IX
En cuanto dieron las 3:33 a.m., los fuertes golpes a la puerta me despertaron. “La maldiciĆ³n”, supuse.
—Vuelve a dormir, Anselmo. No es nada. Al rato dejarĆ”n de molestar... —advirtiĆ³ Polo con la voz mĆ”s calmada que pudo fingir.
TratĆ© de conciliar el sueƱo, pero me fue imposible: mi adrenalina se habĆa disparado y estaba completamente alerta.
—No puedo dormir —dije al mismo tiempo que me levantaba.
—¡QuĆ© trates de dormir, hombre! —insistiĆ³ Polo con cierta rudeza, aunque de inmediato recapacitĆ³—. Lo siento, es que, la verdad, esto me pone un poco alterado.
Instintivamente, lo tomĆ© del brazo como para comunicarle que no habĆa problema en que mostrara sus emociones... Pero al palpar los firmes mĆŗsculos de sus bĆceps, sĆ³lo pude sentirme un poco excitado.
—N-no, no hay pro-problema, Polo —titubeĆ©.
Con naturalidad, Ć©l tomĆ³ mi mano y la estrechĆ³ con ternura, pero de inmediato volviĆ³ a su estado de alerta porque los golpes a la puerta aumentaban de intensidad.
—EstĆ”n tratando de entrar con todo... Nunca habĆan sido tan insistentes... Si llegan a entrar, Anselmo, debes...
Los golpes cesaron de repente. Durante unos segundos, el silencio atronador resultĆ³ mĆ”s torturante que el estruendo. Ambos sabĆamos que no estĆ”bamos a salvo, y que los espĆritus que movĆan los objetos no se quedarĆan conformes.
Tan absortos estƔbamos con la vista en la puerta, que no reparamos en el entorno inmediato.
—Polo, ¿quĆ© hacen los espĆritus si no encuentran cĆ³mo atacar? ¿Has estado en una situaciĆ³n como esta?
Polo se relajĆ³ un momento, como si estuviera a punto de narrar una de sus grandes aventuras.
—¡Uuuy, Anselmo, no los creas tan listos! Son duendes salvajes que no piensan, sĆ³lo atacan a lo bruto. El caso es no dejarles objetos a la vista y a tu paso.
—Por cierto, Polo, ¿a quĆ© hora dejamos en el piso esa sĆ”bana.
—¿CuĆ”l sĆ”b...?
De inmediato, Polo fue elevado a los aires por la sĆ”bana que se habĆa deslizado lentamente entre sus piernas y que ahora lo levantaba de la entrepierna, lo que ejercĆa una fuerte presiĆ³n en su ingle. AdemĆ”s, el pants que vestĆa no le otorgaba la defensa adecuada que podrĆan haberle dado unos jeans ajustados.
—¡Polo! —gritĆ© mientras trataba de sujetar la sĆ”bana.
Polo se tirĆ³ a un lado y asĆ pudo liberarse del doloroso columpio, pero no tuvo oportunidad de aliviar sus testĆculos porque la sĆ”bana habĆa formado un nudo en el extremo y ahora se lanzaba con velocidad hacia la entrepierna del atlĆ©tico joven.
En cuanto quise ir a rescatarlo, la cama me empujĆ³ hacia una pared y no me permitĆa salir.
Mientras una frazada se enredaba en el torso de Polo e inmovilizaba sus poderosos brazos, la sĆ”bana del nudo se lanzaba cruelmente contra sus testĆculos, golpeando una, dos y tres veces, con una pausa. Polo gemĆa y exhalaba con fuerza, pero no caĆa doblado debido a su natural resistencia.
Pero cualquier sujeto, por mĆ”s potente que fuera, no podrĆa soportar mucho tiempo que le aplastaran su hombrĆa, asĆ que en algĆŗn momento Polo se agotarĆa, y yo no querĆa que llegara a ese punto. Entonces, me agachĆ© y me deslicĆ© por debajo de la cama, lo que me permitiĆ³ alcanzar a Polo, soltarle la frazada, abrazarlo y empujarlo hacia el piso, donde quedamos protegidos, pues nuestras zonas genitales se cubrĆan a sĆ mismas y sĆ³lo quedaba expuesto mi trasero.
