—¿QuĆ© vas a proponer ahora, Guido?
Ya habĆan probado muchos ejercicios, y Guido sabĆa que podĆa seguir entrenando duro. Sus ojos se posaron en uno de los bancos de pesas en la esquina.
—Levantar pesas. El que haga mĆ”s gana.
—Quieres dejarme ganar de nuevo, con todos los mĆŗsculos que tengo —bromeó Braulio con entusiasmo.
—Tus brazos eventualmente tendrĆ”n que relajarse. SĆ, me gustan las pesas.
—De acuerdo. ¿Entonces siempre agregaremos un peso mĆ”s hasta que uno no pueda levantarla?
—Exactamente.
—¿Y cuĆ”l es el castigo?
—Bueno. Como queremos levantar pesas, sugerirĆa... el perdedor tiene que acostarse en el suelo y luego recibir la cantidad de pesas en las bolas, que el ganador haya podido subir.
—¿En serio?
Huvo un breve silencio.
—¿Sabes que puedo levantar fĆ”cilmente cuarenta kilos?
—SĆ.
—De acuerdo. Son tus huevos los que serĆ”n aplastados, de eso estoy completamente seguro.
—TambiĆ©n quieres dejar que Braulio gane todo el tiempo —dijo DomĆ©nico, sacudiendo la cabeza mientras caminaban hacia el banco de pesas.
—Oye, me golpeaste cruelmente las bolas.
—¿Y ahora quieres vengarte de mĆ otra vez? ¿No deberĆamos ver a Braulio ser fauleado?
Guido no respondió; seguĆa enojado con DomĆ©nico y las palizas que habĆa recibido.
—SerĆ© yo el primero en comenzar —sugirió Braulio.
—Adelante.
Se acostó en el banco mientras los otros dos montaron la barra por encima de Ć©l. —¿Cómo prefieres comenzar?
—DeberĆan ser diez o veinte kilos.
—Diez en cada lado —asintió Guido—. Muy bien, muĆ©stranos lo que tienes.
Braulio no se hizo esperar. Agarró la manija delgada con mancuernas que se cernĆa sobre su cuerpo, y la levantó antes de volver a bajarla suavemente.
—Nada mĆ”s fĆ”cil que esto.
—EstĆ” bien. En incrementos de diez, ¿verdad? Entonces en ambos lados cinco subimos a... Treinta kilos.
—La barra en sĆ pesa dos kilos, pero no importa —respondió Braulio.
—EstĆ” bien, treinta y dos, entonces —dio un paso atrĆ”s despuĆ©s de colocar el nuevo peso. Una vez mĆ”s, Braulio pudo levantarla con un pequeƱo esfuerzo. Soltó un profundo suspiro mientras levantaba los brazos y luego los bajó de nuevo.
—Bueno. Cuarenta. Cuarenta y dos... O lo que sea.
Esta vez, Braulio tuvo muchos problemas, pero pudo levantar la pƩrtiga nuevamente.
—Cincuenta y dos kilos —dijo DomĆ©nico, cuando Braulio logró levantar la pesa despuĆ©s de varios segundos con evidente esfuerzo, pero con orgullo.
—No puedes hacer mĆ”s, ¿verdad? No queremos sobrecargar demasiado las huevas del perdedor.
—SĆ, agrega cinco mĆ”s.
IncrĆ©dulos, DomĆ©nico y Guido intercambiaron miradas, pero agregaron otros cinco pesos. Una vez mĆ”s, Braulio logró levantarlo, aunque parecĆa un poco agotado.
—EstĆ” bien. Eso es suficiente para mĆ —concluyó—. Ahora ustedes.
—Voy primero —anunció Guido. No querĆa volver atrĆ”s y fracasar, incluso si sus brazos no tuvieran tiempo para relajarse porque le dolĆan. Se sintió un poco mareado mientras yacĆa en el banco, con la barra por encima de Ć©l.
—¿Con quĆ© quieres comenzar? ¿DeberĆamos comenzar con veinte y aumentar lentamente, o quieres medirte directamente contra las cincuenta y siete que tenĆa? —preguntó Braulio desafiante.
—Apenas estoy intentando subir esta —asintió Guido. Con manos temblorosas, agarró la barra hasta que sus dedos sudorosos quedaron firmemente en ella, luego la empujó hacia arriba.
