Simón Chacón y los 7 enanos (1/2): Asalto - Las Bolas de Pablo

Lo más nuevo

11 oct 2020

Simón Chacón y los 7 enanos (1/2): Asalto

CONTIENE 

BALLBUSTING HOMBRE/HOMBRE


Simón Chacón era profesional de los medios de comunicación, tenía un programa de radio todas las mañanas, otro en televisión sobre entrevistas y comedia, escribía para la columna de un periódico y en los últimos años incursionó como empresario abriendo su propio restaurante. 

Era lunes por la noche y terminaba de sacar unas cuantas con su hermano Pablo, que era economista. 

—Muchas gracias por ayudarme, hermanito. 

—No hay de qué —dijo Pablo guardando los papeles con las cuentas del restaurante en una carpeta—. Hemos terminado por hoy. 

—Genial, eres un sol y nunca dejes de brillar. 

Ambos hermanos rieron con la ocurrencia. 

Pablo lo miró a los ojos. 

—¿Finalmente me prestarás a los chiquillos este fin de semana? Le había dicho a Vicente de hacer un campamento en la terraza y estará también el hijo de David. Sería un fin de semana estupendo con mis sobrinos. 

Simón se rascó la cabeza. 

—¿Los tres? 

—Sí, de viernes a domingo. La pasaremos bien. 

—¡Que Dios te agarre confesado! 

Los hermanos volvieron a reír. 

—Está bien, por mí no hay problema puedes tenerlos todo el fin de semana, incluso el mes completo si quieres. Así planifico unas actividades con Claudia aprovechando que estaremos solos. 

—Y encargarme un cuarto sobrino. 

Nuevamente los dos volvieron a reír. 

—¡No! Con estos tres me basta y sobra, no quiero más hijos. Con los que tengo desbordan la energía de 10.

Pablo sonrió y recogió sus pertenencias entre ellas una ración de pastel de dulce de leche que Simón le obsequió y era su favorito. 

—¿Nos vamos juntos? 

—No —negó Simón—, quiero estar solo un momento y conseguir inspiración para escribir un monólogo que deseo presentar. 

—¿Sí? Bueno, no te vayas tan tarde que es de noche. 

—Oh, claro. 

Pablo le dio un abrazo a su hermano y partió del restaurante. Simón consultó la pantalla de su celular leyendo las redes sociales y después tomó bolígrafo y papel dedicándose a escribir palabras y más palabras, en ocasiones tachaba y volvía a escribir el guión. Transcurrió una hora, incluso otros minutos más. Hasta que un diminuto ruido lo perturbó, fue tan minucioso que le hizo doblar el ceño y enderezarse. 

No hubo más pero Simón estaba seguro de escuchar un ruidillo. Abandonó su asiento y caminó por el restaurante. 

—¿Quién anda ahí? —su voz retumbó al decir. 

Enseguida una sombra que corrió lo hizo volverse. 

—¡Hey! ¡Te vi!

—¡Quieto! —le habló alguien sosteniendo un filoso cuchillo. 

Simón se le quedó mirando y enseguida reprimió una risa. El sujeto que lo desafiaba representaba alguien inferior a su robusta fuerza, pero muy inferior, era un enano que le devolvía la mirada desafiante. 

—Quieto —el sujeto repitió. 

—¿Quieto o qué? —rugió Simón—. ¿Me harás un rasguño con tu juguete? Niñito. Mi hijo menor es más grande que tú, te da un golpecito en la frente y te manda a dormir. Sabía que los duendes salen de noche y me acabo de encontrar a uno. ¿Dónde está la olla con los tesoros?

—Esto es un robo, será mejor que colabores y dejes los chistes de burla —dijo otra voz que se le apareció desde la sombra. 

Simón Chacón se puso en posición de pelea, aún así una sonrisa de diversión surcaba su rostro. 

La nueva voz provenía de otro personaje de diminuto tamaño. 

Y poco a poco la sala se fue llenando, parecía inverosímil pero siete hombrecitos se aparecieron ante Simón y era uno el que esgrimía un cuchillo. 

