El misterio de Casa Marquelia (V) - Las Bolas de Pablo

Lo mƔs nuevo

19 ago 2020

demo-image

El misterio de Casa Marquelia (V)



X

Tras comprobar que Polo no requerĆ­a atención mĆ©dica alguna, continuĆ© hablando con el espĆ­ritu de mi bisabuelo. 
—Abuelo,
MCM+Polo+Bauzan+b
MCM+Anselmo+Frutos

Coronel Frutos —le dije al enorme cuadro—, mi amigo Polo y yo hemos sufrido hoy el precio de una maldición que sólo nos involucra por mero parentesco, pero de la que no somos responsables ni merecedores. AsĆ­ que no es justo padecer el castigo que, mĆ”s bien, deberĆ­as darle a...
El bastón voló rĆ”pidamente de la entrepierna de Polo a la mĆ­a, como si mi abuelo dijera: ā€œĀ”Basta de sermones, que aquĆ­ el que manda soy yo!ā€. 
—Ya... ya... —dije entre gemidos—. Ya... entendĆ­... abuelo.
Debido a que Polo habĆ­a sufrido el golpe mĆ”s intenso, se quedó en posición fetal sobando sus magulladas bolas viriles. 
ReunĆ­ un poco de fuerza para seguir hablando con mi abuelo. 
—Ya entendĆ­... abuelo. AquĆ­ se hace lo que tĆŗ quieras... Pero, crĆ©eme lo que te dije... Si continĆŗas haciĆ©ndonos pagar tu muerte... Te juro que prenderĆ© fuego a esta casa... Y venderĆ© el terreno y me irĆ© con ese dinero. ĀæTe queda claro?
El bastón se abalanzó hacia mĆ­ de forma amenazante, pero en vez de huir, le plantĆ© cara... y se detuvo frente a mi entepierna. Creo que, como buen militar, mi bisabuelo respetaba el coraje y la determinación. Y por los testĆ­culos de Polo y los mĆ­os, yo estaba decidido a parar los ataques de inmediato. 
—Dame un tiempo, abuelo, para detener la maldición. Ya he avanzado descifrando el texto del Deuteronomio... Ahora sólo resta deducir la clave y ejecutar lo que imagino serĆ” un ritual para conjurar el maleficio. Dame tiempo, por favor. Te prometo que maƱana...
El bastón flotó hacia el reloj de piso que estaba junto a la gran chimenea, rompió el cristal y tocó la carĆ”tula tres veces, con lo que las manecillas se acomodaron en posición de las 6:45. 
—¿QuĆ©? ĀæTengo hasta las 6:45 de plazo? ĀæDe la tarde...?
El bastón golpeó con fuerza la madera de pino del reloj en señal de desaprobación.
—¿De la maƱana? 
Un golpe sereno. 
—¿De maƱana?
Trancazo a la madera. 
—¿De hoy? Ā”Las 6:45 de la maƱana de hoy!
Toquido suave. SeƱal de conformidad. 
—Pero, abuelo, Āæcómo voy a descifrar el secreto de la maldición en tan poco tiempo? 
El bastón se mantuvo inmóvil durante un largo minuto. 
—Supongo que... debo aceptar el plazo. 
RevisĆ© mi reloj de pulsera y vi que eran las 4:45 a.m. SĆ­, tenĆ­amos dos horas para consumir una maldición que abarcaba cuatro generaciones de hombres Frutos y BauzĆ”n. Aun asĆ­, supuse que si fracasaba no perderĆ­a nada, porque sólo tenĆ­a que alejarme de la horrible mansión y nunca volver mĆ”s. No perdĆ­a nada con intentarlo, incluso en el corto tiempo que mi bisabuelo me otorgaba. AsĆ­ que suspirĆ© hondo y avancĆ© hacia donde estaba Polo para ayudarlo a levantarse. 
