El misterio de Casa Marquelia (IV) - Las Bolas de Pablo

Lo mƔs nuevo

11 ago 2020

demo-image

El misterio de Casa Marquelia (IV)

IX
MCM+Anselmo+Frutos

MCM+Polo+Bauzan+b

En cuanto dieron las 3:33 a.m., los fuertes golpes a la puerta me despertaron. ā€œLa maldiciónā€, supuse. 
—Vuelve a dormir, Anselmo. No es nada. Al rato dejarĆ”n de molestar... —advirtió Polo con la voz mĆ”s calmada que pudo fingir. 
TratƩ de conciliar el sueƱo, pero me fue imposible: mi adrenalina se habƭa disparado y estaba completamente alerta.
—No puedo dormir —dije al mismo tiempo que me levantaba.
—”QuĆ© trates de dormir, hombre! —insistió Polo con cierta rudeza, aunque de inmediato recapacitó—. Lo siento, es que, la verdad, esto me pone un poco alterado.
Instintivamente, lo tomĆ© del brazo como para comunicarle que no habĆ­a problema en que mostrara sus emociones... Pero al palpar los firmes mĆŗsculos de sus bĆ­ceps, sólo pude sentirme un poco excitado. 
—N-no, no hay pro-problema, Polo —titubeĆ©. 
Con naturalidad, Ć©l tomó mi mano y la estrechó con ternura, pero de inmediato volvió a su estado de alerta porque los golpes a la puerta aumentaban de intensidad. 
—EstĆ”n tratando de entrar con todo... Nunca habĆ­an sido tan insistentes... Si llegan a entrar, Anselmo, debes...
Los golpes cesaron de repente. Durante unos segundos, el silencio atronador resultó mĆ”s torturante que el estruendo. Ambos sabĆ­amos que no estĆ”bamos a salvo, y que los espĆ­ritus que movĆ­an los objetos no se quedarĆ­an conformes. 
Tan absortos estĆ”bamos con la vista en la puerta, que no reparamos en el entorno inmediato. 
—Polo, ĀæquĆ© hacen los espĆ­ritus si no encuentran cómo atacar? ĀæHas estado en una situación como esta?
Polo se relajó un momento, como si estuviera a punto de narrar una de sus grandes aventuras.
—”Uuuy, Anselmo, no los creas tan listos! Son duendes salvajes que no piensan, sólo atacan a lo bruto. El caso es no dejarles objetos a la vista y a tu paso. 
—Por cierto, Polo, Āæa quĆ© hora dejamos en el piso esa sĆ”bana.
—¿CuĆ”l sĆ”b...?
De inmediato, Polo fue elevado a los aires por la sÔbana que se había deslizado lentamente entre sus piernas y que ahora lo levantaba de la entrepierna, lo que ejercía una fuerte presión en su ingle. AdemÔs, el pants que vestía no le otorgaba la defensa adecuada que podrían haberle dado unos jeans ajustados.
—”Polo! —gritĆ© mientras trataba de sujetar la sĆ”bana. 
Polo se tiró a un lado y asĆ­ pudo liberarse del doloroso columpio, pero no tuvo oportunidad de aliviar sus testĆ­culos porque la sĆ”bana habĆ­a formado un nudo en el extremo y ahora se lanzaba con velocidad hacia la entrepierna del atlĆ©tico joven. 
En cuanto quise ir a rescatarlo, la cama me empujó hacia una pared y no me permitĆ­a salir. 
Mientras una frazada se enredaba en el torso de Polo e inmovilizaba sus poderosos brazos, la sĆ”bana del nudo se lanzaba cruelmente contra sus testĆ­culos, golpeando una, dos y tres veces, con una pausa. Polo gemĆ­a y exhalaba con fuerza, pero no caĆ­a doblado debido a su natural resistencia. 
