BALLBUSTING HOMBRE/HOMBRE
Bastian estuvo entrenando en el gimnasio y se dirigĆa al despacho vistiendo Ćŗnicamente un pantalón corto ajustado dejando su delicioso torso desnudo al aire. AbrĆa la puerta de la oficina cuando escuchó un grito tenso que le indicó que alguien habĆa recibido un golpe. Se estremeció.
El grito fue seguido inmediatamente por otro grito mƔs agudo.
Suspiró y abrió la puerta para entrar al despacho.
En el medio de la habitación, Alejandro estaba parado en una posición comprometida. Sus rodillas se tocaban, pero sus pies estaban separados un par de centĆmetros. Sus manos se aferraban a su entrepierna y tenĆa una expresión miserable en su rostro. Su boca tembló y sus ojos parpadearon.
DetrĆ”s de Ć©l, Unai sonreĆa como un loco. SostenĆa una botella llena de agua, y parecĆa que acababa de anotar un jonrón.
—Hijo de tu madre —fue todo lo que Alejandro pudo decir. Ocupado con el dolor en su ingle que se expandĆa a todo su cuerpo.
—Eso es lo que obtienes por jugar con nuestros testĆculos todo el tiempo —dijo Unai con un gesto de satisfacción.
—Hijo de tu madre —repitió Alejandro, su cuerpo se mantuvo congelado de dolor. Soltó una tos, sus dedos masajearon cautelosamente su entrepierna.
—¡Farid, te toca a ti! —gritó Unai.
Bastian miro alrededor de la habitación, buscando a su compadre.
Pero se llevó una sorpresa...
Fue pateado en los cocos desde atrÔs por el pie calzado de botas de su gran amigo Farid. La escasa tela del pantalón corto estaba mal diseñada para suavizar un golpe. Y el pie de Farid convirtió en tortillas aquel par de delicados huevos.
En una fracción de segundos, Bastian dejó escapar un grito de sorpresa y se dobló, agarrÔndose la entrepierna.
—¡Mierda! —sus ojos se llenaron de lĆ”grimas. Metió la mano dentro del pantalón corto, casi esperando encontrar su escroto lleno de mermelada de huevos. Aliviado momentĆ”neamente, aferró sus manos alrededor de dos orbes carnosos pero de los mĆ”s dĆ©biles entre sus familiares, aunque un poco hinchados, estaban vivos y enviando continuamente seƱales de dolor a todo su sistema nervioso causĆ”ndole ganas de vomitar.
—Te hemos estado esperando —en medio de risas, Farid dijo sobre Ć©l—. Casi empezamos sin ti…
Bastian sollozó de dolor. Sacó las manos de sus pantalón y agarró sus rodillas.
—Dale otro por si acaso —sugirió Unai.
Bastian observó a Unai. —¡¿QuĆ©?!
Antes de que pudiera proteger su paquete, la bota de Farid lo golpeó de nuevo, chocando contra sus preciosos globos con una fuerza devastadora.
Sus grandes testĆculos explotaron con un dolor intenso que tenĆa que soportar pero fue imposible y se desmayó.
Cuando despertó estaba sentado en una mesa grande en el medio del salón. SentĆa el aire acondicionado alrededor de sus bolas y supo que lo habĆan desnudado. Gimió mientras trataba de comprender completamente la situación.
Estaba sentado frente a Alejandro, sus piernas estaban separadas y los pies tocƔndose. Los dos estaban completamente desnudos.
Alejandro lo miró con una sonrisa de dolor en el rostro. —Hola —dijo mansamente.
Bastian gimió e intentó moverse. No tuvo ninguna posibilidad. TenĆa las manos atadas a la espalda y los pies con cinta adhesiva a la mesa. Alejandro estaba en la misma situación.
—Estoy perdido —murmuró Bastian.
—SĆ —asintió Alejandro—. Estamos perdidos... —se encogió de hombros—. Tal vez no deberĆamos haber jugado con sus testĆculos.
El tĆo de Pablo Chacón lo miró fijamente. —¡¿Nosotros?! ¡TĆŗ te metiste con sus pelotas, no yo!
Alejandro se encogió de hombros otra vez. —Ahora estĆ”n buscando venganza... —se movió incómodo y Bastian se estremeció al mirar un trozo de cuerda atado alrededor de los testĆculos del joven.