Simón pensaba que era una broma pero su esposa Claudia le había dicho que en las noticias de la zona figuraban los hurtos de una banda de rateros conformada por enanos. 

—¿Que demonios es esto? —preguntó Simón—, ¿dónde está la bruja y blanca nieves? Yo les tengo una manzanota que pueden degustar.

—¡Cállate y colabora! —gritó el tipo del cuchillo. 

—Tú debes ser Gruñón. ¿Quién sigue? Vamos malditos enanos salgan de mi restaurante, no les daré nada vayan y jodan a Blanca nieves. 

Simón sonreía mientras estaba rodeado de aquellos siete hombrecillos, no tenía miedo, Claudia decía que la banda de enanos no era peligrosa hasta el momento. Él estaba seguro de su fuerza y fácilmente podía destrozarlos a todos.

El más joven de aquel sexteto corrió hasta él lo agarró de una de sus piernas y lo mordió. Simón enseguida gritó de dolor y sorpresa mientras los dientes se hundía en su grueso muslo pero un sólido puñetazo al rostro del enano hizo que se tambaleara y cayera al piso inconsciente. 

Simón enseguida se burló. 

—Dormilón está fuera de juego, ya son seis. ¿Quién es el siguiente duende en caer? ¿Dónde está Tontín?

Cuando se giraba para desafiar a cualquiera de los enanos que lo rodeaban ya tenía a uno encima enviando un puñetazo en su entrepierna. Un crujido de cáscaras llenó la sala del restaurante y el enano retrocedió con mirada de emoción.

Los ojos de Simón se agrandaron. Su mandíbula se abrió cuando su cuerpo perdió toda magnífica fuerza. Mientras caía al suelo, un aullido agónico salió de sus labios e hizo que todos los demás enanos se estremecieran y se burlaran. El robusto hombre rodó por el suelo, lidiando con los intensos niveles de dolor de sus bolas. Su respiración ya era irregular y dolorosa, y los enanos celebraban victoria. 

Para ellos la altanería del macho y su burla acerca del tamaño iba a ser que resultase su robo más divertido.

Uno de los enanos se acercó frente a Simón y apartó las manos de sus testículos. Con una sonrisa aparentemente agradable, agarró las abultadas gónadas de Chacón con su mano derecha y comenzó a apretarlas. Los ojos de Simón se cerraron con fuerza, revelando por mucho el dolor en su rostro.

—¿No que muy fuerte? —se burló el enano. Apretando las carnosas bolas con más fuerza—. ¿Por qué no te elevas como un gigante y nos golpeas? Aquí está tu Tontín.

El ratero del tamaño de un niño, burlándose incrementó su mortal agarre.

Los gemidos y gruñidos de Simón llenaron la sala del restaurante mientras el enano brutalmente exprimía sus bolas. El dolor era agudo, intenso e infernal. La mandíbula del hombre más fuerte de la sala estaba floja y sus ojos cerrados con fuerza en un intento desesperado y en vano por calmar el dolor y escapar para recuperarse.

Las bolas de Simón fueron estiradas arrancándole un grito desesperado, el ratero liberó las albóndigas del macho y sin embargo, no le dio tiempo para recuperarse, pues empujó su piecito contra la entrepierna logrando que Simón chillara, acurrucándose en posición fetal y rodando por el suelo lleno de dolor y lamentos. 

Uno de los enanos se distanció del grupo para empezar a robar las primeras cosas que se encontrara, alimentos, objetos de tecnología. Dos más daban palmadas en la cara intentando reanimar al caído por el puñetazo de Chacón. Y el jefe seguía amenazando con su cuchillo en alto.

—Vamos, ¡levántate hombre grande! ¿Muy fuerte? ¿Quieres que me acerque a ti y te corte las papas con el filo de mi navaja? 

Simón tardó un momento en darse cuenta de lo que escuchaban sus oídos, y se puso de pie. Tenía postura protectora de su entrepierna y mirada alerta. Enseguida otro enano lo atacó a traición llegando tras él y dándole golpes repetidos en la parte baja de la espalda, uno más llegó tras él e intentó desbalancearlo queriendo trepar por su cuello. 

—¡Malditos enanos los voy a matar! 

