La batalla de Qadesh - Las Bolas de Pablo

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4 ago 2019

La batalla de Qadesh

ESCRITO POR: ZATN
CONTIENE BALLBUSTING M/M.


   La batalla de Qadesh sucedida en el aƱo 1274 antes de Cristo, fue un enfrentamiento entre el reino de Egipto y el reino de Hatti, o tambiĆ©n llamado hitita (ubicado en la actual TurquĆ­a), ambos se enfrentaron por la influencia sobre la regiĆ³n de siria, que limitaba el Ć”rea de influencia de ambas naciones.

PERSONAJES
   RamsĆ©s MeriamĆ³n, tambiĆ©n conocido como RamsĆ©s II: Es el tercer faraĆ³n de la DinastĆ­a XIX de Egipto, que gobernĆ³ unos 66 aƱos, desde 1279 a. C. hasta 1213 a. C.3 Se trata de uno de los faraones mĆ”s cĆ©lebres, debido a la gran cantidad de vestigios que perduran de su activo reinado. 

   Muwatalli II fue un rey hitita (1295 a. C.-1272 a. C.), famoso por su participaciĆ³n en la batalla de Qadesh (1274 a. C.). Su reino destaca por las continuas guerras contra las tribus kaskas en el norte y con Egipto en el CanaĆ”n. 

   Los reinos egipcio e hitita llevaban varias dĆ©cadas de tensiones fronterizas, con enfrentamientos ocasionales y tratados de paz. Con el tiempo la influencia hitita en siria se hizo cada vez mĆ”s fuerte y RamsĆ©s decidiĆ³ intervenir militarmente. Para mantener Siria necesitaba la total sumisiĆ³n de la ciudad de Qadesh, principal poblaciĆ³n de siria y que tenĆ­a cierta independencia.

   Se dirigiĆ³ al norte con un gran ejĆ©rcito, para recibir personalmente el juramento de lealtad del rey Benteshina, seƱor de Qadesh; RamsĆ©s II someterĆ­a a Qadesh, por lealtad o por la fuerza. 

   Los hititas por su lado tenĆ­an un nuevo rey, el inteligente Muwatalli II, quien no ignoraba las intenciones de RamsĆ©s, y tampoco olvidaba que para Egipto era imperioso dominar Qadesh si querĆ­a el control total sobre Siria.  AsĆ­ que estaba obligado a actuar, si Benteshina era secuestrado o dominado por Egipto,  los hititas se exponĆ­an a perder todo el centro y norte de Siria. 

   Muwatalli comenzĆ³ a organizar un gran ejĆ©rcito y lo movilizĆ³ sin demora, el campo de batalla estaba muy claro para ambos comandantes, serĆ­a bajo las murallas de Qadesh. Egipto y los hititas se enfrentarĆ­an de una vez por todas en un combate definitivo, una enorme batalla que, por fin definirĆ­a si Siria quedarĆ­a bajo el dominio faraĆ³nico o hitita. 

   RamsĆ©s rodeo Qadesh, Benteshina trato de negociar, pero el faraĆ³n exigiĆ³ su rendiciĆ³n inmediata. Alentado por sus soldados el soberano de Qadesh a Ćŗltima hora decidiĆ³ resistir, sus mensajeros habĆ­an partido hacia la frontera con los hititas y esperaba que reaccionasen y le ayudasen a sobrevivir el cerco egipcio.

   Los combates alrededor de Qadesh comenzaron aquel mismo dĆ­a, la resistencia del soberano fue fuerte, pero al final debiĆ³ aceptar la derrota… Pronto fue llevado al campamento de FaraĆ³n donde golpeado por un guardia cayĆ³ de rodillas ante RamsĆ©s.

   “AsĆ­ debes estar ante quien te ha vencido”.

   “Me rindo completamente, pero no te desquites con mi ciudad y pueblo”.

   “Ya no es tu ciudad, ni tu pueblo, ahora son del FaraĆ³n de Egipto… JĆŗrame lealtad y seguirĆ”s gobernando aquĆ­”.  

   Benteshina bajĆ³ la cabeza y recitĆ³ un juramento, RamsĆ©s no dejaba de sonreĆ­r, su campaƱa habĆ­a sido rĆ”pida y exitosa, pero algo le incomodaba, no confiaba del todo en que el rey de Qadesh fuera totalmente fiel… y la mejor forma de asegurarse la fidelidad era a travĆ©s del miedo.

   “LevĆ”ntate gobernante de Qadesh”.