Presionó y presionó, pero la barra simplemente no se movió. Pudo levantarla unos centĆmetros, pero no podĆa empujar sus brazos con el peso sobre Ć©l, por mucho que le quemaran los mĆŗsculos.
—Maldición —suspiró—. Baja de peso.
—Con mucho gusto.
Cogió los cincuenta y dos kilos, pero se percató que estuvo a punto de levantar la barra.
—Unos menos —se rió nerviosamente.
Finalmente pudo levantar los cuarenta y siete kilos, con un poco de esfuerzo. Con orgullo la sostuvo en alto por varios segundos antes de dejar que se cayera nuevamente.
—Bien hecho.
—SĆ. Ahora dĆ©jame superarte —dijo DomĆ©nico, tomando asiento mientras Guido sentĆa que le adormecĆan los mĆŗsculos del brazo.
Divertidos, ambos vieron como Doménico luchaba, dejando que los músculos de su pecho y brazo sobresalieran, pero la barra apenas quiso moverse.
—Casi —murmuró—. Maldita sea.
—Si no puedes levantar el peso, perderĆ”s. Pero puede bajar de kilos hasta que la levantes —dijo Guido—. Queremos estimular a los mĆ”s dĆ©biles del grupo.
—Por supuesto —afirmó Braulio, quitando graciosamente uno de los pesos; DomĆ©nico pudo levantarla con los dientes apretados.
—No te regocijes demasiado pronto, la verdadera diversión viene ahora —sonrió Guido.
DomĆ©nico asintió con tristeza y salió del banco; se puso de pie nuevamente frente a ellos. —Como dije, prefiero la resistencia y la disciplina...
—Y ya nos has demostrado las fortalezas, sĆ, —interrumpió Braulio entre risas—. Supongo que no estĆ” de mĆ”s decir que eres el perdedor mĆ”s grande hasta ahora.
DomĆ©nico se sonrojó y comenzó a separar las piernas. —Vamos, muĆ©strame lo que puedes hacer...
Braulio ya querĆa acercarse a Ć©l, pero Guido lo agarró por el hombro. —Espera. Debe dejar caer su pantalón.
—¡Oh, sĆ! —Braulio asintió—. AsĆ serĆ” mucho mĆ”s fĆ”cil apuntar. Y dejar caer las pesas sobre sus huevos desnudos en lugar del pantalón... serĆ” increĆble.
DomĆ©nico apretó los dientes. —Mierda. PensĆ© que lo olvidarĆas...
—Nunca. ¡Ahora deshazte de eso! —ordenó Guido sonriendo.
Vieron cómo Doménico se bajaba la ropa a regañadientes, dejando al descubierto una verga mediocre y flÔcida y dos hermosos huevos redondos y colgantes.
—Bien —comentó Guido—. Finalmente veremos como te conviertes en DomĆ©nica.
—¿Por quĆ© no tienes los calzoncillos puestos? —preguntó Braulio.
DomĆ©nico se encogió de hombros, sus mejillas se sonrojaron, y cruzó los brazos sobre el pubis expuesto. —Creo que me gusta cuando los huevos tienen cierta libertad para colgar, especialmente mientras haces ejercicio.
—Bueno, realmente tienen suficiente libertad ahora —se rió Braulio.
—Pero solo hasta que sean aplastados bajo las pesas —acotó Guido.
—Oh, cierto.
—EstĆ” bien —Braulio hizo un gesto hacia DomĆ©nico, que ahora estaba parado frente a ellos, desnudo y con el ceƱo fruncido.
—Manos fuera de las huevitas —le dijo Guido—. Las bonitas piernas separadas... sĆ, muy chic —satisfecho, miró la polla caĆda de DomĆ©nico y sus huevos colgantes. Apretó la mano en un puƱo y los clavó con fuerza en los huevos.
—¡Ouuuhhhh! —gritó DomĆ©nico acurrucĆ”ndose. Respiró hondo y abrió las piernas de nuevo. Braulio se le acercó. Con algo de impulso, subió el pie a las joyas de DomĆ©nico.