—Vamos, mi fiel amigo, pongĆ”monos hielo en las gónadas y acabemos con esto...
InterponiĆ©ndose entre Polo y yo, el bastón lo empujó hasta la chimenea; luego, tocó dos veces el piso y dos atizadores se doblaron como herraduras; cada uno sujetó un brazo de Polo y se encajó en el marco del fogón. Luego, otros dos atizadores hicieron lo mismo con sus pies, lo que dejó a Polo en posición de equis, con la entrepierna sumamente expuesta a cualquier embate. 
—”QuĆ© haces, abuelo! Ā”DĆ©jalo en paz, suĆ©ltalo!
Pero el bastón volvió a tocar el piso y de inmediato la puerta de la cocina se abrió para dejar salir un objeto que me aterrorizó: un gran mazo para ablandar carne se acercaba con ligereza directo hacia Polo. 
—”Basta, abuelo, no le hagas nada!
Me acerqué para ayudar a Polo, pero el bastón me lo impidió, tras lo cual señaló la hora del reloj. El mazo se quedó suspendido en el aire, a la espera de que su amo le diera la señal para entrar en batalla.
Lo entendĆ­ bien. El Coronel Frutos no era un hombre que se deja chantajear, mucho menos por el tonto de su bisnieto, aunque Ć©ste le plantara cara. Por eso tomó como rehĆ©n a Polo, ya que asĆ­ se aseguraba que yo no efectuara la amenaza de quemar la casa. Si yo querĆ­a destruir la Casa Marquelia, Polo serĆ­a la primera vĆ­ctima. Sólo recĆ© para que mi inteligencia fuera lo suficientemente aguda como para descifrar el secreto de la maldición. 
—”Anselmo! Ā”Descuida, amigo! Yo estarĆ© bien. Te lo aseguro. Estas bolas que aĆŗn me cuelgan llevan aƱos curtiĆ©ndose en esta casa, asĆ­ que aguantan como si fueran de hierro —dijo Polo con el tono mĆ”s despreocupado que pudo fingir, tras lo cual escupió de forma desafiante en el piso.
SonreĆ­ ante la valentĆ­a de ese hombre que, sin conocerme bien, estaba dispuesto a dar su hombrĆ­a por mĆ­. 
—”Juro que acabarĆ© con esta maldición, Polo! Ā”VolverĆ© antes de las 6:45!
—”Lo sĆ©! Ā”Llama a mi padre, Ć©l te ayudarĆ”!
Rengueando un poco debido a mis testƭculos golpeados, salƭ de la casa y de inmediato llamƩ a Gervasio. Estaba seguro que lo asustarƭa una llamada mƭa en la madrugada, asƭ que tratƩ de emplear el tono mƔs calmado que pude.
—¿SeƱor Gervasio? Soy Anselmo Frutos. Siento mucho molestarlo a esta hora. SĆ© que lo despert... 
—DĆ­game si Polo estĆ” bien —dijo sin miramientos y con un tono frĆ­o que no ocultaba angustia.
—E-estĆ” bien, pero necesitamos su ayuda. ĀæPodrĆ­a venir aq...?
—Llego en cinco minutos. 
Y colgó. 
Gervasio llegó en cuatro minutos levantando una gran polvareda con su camioneta vieja. 
—¿Dónde estĆ” Polo? —preguntó con apremio en cuanto bajó de su vehĆ­culo.
TraguĆ© saliva y pensĆ© con cuidado la respuesta que le darĆ­a. 
—EstĆ” bien, aunque un poco golpeado por el ataque de esta noche. El problema es que...
—¿Problema? ĀæQuĆ© maldito problema provocó que usted me llamara a esta hora? ĀæDónde estĆ” Polo?
SuspirĆ© hondo antes de soltar todo. 
—SeƱor Gervasio, hice un trato con mi bisabuelo para erradicar la maldición, pero Ć©l tomó a Polo como rehĆ©n para asegurarse de que yo lo consiga.