La sĆ”bana atacante tratĆ³ de golpearme, pero no lo conseguĆa.
—¿Avanzamos hacia la puerta? —le propuse a Polo—. Aunque nos lleve un tiempo, la sĆ”bana no podrĆ” atacarnos.
—¡Vamos!
Usamos nuestros pies para impulsarnos y avanzar, Ʃl boca arriba y yo boca abajo, pero no logrƔbamos llegar a la puerta.
—¡Polo, abrĆ”zame y deja que yo nos haga avanzar con el impulso de mis brazos!
En efecto, el atlĆ©tico joven me sujetĆ³ con fuerza mientras yo usaba mis brazos como palanca para recorrer mĆ”s trecho. Casi llegĆ”bamos a la puerta, cuando Polo gritĆ³:
—¡Cuidado, la cama!
El pesado mueble se nos abalanzĆ³ y tratĆ³ de aplastarnos, pero Polo me empujĆ³ y me alejĆ³, por lo que recibiĆ³ en sus testĆculos el impacto de la pesada pata. El pobre quedĆ³ atrapado como los luchadores que son castigados en la esquina del ring, cuando el contrincante jala sus pies y estrella la entrepierna en el poste.
La cama tomĆ³ impulso para volver a asestar un fuerte golpe a Polo, pero mi Ć”gil guardiĆ”n pudo esquivarlo a tiempo, aunque seguĆa adolorido por el ataque anterior.
Como pude, sujetĆ© la cama y forcejeĆ© con ella hasta que pude apuntarla hacia una direcciĆ³n lejana a Polo, asĆ que, aprovechando el impulso que el mueble tomĆ³, la soltĆ© y se proyectĆ³ contra una pared de madera, donde quedĆ³ atrapada. Mientras la cama trataba de liberarse, ambos nos colocamos contra uno de los muros para proteger las zonas genitales.
—¡Anselmo, escĆŗchame bien! Hay que llegar a la bodeguita que estĆ” bajo la escalera principal. Es un cuarto de seguridad que mi abuelo construyĆ³ hace tiempo...
—¿Y por quĆ© tu padre no me hablĆ³ de ese sitio cuando lleguĆ©? —le respondĆ un tanto molesto por no saber sobre ese refugio.
Polo me puso una pesada mano en mi hombro para callarme. TenĆa razĆ³n: no era el momento adecuado para reclamos.
—Tenemos que avanzar hacia el pasillo, bajar la escalera y girar la esfera que estĆ” al inicio de la barandilla; eso abrirĆ” los tres primeros escalones. Esa es la puerta de la bodeguita. AllĆ no hay ningĆŗn objeto. MĆ©tete y cierra de inmediato. ¡No me esperes! ¡Yo distraerĆ© a los putos duendes!
—¡No, yo no entrarĆ© ahĆ sin ti!
—¡Ćyeme bien! ¡Yo sĆ© lidiar con esta maldiciĆ³n mucho mĆ”s que tĆŗ, asĆ que obedĆ©ceme! ¡Si no te protejo, nadie mĆ”s podrĆ” romper este maldito embrujo! ¿Entiendes?
AsentĆ con rapidez y recibĆ una palmada de aliento del buen Polo, el hombre dispuesto a sacrificar su salud testicular por un tipo que apenas habĆa conocido el dĆa anterior.
—¿Listo? —preguntĆ³ Polo mientras sujetaba la perilla—. Uno, dos... ¡Tres!
Polo abriĆ³ la puerta y saliĆ³ disparado en direcciĆ³n contraria adonde yo tenĆa que correr, seguido por varios objetos a gran velocidad. Yo me lancĆ© hacia el otro lado y pronto divisĆ© la escalera, pero me detuve al oĆr las fuertes quejas de Polo. Seguramente, sus testĆculos estaban siendo golpeados con una intensidad que Ć©l no esperaba. Y como no pude quedarme tranquilo, gritĆ© su nombre con gran angustia.
Nunca lo hubiera hecho.
De inmediato, como si estuvieran atentos a cualquier ruido, un candelabro, un pisapapeles y un libro grueso salieron disparados hacia mĆ, pero en vez de echar a correr, me quedĆ© paralizado de terror sabiendo el castigo que recibirĆa por mi imprudencia.