   Cuando Benteshina se incorporĆ³, RamsĆ©s guiĆ³ su mano y agarrĆ³ los testĆ­culos del rey sobre la tĆŗnica… la mano del FaraĆ³n se cerrĆ³ con violencia.

   “AAAAAAHHHHHHHH!!!!!!!!!!!!”. Fue el alarido de Benteshina al sentir sus pelotas casi aplastadas.

   RamsĆ©s riĆ³ mientras sus guardias sonreĆ­an al ver un rey tomado de las bolas por alguien superior no solo en fuerza, sino en rango y magnificencia.

   El rostro de Benteshina estaba lleno de sudor, RamsĆ©s tuvo piedad y liberĆ³ sus bolas, enseguida el rey cayĆ³ al suelo en posiciĆ³n fetal.

   “Que no se te olvide este dolor, porque no es nada a lo que te harĆ© sufrir si me llegas a traicionar!”.

   Tras una orden de mano, los guardias se llevaron al adolorido rey. El real miedo de Benteshina le harĆ­a nunca desafiar al FaraĆ³n en el futuro. 

   Al amanecer del dĆ­a siguiente los exploradores egipcios observaron al enorme grueso de ejercito hitita acercarse, avisado de la movilizaciĆ³n, RamsĆ©s enviĆ³ un embajador con escolta, Muwatalli recibiĆ³ la propuesta de RamsĆ©s de marcharse, y le enviĆ³ una respuesta: Qadesh deberĆ­a estar libre de influencia egipcia.

   Por un dĆ­a se intercambiaron propuestas, pero habiĆ©ndose agotado todas las instancias de negociaciĆ³n pacĆ­fica, RamsĆ©s II reuniĆ³ a su ejĆ©rcito cerca de la muralla y espero a su enemigo. 

   Mientras una parte del ejercito del FaraĆ³n, se aproximĆ³ a la ribera del rĆ­o Al-Mukadiyah, que rodeaba Qadesh, sobrevino la sorpresa, de la nada emergiĆ³ una enorme masa de carros de guerra hititas, que se arrojaron sobre los egipcios. Los carros egipcios que custodiaban la derecha de la fila fueron arrollados y destruidos por la marea de vehĆ­culos, caballos y hombres que seguĆ­an surgiendo de entre los Ć”rboles y no daban muestras de terminar. 

   La disciplina egipcia desapareciĆ³ ante este ataque sorpresa y antes de que los Ćŗltimos carros hititas acabaran de salir de entre los Ć”rboles, la parte de ejĆ©rcito ya no existĆ­a. De los sobrevivientes, los que iban en cabeza se apuraron hacia el campamento de RamsĆ©s, mientras que la retaguardia debe haber corrido al sur en busca de la protecciĆ³n.

   Los carros hititas viraron hacia el norte y se dirigieron a atacar el campamento de RamsĆ©s II.

   RamsĆ©s habĆ­a dispuesto que varias unidades de carros y compaƱƭas de infanterĆ­a permanecieran de guardia, listas para la acciĆ³n, en el interior del recinto cercado por escudos.

   En pocos minutos, los carros hititas se abalanzaron sobre el Ć”ngulo noroeste de la pared de escudos, la demolieron y penetraron en el campamento. La fila de escudos, el foso y las numerosas tiendas, carros y caballos trabados que encontraron a su paso comenzaron a detenerlos y a hacerles perder su inercia inicial, mientras que los defensores trataban de atacarlos con sus espadas en forma de guadaƱa. El asalto degenerĆ³ rĆ”pidamente en una salvaje lucha cuerpo a cuerpo. 

   La guardia personal del faraĆ³n rodeĆ³ su tienda, dispuesta a defender al rey con sus vidas. RamsĆ©s II, por su parte se colocĆ³ su armadura y tomĆ³ sus arreos de batalla, organizando la defensa con su guardia y varios otros escuadrones de carros de guerra que se hallaban estacionados al fondo del campamento.

   EmpuƱando su arco y poniĆ©ndose a la cabeza de los carros sobrevivientes, RamsĆ©s II saliĆ³ del campamento y se lanzĆ³ contra los carros hititas que se hallaban embotellados en incĆ³moda confusiĆ³n y, por lo mismo, casi indefensos.

   “POR LA GLORIA DE  RA!!!!!”. GritĆ³ el FaraĆ³n enardeciendo a sus tropas. 

   El superior alcance de los arcos egipcios provocĆ³ una gran masacre sobre las tripulaciones hititas que aĆŗn no habĆ­an conseguido entrar. Tan amontonados se encontraban los hititas, que los arqueros egipcios se dieron un festĆ­n matando a diestra y siniestra.