Con la más pequeña de las carreras, el líder del grupo estampó el puño y golpeó las bolas de Simón con el nudillo. El bulto en su jeans voló ligeramente hacia arriba antes de volver a caer en su lugar. Hubo un momento de silencio antes de que Simón reaccionara, un sonido agudo salió de sus labios mientras su rostro se contraía de dolor.

El hombre robusto y fuerte volvió a caer al suelo. Su frente descansó contra el piso y su majestuoso y carnoso culo quedó levantado en el aire mientras agarraba sus bolas. Gentiles gemidos escapaban de sus labios.

El primer enano que repetía sus golpes en la espalda no tuvo piedad. Con una sonrisa en el rostro, y en su estratégica posición golpeó con la punta del pie las bolas del hombre usando una fuerza brutal.

—¡Mis pelotas! —gimió Simón dando bandazos ligeramente hacia adelante.

Los enanos volvieron a burlarse mientras Simón se ponía de espalda al suelo cubriéndose la entrepierna. El líder de los rateros se apareció entre sus piernas y colocó el pie sobre las protectoras manos. Con una sonrisa, comenzó a presionar la planta del pie.

—Con esto empezarás a respetar a mis muchachos, Simón Chacón. Desde hoy dejarás de hacer alarde de tu grandeza. ¿Has notado como en tu programa de televisión nocturno eres tan engreído de sentarte con las piernas abiertas exponiendo estas ridículas joyas ante la cámara? 

Simón miraba al enano con ojos suplicantes y preocupados, pero fue ignorado.

Tres enanos ayudaron a sentar a Simón y sostenían sus brazos tras la espalda. 

—¿Qué quieres, enano? Ya lo tienes todo, llévate lo que quieras, cabrón. 

El líder de la banda nada dijo, y por el contrario lanzó un puñetazo brutal contra el abultado pantalón de Simón, un fuerte aullido acompañó el ataque.

Los ojos de Simón se abrieron de par en par, su cuerpo débil tembló del intenso dolor que estaba sintiendo. Su pecho subía y bajaba rápidamente, sudor se formaba en su frente y empapaba un poco su cabello rubio. La mandíbula estaba un poco floja, su rostro era una imagen de miseria por los fuertes golpes que los enanos le habían dado.

—Son bastante grandes, ¿eh? Por lo general, significa que son débiles —comentó el líder de la banda, por lo que veía marcado en el pantalón—. O tal vez solo están repletos de leche.

Simon apretó los labios consciente de que en la naturaleza de sus genes fabricaba demasiado semen. De hecho su tío Bastian, experto en genética le dijo que entre los hombres de su generación era el que más semen producía. El enano se inclinó y agarró las grandes bolas a través del pantalón. Simón respiró hondo.

Mientras tocaba las grandes huevas del macho, se mordió el labio, palpando las bolas con crueldad. Simón chillaba y gemía con cada apretón que recibían sus preciosas y doloridas joyas. El enano continuó con su tortuosa inspección por un rato más, todavía sosteniendo los testículos en un agarre de estrangulamiento.

—Leche, definitivamente esto es mucha leche —concluyó el enano, hablando por encima de los gemidos dolorosos de Simón—. ¿Qué pasa semental? El cotilleo de la televisión dice que estás casado con la conductora del noticiero. ¿Ella no te da coño? ¡Ja, ja, ja! Esto debe ser como tres meses de semen acumulados. 

Una vez más, el líder aplastó las bolas del engreído hombre de estatura alta. Ante el repentino cambio de presión, Simón gimió mientras sus ojos se abrían como platos.

—¿Tu esposa no te da coño? Dinos, aquí estamos 7 hombres dispuestos a complacerla. Yo seré el primero, quizás tú no eres suficiente macho para ella. 

—Vete a la mierda —susurró Simón, con tono afligido y agudo. Constantemente tenía el mejor sexo con su esposa.

—¿Sabes qué? Terminaremos de robar y tendré algunos minutos de misericordia. Ningún hombre debería tener tanto semen revolviéndose alrededor de sus bolas. Te lo sacaremos. Tendremos que castigarte un poco antes primero. Fuiste muy grosero conmigo y mis muchachos. 