Pero cualquier sujeto, por mĆ”s potente que fuera, no podrĆ­a soportar mucho tiempo que le aplastaran su hombrĆ­a, asĆ­ que en algĆŗn momento Polo se agotarĆ­a, y yo no querĆ­a que llegara a ese punto. Entonces, me agachĆ© y me deslicĆ© por debajo de la cama, lo que me permitió alcanzar a Polo, soltarle la frazada, abrazarlo y empujarlo hacia el piso, donde quedamos protegidos, pues nuestras zonas genitales se cubrĆ­an a sĆ­ mismas y sólo quedaba expuesto mi trasero. 
La sĆ”bana atacante trató de golpearme, pero no lo conseguĆ­a. 
—¿Avanzamos hacia la puerta? —le propuse a Polo—. Aunque nos lleve un tiempo, la sĆ”bana no podrĆ” atacarnos. 
—”Vamos!
 Usamos nuestros pies para impulsarnos y avanzar, Ć©l boca arriba y yo boca abajo, pero no logrĆ”bamos llegar a la puerta. 
—”Polo, abrĆ”zame y deja que yo nos haga avanzar con el impulso de mis brazos!
En efecto, el atlĆ©tico joven me sujetó con fuerza mientras yo usaba mis brazos como palanca para recorrer mĆ”s trecho. Casi llegĆ”bamos a la puerta, cuando Polo gritó: 
—”Cuidado, la cama!
El pesado mueble se nos abalanzó y trató de aplastarnos, pero Polo me empujó y me alejó, por lo que recibió en sus testículos el impacto de la pesada pata. El pobre quedó atrapado como los luchadores que son castigados en la esquina del ring, cuando el contrincante jala sus pies y estrella la entrepierna en el poste.
La cama tomó impulso para volver a asestar un fuerte golpe a Polo, pero mi Ć”gil guardiĆ”n pudo esquivarlo a tiempo, aunque seguĆ­a adolorido por el ataque anterior. 
Como pude, sujetĆ© la cama y forcejeĆ© con ella hasta que pude apuntarla hacia una dirección lejana a Polo, asĆ­ que, aprovechando el impulso que el mueble tomó, la soltĆ© y se proyectó contra una pared de madera, donde quedó atrapada. Mientras la cama trataba de liberarse, ambos nos colocamos contra uno de los muros para proteger las zonas genitales. 
—”Anselmo, escĆŗchame bien! Hay que llegar a la bodeguita que estĆ” bajo la escalera principal. Es un cuarto de seguridad que mi abuelo construyó hace tiempo...
—¿Y por quĆ© tu padre no me habló de ese sitio cuando lleguĆ©? —le respondĆ­ un tanto molesto por no saber sobre ese refugio. 
Polo me puso una pesada mano en mi hombro para callarme. TenĆ­a razón: no era el momento adecuado para reclamos. 
—Tenemos que avanzar hacia el pasillo, bajar la escalera y girar la esfera que estĆ” al inicio de la barandilla; eso abrirĆ” los tres primeros escalones. Esa es la puerta de la bodeguita. AllĆ­ no hay ningĆŗn objeto. MĆ©tete y cierra de inmediato. Ā”No me esperes! Ā”Yo distraerĆ© a los putos duendes!
—”No, yo no entrarĆ© ahĆ­ sin ti! 
—”Óyeme bien! Ā”Yo sĆ© lidiar con esta maldición mucho mĆ”s que tĆŗ, asĆ­ que obedĆ©ceme! Ā”Si no te protejo, nadie mĆ”s podrĆ” romper este maldito embrujo! ĀæEntiendes?
AsentĆ­ con rapidez y recibĆ­ una palmada de aliento del buen Polo, el hombre dispuesto a sacrificar su salud testicular por un tipo que apenas habĆ­a conocido el dĆ­a anterior. 
—¿Listo? —preguntó Polo mientras sujetaba la perilla—. Uno, dos... Ā”Tres!
Polo abrió la puerta y salió disparado en dirección contraria adonde yo tenĆ­a que correr, seguido por varios objetos a gran velocidad. Yo me lancĆ© hacia el otro lado y pronto divisĆ© la escalera, pero me detuve al oĆ­r las fuertes quejas de Polo. Seguramente, sus testĆ­culos estaban siendo golpeados con una intensidad que Ć©l no esperaba. Y como no pude quedarme tranquilo, gritĆ© su nombre con gran angustia. 
