Semental bravío (4/7): la venganza siempre llega - Las Bolas de Pablo

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22 oct 2021

Semental bravío (4/7): la venganza siempre llega

La campestre sala de estar de Reinaldo Quiroga estaba siendo decorada de navidad, no porque el hacendado lo quisiera, de ser por él todo el ambiente festivo se hubiera quedado en la caja del olvido, sino que el docente se encargó de animar al niño con los días de fiesta hasta lograr al padre ordenar hacer vestir la casa.

 


—Es una época que ayudará al niño para los días especiales en los que extrañará a su ser más querido —le aseguraba el profesor José con su impecable uniforme y lentes grandes de lectura a la moda.

 

—Esas son pendejadas —aseguró Reinaldo Quiroga. Vestía muy juvenil con una camiseta azul y jeans. Estaba sentado viendo como colocaban las luces al árbol navideño. En sus piernas abiertas el pantalón dejaba distinguir la silueta de sus testículos, contorno que el docente observó y se vio obligado a desviar la mirada para no hacer un gesto de interés.

 

—En dos días me iré de vacaciones y no volveré hasta el 15 de enero.

 

—En realidad deseo que usted no vuelva, maestrucho —respondió Reinaldo—. En su lugar deseo que envíen a una hermosa mujer que no sea una entrometida.

 

José lo miró con desprecio, Reinaldo lo ignoró.

 

—Antes de irme a la ciudad deseo que usted lea y firme como su representante mis actas e informes pedagógicos sobre Germán. Sé que para el venidero período seguiremos avanzando.

 

—Ya le dije que los firmaré cuando tenga tiempo.

 

José hizo cara que quería expresar que el hacendado no estaba haciendo la mayor labor en esa hora. Alguien tocaba a la puerta de la casa, una de las empleadas fue a recibir.

 

—Tengo cuatro días hábiles esperando por su firma —insistió José.

 

—Le dije que cuando tenga tiempo lo haré, profesorcito.

 

De haber podido José le hubiera dado una buena patada en las pelotas a ese macho engreído. Se le marcaban de buena manera en el pantalón que representaba una mera invitación.

Todo mal pensamiento se vio interrumpido cuando en la casa se presentó el capataz de Río oscuro, un atractivo hombre de pelo en pecho. Estatura alta, porte marcial y fuerte. Vestía de jeans ajustados que mostraba unas piernas torneadas y una zona erógena abultada que a todos demostraba que nació con todas las palabras varón bien puestas. Una camisa a cuadros estaba llena del sudor, fruto de las responsabilidades campestres. Se quitó el sombrero al entrar.

 

—Todo está preparado para el encargo, Reinaldo —anunció después de un saludo formal de respeto a los presentes.

 

Reinaldo Quiroga se echó contra el respaldo del asiento con una sonrisa maligna de satisfacción.

 

—No quiero errores, Óscar.

 

—No los habrá —aseguró con confianza. Óscar se colocó de nuevo el sombrero e inclinando la cabeza se retiró.

 

Al salir de la sala Reinaldo Quiroga mantuvo la sonrisa que denotaba pura malicia y olor a triunfo. José se le quedó mirando.

 

—Sea lo que sea, lo que usted está planeando se siente que no es bueno —comentó.

 

Reinaldo enfatizó la mirada en él transformándola en ira.

 

—¿Qué le importa, maestrucho? ¿Quién le ha dado permiso de opinar? No se entrometa en la vida de los demás, carajo. ¿En qué idioma se lo digo?

 

—Le recuerdo que todas sus acciones son admiradas por su hijo. Usted es un modelo a seguir para él —opinaba José—, no creo que usted quiera que cuando crezca, Germán sea un Reinaldo Quiroga versión dos.

 

—¡Maldita sea, maestro! —Reinaldo dio una patada al suelo poniéndose de pie—. Me voy a mi despacho, estar aquí me pone mal. Quiero que sea 15 de diciembre por la tarde para que se largue de aquí. No veo la hora en la que usted y su estúpido ministerio salgan de mi casa.

 

José puso la vista al techo sintiéndose fastidiado por el patrón, aunque tenían 3 meses llevando la fiesta en paz, lo ánimos se caldeaban entre ellos fácilmente. José se acercó a la mesa para constatar la tarea que le asignó a Germán. Con una letra grande y fea el pequeño redactaba una carta para papá Noe. Mientras él leía el pedazo de papel, el capataz de Reinaldo Quiroga estaba desarrollando un tenebroso plan que su jefe le encargó.