DomĆ©nico abrió la boca con un grito mudo y la volvió a cerrar. Antes de que pudiera decir algo, Braulio echó el pie hacia atrĆ”s y pateó una vez mĆ”s, incluso mĆ”s fuerte que antes. Guido vitoreó internamente cuando escuchó el sonido frĆo que golpeó el pie de Braulio contra la bolsa de bolas.
—SĆ, realmente se puede apuntar mejor ahora —dijo complacido.
—Impresionante —asintió Guido—. Muy bien.
Vieron a DomƩnico retorcerse y se sirvieron un vaso de agua. Cuando pudo pararse, le seƱalaron el banco de pesas.
—Ponte cómodo.
Doménico trotó hacia el banco y Guido no pudo resistirse a golpear su trasero con la mano.
Mientras yacĆa boca arriba, como si quisiera levantar la barra de nuevo, Braulio y Guido se pararon junto a Ć©l.
—Hagamos esto de inmediato.
—Bueno, bueno, alguien tiene prisa. Pero no terminarĆ” muy pronto, queremos tener algo de placer con esto... —ambos se rieron, y Guido desenroscó los pesos de la barra. Eran bonitos, anchos, redondos, por lo que no deberĆan tener ningĆŗn problema en pisar bolas, DomĆ©nico extendió los genitales.
—EstĆ” bien. Por turnos, Guido, ¿verdad? ¿Comenzamos por cinco kilos? ¿Hasta que hayamos llegado a cuĆ”nto?
—Has levantado cincuenta y siete.
—Ah sĆ, cierto. Eso significa que once pesas tienen que soportar sus huevos.
—Oh, no —DomĆ©nico suspiró en agonĆa.
—LlorarĆ”s doce veces. Fueron cincuenta y siete kilos.
—Oh, amigos...
Hilarantemente, Braulio agarró el primer peso. Guido, sin embargo, tocó los genitales de Doménico y se aseguró de que sus bolas y su polla estuvieran sobre su estómago, para que no pudieran escapar. Doménico siguió el procedimiento con ansiedad.
—Listo —afirmó Guido.
Suavemente, Braulio equilibró el primer peso sobre sus bolas. Doménico hizo una mueca, pero mantuvo la calma y no hizo mueca.
—Hasta ahora se sintió como si alguien tocara mis bolas —anunció un poco divertido— Bueno.
—Entonces definitivamente no es suficiente —con eso, puso el segundo peso sobre sus huevos. Una vez mĆ”s, DomĆ©nico mantuvo la calma y no hizo mueca—. Mi pene estĆ” un poco doblado, pero de lo contrario funciona.
—Solo diez mĆ”s, entonces lo habrĆ”s superado.
—Genial...
—DespuĆ©s de todo, no son solo los huevos los que pesan; tu polla tambiĆ©n tiene una buena carne.
En el siguiente peso, DomƩnico hizo una mueca y en el cuarto tambiƩn.
—Estoy bien, se siente como un pellizco a las bolas —confesó—. Y mi polla se siente bastante constreƱida.
Cuando Braulio arrojó la quinta pieza, DomĆ©nico parpadeó y apretó los dientes. —Esa fue la primera mitad, ¿verdad?
—Casi la mitad.
—Por favor, muĆ©vete rĆ”pido. Mis pobres testĆculos... ¡Ay!
—Treinta kilos en tus huevos. Maldición. Eso tiene que doler.
Braulio balanceó la siguiente pieza. Doménico gimió de nuevo.
—Chicos, eso estĆ” empezando a ser lo suficientemente doloroso... eso duele mucho... —su respiración era rĆ”pida.
—Sesenta kilos —Guido puso la siguiente pieza.
—¡Ay!... au... au... —gritó DomĆ©nico dĆ”ndose la vuelta—. Me duele la piel del pene, se estĆ” estirando.
Guido empujó la punta del pene con el dedo Ćndice.
Braulio colocó la siguiente pieza. —Cuarenta y cinco kilos, ya casi termina.
DomĆ©nico gritó y chilló con los dientes apretados. Mientras tanto, en su Ć”rea pĆŗbica, se habĆa agrupado un montón de pesas negras y redondas debajo de las cuales su pene sobresalĆa lastimosamente como un pedazo hinchado de manguera.
