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Tras comprobar que Polo no requerĆa atención mĆ©dica alguna, continuĆ© hablando con el espĆritu de mi bisabuelo.
āAbuelo,
Coronel Frutos āle dije al enorme cuadroā, mi amigo Polo y yo hemos sufrido hoy el precio de una maldición que sólo nos involucra por mero parentesco, pero de la que no somos responsables ni merecedores. AsĆ que no es justo padecer el castigo que, mĆ”s bien, deberĆas darle a...
Coronel Frutos āle dije al enorme cuadroā, mi amigo Polo y yo hemos sufrido hoy el precio de una maldición que sólo nos involucra por mero parentesco, pero de la que no somos responsables ni merecedores. AsĆ que no es justo padecer el castigo que, mĆ”s bien, deberĆas darle a...
El bastón voló rĆ”pidamente de la entrepierna de Polo a la mĆa, como si mi abuelo dijera: āĀ”Basta de sermones, que aquĆ el que manda soy yo!ā.
āYa... ya... ādije entre gemidosā. Ya... entendĆ... abuelo.
Debido a que Polo habĆa sufrido el golpe mĆ”s intenso, se quedó en posición fetal sobando sus magulladas bolas viriles.
ReunĆ un poco de fuerza para seguir hablando con mi abuelo.
āYa entendĆ... abuelo. AquĆ se hace lo que tĆŗ quieras... Pero, crĆ©eme lo que te dije... Si continĆŗas haciĆ©ndonos pagar tu muerte... Te juro que prenderĆ© fuego a esta casa... Y venderĆ© el terreno y me irĆ© con ese dinero. ĀæTe queda claro?
El bastón se abalanzó hacia mĆ de forma amenazante, pero en vez de huir, le plantĆ© cara... y se detuvo frente a mi entepierna. Creo que, como buen militar, mi bisabuelo respetaba el coraje y la determinación. Y por los testĆculos de Polo y los mĆos, yo estaba decidido a parar los ataques de inmediato.
āDame un tiempo, abuelo, para detener la maldición. Ya he avanzado descifrando el texto del Deuteronomio... Ahora sólo resta deducir la clave y ejecutar lo que imagino serĆ” un ritual para conjurar el maleficio. Dame tiempo, por favor. Te prometo que maƱana...
El bastón flotó hacia el reloj de piso que estaba junto a la gran chimenea, rompió el cristal y tocó la carÔtula tres veces, con lo que las manecillas se acomodaron en posición de las 6:45.
āĀæQuĆ©? ĀæTengo hasta las 6:45 de plazo? ĀæDe la tarde...?
El bastón golpeó con fuerza la madera de pino del reloj en señal de desaprobación.
āĀæDe la maƱana?
Un golpe sereno.
āĀæDe maƱana?
Trancazo a la madera.
āĀæDe hoy? Ā”Las 6:45 de la maƱana de hoy!
Toquido suave. SeƱal de conformidad.
āPero, abuelo, Āæcómo voy a descifrar el secreto de la maldición en tan poco tiempo?
El bastón se mantuvo inmóvil durante un largo minuto.
āSupongo que... debo aceptar el plazo.
RevisĆ© mi reloj de pulsera y vi que eran las 4:45 a.m. SĆ, tenĆamos dos horas para consumir una maldición que abarcaba cuatro generaciones de hombres Frutos y BauzĆ”n. Aun asĆ, supuse que si fracasaba no perderĆa nada, porque sólo tenĆa que alejarme de la horrible mansión y nunca volver mĆ”s. No perdĆa nada con intentarlo, incluso en el corto tiempo que mi bisabuelo me otorgaba. AsĆ que suspirĆ© hondo y avancĆ© hacia donde estaba Polo para ayudarlo a levantarse.
āVamos, mi fiel amigo, pongĆ”monos hielo en las gónadas y acabemos con esto...
Interponiéndose entre Polo y yo, el bastón lo empujó hasta la chimenea; luego, tocó dos veces el piso y dos atizadores se doblaron como herraduras; cada uno sujetó un brazo de Polo y se encajó en el marco del fogón. Luego, otros dos atizadores hicieron lo mismo con sus pies, lo que dejó a Polo en posición de equis, con la entrepierna sumamente expuesta a cualquier embate.
āĀ”QuĆ© haces, abuelo! Ā”DĆ©jalo en paz, suĆ©ltalo!
