VII
El regreso del cementerio no fue muy animado, en parte porque casi era de noche y no habĆamos comido nada en todo el dĆa, y tambiĆ©n porque yo iba estudiando la lĆ”pida de mi bisabuelo. La habĆa leĆdo unas veinte veces, pero no acababa de encontrar algĆŗn significado oculto.
āNo te apures, Chemo. En cuanto lleguemos a Marquelia, mi padre nos darĆ” de cenar su famoso conejo en adobo. Y asĆ podrĆ”s descubrir, Ā”el misterio de Casa Marquelia! ādijo esto Ćŗltimo con un tono histriónico de radionovela.
āGracias, Polo... No me habĆa dado cuenta de que estaba hambriento... Es que este asunto me tiene tan intrigado, que me olvidĆ© por completo de la comida. Ā”Lo siento mucho, de verdad! Te traje de aquĆ para allĆ” y no te ofrecĆ un tiempo para comer. No sĆ© cómo compensĆ”rtelo.
Ahora fue Polo el que me dio un puñetazo juguetón en el hombro. Otra vez sentà esa electricidad perturbadora.
āĀ”Uy, si vieras que estoy cayendo moribundo! Ā”Aaaah, me muero! ādijo con dramatismo y fingió que se desmayaba.
āĀ”Cuidado, vas a perder el control del auto!
Polo rio con aires de autosuficiencia e incluso quitó una mano del volante, para mostrarme que tenĆa completo dominio del vehĆculo.
āMi joven amigo citadino ādijo sin perder la vista en el caminoā, este camino me lo sĆ© de memoria. No podrĆamos chocar ni aunque se nos cruzara un jabalĆ.
Le respondĆ con nerviosismo. En realidad, lo que me tenĆa preocupado es no haber avanzado nada durante todo el dĆa. Y la inscripción en la lĆ”pida de mi bisabuelo no me decĆa nada. VolvĆ a mirar la foto en la pantalla de mi celular, pero no descubrĆ nada nuevo.
En la foto del doctor Pushaq y en la que habĆa tomado hoy, la lĆ”pida decĆa lo mismo: el nombre de mi bisabuelo, sus fechas y la cita bĆblica:
āEl hombre que sigue el camino de la vida, nunca se perderĆ”ā
Deut 23, 2
āNo veo nada raro en esas palabras, pues mi ancestro fue un hombre honesto y recto... Claro, con su gran secreto oculto, pero eso no lo convirtió en un malvado.
āClaro ādijo Poloā, no tiene nada de malo divertirse un rato con la persona que a uno le gusta, Āæno?
ĀæFue mi imaginación o Polo me guiñó un ojo? No tuve tiempo de discernirlo, porque ya habĆamos llegado a Casa Marquelia, donde, ademĆ”s de una opĆpara cena, nos esperaba una noche fantasmal y peligrosa. Polo debe haber visto mi gesto de preocupación, porque me estrechó los hombros con sus enormes manos y me dijo:
āUsted no se angustie, joven Frutos, que aquĆ estĆ” su guardaespaldas que lo protegerĆ” esta noche.
Casi roguĆ© que sufriĆ©ramos otro de esos ataques, pues ardĆa en deseos de ver en acción al galante caballero que me ofrecĆa su escudo y su espada. El problema era que esa casa no dejarĆa insatisfecho mi anhelo.
VIII
DespuĆ©s de la cena y de una urgente ducha que tomĆ©, mientras Gervasio y su inquietante hijo acondicionaban una habitación especial para mĆ, llamĆ© al doctor Pushaq para despejar una duda que me habĆa surgido al releer la lĆ”pida: ĀæquiĆ©n habĆa ordenado tallar esa inscripción?
āBuena pregunta, joven Frutos ārespondió Pushaqā. Nadie lo sabe con exactitud. Unos decĆan que el mismo Clemente BauzĆ”n, antes de morir, mandó grabarla; otros, que su seƱora bisabuela, doƱa Esperanza, habiendo ignorado por completo las circunstancias de la muerte de su marido. Y unos mĆ”s... bueno... Unos mĆ”s afirman que fue don Silvestre Lezama, el capellĆ”n de esa Ć©poca... Otro de los hombres con quien su bisabuelo compartió el lecho.