Sus cojones estaban hinchados y rojos, y la cuerda atada a su alrededor estaba tan fuerte que la piel parecĆa brillante.
Bastian hizo una mueca.
—Lo sĆ© —suspiró Alejandro, siguiendo su mirada y mirĆ”ndose la entrepierna—. Mientras te desmayaste, se divirtieron un poco conmigo... Pero tus cocos tampoco se ven mejor... Bueno, aparte del hecho de que tienes el doble de tamaƱo de bolas que cualquier mortal.
Bastian miro su entrepierna y jadeó.
Al igual que Alejandro, tenĆa una cuerda atada firmemente alrededor de su escroto, haciendo que sus testĆculos se abultaran en su saco.
—¿QuĆ© van a hacer con nosotros?
Alejandro suspiró y asintió con la cabeza ante un objeto que colgaba del techo.
El artilugio era bastante simple. Un aparejo con cuerdas y poleas. El anatomista de la familia Chacón no entendĆa cómo funcionaba, pero estaba bastante seguro de que iba a ser doloroso.
—En este momento, estĆ”n en la cocina —informó Alejandro—. Supongo que volverĆ”n enseguida y sabremos de quĆ© se trata.
Bastian sonrió débilmente.
—Creo que preferirĆa esperar.
No los acompañó la suerte. La puerta de la cocina se abrió y Unai y Farid entraron conversando alegremente.
—No lo creo —decĆa Farid riendo.
Unai se echó a reĆr. —SĆ, y los testĆculos de Bastian son muy dĆ©biles.
Farid sacudió la cabeza. Desvió su atención hacia Bastian y sonrió. —Ahh, estĆ”s despierto.
Unai se frotó las manos. —Bienvenido a nuestro pequeƱo experimento.
Bastian gruñó. —Unai, por favor…
Unai sonrió gentilmente. —Es realmente bastante simple —agarró el extremo de la cuerda que rodeaba el pesado escroto y lo conectó a una cuerda en el aparejo con un gancho de seguridad. Luego hizo lo mismo con la cuerda que enmarcaba las pelotas de Alejandro. —Si tiro aquĆ, deberĆas sentir el efecto de inmediato... —sonrió, agarró un soporte de madera y tiró con fuerza. Las cuerdas se tensaron con un repugnante sonido giratorio y la fuerza se tradujo directamente sobre los pobres y atrapados genitales.
Tanto Alejandro como Bastian gritaron de dolor al sentir estiradas sus pobres bolas magulladas.
Bastian observó sus testĆculos, visiblemente distanciados de su cuerpo. Cerró los ojos y gimió de dolor.
—Eso no fue lo suficientemente duro —se rió Farid.
—¿EstĆ”s seguro? ¿Quieres decirme que aumente la presión? —continuó Unai—. Se me ocurre algo —salió y regresó con un par de pesas, una de las cuales colocó en el soporte, creando una tensión continua en las cuerdas y los escrotos.
Bastian hizo una mueca. —DetĆ©n esto —dijo, tratando de sonar lo mĆ”s tranquilo posible, a pesar del irritante dolor gonadal.
Unai y Farid se rieron entre dientes. Unai colocó otro peso sobre el soporte, haciendo que tanto Alejandro como Bastian gritaran de dolor.
—¡Soy tu compadre, Farid!
—Lo siento amigo —negó Farid—, como mi compadre, debiste asegurarte de que Ć©ste jovencito no me rompiera las bolas a su antojo —alegremente levantó otro peso y lo dejó caer sobre el soporte.
La visión de Bastian se volvió borrosa cuando el dolor en sus huevos alcanzó una nueva dimensión. Soltó un gorgoteo tenso cuando Alejandro gritó con la fuerza de sus pulmones.
—¡Mierda! —lloriqueó—. ¿QuĆ© deseas?
Unai casualmente dejó caer otro peso sobre el soporte, sonriendo con satisfacción cuando Alejandro y Bastian volvieron a gritar con fuerza.
Ahora, cuatro pesas tiraban continuamente de los genitales, llenando tanto a Alejandro como a Bastian de un dolor estremecedor mientras sus testĆculos se sentĆan como si estuvieran siendo arrancados de sus cuerpos.
—¿QUĆ DESEAS? —gritó Bastian con voz aguda.
Farid sacudió la cabeza lentamente. Levantó la mano y la dejó caer sobre el soporte, haciendo que los pesos chocaran entre sà mientras las gónadas se separaban aún mÔs de los cuerpos.