Justo antes de que el candelabro de mano se estrellara contra mis genitales, Polo me tirĆ³ al piso y me protegiĆ³ con su espalda.
—¡Pero quĆ© haces! ¡Corre a la bodeguita!
—¡QuerĆa ayudarte!
—¡No seas bobo, deja de pensar en mĆ y preocĆŗpate por resguardarte! —dijo empujĆ”ndome para que me levantara.
Pero en cuanto me puse en pie, el pesado libro entrĆ³ por el compĆ”s de mis piernas y se estrellĆ³ contra mis pobres bolas. El dolor inesperado me tirĆ³ al piso y me provocĆ³ nĆ”useas, pero nada comparado con lo que seguramente estaba sufriendo Polo, quien se enfrentaba al pesado pisapapeles que bien habrĆa podido pesar un kilo. El objeto se disparaba alternadamente contra los testĆculos de Polo como si fuera accionado por un mecanismo de repeticiĆ³n: lo golpeaba una vez, tomaba distancia y volvĆa a golpearlo.
Como pude, me levantĆ© y me lancĆ© sobre el pisapapeles, pero mientras lo sujetaba, el libro volviĆ³ a atacarme, asĆ que cerrĆ© el compĆ”s de mis piernas y no le di opciĆ³n de que me atacara con su estilo particular.
En tanto, varios gatos de porcelana se proyectaban como kamikazes en la entrepierna de Polo, quien no podĆa levantarse del piso y luchaba por protegerse con sus enormes manos.
Para ayudarlo, me saquĆ© el cinturĆ³n, lo pasĆ© por el medio de las pĆ”ginas del libro y me lo sujetĆ© a la altura de la entrepierna, asĆ pude evitar que el candelabro me golpeara mientras pateaba los gatos de porcelana antes de que siguieran estrellĆ”ndose contra las gĆ³nadas de Polo.
En tanto los duendes, o lo que fueran, tomaban nuevo impulso con otros objetos, le tendĆ la mano a Polo, ayudĆ© a que se levantara y me puse de espaldas a Ć©l, muy pegado, para protegerlo.
—¡No, Anselmo, se entiende que yo soy quien te protegerĆa...!
—¡Los dos nos cuidaremos, Polo, asĆ que dĆ©jate apoyar!
A pesar del peligro que corrĆamos, Polo me abrazĆ³ con fuerza y comenzĆ³ a caminar conmigo, pero no podĆamos avanzar mucho porque dĆ”bamos pasos cortos con las piernas cerradas. Sin embargo, aunque algunos libros, figuras de porcelana, plumeros o juguetes antiguos trataban de golpearnos, no lograban hacernos daƱo porque no podĆan acceder a nuestros testĆculos.
Cuando llegamos a la escalera, comenzamos a bajar despacio, pero nos costaba mucho coordinar el descenso.
—Mejor bajemos de lado, para que ambos demos el paso al mismo tiempo —sugiriĆ³ Polo.
En esa posiciĆ³n, logramos pisar los escalones con cierta velocidad sin desprotegernos, lo que nos dio una sĆŗbita sensaciĆ³n de triunfo, sobre todo porque los objetos levitaban a nuestro alrededor sin poder acercarse.
—Nunca se habĆan lanzado de esa manera, con tanta ferocidad —observĆ³ Polo—, ni habĆan sido tantos. Tal vez los duendes se ensaƱaron conmigo porque me burlĆ© de ellos.
—Pues... mejor hay que respetarlos.
Como yo iba pegado a la barandilla, cuando llegamos al final de la escalera me tocĆ³ hacer girar la esfera de madera. De inmediato oĆmos un clic y supimos que estĆ”bamos a salvo.
—Ahora, Anselmo, abre lentamente los escalones. Y cuando te lo diga, nos metemos veloces como coyotes, eh.
—Entendido.
La entrada a la bodeguita era muy baja, asĆ que tendrĆamos que hacer un movimiento brusco para poder entrar, por lo que tal vez nos golpearĆamos la cabeza.
