Cuatro años de espera - Las Bolas de Pablo

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29 nov 2019

Cuatro años de espera

CONTIENE:
BALLBUSTING HOMBRE/HOMBRE
SEXO HOMOSEXUAL

   ¿Cómo sobreviven los hombres a la prisión? La brutal pérdida de sí mismo y la humillación tras las rejas. ¿Qué cosa mantiene vivos a los hombres hasta el día de su liberación?

   Algunos se aferran a la esperanza familiar, una vida mejor, un amor que lo espera pacientemente, cualquier cosa, cualquier cosa para mantenerlos vivos y cuerdos hasta que las puertas se abran para una nueva vida.

   ¿Yo?

   Cuatro años, cuatro largos años inhumanos, mis pensamientos estaban fijos en una tela azul oscuro estirada por un culo redondo y firme de aquel hombre que me apresó.

   Mi oficial de arresto; el Soldado Mariano Caldera. El arrogante semental que me robó la fortuna que yo tenía. Dejándome con nada más que pensamientos sobre la línea azul que abrazaba las curvas de esas enormes piernas, esas botas altas y brillantes, su mandíbula, su cara, pero sobre todo las curvas musculosas de ese culo apretado burlándose de mí bajo esa tela azul oscuro.

   Se me hizo la boca agua ante la idea de vengarme de ese musculoso oficial.

   No estaba solo. Muchos otros exconvictos llevados ante la justicia, por este cerdo compartieron mi fantasía, pero yo, bueno, no soy de los que sueñan

   Utilicé largas horas para estudiarlo. Sus hábitos, su horario, su obsesivo régimen de entrenamiento, sus mujeres, todo acerca de él. Ahora lo espero encerrado en un sofocante almacén.

   Mis pensamientos fueron interrumpidos por el rugido de una motocicleta que se acercaba, y un muchacho que entró al almacén, blandiendo una pistola de juguete barata y un bolso robado. El chico corrió hacia otro extremo del edificio. Y sobre sus talones, justo en ese momento apareció nuestro héroe, todo un caballero montado en su brillante corcel de motor.

   Se detuvo justo donde el joven quedó acorralado, ahí se bajó de la motocicleta. Me lamí los labios al ver el juego de músculos curvados debajo de la tela mientras balanceaba su pierna sobre el asiento y se alzaba sobre el muchacho tembloroso.

   En cuatro años había pasado de ser un novato a un tipo fuerte lleno de poder y autoridad.

   El policía ni siquiera se molestó en sacar su arma. Su autoridad fue suficiente para aterrorizar al chico. Quien dejó caer los productos y lentamente levantó las manos. El policía estaba agarrando sus esposas cuando aparecí y lo dosifiqué de una patada en los testículos por detrás.

   Ver a este policía gritar y caer fue algo bello. Tropezó y tomó su arma. Creí ver un destello de reconocimiento en medio de su dolor. Quería que supiera quién lo había pateado donde más duele.


   Con un animal grande como este, no puedes ser demasiado cuidadoso. Volví a patear sus testículos y lo vi retorcerse en el suelo. Saqué del bolsillo de mi pantalón una lata con spray, iba a aturdirlo aún más y a paralizarlo.

   Quedó boca abajo. Permanecí en silencio por un momento, disfrutando de la línea de sus anchos pechos que se estrechaban hasta la cintura y se curvaba sobre las nalgas y sus muslos gruesos. El uniforme ajustado dejaba poco a la imaginación.

   Una buena patada lo dejó boca arriba, con las piernas abiertas. Me arrodillé a horcajadas sobre su magnífico torso y pasé los dedos por su suave cabello.

   Le tiré al joven lo prometido, doscientos dólares, y le dije que se fuera a la mierda.

   El tonto no se movió. Sus ojos estaban clavados en mi musculoso indefenso, mientras mis manos temblorosas rasgaban la camisa liberando sus dos pectorales anchos, algunas rasgaduras más y tenía ya el torso desnudo, abdominales a la vista y pectorales grandes. Sabía que estaba tratando con un HOMBRE. Una obra de arte cuidadosamente esculpida.

   —Amigo ... ¿qué le vas a hacer?

   —Chinga tu madre, ¡largate!

   El joven retrocedió. De ninguna manera iba a dejar que este idiota se acercara a mi presa.

   No lo vi irse. Estaba demasiado ocupado explorando el paisaje muscular ante mí. Mis dedos trazaron planos de su pecho y contó las ondulaciones definidas de su estómago. Me caí sobre él masticando estos pezones rosados, lamiendo profundamente aquellos hoyos salado, besando hasta que encontré el rastro de esa ansiada tela azul. Mis manos recorrieron las delgadas caderas hasta los gruesos músculos de la parte superior de sus muslos. Los pantalones ridículamente ajustados resaltaban en lugar de cubrir cada sombra y curva. Sabía cómo la gente lo miraba, y se ponía a alardear. Mis manos se movieron hacia su paquete. Froté su miembro con la palma de mi mano presionando hacia abajo, e intentando cubrirlo con mi boca. Se movió a través de la tela y fui recompensado con un leve gemido inconsciente. Esa era toda la invitación que necesitaba. Desgarré la mosca y vi al monstruo recién liberado cobrar vida.

   Me sorprendió otro gemido más fuerte y me di la vuelta. Ese estúpido muchacho estaba parado ahí todavía con los ojos como platillos, apretando su polla parada con una mano.

   —¿Qué te dije?

   —POR FAVOR, amigo... por favor. Debes dejarme tener una oportunidad.