Pero el bastón volvió a tocar el piso y de inmediato la puerta de la cocina se abrió para dejar salir un objeto que me aterrorizó: un gran mazo para ablandar carne se acercaba con ligereza directo hacia Polo.
āĀ”Basta, abuelo, no le hagas nada!
Me acerqué para ayudar a Polo, pero el bastón me lo impidió, tras lo cual señaló la hora del reloj. El mazo se quedó suspendido en el aire, a la espera de que su amo le diera la señal para entrar en batalla.
Lo entendĆ bien. El Coronel Frutos no era un hombre que se deja chantajear, mucho menos por el tonto de su bisnieto, aunque Ć©ste le plantara cara. Por eso tomó como rehĆ©n a Polo, ya que asĆ se aseguraba que yo no efectuara la amenaza de quemar la casa. Si yo querĆa destruir la Casa Marquelia, Polo serĆa la primera vĆctima. Sólo recĆ© para que mi inteligencia fuera lo suficientemente aguda como para descifrar el secreto de la maldición.
āĀ”Anselmo! Ā”Descuida, amigo! Yo estarĆ© bien. Te lo aseguro. Estas bolas que aĆŗn me cuelgan llevan aƱos curtiĆ©ndose en esta casa, asĆ que aguantan como si fueran de hierro ādijo Polo con el tono mĆ”s despreocupado que pudo fingir, tras lo cual escupió de forma desafiante en el piso.
SonreĆ ante la valentĆa de ese hombre que, sin conocerme bien, estaba dispuesto a dar su hombrĆa por mĆ.
āĀ”Juro que acabarĆ© con esta maldición, Polo! Ā”VolverĆ© antes de las 6:45!
āĀ”Lo sĆ©! Ā”Llama a mi padre, Ć©l te ayudarĆ”!
Rengueando un poco debido a mis testĆculos golpeados, salĆ de la casa y de inmediato llamĆ© a Gervasio. Estaba seguro que lo asustarĆa una llamada mĆa en la madrugada, asĆ que tratĆ© de emplear el tono mĆ”s calmado que pude.
āĀæSeƱor Gervasio? Soy Anselmo Frutos. Siento mucho molestarlo a esta hora. SĆ© que lo despert...
āDĆgame si Polo estĆ” bien ādijo sin miramientos y con un tono frĆo que no ocultaba angustia.
āE-estĆ” bien, pero necesitamos su ayuda. ĀæPodrĆa venir aq...?
āLlego en cinco minutos.
Y colgó.
Gervasio llegó en cuatro minutos levantando una gran polvareda con su camioneta vieja.
āĀæDónde estĆ” Polo? āpreguntó con apremio en cuanto bajó de su vehĆculo.
TraguĆ© saliva y pensĆ© con cuidado la respuesta que le darĆa.
āEstĆ” bien, aunque un poco golpeado por el ataque de esta noche. El problema es que...
āĀæProblema? ĀæQuĆ© maldito problema provocó que usted me llamara a esta hora? ĀæDónde estĆ” Polo?
SuspirƩ hondo antes de soltar todo.
āSeƱor Gervasio, hice un trato con mi bisabuelo para erradicar la maldición, pero Ć©l tomó a Polo como rehĆ©n para asegurarse de que yo lo consiga.
āĀ”Pero quĆ© carajos!
Gervasio se lanzó hacia el interior de la casa, pero pude interponerme para impedirlo.
āĀ”EscĆŗcheme, por favor, si usted trata de entrar, el espĆritu de mi bisabuelo se alterarĆ” y todo se habrĆ” arruinado! Entiendo su angustia por Polo, pero, crĆ©ame, lo ayudaremos si logramos resolver este maldito embrujo.
Gervasio me miró con una mezcla de ira y sĆŗplica, pero yo no me movĆ.
āĀ”Polo, hijo! Ā”Soy tu padre! ĀæEstĆ”s bien? āgritó con fuerza.
Por unos segundos, lo Ćŗnico que recibimos por respuesta fue un pesado silencio.
āĀ”Polo pendejo, carajo, responde! āinsistió Gervasio.
Entonces, la voz de Polo sonó clara, con ese tono cĆnico y divertido que solĆa emplear.
āĀ”Ya te oĆ, viejo! Ā”No grites! SĆ estoy bien, aunque si tĆŗ y Anselmo no se dan prisa, seguro que aquĆ me convertirĆ”n en un cura casto y cĆ©libe para toda la vida.
