Revision de bolas con el urólogo (4/5): El vaquero - Las Bolas de Pablo

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20 nov 2019

Revision de bolas con el urólogo (4/5): El vaquero

CONTIENE:
BALLBUSTING HOMBRE/HOMBRE

   Mateo estaba de pie en su consultorio,  vestía con su bata blanca, el estetoscopio colgaba de su cuello, sostenía un bolígrafo en la mano derecha y un bloc de notas en la izquierda.

   Román entró en la sala.

   —Hola, doctor —dijo con timidez.

   Mateo garabateó algo en su libreta. Luego la guardó y le sonrió a Román.

   —Hola, Román. Siéntate por favor.

   Mateo señaló la silla de observación.

   Román parpadeó.

   El urólogo sonrió.

   —Dejame ayudarte —sonrió Mateo. Agarró los tobillos de Román y los colocó en las extensiones de la silla para que sus piernas se abrieran de par en par y estuviera acostado boca arriba.

   Román se aclaró la garganta y se movió en su incómoda posición.

   Mateo abrió los cordones y arrojó los zapatos de Román al suelo.

   —Un momento —dijo Mateo. Se paró entre las piernas abiertas de Román y abrió la bragueta de su jeans.

   Román parecía preocupado.

   —Doctor…

   Mateo sonrió y continuó hurgando los botones de la mosca de Román. —Shhhh, es una inspección de rutina solicitada por Bastian —le quitó los pantalones a Román, revelando calzoncillos oscuros que hacían muy poco en ocultar su impresionante paquete con una inconfundible erección.

   Mateo sonrió y arrojó el pantalón de Román al suelo.

   Román Chacón lo miró fijamente.

   —Doctor…

   Mateo sonrió y acarició el paquete de Román, haciendo que inhalara bruscamente e hiciera una mueca.

   —Solo un momento —dijo Mateo y agarró la cintura de los calzoncillos de Román.

   —Doctor…

   Mateo arrancó los calzoncillos de Román, exhibiendo su pija y sus dos grandes toronjas robustas...

   La dura verga dura de Román golpeó con fuerza contra su abdomen, dejando un rastro viscoso de presemen pegajoso.

   Román miró a Mateo, con los ojos bien abiertos, desnudo excepto por sus calcetines y su camisa. Tenía las piernas abiertas en la silla de observación, y no parecía muy feliz. Su gran pene apuntaba al techo y sus grandes y jugosas bolas colgaban muy abajo en su saco.

   Mateo sonrió y agarró los huevos de Román en su mano. Los apretó ligeramente y lo miró a los ojos.

   Román se sonrojó.

   —Me duele...

   Mateo lo miró fijamente.

   —Necesito determinar como se comportan tus testículos ante el proyecto de Bastian.

   Román asintió con la cabeza.

   Mateo se encogió de hombros y sonrió.

   —Bueno. ¿Por qué no te quitas la camisa, Román? Y el sombrero, obvio.

   El vaquero se rio entre dientes. Luego recuperó la compostura y asintió con expresión seria y tensa. Dejó su sombrero a un lado y se quitó la camisa revelando un fuere pecho. Sólo tenía puestos los calcetines. Su carnoso pene estaba completamente duro, orgullosamente de pie sobre sus fuertes huevas.


   Mateo miró el pene de Román y ajustó su propia entrepierna. Se aclaró la garganta. —Está bien, Román, tus cojones parecen encontrarse estupendamente bien.

   —Oh sí, claro. Me voy.

   —¡No, no! —Mateo se inclinó sobre Román y alcanzó su frente, su cadera chocó contra la entrepierna de Román y crujó sus testículos.

   Román gritó. —¡Doctor!

   Mateo fingió no darse cuenta y afincó su peso, atrapando las bolas de Román entre su cuerpo, apretándola con su cadera.

   —¡Doctor!

   Mateo dio un paso atrás y miró a Román, quien agarró las bolas con sus manos haciendo una mueca de dolor.

   Mateo agarró su pluma y tocó las bolas carnosas de Román con ella.

   Román gritó.

   Mateo se frotó las manos. Dio un paso atrás y apuntó una patada dura y precisa a las papas de Román, aplanando sus dos bolas grandes con la punta del zapato negro.

   Román chilló de dolor y la parte superior del cuerpo se sacudió.

   —Relájate —dijo Mateo con voz suave lanzando otra patada a los preciosos cojones de Román. Su empeine se chocó con los orbes carnosos y los aplastó con fuerza en su cuerpo.

   Román gimió y agarró sus testículos. Sus abdominales se contrajeron cuando trató de doblarse, pero Mateo lo agarró suavemente por los hombros y lo empujó hacia atrás con fuerza.

   El doctor sonrió y apretó los puños.

   Román gimió de dolor. Sus manos agarraban sus doloridos testículos, pero su pene no se había desinflado. Estaba de pie palpitando y lleno de venas.

   —Aleja tus manos, por favor —dijo Mateo suavemente.

   Román gimió. —¿No que ya terminamos? —tentativamente, soltó sus bolas y miró a Mateo con miedo a los ojos.

   Mateo asintió suavemente y golpeó la gónada derecha de Román con el puño, apretándola contra su pelvis.

   Román gritó y se retorció en la silla, agarrando sus testículos agonizantes e intentando cerrar las piernas para evitar daños mayores a sus pobres huevos.

   Mateo sacudió la cabeza lentamente. —Creo que tendremos que tomar medidas más drásticas —abrió un cajón y sacó un par de tiras blancas.

