Revision de bolas con el urólogo (2/5): la moneda - Las Bolas de Pablo

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12 sept 2019

Revision de bolas con el urólogo (2/5): la moneda

CONTIENE:
BALLBUSTING HOMBRE/HOMBRE

   Bastian consultó el reloj.

   En el consultorio del urólogo estaban Mateo y Farid. Solo esperaban la llegada del importante paciente: Camilo.

   Farid estaba aburrido, molesto y jugueteaba en las aplicaciones de su celular.

   Mateo, sonreía a pesar de la irresponsable demora. Vestía con una bata y un estetoscopio colgaba sobre su pecho.

   Farid levantó la vista de la pantalla. Dirigió una mirada de enfado hacia ellos y regresó a su aplicación de juego.

   Bastian regresó la mirada a su reloj de pulsera habían esperado durante casi una hora y Camilo no atendía el celular sin duda que se merecía una desgarradora patada en las bolas cuando lo viera. —Está bien —dijo Bastian. Farid y Mateo lo miraron—. Tendremos que aplazar la cita, es una pena.

   Mateo alzó las cejas.

   —No se puede aplazar —negó—. Cancelé muchas citas de personas importantes hoy para atenderlos en exclusiva a ustedes —hizo una pausa—. Uno de los dos será mi paciente.

   Farid se echó a reír. —Sí, bueno, puedes hacerlo, Bastian, ¡no voy a dejar que este loco me toque las pelotas!

   Mateo sonrió y lo señaló con el dedo eligiéndolo.

   Farid sacudió la cabeza. —De ninguna manera. ¡Vi lo que le hiciste a Pablo! De ninguna manera lo permitiré.

   —Escucha, Farid, lanzaremos una moneda, ¿de acuerdo? —dijo Bastian pacientemente.

   —¡De ninguna manera!

   —Vamos —respondió Bastian con impaciencia—. ¿Cara o sello?

   Farid cruzó los brazos frente a su pecho y sacudió la cabeza.

   Bastian puso los ojos en blanco y frunció el ceño.

   Farid negó con la cabeza.

   —Lanzaremos una moneda, ¿de acuerdo? Si salgo yo, está bien, dejo que Mateo revise y rompa mis bolas.

   Farid puso los ojos en blanco.

   Bastian sacó la billetera buscando una moneda.

   Farid suspiró. —Está bien —dijo malhumorado—. Dios, no sé por qué hago esto... Sello

   Bastian lanzó la moneda al aire, la atrapó con la mano izquierda y la cubrió.

   Cuando levantó la mano, torció la boca, era cara.

   —¡Mierda!

   —Hoy es mi día de suerte —sonrió Farid.

   Mateo se abrochó la bata y se paró junto a la silla ginecológica. —Comencemos —dijo alegremente—. Quítate los jeans y la ropa interior. Déjame echar un vistazo a tus testículos.

   Bastian gimió. Se desabrochó la mosca y dejó caer sus jeans y sus calzoncillos blancos para que colgaran de sus tobillos. Su linda polla estaba flácida y sus dos huevas maduras colgaban bajas en su escroto.

   Mateo se inclinó frente a él y miró su entrepierna. Sacó un lápiz del bolsillo y levantó el pene de Bastian. Con la punta afilada de otro lápiz, pinchó la jugosa gónada izquierda.

   Bastian gritó.

   Mateo pinchó la bola derecha con la punta del lápiz y Bastian volvió a gritar.

   Luego, el urólogo volvió a meter los lápices en el bolsillo y agarró el escroto de Bastian con su mano derecha, envolvió sus dedos alrededor del equipo genital y aplastó los grandes testículos entre sus dedos y su palma.

   La cara de Bastian se enrojeció y apretó los dientes.

   Mateo sonrió y agregó más presión, apretando los huevos en su mano derecha y girándola un poco.

   Bastian comenzó a jadear pesadamente.

   Mateo asintió y bajó el escroto de su paciente mientras continuaba apretando su mano.

   Bastian gritó.

   Con un último y fuerte apretón, Mateo soltó las bolas de Bastian y se enderezó.

   Bastian gimió y agarró sus pelotas traumatizadas.