—¡Cincuenta! —Guido vitoreó y le puso la siguiente pieza.
—Ah, maldita sea, mis huevos, mis huevos estĆ”n a punto de estallar. Y mi polla se caerĆ” para siempre.
—Quiero ver ambos morir —sonrió Braulio y puso la siguiente pieza. DomĆ©nico gritó en voz alta sacudiĆ©ndose—. Por favor, Guido. Finalmente, la Ćŗltima pieza.
—Con mucho gusto —casi melancólico de que todo hubiera terminado, le puso otra pesa. DomĆ©nico maldijo y se enfureció girando la cabeza, moviendo los brazos, mientras Braulio y Guido miraban con orgullo su trabajo.
—Realmente genial —sonrió Braulio.
—SĆ. Es muy gracioso. AsĆ que, espero que hayas aprendido tu lección de que necesitas entrenar mejor de ahora en adelante —se rió Guido.
—¡QuĆtalo, quĆtalo, quĆtalo!
—SĆ, sĆ —Guido agarró a los seis primeros pesos y los apartó de DomĆ©nico, mientras Braulio tomó el resto. DomĆ©nico se estremeció y dejó escapar un suspiro de alivio cuando el peso finalmente desapareció.
Su pene se veĆa aplastado, y sus huevos se pusieron insanamente planos, tardó unos segundos retorciĆ©ndose y temblando hasta que sus cocos volvieron a su forma original.
—Oh, joder, joder, joder —DomĆ©nico suspiró y se sentó, luego miró sus partes con cara de dolor y las tocó con tristeza—. Hombre. Eso ya no fue divertido.
—SĆ —respondió Guido—. DeberĆas haberte visto.
—Oh, joder —se dejó caer sobre su espalda y respiró hondo—. HarĆ© que pierdas la próxima ronda, lo prometo. Y habrĆ” una retribución sangrienta.
Descansaron un rato y hablaron mientras esperaban que Doménico se recuperara de la pesada carga. Estuvo tranquilo mientras se recostaba de espalda y finalmente se sentó después de varios minutos y levantó su verga tentativamente para palpar sus bolas.
—Ese fue realmente brutal—suspiró—. Supongo que mis pelotas estĆ”n bien, pero no quiero pasar por eso una segunda vez.
—QuĆ© pena.
—Entonces la próxima vez tienes que ser un hombre y no un cobarde. Y deja de tocar tu polla, ¿o quieres masturbarte?
—Solo verĆ© si estĆ” bien. Me duele tocarla —respondió DomĆ©nico tĆmidamente, se levantó del banco y caminó—. Ya no sĆ© si tenga erecciones.
Guido se rió.
—Perdedor. Ya puedes pensar en el próximo ejercicio —dijo Braulio.
DomĆ©nico se sentó con las piernas cruzadas, hurgando con las manos en su regazo. Afuera seguĆa lloviendo a cĆ”ntaros.
—EstĆ” bien, ya pensĆ© el próximo ejercicio —dijo DomĆ©nico.
—¿Una apuesta de eyaculación? —bromeó Braulio, haciendo que Guido se riera a carcajadas.
—¿QuĆ©? ¡No! —DomĆ©nico seguĆa frotando sus pelotas y su pene—. Probablemente tampoco lo gane. Pero podrĆa intentarlo, tengo muchas bolas. ¿QuĆ© les parece si practicamos lanzamiento de balones deportivos, el que lo arroje mĆ”s lejos gana.
—Suena bastante bien e inofensivo. Con mucho gusto lo juego.
—No soy muy bueno tirando —admitió Braulio sonrojado.
—Oh, eso no es problema para nosotros —Guido habĆa jugado previamente al balonmano y sabĆa que DomĆ©nico tambiĆ©n era un lanzador bastante talentoso. ParecĆa que finalmente encontraron una ronda donde podrĆan poner a Braulio de rodillas.
—¿CuĆ”l es el castigo? —quiso saber Braulio.
—Al principio pensĆ© que podrĆamos golpearte las bolas, lo siento, al perdedor quiero decir. El perdedor tendrĆ” que acostarse y dejar caer un pelotazo sobre sus bolas con la fuerza de intensidad que el ganador quisiese..
—Oh, ¡eso suena brutal —sonrió Guido.
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