—”Pero quĆ© carajos!
Gervasio se lanzó hacia el interior de la casa, pero pude interponerme para impedirlo. 
—”EscĆŗcheme, por favor, si usted trata de entrar, el espĆ­ritu de mi bisabuelo se alterarĆ” y todo se habrĆ” arruinado! Entiendo su angustia por Polo, pero, crĆ©ame, lo ayudaremos si logramos resolver este maldito embrujo. 
Gervasio me miró con una mezcla de ira y sĆŗplica, pero yo no me movĆ­. 
—”Polo, hijo! Ā”Soy tu padre! ĀæEstĆ”s bien? —gritó con fuerza. 
Por unos segundos, lo Ćŗnico que recibimos por respuesta fue un pesado silencio. 
—”Polo pendejo, carajo, responde! —insistió Gervasio. 
Entonces, la voz de Polo sonó clara, con ese tono cínico y divertido que solía emplear.
—”Ya te oĆ­, viejo! Ā”No grites! SĆ­ estoy bien, aunque si tĆŗ y Anselmo no se dan prisa, seguro que aquĆ­ me convertirĆ”n en un cura casto y cĆ©libe para toda la vida. 
—”Boludo Polo! —le contestó Gervasio con el humor de vuelta—. Ā”No te apures, tu viejo te va a sacar de esta!
Gervasio se dirigió a mĆ­ con su cara adusta. 
—No pienso fallarle a mi hijo, asĆ­ que, joven Frutos, dĆ­game quĆ© vamos a hacer. 
De inmediato le puse frente a sus ojos la pantalla de mi celular, que por fortuna no habĆ­a sufrido ningĆŗn daƱo en el ataque. 
—Esta cita del Deuteronomio es la clave de la maldición, seƱor Gervasio. Hace rato, Polo dijo algo importante: que debido a la falta de sus genitales, el Coronel no habĆ­a entrado al Cielo. Eso me dejó pensando en el honor que perdió y que yo, su descendiente, debo restaurar. PensĆ© en publicar su historia verdadera para restaurar su memoria, pero tal vez eso darĆ­a a conocer aspectos de su vida que Ć©l hubiera querido mantener a resguardo...
Gervasio me interrumpió con un resoplido impaciente. 
—Joven Frutos, dĆ­game si sabe cómo romper esta maldición, Ā”pero no dĆ© mĆ”s rodeos!
—”No lo sĆ©, Gervasio, no lo sĆ©! Ā”Estoy igual de preocupado que usted por Polo! Ā”AsĆ­ que no me presione, que ya tengo un lĆ­o en la cabeza y no hallo la forma de aclararlo! Ā”No sĆ© quĆ© es lo que quiere mi bisabuelo que haga para restaurar su honor!
—Pues... como no sea que le devuelva sus pelotas...
De pronto, mi mente hizo clic. Gervasio acababa de decir algo que conectó la maraƱa de ideas que necesitaban un hilo del que pudiera tirar. 
—¿Devolverle sus genitales a mi bisabuelo? Ā”Eso es imposible! AdemĆ”s, seguramente fue enterrado con los órganos que le cortaron...
Gervasio puso un gesto grave y bajó la cabeza. 
—Al Coronel lo enterraron prĆ”cticamente como quedó despuĆ©s de ser asesinado, ni siquiera le cambiaron la ropa. 
—Eso dificultarĆ­a mĆ”s la opción de devolverle sus genitales. ĀæPudo alguien recoger los testĆ­culos cercenados de mi bisabuelo y luego conservarlos? Lo creo imposible. ĀæHabrĆ” en el pueblo algĆŗn testigo de esa Ć©poca que siga vivo?
Gervasio se puso a pensar por unos momentos; luego se le iluminó el rostro y dio un chasquido. 
—”Venga, rĆ”pido! Ā”Ya sĆ© quiĆ©n nos puede ayudar! Ā”Suba a la camioneta ya!