   Román estaba gimiendo y acariciando sus bolas.

   Mateo se acercó a él y con calma agarró su pierna izquierda y la ató a la silla.

   Román estaba demasiado débil para resistir, y Mateo no tuvo problemas para repetir el procedimiento con la pierna izquierda y los brazos de Román.

   El pobre vaquero miró a Mateo, su cuerpo quedó expuesto, desnudo y vulnerable, sus bolas enrojecidas colgaban dentro de su escroto afeitado, su polla seguía erecta como un obelisco lleno de venas.

   —Eso está mejor —sonrió Mateo.

   —Dijiste que habíamos terminado.

   —Shhhhhh — Mateo se llevó el dedo índice a los labios. 

   Román gimió.

   Mateo golpeó la dura polla de Román varias veces, dejándola rebotar contra sus abdominales definidos, dejando un charco de pegajosa lefa cerca de su ombligo.

   Román jadeaba. Su cara estaba roja como un tomate.

   Mateo se echó a reír y dio un paso atrás. —Esto va a doler un poco —dijo con un guiño y puso su pie calzado entre los muslos de Román con rápida velocidad. Chocó con las pobres pelotas del paciente y las metió en su pelvis.

   Román gritó a todo pulmón. Luchando contra sus restricciones. 

   Mateo volvió a apretar el puño y golpeó las albóndigas de Román.

   Los ojos del vaquero se abrieron quedándose sin aliento.

   Mateo repitió el movimiento, bajando el puño hacia la fuerte hueva izquierda de Román, crujiéndola.

   Los ojos de Román Chacón se abrieron aún más y sus labios se separaron.

   Con expresión ligeramente de disculpa en su rostro, Mateo bajó el puño sobre la gran bola derecha de Román, aplastándola como tortilla y sacando una tos ronca de los labios del hacendado.

   El cuerpo de Román estaba tenso, sus abdominales definidos sobresalían y los músculos de sus brazos y piernas temblaban. Sus ojos perdían el foco y el sudor le goteaba por la nariz. Sus cejas se alzaron viéndose miserable.

   Mateo sonrió. —Está bien, eso es todo por hoy.

   Román no se movió. La expresión de dolor y agonía en su rostro tampoco cambió. —Gracias —susurró.

   —Oh, espera —Mateo sonrió—. Te voy a recetar un medicamento.

   Mateo agarró una taza transparente de uno de los cajones, la colocó en los abdominales de Román y agarró su escroto hinchado. Lo apretó con fuerza y ​​sonrió con saña cuando notó que la pija de Román se movía violentamente. La dura barra de carne parecía estar lista para explotar, las venas gruesas en su falo sobresalían y el presemen bajaba por su punta.

   Román todavía estaba congelado del dolor. Un sonido gutural y sibilante escapó de su boca cuando Mateo apretó sus grandes cojones entre sus manos.

   Mateo observó con feroz deleite cómo los ojos de Román temblaban y parpadeaban. Tomó una pelota en cada una de sus manos y aplastó las dos gónadas carnosas con los dedos.

   Saliva escapaba del labio de Román.

   Mateo se rió y lo soltó. Se inclinó y agarró la taza.

   Román dejó escapar un suspiro de alivio. Sin embargo, esa sensación se truncó cuando el urólogo agarró el escroto con la mano derecha, lo amasó y retorció con los dedos.

   Román gimió roncamente.

   Mateo miró como la polla de Román se retorcía violentamente y agarró el pequeño vaso de vidrio con la mano izquierda. Su mano derecha continuó apretando y torciendo las bolas de gran tamaño familiar.

   De repente, los ojos de Román subieron a su cabeza.

   Mateo sonrió y golpeó los huevos de Román con fuerza.

   La verga estalló con un semen blanco y caliente y Román dejó escapar un grito espeluznante. La leche volaba por todas partes, aterrizando en el suelo, en sus abdominales de Román e incluso en los ojos.

   Mateo sostuvo la taza junto a la polla de Román y atrapó un poco del viscoso líquido blanco.

   —Mmmm —sonrió Mateo. Observó al pene soltar la lava pegajosa. Golpeó las bolas una vez más, haciendo que Román tosiera.

   Un momento después, había terminado. Su cuerpo estaba cubierto de esperma, y ​​el vaso de vidrio estaba medio lleno.

   Román estaba gimiendo de dolor.

   Mateo sonrió y llevó el vaso de vidrio a los labios de Román.

   Román no se resistió, se tragó su propio jugo y cerró los ojos, exhausto, agotado y dolorido.

   —Está bien, eso es todo por hoy —dijo Mateo alegremente. Desató las correas y dejó que Román se bajara de la silla y se acurrucara en el suelo.

   El urólogo miró a su paciente y vio la hueva izquierda sobresalir entre sus nalgas. Se rió y alzó la pierna. Con un fuerte sonido de bofetada, pateó al pobre e indefenso Román, haciendo  que se retorciera y gritara de dolor.

   Román gimió y continuó agarrando sus doloridos genitales.

   Mateo se arrodilló junto al vaquero y sonrió. —Gracias Román. ¡Eso fue genial! Tus gónadas están muy bien en el Proyecto Bastian.

   Román gimió.

   —En serio, lo digo en serio. ¡Fue un placer revisarte!

   Román gimió de nuevo.

   Mateo pasó la mano por el cabello de Román y sonrió.

¿La serie de Revision de bolas con el urologo debe ser alargada? Encuesta culmina el 27/11/2019.

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