³nadas egipcias, mientras sentĆa un nudo en la garganta, al tener sus propias huevas casi al punto de la destripada.
MĆ”s de un soldado se helĆ³ ante la visiĆ³n de aquella doble triturada de gĆ³nadas.
Finalmente ambos desistieron y soltaron al tiempo los testĆculos de su rival, como una copia RamsĆ©s y Muwatalli caĆan al suelo, uno frente al otro acunaban sus huevos y no paraban de retorcerse... en cierto momento RamsĆ©s expresĆ³ entre dientes.
"Dejamos la batalla como empate...?".
"Si, porque no... Un empate serĆ”".
Acordado el empate los prisioneros de ambos bandos fueron liberados.
Los deseos de RamsƩs de sostenerse como potencia dominante reteniendo Qadesh, acababan de desaparecer, y ante el empate tƩcnico estratƩgico, lo mejor era firmar un armisticio. Tanto Muwatalli como RamsƩs, enviaron embajada y en horas, la tregua entre sus naciones estaba firmada.
El FaraĆ³n deberĆa regresar a Egipto con su ejĆ©rcito mermado y sanar sus adoloridos testĆculos…. sus faraĆ³nicas pelotas merecĆan recibir un gran alivio de manos de su amada reina. Muwatalli tambiĆ©n deseaba ver a su reina… el fuego de sus pelotas debĆan ser calmado.
La batalla de Qadesh fue la primera batalla registrada en la historia de la humanidad, y terminĆ³ en un doloroso duelo de monarcas.
FIN.
Gracias.
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