En el camino, Gervasio explicó la idea que se le había ocurrido. Manejaba como un loco aunque con un gran control, a pesar de que la noche todavía no se disipaba.
—Aunque ya no estĆ”n vivas las personas que presenciaron la matanza del Coronel, sĆ­ que hay alguien que puede mostrarnos quĆ© sucedió despuĆ©s. Es el doctor Pushaq. Ɖl conserva los archivos de la gaceta que se publicaba en esa Ć©poca en el pueblo. Yo creo que sabe todo sobre ese terrible dĆ­a... HĆ”blele por telĆ©fono y dĆ­gale que vamos para allĆ” y que nos tenga lista la información. 
MĆ”s preocupado que molesto por haberlo despertado, el doctor Pushaq nos recibió con sendas tazas de cafĆ© reciĆ©n hecho y nos presentó la información que habĆ­a recabado. 
—En los ejemplares encuadernados de la gaceta del pueblo no se muestra mĆ”s que una foto del abundante cortejo fĆŗnebre que acompañó a su bisabuelo, seƱor Frutos. 
Un profundo desÔnimo me invadió. Si Pushaq no podía ayudarnos, tal vez debía considerar la opción de emplear la fuerza bruta, con el empleo de algunos guerrilleros o militares que irrumpieran en Casa Marquelia para...
—No se agüite, seƱor Frutos —dijo Pushaq, advirtiendo mi congoja—. Por fortuna, en este pueblo nunca faltan ojos que miran lo que los demĆ”s no ven. VerĆ” usted: don Daniel Hendler, el editor de la gaceta, siempre encargaba a su asistente, MatĆ­as Laborda, que registrara con su cĆ”mara los eventos importantes del pueblo, ya sea de forma evidente o clandestina, si la ocasión lo ameritaba. Y bueno, el asesinato del terrateniente del pueblo, a manos de militares, era una situación que debĆ­a quedar asentada por obligación periodĆ­stica y moral. AsĆ­ que, seƱor Frutos, aquĆ­ tiene la crónica fotogrĆ”fica de esa fatĆ­dica noche. 
El doctor Pushaq me entregó una caja que contenĆ­a fotos antiguas en tonos sepia y que retrataban cada momento del asesinato de mi bisabuelo, incluso el momento en que habĆ­a sido mutilado. Creo que fue el apremio por Polo el que me mantuvo compuesto frente a la barbarie que estaba presenciando. AsĆ­ pude llegar al momento en que los militares se marchaban y el pueblo comenzaba a levantar el cadĆ”ver. 
Una secuencia de cinco fotos en particular me llamó la atención: un hombre vestido de negro se arrodillaba junto a mi bisabuelo, luego se levantaba y hacĆ­a unas seƱas frente a Ć©l, algo que parecĆ­a una bendición. Tras esas cinco imĆ”genes, el sujeto desaparecĆ­a de la crónica visual del acontecimiento. 
Le acerquĆ© las fotos a Pushaq y Ć©l confirmó lo que yo habĆ­a intuido. 
—Como se habrĆ” imaginado, seƱor Frutos, ese es don Silvestre Lezama, el cura del pueblo. ĀæSabe? Esos comecocos de los curas tenĆ­an varos bolsillos en sus sotanas, por lo que podĆ­an portar cualquier clase de cosas, desde una botella de vino o un libro hasta... 
—”Claro! Y luego, por respeto a su amado Coronel, depositó en su famosa Biblia ā€œesoā€ que se llevó de la escena del crimen... Ā”Pero quĆ© imbĆ©cil fui! Ayer, antes de dormir, iba a revisar la Biblia, pero preferĆ­ dejarlo para hoy. Ā”Si la hubiera buscado, podrĆ­a haber terminado esto hace horas!
El doctor Pushaq me puso una paternal mano en el hombro. 