āĀ”Boludo Polo! āle contestó Gervasio con el humor de vueltaā. Ā”No te apures, tu viejo te va a sacar de esta!
Gervasio se dirigió a mà con su cara adusta.
āNo pienso fallarle a mi hijo, asĆ que, joven Frutos, dĆgame quĆ© vamos a hacer.
De inmediato le puse frente a sus ojos la pantalla de mi celular, que por fortuna no habĆa sufrido ningĆŗn daƱo en el ataque.
āEsta cita del Deuteronomio es la clave de la maldición, seƱor Gervasio. Hace rato, Polo dijo algo importante: que debido a la falta de sus genitales, el Coronel no habĆa entrado al Cielo. Eso me dejó pensando en el honor que perdió y que yo, su descendiente, debo restaurar. PensĆ© en publicar su historia verdadera para restaurar su memoria, pero tal vez eso darĆa a conocer aspectos de su vida que Ć©l hubiera querido mantener a resguardo...
Gervasio me interrumpió con un resoplido impaciente.
āJoven Frutos, dĆgame si sabe cómo romper esta maldición, Ā”pero no dĆ© mĆ”s rodeos!
āĀ”No lo sĆ©, Gervasio, no lo sĆ©! Ā”Estoy igual de preocupado que usted por Polo! Ā”AsĆ que no me presione, que ya tengo un lĆo en la cabeza y no hallo la forma de aclararlo! Ā”No sĆ© quĆ© es lo que quiere mi bisabuelo que haga para restaurar su honor!
āPues... como no sea que le devuelva sus pelotas...
De pronto, mi mente hizo clic. Gervasio acababa de decir algo que conectó la maraña de ideas que necesitaban un hilo del que pudiera tirar.
āĀæDevolverle sus genitales a mi bisabuelo? Ā”Eso es imposible! AdemĆ”s, seguramente fue enterrado con los órganos que le cortaron...
Gervasio puso un gesto grave y bajó la cabeza.
āAl Coronel lo enterraron prĆ”cticamente como quedó despuĆ©s de ser asesinado, ni siquiera le cambiaron la ropa.
āEso dificultarĆa mĆ”s la opción de devolverle sus genitales. ĀæPudo alguien recoger los testĆculos cercenados de mi bisabuelo y luego conservarlos? Lo creo imposible. ĀæHabrĆ” en el pueblo algĆŗn testigo de esa Ć©poca que siga vivo?
Gervasio se puso a pensar por unos momentos; luego se le iluminó el rostro y dio un chasquido.
āĀ”Venga, rĆ”pido! Ā”Ya sĆ© quiĆ©n nos puede ayudar! Ā”Suba a la camioneta ya!
En el camino, Gervasio explicó la idea que se le habĆa ocurrido. Manejaba como un loco aunque con un gran control, a pesar de que la noche todavĆa no se disipaba.
āAunque ya no estĆ”n vivas las personas que presenciaron la matanza del Coronel, sĆ que hay alguien que puede mostrarnos quĆ© sucedió despuĆ©s. Es el doctor Pushaq. Ćl conserva los archivos de la gaceta que se publicaba en esa Ć©poca en el pueblo. Yo creo que sabe todo sobre ese terrible dĆa... HĆ”blele por telĆ©fono y dĆgale que vamos para allĆ” y que nos tenga lista la información.
MĆ”s preocupado que molesto por haberlo despertado, el doctor Pushaq nos recibió con sendas tazas de cafĆ© reciĆ©n hecho y nos presentó la información que habĆa recabado.
āEn los ejemplares encuadernados de la gaceta del pueblo no se muestra mĆ”s que una foto del abundante cortejo fĆŗnebre que acompañó a su bisabuelo, seƱor Frutos.
Un profundo desĆ”nimo me invadió. Si Pushaq no podĆa ayudarnos, tal vez debĆa considerar la opción de emplear la fuerza bruta, con el empleo de algunos guerrilleros o militares que irrumpieran en Casa Marquelia para...
āNo se agüite, seƱor Frutos ādijo Pushaq, advirtiendo mi congojaā. Por fortuna, en este pueblo nunca faltan ojos que miran lo que los demĆ”s no ven. VerĆ” usted: don Daniel Hendler, el editor de la gaceta, siempre encargaba a su asistente, MatĆas Laborda, que registrara con su cĆ”mara los eventos importantes del pueblo, ya sea de forma evidente o clandestina, si la ocasión lo ameritaba. Y bueno, el asesinato del terrateniente del pueblo, a manos de militares, era una situación que debĆa quedar asentada por obligación periodĆstica y moral. AsĆ que, seƱor Frutos, aquĆ tiene la crónica fotogrĆ”fica de esa fatĆdica noche.