JalĆ© el escalĆ³n superior y ese y los dos restantes giraron como uno solo.
—Listo, Polo. Cuando me des la seƱal...
Pero mi compaƱero guapetĆ³n no respondiĆ³. En toda la casa, se hizo un silencio sepulcral. Ya no se oĆa a los objetos y sĆ³lo se escuchaba la agitada respiraciĆ³n de Polo.
Cuando lo volvĆ a llamar, su voz se oyĆ³ como apagada.
—PensĆ© que nos habĆamos librado de Ć©l.
—¿De quĆ© hablas, Polo? ¡Entremos ya a la bodeguita!
De pronto, el ruido de un objeto que pegaba en el piso empezĆ³ a dominar el ambiente. Cada tres segundos, el sonido se repetĆa y se iba acercando mĆ”s a nosotros.
—¡Anselmo, si te mueves, la mayor amenaza de esta casa nos atacarĆ” con una furia que no has visto! AsĆ que, cuando yo te diga, entrarĆ”s a la bodeguita tan rĆ”pido como puedas. No darĆ” tiempo de que entremos los dos.
—¿Pero de quĆ© amenaza hablas?
—EstĆ” frente a mĆ y se estĆ” acercando, pero no puedes verla por la posiciĆ³n de tu cuerpo. CrĆ©eme cuando te digo que es lo peor a lo que te has enfrentado en esta casa.
Como el tonto que a veces soy, girĆ© un poco el cuerpo, obligado por la curiosidad. SĆ³lo pude ver un grueso bastĆ³n de madera con una enorme empuƱadura de rubĆ antes de que Polo gritara...
—¡No, Anselmo!
Pero ya era tarde, porque el ataque de los objetos se reanudĆ³ con mayor brutalidad. El libro protector se zafĆ³ de mi cintura y cayĆ³ al piso. Entonces, dos pesados ceniceros comenzaron a golpear alternadamente mis testĆculos, mientras que la culata de una escopeta machacaba los de Polo. Fue inĆŗtil tratar de protegernos, porque los embates nos fueron separando hasta que nos alejamos un poco de la escalera.
Como si de una pasarela de agresores se tratara, los objetos se iban turnando para aplastar lo que nos quedaba de virilidad: una lamparita, un pequeƱo Pensador de Rodin y una palangana de peltre me dieron cada uno tres golpes hasta que me derribaron.
Pero a Polo le fue peor: un jarrĆ³n chino le aplastĆ³ las gĆ³nadas hasta que se hizo aƱicos; el auricular de un telĆ©fono viejo lo golpeĆ³ como si fuera un lĆ”tigo, ayudado por el cable del aparato; y un atizador de la chimenea se colocĆ³ debajo de su entrepierna y comenzĆ³ a empujarlo hacia arriba.
Polo resistĆa con una fuerza sorprendente, pues aguantaba los golpes con una entereza que nunca habĆa visto en ningĆŗn varĆ³n. Sin embargo, cada vez se le veĆa el rostro mĆ”s enrojecido y sus sollozos eran mĆ”s intensos. Lo peor es que la ropa que traĆa puesta, el pants deportivo, no le daba ningĆŗn soporte y permitĆa que sus testĆculos se movieran con mĆ”s facilidad.
ArrastrĆ”ndome boca abajo, me acerquĆ© y le di una patada al atizador, con lo cual conseguĆ un respiro para Polo, pero no estĆ”bamos cerca de ponernos a salvo.
Polo se derrumbĆ³ con las manos en la zona genital y totalmente debilitado.
—Anselmo... o uno de los dos se salva... o los dos estaremos bien jodidos antes de que amanezca. AsĆ que intentarĆ© distraerlos una vez mĆ”s... antes de que nos sigan machacando los huevos... o que ese decida atacarnos.
—¿A quiĆ©n te refieres?
Polo seƱalĆ³ nuevamente el bastĆ³n que antes habĆa entrado de manera ceremoniosa.
—Pero si es un objeto como cualquiera... ¡Cuidado, Polo!
Una a una, las bolas de billar del salĆ³n de juegos se fueron deslizando hasta chocar contra la muy vulnerada hombrĆa de Polo. Y con el riesgo de salir lastimado de sus manos, ni quisiera las ponĆa como defensa, sĆ³lo trataba de cerrar sus piernas ante cada embate.