Nunca lo hubiera hecho. 
De inmediato, como si estuvieran atentos a cualquier ruido, un candelabro, un pisapapeles y un libro grueso salieron disparados hacia mĆ­, pero en vez de echar a correr, me quedĆ© paralizado de terror sabiendo el castigo que recibirĆ­a por mi imprudencia. 
Justo antes de que el candelabro de mano se estrellara contra mis genitales, Polo me tiró al piso y me protegió con su espalda. 
—”Pero quĆ© haces! Ā”Corre a la bodeguita!
—”QuerĆ­a ayudarte!
—”No seas bobo, deja de pensar en mĆ­ y preocĆŗpate por resguardarte! —dijo empujĆ”ndome para que me levantara. 
Pero en cuanto me puse en pie, el pesado libro entró por el compĆ”s de mis piernas y se estrelló contra mis pobres bolas. El dolor inesperado me tiró al piso y me provocó nĆ”useas, pero nada comparado con lo que seguramente estaba sufriendo Polo, quien se enfrentaba al pesado pisapapeles que bien habrĆ­a podido pesar un kilo. El objeto se disparaba alternadamente contra los testĆ­culos de Polo como si fuera accionado por un mecanismo de repetición: lo golpeaba una vez, tomaba distancia y volvĆ­a a golpearlo. 
Como pude, me levantĆ© y me lancĆ© sobre el pisapapeles, pero mientras lo sujetaba, el libro volvió a atacarme, asĆ­ que cerrĆ© el compĆ”s de mis piernas y no le di opción de que me atacara con su estilo particular. 
En tanto, varios gatos de porcelana se proyectaban como kamikazes en la entrepierna de Polo, quien no podĆ­a levantarse del piso y luchaba por protegerse con sus enormes manos. 
Para ayudarlo, me saquĆ© el cinturón, lo pasĆ© por el medio de las pĆ”ginas del libro y me lo sujetĆ© a la altura de la entrepierna, asĆ­ pude evitar que el candelabro me golpeara mientras pateaba los gatos de porcelana antes de que siguieran estrellĆ”ndose contra las gónadas de Polo. 
En tanto los duendes, o lo que fueran, tomaban nuevo impulso con otros objetos, le tendĆ­ la mano a Polo, ayudĆ© a que se levantara y me puse de espaldas a Ć©l, muy pegado, para protegerlo. 
—”No, Anselmo, se entiende que yo soy quien te protegerĆ­a...!
—”Los dos nos cuidaremos, Polo, asĆ­ que dĆ©jate apoyar!
A pesar del peligro que corrĆ­amos, Polo me abrazó con fuerza y comenzó a caminar conmigo, pero no podĆ­amos avanzar mucho porque dĆ”bamos pasos cortos con las piernas cerradas. Sin embargo, aunque algunos libros, figuras de porcelana, plumeros o juguetes antiguos trataban de golpearnos, no lograban hacernos daƱo porque no podĆ­an acceder a nuestros testĆ­culos. 
Cuando llegamos a la escalera, comenzamos a bajar despacio, pero nos costaba mucho coordinar el descenso. 
—Mejor bajemos de lado, para que ambos demos el paso al mismo tiempo —sugirió Polo.
En esa posición, logramos pisar los escalones con cierta velocidad sin desprotegernos, lo que nos dio una sĆŗbita sensación de triunfo, sobre todo porque los objetos levitaban a nuestro alrededor sin poder acercarse. 
—Nunca se habĆ­an lanzado de esa manera, con tanta ferocidad —observó Polo—, ni habĆ­an sido tantos. Tal vez los duendes se ensaƱaron conmigo porque me burlĆ© de ellos. 
—Pues... mejor hay que respetarlos.
Como yo iba pegado a la barandilla, cuando llegamos al final de la escalera me tocó hacer girar la esfera de madera. De inmediato oĆ­mos un clic y supimos que estĆ”bamos a salvo. 
—Ahora, Anselmo, abre lentamente los escalones. Y cuando te lo diga, nos metemos veloces como coyotes, eh. 