El doctor Pushaq me entregó una caja que contenĆa fotos antiguas en tonos sepia y que retrataban cada momento del asesinato de mi bisabuelo, incluso el momento en que habĆa sido mutilado. Creo que fue el apremio por Polo el que me mantuvo compuesto frente a la barbarie que estaba presenciando. AsĆ pude llegar al momento en que los militares se marchaban y el pueblo comenzaba a levantar el cadĆ”ver.
Una secuencia de cinco fotos en particular me llamó la atención: un hombre vestido de negro se arrodillaba junto a mi bisabuelo, luego se levantaba y hacĆa unas seƱas frente a Ć©l, algo que parecĆa una bendición. Tras esas cinco imĆ”genes, el sujeto desaparecĆa de la crónica visual del acontecimiento.
Le acerquĆ© las fotos a Pushaq y Ć©l confirmó lo que yo habĆa intuido.
āComo se habrĆ” imaginado, seƱor Frutos, ese es don Silvestre Lezama, el cura del pueblo. ĀæSabe? Esos comecocos de los curas tenĆan varos bolsillos en sus sotanas, por lo que podĆan portar cualquier clase de cosas, desde una botella de vino o un libro hasta...
āĀ”Claro! Y luego, por respeto a su amado Coronel, depositó en su famosa Biblia āesoā que se llevó de la escena del crimen... Ā”Pero quĆ© imbĆ©cil fui! Ayer, antes de dormir, iba a revisar la Biblia, pero preferĆ dejarlo para hoy. Ā”Si la hubiera buscado, podrĆa haber terminado esto hace horas!
El doctor Pushaq me puso una paternal mano en el hombro.
āAĆŗn no es tarde, seƱor Frutos. Corra a Casa Marquelia por el libro sagrado y luego lleve lo que haya encontrado ahĆ a la tumba del Coronel.
Salimos casi sin despedirnos, pues el hecho de que, para entonces, ya fueran las 5:20 a.m., nos impedĆa guardar las formas de cortesĆa mĆ”s elementales.
En menos de diez minutos estÔbamos de regreso en Casa Marquelia. Salà de la camioneta sin que ésta se hubiera detenido, por lo que tropecé y me di de bruces sobre la tierra. Me levanté rÔpidamente y alcancé la puerta casi saltando.
āĀ”Polo, Polo! ādije en cuanto entrĆ© corriendoā. Ā”Ya casi lo tenemos! Ā”Dame un rato mĆ”s y todo habrĆ” acabado!
Mi valiente guardiĆ”n se mantenĆa en pie y con la gallardĆa intacta.
āĀ”MĆ”s te vale, Frutos, o nunca probarĆ”s lo que es un macho de verdad!
TraguĆ© saliva y sentĆ que la sangre se me iba a la cabeza. Fue una oleada de excitación que, incluso en ese momento crĆtico, Polo me provocaba con suma naturalidad.
Aun asĆ, corrĆ a la biblioteca y me topĆ© a la entrada con dos vitrinas que contenĆan libros incunables de gran valor, pero ninguno era la Biblia que buscaba. Lo peor era que no contaba con la ayuda de Gervasio, porque yo mismo le habĆa rogado que no entrara a la mansión para no alterar al iracundo fantasma.
Me quedé en medio de la habitación de dos niveles que estaba cubierta, del piso al techo, de estantes llenos de libros.
āĀ”Piensa, piensa, Anselmo! Eres un sacerdote rural que acaba de presenciar la muerte de su amado. Recogiste algo que consideras un tesoro y lo guardaste en tu Biblia Straunbinger... ĀæDónde carajos pudiste haber colocado un libro de esa magnitud en este sitio?
La pĆ©sima iluminación de la biblioteca me impedĆa distinguir los lomos anchos, asĆ que encendĆ la linterna de mi telĆ©fono celular. Mucho mejor.
āVeamos... Una biblioteca tan amplia como esta es incluso mayor que la del pueblo, asĆ que debe estar mejor organizada. A principios del siglo XX, la clasificación Dewey ya existĆa, asĆ que mi bisabuelo o sus ancestros pudieron tomar ese modelo como referencia. ĀæCuĆ”les eran las Ć”reas? Ā”Piensa, idiota, piensa...! Ā”Ya! Generalidades, FilosofĆa, Religión, Ciencias Sociales, FilologĆa, Ciencias Naturales, TĆ©cnica, Arte, Literatura e Historia.