   Los hititas intentaron abandonar el combate y darse a la fuga, pero sus caballos estaban fatigados, y sus carros eran mĆ”s lentos y pesados. Los que escaparon fueron perseguidos por los carros egipcios. 

   RamsĆ©s promulgĆ³ una famosa frase: “Hice que el campo se tiƱera de rojo, y pronto se llenara de miembros y pelotas del pueblo de Hatti”. Cuando mencionaba miembros, RamsĆ©s no solo se referĆ­a a brazos y piernas sino tambiĆ©n a penes, Era conocida la costumbre de cercenar los genitales de los vencidos y muertos, asĆ­ se contaban los caĆ­do, por el nĆŗmero de penes y testĆ­culos.

   Derrotados completamente los hititas, con unos pocos sobrevivientes dispersos y en fuga, los guardias del FaraĆ³n se dedicaron a recorrer el campo de batalla, rematando a los heridos y amputĆ”ndoles las manos derechas, el pene y los testĆ­culos.

   La batalla continuĆ³, Ahora los egipcios perseguĆ­an a los carros atacantes. Muwatalli debĆ­a aliviar la presiĆ³n sobre ellos a como diese lugar, astutamente eligiĆ³ pasar a la acciĆ³n con una maniobra de distracciĆ³n que le permitiese recuperar la iniciativa perdida, haciendo regresar a parte de las tropas que perseguĆ­an a las suyas y obligando a RamsĆ©s a regresar a su campamento. 

   En consecuencia, les ordenĆ³ que se organizaran una fuerza de carros, que cruzaran el rĆ­o y que atacaran el campamento egipcio desde el lado oriental. 

   El ataque hitita contra el campamento egipcio fue brutal desencadenando un repliegue de las fuerzas faraĆ³nicas, grandes dificultades se veĆ­an en los egipcios quienes no podĆ­an mantener un orden.

   Pero llegĆ³ la salvaciĆ³n, una gran fuerza de carros que llegaba desde el norte. Se trataba de los carros amorreos, que aparecĆ­an providencialmente en ese momento de zozobra egipcia. En el momento en que estos atacaban el campamento del faraĆ³n y conseguĆ­an penetrarlo. Los refuerzos los sorprendĆ­an y rechazaban. 

   Al intentar retroceder para salir de allĆ­ y huir nuevamente a la relativa seguridad de la orilla oriental del rio, el caos era total, y el cruce de las aguas trajo consigo la muerte de muchos, ahogados al ser arrojados fuera de sus vehĆ­culos, agobiados y arrastrados al fondo por el peso de sus armaduras. 

   Mientras los Ćŗltimos carros hititas se ponĆ­an a salvo en su orilla del rĆ­o y los infantes egipcios amputaban genitales de los caĆ­dos y los guardaban en sacos, Los prisioneros hititas, entre los cuales habĆ­a oficiales de alta graduaciĆ³n, nobles e incluso realeza, fueron conducidos al campamento, y debieron esperar en silencio la decisiĆ³n que el faraĆ³n tomara sobre sus vidas. 

   Por la maƱana, RamsĆ©s hizo formar a las tropas en una fila frente a sĆ­. Haciendo comparecer a los dignatarios hititas capturados, para que presenciaran los acontecimientos, el faraĆ³n llevĆ³ a cabo un sorpresivo castigo contra sus propias tropas. 

   RamsĆ©s hacĆ­a una seƱal y de inmediato 10 soldados fueron sometidos por su guardia, asĆ­ procediĆ³ a golpearle en los testĆ­culos, el faraĆ³n usaba sus rodillas para aplanar las gĆ³nadas de sus soldados, se escuchaban alaridos:

   “AAAHH!!”… “OOHHH!!”… “YYAAAA!!”.

   RamsĆ©s parecĆ­a enojado y desahogaba su furia contra los testĆ­culos de los egipcios, su rodilla ya era certera y contundente. El resto de soldados veĆ­an el sufrir de sus compaƱeros sin demostrar expresiĆ³n alguna.

   Hombres en el suelo retorciĆ©ndose del dolor, siendo arrastrados por los guardias para sacarlos de la presencia del FaraĆ³n, algĆŗn soldado vomitando lo poco consumido y en cinco minutos no quedaba ninguno en el sitio.