Le dio un golpe brutal a aquellas bolas grandes. La mandíbula de Simón se dobló en una deforme mueca tras un fuerte gruñido que llenó la sala. Se movió hacia un lado, con la intención de acurrucarse, pero los enanos que lo sostenían se lo impidieron. 

El líder echó su piecesito hacia atrás y envió una patada rápida y poderosa a los huevos de Simón. Lo hizo de nuevo. Luego otra vez. Y en una oportunidad más.

Con cada patada, un grito de dolor salió de los labios de Simón e hizo que algunos de los hombres que terminaban de robar los alimentos dejaran su labor para acercarse a ver. Las patadas eran feroces, cada una golpeando ambas bolas con la punta del zapato. El cuerpo de Simón se tambaleó hacia atrás, y su rostro se contorsionó mientras le machacaban las gónadas, sus gritos se convirtieron en intensos gemidos cuando las patadas se hicieron más intensas.

Sin embargo, el líder no había terminado. Colocó la suela de su zapato sobre las bolas hinchadas y presionó lentamente hacia abajo, cambiando el pequeño peso de su cuerpo para aplastar las bolas del macho. Sonrió ante la reacción que obtuvo.

Simón estaba jadeando con fuerza, su pecho palpitaba rápidamente mientras lidiaba con el horrible dolor en el que estaba. Gemidos aún salían de sus labios. Cuando el jefe de la banda comenzó a mover el pie como si apagara un cigarrillo, los quejidos se convirtieron en gritos potentes.

Después intensos momentos de aplastar las bolas del periodista, el enano apartó el pie de la entrepierna y le dio una patada mortal. Simón aulló. 

El líder mostró su navaja a la luz e hizo un movimiento, enseguida la costosa camisa de Simón se hizo trizas y su musculoso pecho vio luz, estaba sudado y exaltado. 

—Arranquen su pantalón, vamos a hacer que se corra, no necesita los boxers.

Antes de que Simón pudiera darse cuenta de lo que había dicho, fácilmente uno de los enanos le abrió el pantalón y lo hizo bajar, le agarró la pretina de los ajustados bóxers y los bajó también, con un movimiento de navaja que le arañó una pierna el bóxers salió de su cintura. Desnudo se mostraba un grueso, gordo y semi erecto pene sobre sus muslos. Las pelotas de Simón Chacón eran grandes aunque para el momento hinchadas que le proporcionaba un tamaño atroz.

—No dejen de sostenerlo. Vamos a ayudar a este pobre artista de la televisión a drenar sus pesadas bolas. 

Simón trató de luchar contra los desgraciados enanos que lo sostenían, pero se rindió al darse cuenta de que era inútil y se quedó quieto con una mueca, esperando el tormento que iba a sufrir.

Primero fue una patada, la punta del zapato chocó contra ambas bolas con precisión brutal. Las dos gónadas volaron hacia arriba y la polla de Simón rebotó cuando volvieron a caer en su lugar.

Simón gimió en voz alta, su torso se fue ligeramente hacia adelante mientras sus brazos aún estaban sujetos por los dos hombrecitos. Aulló de nuevo, mientras miraba sus bolas hinchadas

El enano dio tres patadas más a las bolas doloridas del macho. Después de la última patada, el gigantón estaba jadeando como loco, cubierto de sudor y sus bolas estaban hinchadas y rojas. El líder de la banda miró al hombre, sus ojos se posaron en una cosa en particular.

De pie con orgullo entre las piernas de Simón había una erección gruesa y dura. Al darse cuenta de eso, Simón se sonrojó.

El líder tomó el miembro palpitante con una mano, la polla saltó levemente ante la atención. El líder se rió entre dientes y la soltó, no queriendo que Simón se corriera todavía.

—¿Quieres eyacular?

Cuando Simón no respondió, el líder envolvió su mano alrededor de las bolas. Las bajó suavemente, llevándolas al fondo del saco estirándolas.

—¿Quieres correrte? 

—Si —graznó Simón con los ojos vidriosos ante el dolor que irradiaban sus bolas.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Pages