PasĆ© la linterna sobre los cabezales de las secciones y, en efecto, la biblioteca estaba clasificada de esa forma. De inmediato busquĆ© la sección āReligiónā, pero no la hallĆ© por ningĆŗn lado. Eran las 5:45 y la ansiedad comĆa las pocas neuronas despiertas que me quedaban.
ĀæPor quĆ© no habĆa una sección de religión? ĀæMi bisabuelo era ateo? Bueno, masón sĆ que era. Pero los masones no siempre son agnósticos o ateos... Ā”Basta con la clase de historia! Don Silvestre debió guardar la Biblia en una sección que fuera significativa para quienes desearan limpiar la memoria del Coronel...
Otro clic en mi cabeza. VolvĆ a iluminar los cabezales y encontrĆ© el de āHistoriaā, corrĆ hacia Ć©l, en el segundo nivel y empecĆ© a tocar cada uno de los tomos con desesperación. Nada. Mi vista no habĆa reparado en ningĆŗn tomo ancho y voluminoso...
Claro. En las bibliotecas, los ojos sólo se fijan en las secciones del medio y las superiores, sobre todo cuando los pasillos son estrechos, como sucedĆa con la biblioteca de Casa Marquelia. AsĆ que me puse en cuclillas e iluminĆ© los dos Ćŗltimos entrepaƱos del librero.
Y allĆ estaba, justo en el extreƱo derecho del entrepaƱo mĆ”s bajo. Era un volumen de unos 25 centĆmetros de ancho por 40 de alto y unos 10 centĆmetros de grosor. De inmediato bajĆ© y coloquĆ© el tomo sobre el escritorio. En cuanto lo abrĆ, un fuerte olor a polvo y a papel viejo me dieron la bienvenida. TosĆ un poco y empecĆ© a inspeccionar el volumen.
En todo el Antiguo Testamento, no habĆa nada insertado o fijado al lomo; pero al llegar al Nuevo, las pĆ”ginas estaban pegadas. Ā”SĆ, aquĆ estĆ”s! BusquĆ© en los cajones algo con quĆ© cortar el papel y hallĆ© un abrecartas dorado. Lo introduje en la primera pĆ”gina del evangelio de Mateo y se hundió con facilidad. RompĆ unas diez pĆ”ginas hasta que lleguĆ© a un compartimento que contenĆa un envoltorio rectangular de tela. Su contenido me dejó pasmado: era un portarretratos de madera que contenĆa una foto en la que aparecĆamos Polo y yo, cada uno con la mano en el hombro del otro, frente a la fachada de Casa Marquelia.
No habĆa nada mĆ”s en la Biblia. Ante la desesperación por no haber encontrado lo que buscaba, rasguĆ© la Biblia con furia.
āĀ”Joven Frutos! ĀæEncontró algo? Ā”El tiempo transcurre!
Era Gervasio, que me hablaba desde afuera de la casa. Buen conocedor del edificio, sabĆa dónde estaba la ventana de la biblioteca.
TomĆ© el retrato y salĆ de prisa, no sin antes detenerme ante el pobre de Polo y alentarlo un poco. El idiota de mĆ no habĆa podido ayudarlo, asĆ que ya no sabĆa quĆ© hacer para romper ese maldito embrujo.
Afuera, le mostrƩ el retrato a Gervasio.
āAh, son el Coronel y mi abuelo Clemente cuando eran muy jóvenesādijo con una sonrisa nostĆ”lgicaā. Igualitos a ustedes dos. Ya lo decĆa yo cuando lo vi a usted por primera vez.
āEs todo lo que habĆa en la Biblia ādije derrotado y con la cara llena de lĆ”grimas de frustración.
Gervasio miró con atención el portarretrato y me lo devolvió.
āJoven Frutos, Āæya notó que es muy ancho para sólo contener una foto?
AbrĆ los ojos ante el peso de esa evidencia y me puse a inspeccionarlo. En efecto, la parte anterior era una cajita de madera delgada que se abrĆa deslizando una cubierta de madera.