—AĆŗn no es tarde, seƱor Frutos. Corra a Casa Marquelia por el libro sagrado y luego lleve lo que haya encontrado ahĆ­ a la tumba del Coronel. 
Salimos casi sin despedirnos, pues el hecho de que, para entonces, ya fueran las 5:20 a.m., nos impedĆ­a guardar las formas de cortesĆ­a mĆ”s elementales. 
En menos de diez minutos estĆ”bamos de regreso en Casa Marquelia. SalĆ­ de la camioneta sin que Ć©sta se hubiera detenido, por lo que tropecĆ© y me di de bruces sobre la tierra. Me levantĆ© rĆ”pidamente y alcancĆ© la puerta casi saltando. 
—”Polo, Polo! —dije en cuanto entrĆ© corriendo—. Ā”Ya casi lo tenemos! Ā”Dame un rato mĆ”s y todo habrĆ” acabado! 
Mi valiente guardiĆ”n se mantenĆ­a en pie y con la gallardĆ­a intacta. 
—”MĆ”s te vale, Frutos, o nunca probarĆ”s lo que es un macho de verdad!
TraguĆ© saliva y sentĆ­ que la sangre se me iba a la cabeza. Fue una oleada de excitación que, incluso en ese momento crĆ­tico, Polo me provocaba con suma naturalidad. 
Aun asĆ­, corrĆ­ a la biblioteca y me topĆ© a la entrada con dos vitrinas que contenĆ­an libros incunables de gran valor, pero ninguno era la Biblia que buscaba. Lo peor era que no contaba con la ayuda de Gervasio, porque yo mismo le habĆ­a rogado que no entrara a la mansión para no alterar al iracundo fantasma. 
Me quedĆ© en medio de la habitación de dos niveles que estaba cubierta, del piso al techo, de estantes llenos de libros. 
—”Piensa, piensa, Anselmo! Eres un sacerdote rural que acaba de presenciar la muerte de su amado. Recogiste algo que consideras un tesoro y lo guardaste en tu Biblia Straunbinger... ĀæDónde carajos pudiste haber colocado un libro de esa magnitud en este sitio?
La pĆ©sima iluminación de la biblioteca me impedĆ­a distinguir los lomos anchos, asĆ­ que encendĆ­ la linterna de mi telĆ©fono celular. Mucho mejor. 
—Veamos... Una biblioteca tan amplia como esta es incluso mayor que la del pueblo, asĆ­ que debe estar mejor organizada. A principios del siglo XX, la clasificación Dewey ya existĆ­a, asĆ­ que mi bisabuelo o sus ancestros pudieron tomar ese modelo como referencia. ĀæCuĆ”les eran las Ć”reas? Ā”Piensa, idiota, piensa...! Ā”Ya! Generalidades, FilosofĆ­a, Religión, Ciencias Sociales, FilologĆ­a, Ciencias Naturales, TĆ©cnica, Arte, Literatura e Historia.
PasĆ© la linterna sobre los cabezales de las secciones y, en efecto, la biblioteca estaba clasificada de esa forma. De inmediato busquĆ© la sección ā€œReligiónā€, pero no la hallĆ© por ningĆŗn lado. Eran las 5:45 y la ansiedad comĆ­a las pocas neuronas despiertas que me quedaban. 
¿Por qué no había una sección de religión? ¿Mi bisabuelo era ateo? Bueno, masón sí que era. Pero los masones no siempre son agnósticos o ateos... ”Basta con la clase de historia! Don Silvestre debió guardar la Biblia en una sección que fuera significativa para quienes desearan limpiar la memoria del Coronel...
Otro clic en mi cabeza. VolvĆ­ a iluminar los cabezales y encontrĆ© el de ā€œHistoriaā€, corrĆ­ hacia Ć©l, en el segundo nivel y empecĆ© a tocar cada uno de los tomos con desesperación. Nada. Mi vista no habĆ­a reparado en ningĆŗn tomo ancho y voluminoso... 