   Mateo escribió algo en su libreta, y miró a Bastian, que estaba agarrando sus huevos y respirando con dificultad.

   —Bastian —dijo Mateo—, tus bolas tienen una irregularidad... Creo que es por tu edad. Necesito patearlas para medir tu punto de resistencia.

   Bastian gimió. —¿Estás seguro que es necesario?

   Mateo se rió entre dientes. —Vale la pena intentarlo…

   Bastian asintió, con sus manos acariciaba su pobre virilidad, de vez en cuando, apretaba ligeramente sus huevos, uno a la vez.

   —Déjame echar otro vistazo —dijo Mateo.

   —Claro, doctor —respondió Bastian débilmente y soltó sus bolas.

   Mateo usó sus dos manos, cada una agarrando una de las bolas grandes de Bastian.

   Bastian Chacón gruñó cada vez que sus huevos fueron aplastados en las manos del urólogo. Le lloraron los ojos y comenzó a sudar.

   Las uñas de Mateo se afincaron en la suave piel del escroto, dejando marcas de presión una vez que lo soltó.

   Bastian tosió y cerró los ojos. Sus manos consolaron sus pobres bolas, pero Mateo aún no había terminado.

   —Ya sabes —dijo y miró a su paciente—. Es mejor si separas las piernas y sostienes tu pene para que no interfiera.

   —Bueno —dijo Bastian débilmente y se quitó los zapatos, el jeans y la ropa interior que aún colgaban de sus tobillos. Quedando desnudo de cintura para abajo.

   —Ok —Mateo sonrió y le ordenó a Bastian que se parara con las piernas abiertas.

   Bastian gimió y obedeció, su escroto colgó hermosamente entre sus piernas.

   Mateo pateó los huevos de Bastian tres veces seguidas. Su puntería no fue perfecta, pero el duro empeine logró aplanar las dos bolas de Bastian dos veces. La tercera patada solo rozó la gónada izquierda, pero consiguió la derecha, aplastándola en la pelvis haciendo que gritara, y se derrumbara al suelo.

   Mateo estaba satisfecho. Miró a Bastian, que se retorcía en el suelo y le dio un golpecito a las manos que acariciaban las jodidas bolas.

   —Aparta tus manos, Bastian, por favor —sonrió Bastian—. Todavía no he terminado con la revisión.

   Bastian gimió y continuó sobando sus huevos con ambas manos.

   —Bastian —dijo Mateo con impaciencia—. ¿Por favor?

   —¡Maldición! —Bastian se dio la vuelta yaciendo boca arriba, con las piernas ligeramente abiertas. Estiró los brazos de mala gana para que sus manos descansaran en el suelo junto a sus caderas.

   Mateo sonrió y asintió.

   Bastian gimió. Sus bolas enrojecidas colgaban bajas y tocaban el piso.

   El doctor Mateo empujó las rodillas de Bastian para que su paciente las separara más, así se interpuso entre sus piernas. Con una sonrisa benévola, Mateo levantó su pie derecho y lo dejó caer sobre los gigantescos testículos de Bastian.

   Bastian gritó a todo pulmón.

   Mateo se apoyó en su pie, crujiendo los dos huevos de Bastian contra el suelo.

   La cara de Bastian estaba roja, sudaba y jadeaba con fuerza, apretaba los dientes y abría los ojos, mientras Mateo fulminaba sin piedad sus bolas.

   Después de unos minutos, Mateo giró el pie como si estuviera machacando un cigarrillo, arrancándole un último y fuerte grito. 

   Levantó el pie.

   Bastian se acurrucó, agarrando sus bolas, gimiendo miserablemente.

   Mateo sonrió y sacó su libreta. Escribió algo y le dijo: —Irás a la farnacia y comprarás este desinflamatorio que sin duda te será util para el malestar de esta noche. Mañana te sentirás como un hombre nuevo.

   Bastian gimió.

   Mateo se rió. Extendió el papel de prescripción con la mano a Bastian, que todavía estaba gimiendo y retorciéndose en agonía. Como no lo agarró lo dejó caer sobre su cuerpo desnudo.

   Mateo miró a Farid y se rió.

   —Caray, esto de aplicar ballbusting a mis pacientes es muy divertido y reconfortante.

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