āĀæY usted quĆ© piensa, doctor Pushaq? āle preguntĆ© con cierta indignación, pues aĆŗn no digerĆa por completo que la honorable historia familiar estuviera impregnada de tantos matices inesperados.
Pushaq se quedó pensando por un momento, hasta que soltó un suspiro y dijo con reservas:
āMe atrevo a opinar que... que fue el padre Silvestre. Me explico: Ć©l tenĆa una Biblia Straubinger, edición prĆncipe, un poco grande y pesada, como se publicaban en esos tiempos. Era su Ćŗnico objeto de valor. La atesoraba mucho porque habĆa sido un regalo del Coronel Frutos. Pues dicen en el pueblo que, tras la muerte del Coronel, llevaba esa Biblia a todos lados y la cuidaba con devoción. Pero al aƱo de la muerte del Coronel, la llevó a Casa Marquelia y ahĆ la guardó, tal vez en la biblioteca.
āĀæUsted ha visto esa Biblia, doctor Pushaq?
āEn lo absoluto. Nunca... nunca me he atrevido a entrar en Casa Marquelia... especialmente por lo de la maldición. Y bueno, por la referencia a dicha Biblia, es porque pienso que el padre Lezama pudo haber sido quien mandó grabar la lĆ”pida. Tal vez la cita del Deuteronomio la sacó de entre sus pĆ”ginas.
Agradecà al doctor Pushaq su información y me dispuse a subir a la habitación. Cuando pasé frente a la biblioteca de la casa, sentà un fuerte impulso para revisar ese libro tan especial. Abrà la puerta y estaba a punto de prender la luz, cuando escuché una voz familiar y encantadora que me llamaba...
āChemo, ya estĆ” lista tu cama. Apuesto a que quieres probarla, Āæno?
Era Polo. Su irresistible llamado hizo que pospusiera la bĆŗsqueda de la Biblia hasta el dĆa siguiente. Un error fatal que pagarĆa muy caro.
Mientras tanto, Gervasio y Polo habĆan vacĆado una pequeƱa habitación de costura de la planta alta. AllĆ colocaron una cama sin cabecera ni partes móviles o desprendibles.
āAquĆ podrĆ” descansar sin que nada lo moleste, joven Anselmo.
āGracias, Gervasio. Usted y Polo han sido de mucha ayuda.
Debà haber puesto una cara de preocupación, porque de inmediato Gervasio buscó tranquilizarme.
āDescuide, mi hijo se quedarĆ” aquĆ para protegerlo... Es lo que hacemos los BauzĆ”n por los Frutos desde hace tres generaciones... Polo vendrĆ” en cualquier momento. Fue a la ducha de la recĆ”mara principal a tomar un baƱo.
āPues ya que Ć©l me ayudarĆ”, me gustarĆa alcanzarlo en la ducha y apoyarlo en su aseoā, querĆa decirle a Gervasio, pero no me pareció prudente expresarle mis deseos a ese hombre tan correcto y respetuoso.
En cuanto Gervasio se fue, reinó el silencio en la habitación. No quise atrancar la puerta hasta que no llegara Polo, quien por cierto se estaba tomando su tiempo en la ducha. En tanto, decidĆ entretenerme un rato con mi telĆ©fono celular. Mientras buscaba las redes sociales de Polo, un banner sobre una iglesia-casino me recordó la cita bĆblica tallada en la tumba de mi bisabuelo.
āĀ”QuĆ© tonto!ā, me dije. Todo el tiempo pude haber buscado ese pasaje bĆblico en mi celular, sin necesidad de acudir a un pesado y polvoriento libro, pero no se me habĆa ocurrido por la carga de toda la información que tuve que digerir durante el dĆa.
AsĆ que abrĆ la foto de la lĆ”pida, memoricĆ© la cita y tecleĆ© en el buscador de Google āDeuteronomio 23, 2ā. Como los primeros resultados eran de biblias evangĆ©licas, optĆ© por buscar la Biblia de JerusalĆ©n, enteramente católica... Aunque lo mejor serĆa localizar la mismĆsima Biblia Straunbinger. AsĆ lo hice, pero no me costó trabajo hallarla, porque es la favorita de mucha gente en la Argentina.