—Entendido. 
La entrada a la bodeguita era muy baja, asĆ­ que tendrĆ­amos que hacer un movimiento brusco para poder entrar, por lo que tal vez nos golpearĆ­amos la cabeza. 
JalĆ© el escalón superior y ese y los dos restantes giraron como uno solo. 
—Listo, Polo. Cuando me des la seƱal...
Pero mi compaƱero guapetón no respondió. En toda la casa, se hizo un silencio sepulcral. Ya no se oĆ­a a los objetos y sólo se escuchaba la agitada respiración de Polo. 
Cuando lo volvĆ­ a llamar, su voz se oyó como apagada. 
—PensĆ© que nos habĆ­amos librado de Ć©l. 
—¿De quĆ© hablas, Polo? Ā”Entremos ya a la bodeguita!
De pronto, el ruido de un objeto que pegaba en el piso empezó a dominar el ambiente. Cada tres segundos, el sonido se repetĆ­a y se iba acercando mĆ”s a nosotros. 
—”Anselmo, si te mueves, la mayor amenaza de esta casa nos atacarĆ” con una furia que no has visto! AsĆ­ que, cuando yo te diga, entrarĆ”s a la bodeguita tan rĆ”pido como puedas. No darĆ” tiempo de que entremos los dos. 
—¿Pero de quĆ© amenaza hablas?
—EstĆ” frente a mĆ­ y se estĆ” acercando, pero no puedes verla por la posición de tu cuerpo. CrĆ©eme cuando te digo que es lo peor a lo que te has enfrentado en esta casa. 
Como el tonto que a veces soy, giré un poco el cuerpo, obligado por la curiosidad. Sólo pude ver un grueso bastón de madera con una enorme empuñadura de rubí antes de que Polo gritara...
—”No, Anselmo!
Pero ya era tarde, porque el ataque de los objetos se reanudó con mayor brutalidad. El libro protector se zafó de mi cintura y cayó al piso. Entonces, dos pesados ceniceros comenzaron a golpear alternadamente mis testículos, mientras que la culata de una escopeta machacaba los de Polo. Fue inútil tratar de protegernos, porque los embates nos fueron separando hasta que nos alejamos un poco de la escalera.
Como si de una pasarela de agresores se tratara, los objetos se iban turnando para aplastar lo que nos quedaba de virilidad: una lamparita, un pequeƱo Pensador de Rodin y una palangana de peltre me dieron cada uno tres golpes hasta que me derribaron. 
Pero a Polo le fue peor: un jarrón chino le aplastó las gónadas hasta que se hizo aƱicos; el auricular de un telĆ©fono viejo lo golpeó como si fuera un lĆ”tigo, ayudado por el cable del aparato; y un atizador de la chimenea se colocó debajo de su entrepierna y comenzó a empujarlo hacia arriba. 
Polo resistĆ­a con una fuerza sorprendente, pues aguantaba los golpes con una entereza que nunca habĆ­a visto en ningĆŗn varón. Sin embargo, cada vez se le veĆ­a el rostro mĆ”s enrojecido y sus sollozos eran mĆ”s intensos. Lo peor es que la ropa que traĆ­a puesta, el pants deportivo, no le daba ningĆŗn soporte y permitĆ­a que sus testĆ­culos se movieran con mĆ”s facilidad. 
ArrastrĆ”ndome boca abajo, me acerquĆ© y le di una patada al atizador, con lo cual conseguĆ­ un respiro para Polo, pero no estĆ”bamos cerca de ponernos a salvo. 
Polo se derrumbó con las manos en la zona genital y totalmente debilitado. 
—Anselmo... o uno de los dos se salva... o los dos estaremos bien jodidos antes de que amanezca. AsĆ­ que intentarĆ© distraerlos una vez mĆ”s... antes de que nos sigan machacando los huevos... o que ese decida atacarnos. 
—¿A quiĆ©n te refieres?
Polo señaló nuevamente el bastón que antes había entrado de manera ceremoniosa.
—Pero si es un objeto como cualquiera... Ā”Cuidado, Polo!