Acompañado de tres de sus mejores hombres salió en camioneta de los predios de Río Oscuro hasta la parte más al norte de la región, hacia la hacienda Valentía, propiedad de Víctor Heraldo, quien fue el mejor amigo de Reinaldo y amante actual de su esposa. Aquellos vastos terrenos tenían plantaciones de uvas que el hacendado utilizaba para labores comerciales de vino. La misión de Óscar era provocar un incendio para sabotear las ventas de Heraldo.

 

—Que no quede nada —ordenó el capataz tan pronto inspeccionaron la zona. Portaba un rifle como forma de protección, mientras que sus otros acompañantes empezaban a derramar gasolina por las plantaciones, Óscar se dirigió a la parte trasera del vehículo, distanciándose, no podía controlar la uretra y el deseo de orinar lo dominaba. No iba a provocar el incendio con la vejiga llena. El fiel caballero de la hacienda Río Oscuro bajó la cremallera de su ajustado pantalón, extrajo su bonito pene en estado flácido, y comenzó a mear sosteniéndolo con una mano y con la otra empuñaba el arma en posición de descanso. En lo que el amarillo orine corría a la tierra, la punta de una pistola tocó su nuca.

 

—Dame tu arma y no te muevas —le ordenaron.

 

Óscar perdió el equilibrio de la impresión y mojó un poco su ropa. Más allá sus hombres encendían el primer fósforo y la llama corría al principio del viñedo.

 

—Dame tu arma o te vuelo los sesos.

 

Óscar paralizó su acto y entregó su rifle al asaltante. Dos de los cuidadores de Valentía los emboscaron, saliendo de cualquier lugar de su escondite. Siempre patrullaban la zona y esa mañana tuvieron suerte en su faena. Uno de ellos tomó a Óscar del cuello y lo apuntó con su arma en la cien. Entre los tres salieron al encuentro de los bravucones de Río Oscuro.

 

—Ordena a tus tipos que dejen sus armas y se larguen de aquí.

 

De nada servía que los trabajadores de Río Oscuro tuviesen rifles mientras su jefe estaba de rehén con una pistola en la cabeza. Lleno de rabia y con el pantalón mojado el capataz tuvo que ordenar que dejaran sus armas y se retirasen. El fuego comenzaba a extenderse provocando una gris humareda que subía al cielo.

 

No había más que obedecer por la vida del capataz.

 

—Ahora, ¡LARGUENSE! —gritó Óscar—. Avisen a Reinaldo.

 

Mientras los lacayos corrían al vehículo y se iban a toda marcha, Óscar recibió un golpe en la nuca que lo llevó a la inconsciencia.



Cuando volvió en sí, estaba amarrado en una especie de granero. Su cuello descansaba inconsciente en su pecho, lo cual le molestó cuando quiso erguirse y sus brazos colgaban sujetos por cuerdas a unas vigas del techo. Parpadeó varias veces, el suelo estaba cubierto de paja y el lugar era poco iluminado, el vapor anunciaba que el sol estaba en su máximo punto del día. Un gota de sudor corrió por su desnudo y peludo pecho. Tenía puestas sus bolas y el pantalón.

 


El capataz de Valentía hizo su aparición, uno de esos tantos hombres del monte de rasgos fuertes, piel tostada por el astro rey, rostro cubierto por barba. Vestía con la típica camisa a cuadros y pantalón ceñido. En su mano con el celular mantenía conversación con el patrón que seguía de vacaciones con su amante.

 

—El incendio se pudo controlar, señor, pero afectó a varias plantaciones. Acá tenemos a Óscar, ya está despierto. Usted dirá que haremos con él. ¿Esperamos que lo vengan a buscar como un perro? ¿O lo arrojamos a un río en un saco lleno de piedras?

 

—Ni lo uno, ni lo otro —se escuchó la activa voz del dueño del fundo—. Simplemente dale una lección que nunca olvide y después deja que se vaya con la cola entre las patas. Reinaldo no se va a quedar quieto. Quiero que redobles la seguridad. Mañana estaré de regreso, le vamos a dar un magnífico regalo de navidad.

 

—Por la seguridad no se preocupe. Si nuestros hombres lograron dar con estos gusanos, imagine cómo será a partir de ahora. Cambio y fuera.

 

Mateo culminó la llamada con su patrón, se guardó el móvil en el bolsillo del pantalón donde el rectangular equipo se marcaba a un lado de su abultada hombría. Se acercó a Óscar con una sonrisa socarrona. Comenzó a darle unas palmadas en la mejilla mientras le hablaba en tono de burla.

 

—Ya escuchaste, maricón. Voy a darte una golpiza que más nunca vas a olvidar en tu miserable vida.

 

Con un último bofetón, Óscar reaccionó escupiéndolo en la cara.