Yo ni siquiera podĆa ayudarlo porque me enfrentaba al atizador de la chimenea, que trataba de encajarse en mi ingle; pero como habĆa logrado ponerme boca abajo, el estĆŗpido objeto no hallaba el Ć”ngulo para reventarme las gĆ³nadas.
Justo cuando la bola 15 rematĆ³ el ataque a Polo, el bastĆ³n con remate de rubĆ dio tres golpes en el piso y todos los objetos se quedaron suspendidos en el aire. Lo mĆ”s sorprendente es que, ¡el bastĆ³n avanzĆ³ hacia nosotros como si estuviera empuƱado por una mano invisible!
—¡Te lo dije, Anselmo! ¡Ahora, Ć©l tiene el control!
—¡Pero quiĆ©n carajos es “Ć©l”!
La respuesta me llegĆ³ en cuando me puse boca arriba y mirĆ© el enorme cuadro que dominaba el salĆ³n, con mi bisabuelo en una pose hierĆ”tica que expresaba coraje, fuerza y determinaciĆ³n. Portaba en su mano, con ligereza y gracia, el bastĆ³n que ahora, frente a nosotros, parecĆa la mayor amenaza a la que nos habĆamos enfrentado. Y vaya que tenĆa razĆ³n.
—Una noche, hace aƱos, ese bastĆ³n nos persiguiĆ³ y atacĆ³ a mi padre y a mĆ por toda la casa. ¡Casi deja sin hombrĆa a mi padre si no es porque logrĆ© encerrarlo en la alacena! ¡Pero, desde esa noche, se convirtiĆ³ en nuestro peor enemig...!
El bastĆ³n golpeĆ³ en el piso para indicar a Polo que debĆa guardar silencio. Luego, la empuƱadura de rubĆ nos indicĆ³ que debĆamos ponernos de pie.
—¡AquĆ va, Anselmo! Yo lo detendrĆ© mientras corres a la bodeguita... ¡Ven cabrĆ³n! —le dijo Polo al bastĆ³n—. ¡RĆ³mpeme los huevos, si es lo que quieres! ¡Anda, Ć©chame tu mejor golpe!
Yo di un largo salto que me acercĆ³ lo suficiente a la escalera, y estaba a punto de acceder al interior de la bodeguita cuando vi que el bastĆ³n le propinaba a Polo el golpe mĆ”s duro que mi fiel caballero habĆa recibido en toda la noche. Polo gritĆ³ de dolor y soltĆ³ algunas lĆ”grimas, al tiempo que se tiraba al piso y se sobaba sus maltratados testĆculos.
—¡Entra ya, carajo! —alcanzĆ³ a gritarme Polo, antes de que el bastĆ³n se colocara en posiciĆ³n de ataque.
Como si estuviera resignado a un castigo, Polo se puso de pie con el rostro enrojecido, abriĆ³ el compĆ”s de sus piernas y sonriĆ³ burlonamente.
—¡Dale, viejo! —dijo en tono sarcĆ”stico—. ¡A ver si puedes reventarme los huevotes!
El bastĆ³n se elevĆ³ unos dos metros para tomar impulso y se lanzĆ³ contra la ingle desprotegida de Polo, quien cerrĆ³ los ojos a la espera del golpe que lo dejarĆa sin virilidad.
Pero mi valiente y gallardo guardiĆ”n no recibiĆ³ lo que esperaba.
Cuando abriĆ³ los ojos, Polo me vio sosteniendo el bastĆ³n con toda la fuerza que tenĆa.
—¡Basta, abuelo! —le gritĆ© a aquello que sostenĆa el bastĆ³n—. ¡Soy Anselmo Frutos, tu bisnieto! ¡EscĆŗchame bien, viejo cabrĆ³n! ¡Vas a dejar de atacarnos o te juro que echarĆ© fuego a tu preciada casa y la reducirĆ© a cenizas!
El bastĆ³n cayĆ³ al piso, junto con todos los objetos que se mantenĆan suspendidos en el aire. Al menos por ahora, estĆ”bamos a salvo.
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