AllĆ estaba el quinto libro de la Biblia, con su largo nombre. BusquĆ© el capĆtulo 23 y me fui directo a su segundo versĆculo... Pero lo que encontrĆ© no era nada parecido a lo grabado en la lĆ”pida: āEl hombre que sigue el camino de la vida, nunca se perderĆ”ā.
En su lugar, aparecĆan unas palabras que me hicieron sudar frĆo.
āĀæQuĆ©? ĀæEstĆ”s viendo un video de fantasmas? ādijo Polo desde el marco de la puerta.
Si no hubiera sido por lo anonadado que yo estaba, habrĆa saltado sobre ese pedazo de semental, cuyo torso desnudo, salpicado de gotas de agua, lucĆa unos abdominales de mĆ”rmol y unos pectorales de gladiador romano cubiertos de una ligera capa de vellosidad. La toalla atorada alrededor de su cintura ajustaba lo suficiente como para resaltar una enorme protuberancia que seguro triplicarĆa su tamaƱo con cualquier estĆmulo correcto.
Pero mi mente sólo registró ese poderoso estĆmulo visual para un momento posterior, porque ahora se hallaba suspendida entre la perturbación y la claridad que produce una aguda revelación.
āĀ”Polo, no vas a creer lo que encontrĆ©! Ā”Las palabras de la lĆ”pida de mi bisabuelo no son las correctas!
Polo hizo un gesto de sorpresa y se sacudió unas gotas de agua de la cabeza.
āĀæCómo? Ā”Ah, caray! ĀæPues quĆ© hallaste?
āMira...
Le acerqué la pantalla del celular y dejó escapar un grito de sorpresa cuando leyó la cita original:
El hombre que tenga los testĆculos aplastados o el pene mutilado no serĆ” admitido en la asamblea de YahvĆ©.
Deuteronomio 23, 2
āĀ”Carajo! Ā”O sea que el Coronel Frutos no iba a entrar al Cielo! ĀæVerdad? Ā”QuĆ© mala pasada! Con lo que sufrió aquĆ.
āAparentemente, asĆ fue... ĀæPero quiĆ©n habrĆ” tenido la macabra idea de mencionar esa cita en la lĆ”pida? Es como si... Como si...
Entonces vino la revelación. Ese alguien misterioso quiso darnos desde el principio la clave del misterio. Sólo tenĆa que esperar a que un miembro de la familia Frutos desconfiara de la cita bĆblica grabada en la tumba.
āĀæY entonces? āpreguntó Polo ansiosamente, mientras se vestĆa con unos pants grises y una playera blanca ceƱida.
āEntonces...
BostecƩ profundamente y me di cuenta de lo cansado que estaba.
āCreo que podrĆamos seguir maƱana. Ya casi lo tenemos, Polo... Ahora tenemos que organizar la jornada de descanso. ĀæTe parece bien que descansemos por turnos, mientras el otro vigila que nada entre a la habitación?
Polo sonrió, me sujetó de los hombros y me sentó en la cama.
āNo, seƱorito Frutos, usted se acostarĆ” plĆ”cidamente mientras su guardiĆ”n se mantiene vigilante. Ande, póngase el pijama y duerma como bebĆ©.
āĀ”No, Polo! ādije con Ć©nfasisā. Los dos estamos cansados, asĆ que no es justo que sólo yo duerma. AdemĆ”s, no pienso ponerme ropa de cama. Si nos atacan, esas prendas serĆ”n una pobre defensa contra cualquier golpe a los genitales. Lo digo sobre todo por ti, porque como no te pusiste ropa interior, tus pants dejan muy vulnerables ālas joyas de tu familiaā.
Polo se rio juguetonamente y me empujó suavemente sobre la almohada.
āNo te preocupes. Ya he acompaƱado a mi padre muchas noches en esta jodida mansión, asĆ que sĆ© cómo mantenerme despierto y a salvo. TĆŗ duerme, Chemo, y ya maƱana terminaremos de resolver el misterio.
¿Cómo resistirse al viril dominio de este macho que sabe cómo imponerse frente al cansancio y el peligro?
āBueno, deberĆamos dormir juntos para estar mĆ”s protegidosā, le hubiera dicho si no fuera porque, en ese momento, el sueƱo dominaba mis sentidos mĆ”s que el arrebatador espĆ©cimen masculino que velarĆa mi descanso.
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