Una a una, las bolas de billar del salón de juegos se fueron deslizando hasta chocar contra la muy vulnerada hombrĆ­a de Polo. Y con el riesgo de salir lastimado de sus manos, ni quisiera las ponĆ­a como defensa, sólo trataba de cerrar sus piernas ante cada embate. 
Yo ni siquiera podĆ­a ayudarlo porque me enfrentaba al atizador de la chimenea, que trataba de encajarse en mi ingle; pero como habĆ­a logrado ponerme boca abajo, el estĆŗpido objeto no hallaba el Ć”ngulo para reventarme las gónadas. 
Justo cuando la bola 15 remató el ataque a Polo, el bastón con remate de rubí dio tres golpes en el piso y todos los objetos se quedaron suspendidos en el aire. Lo mÔs sorprendente es que, ”el bastón avanzó hacia nosotros como si estuviera empuñado por una mano invisible!
—”Te lo dije, Anselmo! Ā”Ahora, Ć©l tiene el control!
—”Pero quiĆ©n carajos es ā€œĆ©lā€!
La respuesta me llegó en cuando me puse boca arriba y mirĆ© el enorme cuadro que dominaba el salón, con mi bisabuelo en una pose hierĆ”tica que expresaba coraje, fuerza y determinación. Portaba en su mano, con ligereza y gracia, el bastón que ahora, frente a nosotros, parecĆ­a la mayor amenaza a la que nos habĆ­amos enfrentado. Y vaya que tenĆ­a razón. 
—Una noche, hace aƱos, ese bastón nos persiguió y atacó a mi padre y a mĆ­ por toda la casa. Ā”Casi deja sin hombrĆ­a a mi padre si no es porque logrĆ© encerrarlo en la alacena! Ā”Pero, desde esa noche, se convirtió en nuestro peor enemig...!
El bastón golpeó en el piso para indicar a Polo que debĆ­a guardar silencio. Luego, la empuƱadura de rubĆ­ nos indicó que debĆ­amos ponernos de pie. 
—”AquĆ­ va, Anselmo! Yo lo detendrĆ© mientras corres a la bodeguita... Ā”Ven cabrón! —le dijo Polo al bastón—. Ā”Rómpeme los huevos, si es lo que quieres! Ā”Anda, Ć©chame tu mejor golpe!
Yo di un largo salto que me acercó lo suficiente a la escalera, y estaba a punto de acceder al interior de la bodeguita cuando vi que el bastón le propinaba a Polo el golpe mĆ”s duro que mi fiel caballero habĆ­a recibido en toda la noche. Polo gritó de dolor y soltó algunas lĆ”grimas, al tiempo que se tiraba al piso y se sobaba sus maltratados testĆ­culos. 
—”Entra ya, carajo! —alcanzó a gritarme Polo, antes de que el bastón se colocara en posición de ataque.
Como si estuviera resignado a un castigo, Polo se puso de pie con el rostro enrojecido, abrió el compĆ”s de sus piernas y sonrió burlonamente. 
—”Dale, viejo! —dijo en tono sarcĆ”stico—. Ā”A ver si puedes reventarme los huevotes!
El bastón se elevó unos dos metros para tomar impulso y se lanzó contra la ingle desprotegida de Polo, quien cerró los ojos a la espera del golpe que lo dejarĆ­a sin virilidad. 
Pero mi valiente y gallardo guardiÔn no recibió lo que esperaba.
Cuando abrió los ojos, Polo me vio sosteniendo el bastón con toda la fuerza que tenĆ­a. 
—”Basta, abuelo! —le gritĆ© a aquello que sostenĆ­a el bastón—. Ā”Soy Anselmo Frutos, tu bisnieto! Ā”EscĆŗchame bien, viejo cabrón! Ā”Vas a dejar de atacarnos o te juro que echarĆ© fuego a tu preciada casa y la reducirĆ© a cenizas!
El bastón cayó al piso, junto con todos los objetos que se mantenĆ­an suspendidos en el aire. Al menos por ahora, estĆ”bamos a salvo. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Pages

undefined