   Una nueva seƱal del FaraĆ³n y otros 10 hombres fueron seleccionados y atados a la espalda, el FaraĆ³n tomĆ³ su espada y apuƱalĆ³ a un soldado en el estĆ³mago, un charco de sangre salpicĆ³ el calzado del monarca, un segundo muerto, y RamsĆ©s cediĆ³ su espada a su primer ministro, se retirĆ³ y tras Ć©l, comenzaron los gritos de los otros 8 soldado que eran apuƱalados hasta morir.

   Era el castigo por haber sido sorprendidos por el enemigo y poner en riesgo toda la campaƱa.

   Luego RamsĆ©s liberĆ³ a los prisioneros Hititas, quienes al volver a su campamento contaron la violencia con la que el faraĆ³n trataba a sus sĆŗbditos, y que les esperaba a aquellos que fueran sus enemigos.

   El temor cundiĆ³ en las huestes hititas, la campaƱa estaba en un punto muerto, ningĆŗn lado deseaba seguir combatiendo; Se pensaba en la retirada y negociar diplomĆ”ticamente.

   La batalla era un empate, pero el rey Hitita no estaba dispuesto a retirarse sin la victoria… para Ć©l solo contaba ganar, no retrocederĆ­a sin importar la violencia extrema de su enemigo, ni los deseos de paz de sus propias tropas… La batalla se resolverĆ­a con un duelo personal entre los monarcas.

   “RETO AL FARAƓN!, ACEPTA, O ERES COBARDE!”. Fue el grito de  Muwatalli, el sonido avanzĆ³ por las filas hititas y llegĆ³ al campo egipcio.

   El grito se repitiĆ³, los soldados hititas aƱadĆ­an insultos sobre la virilidad del FaraĆ³n, RamsĆ©s debĆ­a aceptar este directo reto o pasarĆ­a por cobarde.

   El FaraĆ³n de pie en su carro y rodeado de sus generales, tomĆ³ aire y respondiĆ³ al reto.

   “ACEPTO EL RETO, MOSCA PERRUNA!”.

   Los Ć”nimos entre sus tropas fueron de exaltaciĆ³n, ya era un hecho el enfrentamiento entre reyes, y el ganador del combate serĆ­a quien regresara a su naciĆ³n con la victoria. 

   Ambos monarcas se colocaron uno frente al otro, todos los soldados hicieron un amplio cĆ­rculo para los duelistas.

   La espada de RamsĆ©s se desenvainĆ³ con agilidad, el hitita confiado en su habilidad respondiĆ³ sin espabilarse…
…Y se produjo el choque, chispas saltaron ante el impacto de espadas, RamsĆ©s era mĆ”s Ć”gil, pero Muwatalli tenĆ­a mĆ”s fortaleza… RamsĆ©s lanzĆ³ un espadazo e hiriĆ³ al hitita en el hombro, pero este con el brazo sano abanicĆ³ el arma cortando a  RamsĆ©s en la cadera… Ambos ataques no decisivos, redujeron a los monarcas en su habilidades, el corte en el hombro le quitĆ³ fortaleza al brazo de Muwatalli, y la herida en la cadera hizo lento en movimientos de piernas a RamsĆ©s. 

   Con mirada asesina cada monarca empuĆ±Ć³ su arma y se lanzĆ³ contra el otro, el choque de ambas espadas terminĆ³ en la rotura mutua de bronces.  Con sus armas daƱadas, al instante se irĆ­an a los puƱos.

   Muwatalli se despojĆ³ de su armadura, quedando en un taparrabo, calentaba sus brazos, estaba seguro de acabar con el mĆ”s delgado RamsĆ©s… El FaraĆ³n repitiĆ³ el acto del hitita y con ambos monarcas en interiores, la pelea parecĆ­a reanudarse…
… Pero RamsĆ©s no detuvo su desvestir hasta quedar con los genitales al aire, el hitita no queriendo verse pĆŗdico tambiĆ©n mostro la desnudez.

   Y comenzaron los puƱetazos!

   RamsĆ©s dio muestras de buen entrenamiento y conectĆ³ un par de golpes sobre el estĆ³mago del hitita, quien contraatacĆ³ con un puƱo en el costado, el egipcio lo sintiĆ³ en realidad, las costillas faraĆ³nicas le anunciaron un gran dolor y RamsĆ©s debiĆ³ alejarse.

   Muwatalli fue por Ć©l, pero el FaraĆ³n le tenĆ­a una sorpresa!

   La rodilla de RamsĆ©s impacto el Ć”rea de la entrepierna del rey hitita, Muwatalli exclamĆ³ un “AAAAUUUUUUUUUUU!!”.