Alejandro gimió como un gato estrangulado, acompañado de un chillido femenino.
Unai agregó otro peso, elevando el total a cinco.
Alejandro y Bastian se miraron. Ambos gritaban, con la boca y los ojos muy abiertos, y los genitales estirados lejos de sus cuerpos.
—¡SE ME VAN A REVENTAR LAS BOLAS, FARID! NO QUIERO SER UN PUTO EUNUCO.
—HIJO DE PUTA —gritó Alejandro.
—¡Oye! —Farid apretó el puƱo y lanzó un golpe rĆ”pido en el testĆculo estirado e indefenso de Alejandro—. ¡No hables asĆ de mi santa madre!
Alejandro gritó de dolor, su cuerpo se sacudió, haciendo que los pesos se balancearan hacia adelante y atrÔs, encendiendo otra ronda de puro dolor en el cuerpo de Bastian mientras sus bolas se estiraban como nunca antes.
Farid lo miró y sonrió, después suspiró y apretó el puño.
—¡No! —se lamentó Bastian—. Por…
Con un golpe preciso, del puƱo Farid lo clavó en los pobres y torturados testĆculos. Bastian aulló como un hombre lobo. Seguido fue el turno de Alejandro.
—Lo siento, Farid. Lamento haber dejado que Alejandro se metiera con tus cocos.
Farid miró a Unai, que se encogió de hombros y asintió.
—Muy bien —dijo Farid—. Disculpa aceptada.
Bastian suspiró de alivio. —Por favor —susurró—. Detente.
—Ahora es tu turno —dijo Farid, volviĆ©ndose hacia Alejandro.
—¡No entiendo! ¿Por quĆ© deberĆa disculparme? ¡No entiendo! —negó el muchacho.
Farid soltó una risa amarga y aplastó su puƱo contra el soporte, haciendo que tanto Alejandro como Bastian gritaran a toda velocidad mientras sus testĆculos se estiraban hasta sus lĆmites amenazando su hombrĆa.
—¡Vale, vale, lo siento! —chilló Alejandro histĆ©ricamente.
—Quiero que prometas que nunca lo volverĆ”s a hacer —dijo Farid, levantando el puƱo en el aire.
—¡¿Pero no es ballbusting de lo que se trata todo esto?! —se quejó Alejandro—. ¡¿Por quĆ© diablos te molesta de que te fastidie las pelotas?!
Farid hizo una pausa por un momento. —¡Porque las bolas de nosotros no se tocan! —gruñó. Agarró tanto la cuerda de Alejandro como la de su compadre con ambas manos y tiró tan fuerte como pudo.
Bastian emitió un sonoro grito y se desmayo sin poder resistir su dolor testicular.
Cuando despertó, estaba acostado en el sofÔ con el cuerpo desnudo. Mantuvo los ojos cerrados por un momento. Sus bolas enviaban un dolor sordo y punzante a todo su sexy cuerpo.
—... te lo dije —escuchó a Unai decir—. Sus testĆculos son muy dĆ©biles.
Farid gruñó.
—Y yo tengo bolas de acero —dijo Alejandro alegremente.
—No exageres —dijo Unai—, estabas que chillabas como mi sobrinita.
Alejandro se rio entre dientes.
Bastian abrió los ojos y gimió.
—Bienvenido al planeta Tierra de nuevo, dormilón —sonrió Farid.
Estaba sentado en una silla junto a Unai y Alejandro. Alejandro se veĆa sorprendentemente bien, a pesar de que su cabello todavĆa hĆŗmedo. TenĆa una toalla envuelta alrededor de su cadera, y cuando se movió en su asiento, Bastian observó sus bolas hinchadas. Tragó saliva.
Bastian se acomodó en el sofa y observó su propia entrepierna. Al ver aquellos órganos rojos e inflamados gimió y rÔpidamente apartó la mirada.
—Lo siento —habló Farid—, pero tĆŗ tambiĆ©n necesitabas que te enseƱaran una lección...
Bastian le dijo un insulto denigrante.
Alejandro hizo una mueca. —Bueno, lección aprendida. No volverĆ© a golpear las joyitas de Farid, Unai o Bastian, entiendo que por su edad pierden dureza y representan un peligro para su avanzado corazón.
—¡Concha tu madre! —dijo Unai.
Bastian y Farid sonrieron.
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