Claro. En las bibliotecas, los ojos sólo se fijan en las secciones del medio y las superiores, sobre todo cuando los pasillos son estrechos, como sucedĆ­a con la biblioteca de Casa Marquelia. AsĆ­ que me puse en cuclillas e iluminĆ© los dos Ćŗltimos entrepaƱos del librero. 
Y allƭ estaba, justo en el extreƱo derecho del entrepaƱo mƔs bajo. Era un volumen de unos 25 centƭmetros de ancho por 40 de alto y unos 10 centƭmetros de grosor. De inmediato bajƩ y coloquƩ el tomo sobre el escritorio. En cuanto lo abrƭ, un fuerte olor a polvo y a papel viejo me dieron la bienvenida. Tosƭ un poco y empecƩ a inspeccionar el volumen.
En todo el Antiguo Testamento, no había nada insertado o fijado al lomo; pero al llegar al Nuevo, las pÔginas estaban pegadas. ”Sí, aquí estÔs! Busqué en los cajones algo con qué cortar el papel y hallé un abrecartas dorado. Lo introduje en la primera pÔgina del evangelio de Mateo y se hundió con facilidad. Rompí unas diez pÔginas hasta que llegué a un compartimento que contenía un envoltorio rectangular de tela. Su contenido me dejó pasmado: era un portarretratos de madera que contenía una foto en la que aparecíamos Polo y yo, cada uno con la mano en el hombro del otro, frente a la fachada de Casa Marquelia.
No habĆ­a nada mĆ”s en la Biblia. Ante la desesperación por no haber encontrado lo que buscaba, rasguĆ© la Biblia con furia. 
—”Joven Frutos! ĀæEncontró algo? Ā”El tiempo transcurre!
Era Gervasio, que me hablaba desde afuera de la casa. Buen conocedor del edificio, sabĆ­a dónde estaba la ventana de la biblioteca. 
TomĆ© el retrato y salĆ­ de prisa, no sin antes detenerme ante el pobre de Polo y alentarlo un poco. El idiota de mĆ­ no habĆ­a podido ayudarlo, asĆ­ que ya no sabĆ­a quĆ© hacer para romper ese maldito embrujo. 
Afuera, le mostrĆ© el retrato a Gervasio. 
—Ah, son el Coronel y mi abuelo Clemente cuando eran muy jóvenes—dijo con una sonrisa nostĆ”lgica—. Igualitos a ustedes dos. Ya lo decĆ­a yo cuando lo vi a usted por primera vez. 
—Es todo lo que habĆ­a en la Biblia —dije derrotado y con la cara llena de lĆ”grimas de frustración. 
Gervasio miró con atención el portarretrato y me lo devolvió. 
—Joven Frutos, Āæya notó que es muy ancho para sólo contener una foto?
AbrĆ­ los ojos ante el peso de esa evidencia y me puse a inspeccionarlo. En efecto, la parte anterior era una cajita de madera delgada que se abrĆ­a deslizando una cubierta de madera. 
Y ahĆ­ estaba lo que tanto habĆ­amos buscado: un pedazo de piel curtida con forma irregular y dos cortezas rugosas que parecĆ­an ciruelas secas. Eran, al mismo tiempo, el honor y la ignominia de mi abuelo; las piezas que faltaban a esta historia de vergüenza, tragedia y amor. ImaginĆ© al cura, don Silvestre, conservando los restos de su amado Policarpo, el Coronel, y venerĆ”ndolos como un recuerdo sagrado. 
ContemplĆ© con temor reverencial las reliquias de mi bisabuelo, que ahora formaban parte de mi propia historia. 
—¿Y ahora quĆ©, joven Frutos?
—Ahora, a visitar al Coronel.  