Y ahĆ estaba lo que tanto habĆamos buscado: un pedazo de piel curtida con forma irregular y dos cortezas rugosas que parecĆan ciruelas secas. Eran, al mismo tiempo, el honor y la ignominia de mi abuelo; las piezas que faltaban a esta historia de vergüenza, tragedia y amor. ImaginĆ© al cura, don Silvestre, conservando los restos de su amado Policarpo, el Coronel, y venerĆ”ndolos como un recuerdo sagrado.
ContemplƩ con temor reverencial las reliquias de mi bisabuelo, que ahora formaban parte de mi propia historia.
āĀæY ahora quĆ©, joven Frutos?
āAhora, a visitar al Coronel.
Eran las 6:25 a.m. cuando llegamos al cementerio. Gervasio estacionó su camioneta en la calle mÔs cercana a la tumba del Coronel. Al bajar, me entregó dos palancas metÔlicas con una cuña en la punta, mientras que él cargaba una pala y un pico.
Corrimos hacia la tumba y de inmediato encajamos a cada lado de la lÔpida una de las palancas. Contamos hasta tres y las jalamos, pero la pesada loza no se movió.
āĀ”Carajo! Ā”Póngale mĆ”s fuerza, joven Frutos!
Esta vez me colgué de la palanca y asà logramos moverla un poco, lo suficiente para irla empujando hasta que cayó, pero Gervasio tuvo que esquivarla antes de que le lastimara los pies.
āĀ”Por poco! āadvirtió Gervasio con alivioā. Ahora, joven Frutos, saque esas cosas que encontró y póngalas donde ya sabe...
Abrà la tapa del ataúd de fierro y grité.
āĀ”Gervasio...! Ā”Mi bisabuelo no estĆ”! Ā”No estƔƔƔ!
El reloj marcaba las 6:35 a.m.
Gervasio se dio una fuerte palmada en la frente.
āĀ”Pero quĆ© pendejo he sido! Ā”SĆgame, joven Frutos!
Echó a correr con una velocidad inesperada para un hombre de su edad, aunque entendĆ que la desesperación por salvar a su hijo lo dotaba de una energĆa adicional.
SeguĆ a Gervasio por varios pasillos del cementerio, sin necesidad de iluminarnos con linterna, pues el amanecer ya habĆa surgido desde hacĆa rato.
Las 6:39.
āĀæAdónde vamos, Gervasio? Ā”No queda tiempo!
āĀ”Fui un pendejo! Ā”Perdóneme, joven Frutos! Ā”AhĆ no estaba su bisabuelo, y no lo recordĆ©!
āĀæQuĆ© dice?
Ya no hubo oportunidad de reclamar a Gervasio, porque justo habĆamos llegado a una cripta sencilla que llevaba por nombre āFamilia BauzĆ”nā. Gervasio dio una fuerte patada a la puerta y quebró la chapa. Se abalanzó hacia un ataĆŗd desgastado y lo trató de abrir con una de las palancas.
āĀ”Maldita suerte! Ā”EstĆ” atorado! āgritó con ira.
Entonces, presa de la angustia, Gervasio empujó con todas sus fuerzas el ataúd, que cayó al piso y se abrió con el impacto, lo que nos dejó ver su contenido.
AllĆ, entrelazados, estaban el esqueleto del Coronel Frutos y el que supuse que serĆa el de Clemente BauzĆ”n, el bisabuelo de Polo.
āĀ”Ande! ādijo Gervasio jadeandoā. El de la cabeza mĆ”s grande es su bisabuelo.
Me arrodillé ante el féretro y saqué la bolsa de tela del portarretratos; extraje los órganos marchitos y...
āĀ”Espere, joven Frutos! ĀæNo deberĆa decir algo... como unas palabras mĆ”gicas o una oración? Ā”No sĆ©!
RespirƩ hondo, cerrƩ los ojos y dije:
āAbuelo Policarpo Frutos, yo, tu bisnieto Anselmo, te devuelvo lo que hace aƱos te arrebataron: tus órganos, tu honor y tu buen nombre. Fuiste un hombre honorable que amó como las circunstancias se lo permitieron. Ahora... ācoloque los órganos en la zona pĆ©lvicaā, ya puedes descansar en paz.
Gervasio y yo nos mantuvimos en silencio por unos momentos.
āĀæYa estĆ”? ĀæEso serĆa todo, joven Frutos?
āSupongo que sĆ...
Eran las 6:45 a.m.
Y Polo no respondió las veinte llamadas que le hice durante ese momento y mientras viajamos a toda velocidad hacia Casa Marquelia.
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