   El faraĆ³n retrocediĆ³ y presenciĆ³ como el gobernante hitita se desplomaba sobre sus rodillas cubriendo su desnuda y dotada masculinidad. Sus tropas no pudieron mĆ”s que lamentar la calamidad ocurrida a su monarca.
   Muwatalli dio un quejido lastimero y terminĆ³ en el piso boca arriba, los dientes del rey hitita estaban a la vista, sus bolas le provocaron leves nauseas.

   RamsĆ©s se  decidiĆ³ a terminar el combate, y tratĆ³ de patear al derribado Muwatalli, pero el hitita, consiente que estaba casi acabado, maniobrĆ³ en el suelo, evitando el puntapiĆ©, luego rodĆ³ y con su brazo y costado barriĆ³ a RamsĆ©s… Con el FaraĆ³n ahora en el piso, pudo usar sus piernas e impactarle en la cara…
…El atontamiento del RamsĆ©s produjo que descuidara su entrepierna, el rey hitita Ć”vido de desquite, hundiĆ³ el codo en los testĆ­culos del FaraĆ³n.

   “AAAHHHHhhhhhhhhhh!!!!”.

   El contraataque de Muwatalli, dejĆ³ a RamsĆ©s casi agonizando, ahora era su turno de revolcarse en la tierra.

   El rey hitita hizo un esfuerzo, tomĆ³ aire y se arrojĆ³ contra RamsĆ©s, golpeĆ”ndole en la cara, una vez mĆ”s el faraĆ³n comĆ­a tierra, Muwatalli, ya bien firme sobe sus piernas, avanzĆ³ hacĆ­a su enemigo, le iba a rematar y ganar el combate.

   La victoria parecĆ­a del hitita, pero de repente, RamsĆ©s con la velocidad de un rayo lanzĆ³ sus manos contra la entrepierna desnuda del hitita frente a Ć©l, con una hizo a un lado la dura polla del rey, y con la otra palpĆ³ los gordos huevos de Muwatalli y apretĆ³.

   "AAAAHHHUUUUUUUUUU!!". AullĆ³ el rey hitita, quien vio estrellas; El FaraĆ³n le hizo levantarse tirando de sus huevos hacia arriba, el dolor era insoportable para el hitita, pero no se rendirĆ­a, y contraatacĆ³!, al igual que un minuto antes, ahora era la mano del monarca quien invadĆ­a la entrepierna del FaraĆ³n egipcio. RamsĆ©s abriĆ³ los ojos al sentir sus huevos exprimidos.

   "AAAAhhhh....AAAAAAAAhhhhhhhhhh!!".

   Y comenzarĆ­a un duelo de voluntades, las pelotas del soberano egipcio contra los huevos del hitita, quien resistirĆ­a mĆ”s?.

   Entre sus tropas aumentaron los Ć”nimos a sus respectivos reyes.

   Los dedos del hitita exprimĆ­a como fruta cĆ­trica las gĆ³nadas egipcias, mientras sentĆ­a un nudo en la garganta, al tener sus propias huevas casi al punto de la destripada.

   MĆ”s de un soldado se helĆ³ ante la visiĆ³n de aquella doble triturada de gĆ³nadas.

   Finalmente ambos desistieron y soltaron al tiempo los testĆ­culos de su rival, como una copia RamsĆ©s y Muwatalli caĆ­an al suelo, uno frente al otro acunaban sus huevos y no paraban de retorcerse... en cierto momento RamsĆ©s expresĆ³ entre dientes.

   "Dejamos la batalla como empate...?".

   "Si, porque no... Un empate serĆ”".

   Acordado el empate los prisioneros de ambos bandos fueron liberados. 

   Los deseos de RamsĆ©s de sostenerse como potencia dominante reteniendo Qadesh, acababan de desaparecer, y ante el empate tĆ©cnico estratĆ©gico, lo mejor era firmar un armisticio. Tanto Muwatalli como RamsĆ©s, enviaron embajada y en horas, la tregua entre sus naciones estaba firmada. 

   El FaraĆ³n deberĆ­a regresar a Egipto con su ejĆ©rcito mermado y sanar sus adoloridos testĆ­culos…. sus faraĆ³nicas pelotas merecĆ­an recibir un gran alivio de manos de su amada reina. Muwatalli tambiĆ©n deseaba ver a su reina… el fuego de sus pelotas debĆ­an ser calmado.

   La batalla de Qadesh fue la primera batalla registrada en la historia de la humanidad, y terminĆ³ en un doloroso duelo de monarcas.


FIN.

Gracias. 

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