 

¿Quien no puede enamorarse
de Óscar con ese físico?
Mateo retrocedió limpiando el asqueroso gargajo. Odiaba a Óscar desde hace dos años atrás cuando le quitó la virginidad a su hermana y la abandonó dejándola embarazada con un hijo que aseguró no era suyo.

 

La primera respuesta de Mateo fue una patada en la virilidad de Óscar con su pesada bota de ganado, de esa manera castigaba al canalla.

 

—¡AAAAAARGH! —rugió el capataz de Río Oscuro poniendo los ojos en blanco y uniendo sus rodillas como si así pudiera evitar un asalto a su hombría. Se lamentó de dolor entre sus ataduras. Las bolas quedaron doliéndole con esa rotunda patada que las estrelló en su pelvis.

 

Mateo apretó el puño y lo estampó sin compasión en el abdomen del capataz de Río Oscuro. Lo volvió a hacer por tres ocasiones consecutivas, las suficientes para dejar a Óscar totalmente débil y colgando de sus ataduras.

 

El capataz exhalaba con cara de lamento.

 

—¿Sabes que edad tiene tu hijo, huevón? —le preguntó Mateo agarrándolo de la abultada hombría donde un buen lote de carne se guardaba, apoderándose de sus pelotas en un agarre cruel, aplastándolas como si le fuera a sacar el jugo a esos limones.

 

—¡AAAAAAAAAAH!

 

—¿Sabes, huevón? —repitió Mateo temblándole el puño aferrado al par de joyas de un desesperado Óscar que gritaba con los ojos llenos de lágrimas, negando con el rostro y moviendo con desespero el torso—. ¿Sabes que edad tiene el niño que salió de estas cosas, huevón? ¡DIME!

 

—¡AAAAAAAAAAAH! —era lo único que podía escapar de la boca abierta de Óscar cuyos huevos se exprimían en el cruel maltrato. El vapor lo sofocaba y el dolor le mataba la resistencia.

 

Con un fuerte estirón y retorciendo el puño, Mateo extinguió el horrible grito de Óscar que terminó en un tono femenino.  Lo dejó con la mirada perdida y en estado de shock. Lo soltó de su hombría y el infeliz hombre comenzó a gemir reaccionando lentamente de su momentáneo letargo.

 

—Ja, ja, ja. Así te quería ver, hijo de puta —se burló Mateo.

Apretó el puño y le partió la comisura de los labios a Óscar.

 

—Esto te lo tenía jurado desde hace dos años, maricón. No sé por qué me contuve y no te maté cuando pude.

 

Mateo observó hacia la abultada entrepierna del ex amante de su hermana. Echó la pierna hacia atrás y entregó una nueva patada quiebra huevos a Óscar.

 

Los testículos del semental volvieron a rebotar con violencia tras impactar de lleno en su pelvis.

 

—¡AAAAAAAAAAAAAAH!

 

Óscar aulló de dolor agitando el pecho con el aire agotado, solo quería ser liberado para revolcarse en los montones de heno y acunar sus doloridas gónadas. Sus muslos estaban unidos tras el instinto de reacción como último recurso para salvar sus cojones.

 

Mateo sonrió con malicia. Camino detrás del rehén y lo tomó del cuello, le susurró muy cerca del oído.

 

—Debería vengar a mi hermana, ¿quieres saber cómo, bastado? —acercó su cadera a las nalgas del capataz de Río Oscuro, poniéndole la polla encima—. Una buena manera de vengarme es esta.

 

Óscar se llenó de miedo de ser violado, enseguida comenzó a resistirse, moviendo el cuerpo y las piernas como un animal que escapa por su vida, Mateo consiguió detenerlo, con una mano le abrió el cinturón.

 

Óscar gimió.

 

Pero todo el horror se paralizó. Nada más ocurrió. Óscar se quedó tranquilo, no había una mano tocándolo o circunstancia alguna lastimando su hombría. Era como si Mateo se hubiese esfumado.

 

Óscar seguía con los brazos colgando, el cinturón abierto y el pantalón arriba. Tenía miedo de girar la cabeza. De pronto un dolor profundo explotó desde su ingle y gritó como respuesta al sorpresivo ataque de un tubo de hierro que subió entre sus piernas golpeando y aplanando sus bolas.

 

Fue un dolor intenso que le hizo mover la campana de la boca y dilatar las pupilas. Así el mundo de Óscar se fue a negro, cobarde de resistir tanto dolor.

 

Cuando volvió en sí se descubrió en unos calurosos matorrales en medio del campo, sus testículos estaban hinchados y le dolían para caminar, se movía con dificultad y para hacerlo, tenía que sujetarse las bolas.

 

Además se encontró con una carta que expresaba.

 

Avísale a tu patrón que la guerra ya comenzó. Si guerra quería, guerra va a tener.

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