Eran las 6:25 a.m. cuando llegamos al cementerio. Gervasio estacionó su camioneta en la calle mĆ”s cercana a la tumba del Coronel. Al bajar, me entregó dos palancas metĆ”licas con una cuƱa en la punta, mientras que Ć©l cargaba una pala y un pico. 
Corrimos hacia la tumba y de inmediato encajamos a cada lado de la lĆ”pida una de las palancas. Contamos hasta tres y las jalamos, pero la pesada loza no se movió. 
—”Carajo! Ā”Póngale mĆ”s fuerza, joven Frutos!
Esta vez me colguĆ© de la palanca y asĆ­ logramos moverla un poco, lo suficiente para irla empujando hasta que cayó, pero Gervasio tuvo que esquivarla antes de que le lastimara los pies. 
—”Por poco! —advirtió Gervasio con alivio—. Ahora, joven Frutos, saque esas cosas que encontró y póngalas donde ya sabe...
AbrĆ­ la tapa del ataĆŗd de fierro y gritĆ©. 
—”Gervasio...! Ā”Mi bisabuelo no estĆ”! Ā”No estƔƔƔ! 
El reloj marcaba las 6:35 a.m.
Gervasio se dio una fuerte palmada en la frente. 
—”Pero quĆ© pendejo he sido! Ā”SĆ­game, joven Frutos!
Echó a correr con una velocidad inesperada para un hombre de su edad, aunque entendĆ­ que la desesperación por salvar a su hijo lo dotaba de una energĆ­a adicional. 
SeguĆ­ a Gervasio por varios pasillos del cementerio, sin necesidad de iluminarnos con linterna, pues el amanecer ya habĆ­a surgido desde hacĆ­a rato. 
Las 6:39. 
—¿Adónde vamos, Gervasio? Ā”No queda tiempo!
—”Fui un pendejo! Ā”Perdóneme, joven Frutos! Ā”AhĆ­ no estaba su bisabuelo, y no lo recordĆ©!
—¿QuĆ© dice?
Ya no hubo oportunidad de reclamar a Gervasio, porque justo habĆ­amos llegado a una cripta sencilla que llevaba por nombre ā€œFamilia BauzĆ”nā€. Gervasio dio una fuerte patada a la puerta y quebró la chapa. Se abalanzó hacia un ataĆŗd desgastado y lo trató de abrir con una de las palancas. 
—”Maldita suerte! Ā”EstĆ” atorado! —gritó con ira. 
Entonces, presa de la angustia, Gervasio empujó con todas sus fuerzas el ataĆŗd, que cayó al piso y se abrió con el impacto, lo que nos dejó ver su contenido. 
AllĆ­, entrelazados, estaban el esqueleto del Coronel Frutos y el que supuse que serĆ­a el de Clemente BauzĆ”n, el bisabuelo de Polo. 
—”Ande! —dijo Gervasio jadeando—. El de la cabeza mĆ”s grande es su bisabuelo. 
Me arrodillé ante el féretro y saqué la bolsa de tela del portarretratos; extraje los órganos marchitos y...
—”Espere, joven Frutos! ĀæNo deberĆ­a decir algo... como unas palabras mĆ”gicas o una oración? Ā”No sĆ©!
RespirĆ© hondo, cerrĆ© los ojos y dije: 
—Abuelo Policarpo Frutos, yo, tu bisnieto Anselmo, te devuelvo lo que hace aƱos te arrebataron: tus órganos, tu honor y tu buen nombre. Fuiste un hombre honorable que amó como las circunstancias se lo permitieron. Ahora... —coloque los órganos en la zona pĆ©lvica—, ya puedes descansar en paz. 
Gervasio y yo nos mantuvimos en silencio por unos momentos. 
—¿Ya estĆ”? ĀæEso serĆ­a todo, joven Frutos?
—Supongo que sĆ­... 
Eran las 6:45 a.m.
Y Polo no respondió las veinte llamadas que le hice durante ese momento y mientras viajamos a toda velocidad hacia Casa Marquelia. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Pages

undefined