   De repente me sentí generoso.

   —Vamos, ayúdame a desnudarlo.

   Se acercó, asombrado, y con cautela alcanzó el cinturón de la pistola. Casi golpeó el techo cuando le agarré la mano con brusquedad.

   —¡NO! Tienes mucho que aprender. Dejalo con el cinturón, las botas... Quita sólo su pantalón.

   Sacamos el pantalón de esas piernas de acero, hasta que finalmente descubrimos su ropa interior. Como todo lo que llevaba puesto, abrazaba cada curva y daba un abultamiento. El pequeño algodón ya no podía contener su polla furiosa. La cabeza sonrosada se asomaba tentadoramente en la banda elástica. Manchas de presemen ya manchaban la tela virginal. Recogí un poco con mi dedo índice y dejé que el muchacho lo lamiera. No pude evitar notar la sorprendente habilidad con la que me chupó el dedo. El tonto tenía experiencia.

   —Juega con sus tetas, chico... mira y aprende.

   El obediente tonto pellizcó el pezón izquierdo y lamió el sensible derecho, mientras apretaba la palma de mi mano sobre el par de bolas del paralizado oficial que movió la cabeza de lado a lado. Estaba totalmente bajo mi control. Comencé a masturbarlo y fui recompensado con un gemido. Arranqué un pedazo del pantalón y metí los trapos en la boca del policía.

   Después de todo este tiempo, el objeto de mi obsesión yacía a mis pies con calzoncillos manchados entre sus tiernos labios, desnudo salvo por los vestigios de su autoridad.

   Su rígida polla se balanceaba arriba y abajo sin llamar la atención. Sus caderas delgadas empujaban hacia arriba involuntariamente buscando fricción. Este semental estaba preparado.

   Baba salió corriendo de la boca de mi nuevo compañero y aterrizó en el fuerte pectoral del policía.

   Lo coloqué boca abajo, ahí tenía su culo a mi disposición, como una cena de navidad.

   Aparté sus nalgas.

   —Mira y aprende, chico. Así es como domesticas a un semental.

   Lamí mi dedo y lo pasé suavemente sobre el agujero, y con firmeza creciente, presioné su entrada. El hombre inconsciente gimió y levantó su trasero hacia mí como gata en celo.

   En algún lugar de su mundo de sueños, sabía que podía sentir mi dedo moviéndose en su lugar más secreto, y podía sentir el terrible voltaje dispararse por todo su ser.

   Luego, después de todos estos años de espera, lo escuché.

   Dio un gimió

   El oficial empezaba a reaccionar, estaba mirando para darse la vuelta.

   —Noooo.

   Me aparté.

   Y lo vi luchar entre recuperar la consciencia y su completa movilidad.

   Mi propia polla se había convertido en un monstruo incontrolable de venganza necesaria. Ya no se me podría negar el premio.

   Coloqué la cabeza de mi bestia, contra su agujero virgen que parpadeaba frenéticamente, y empujé un poco.

   Pero tenía que hacer frente a una amenaza creciente. El policía comenzaba a mover sus brazos.

   Agarré su cabello y levanté su cabeza. Soplé las palabras en su oreja para que le hicieran cosquillas y lo estremecieran.

   —¿Te acuerdas de mí, cerdo?

   Todavía aturdido para defenderse, frunció el ceño tratando de concentrarse. Sabía que sí y sonreí.

   Todos esos años en la celda, soñando con este momento, pensé que sería gentil, que lo disfrutaría. Pero nuestro policía tenía que SUFRIR.

   Casi podía escuchar la piel de su ano desgarrarse mientras empujaba mi pene en él.

   Su grito fue más que una recompensa por esos largos años.

   La paralización y el dolor eran demasiado, incluso para este fuerte macho. Se desmayó cuando lo ensarte.

   Me detuve y me quedé quieto, cómo había esperado tantos años sentir ese apretado culo que se contraía alrededor de mi falo.

   Finalmente era él; El policía Mariano Caldera empalado en mi vengativa polla.

   Comencé a empujar, lentamente. Tenía mi recompensa y podía saborearla. Su ano tenía una pulsación estranguladora en mi polla, cálida, suave y apretada.

   Comencé a empujar lentamente

   Pasé las manos por sus hombros gruesos, y los músculos a lo largo de su espalda, y su pequeña cintura.

   Aumenté el ritmo.

   —Así es, cerdo, esto es lo que has estado esperando durante todos estos años. Te burlaste de mi llamándome maricón.

   Mis embestidas se hicieron fuertes. Se sentía tan bien, tan cálido, tan apretado sobre mi carne furiosa. Todos esos años... Esto era todo lo que había soñado y más.

   —Bueno, este maricón está violando tu dulce trasero. ¿Se siente bien cerdo?

   Mis caderas se estrellaron contra sus nalgas, su cuerpo tembló, sus pantorrillas se agitaron, mientras su cabeza rebotaba.

   Años de venganza acumulada salieron por mi entrepierna en una línea blanca que se dirigió al centro de las entrañas de mi víctima.

   —¿SE SIENTE BIEN, CERDO?

   Me aparté de él.

   Liberé toda mi ira, odio y lujuria en ese culo indefenso y perfecto, me desplomé por un momento sobre su espalda sudorosa. Se quedó quieto, ya sea desmayándose por el efecto de la brutal violación, o simplemente humillado en la derrota. No me importaba cuál era.

   Agarré sus bolas y las apreté escuchándolo rugir de dolor.

   Sonreí.

   Cuatro años... Valió la pena cada minuto.

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