ELLA (1/4): EL POZO DE CHAPULTEPEC - Las Bolas de Pablo

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29 oct 2021

ELLA (1/4): EL POZO DE CHAPULTEPEC

Escrita por:FerchoMX
Contine: Ballbusting hombre/hombre.

Esta historia se piblicĆ³ en junio, por temporada de Halloween se publica nuevamente. Son cuatro partes. Puedes leerla de corrido, porque ya estĆ” publicada.


   Para un mujer como Maribel Barranco no ha sido fĆ”cil ascender en su entorno laboral. Desde antes de graduarse en derecho fue vĆ­ctima de discriminaciĆ³n y malos tratos por parte de sus pares y superiores. Para ella no existen hombres que sean mĆ”s machistas y misĆ³ginos que los abogados, siempre reuniĆ©ndose para beber o visitando clubes nocturnos, mientras ella labora hasta muy altas horas de la noche, mucho le ayuda no tener amigos o vida social. Es la mĆ”s eficiente en su trabajo, tanto asĆ­, que a sus treinta y cinco aƱos ha visto en dos ocasiones esfumarse frente a sus ojos, la oportunidad de ser socia titular del despacho donde lleva trabajando casi una dĆ©cada, todas las veces en favor de algĆŗn abogado varĆ³n. «Quisiera haber nacido con testĆ­culos», ha llegado a pensar.

 

Lic. Maribel Barranco

La defensora posee un cuerpo voluptuoso, capaz de tentar a cualquier ser humano que se precie de tener un pene entre sus piernas, incluso, alguno que otro homosexual dudarĆ­a de su orientaciĆ³n al mirarla. Los aƱos le han sentado bien, hace una dĆ©cada ella no era tan atractiva. Para ganarse el respeto de sus compaƱeros, ha debido portarse agresiva y ligeramente masculina, cortĆ³ su cabello oscuro, lo cual, si es posible, la hace lucir todavĆ­a mĆ”s sensual. Ha recibido propuestas indecorosas de todos los socios del despacho, siempre las ha rechazado, es esa, quizĆ”, la causa de que no logre ascender. «Si hubiera “dado las nalgas”, tal vez… No, eres mucho mĆ”s que eso, Maribel», pensaba y se decĆ­a a sĆ­ misma.

    Como una mofa, el socio principal le asignĆ³ una tarea imposible, si lo consiguiera, su apellido podrĆ­a formar parte en el tĆ­tulo del despacho. No podĆ­a negarse, hacerlo la descartarĆ­a para alguna futura oportunidad. ConocĆ­a al cliente y sabĆ­a que era un caso perdido, sin embargo, Maribel nunca se habĆ­a «echado para atrĆ”s», al igual que siempre, darĆ­a su mejor esfuerzo.

    Ella debĆ­a lograr que un juez exonerara a Alan Bello, un desalmado asesino serial. El tipo habĆ­a matado y castrado a mĆ”s de treinta hombres. Finalmente, las autoridades mexicanas lograron atraparlo, la fiscalĆ­a tenĆ­a entre sus manos un caso sĆ³lido. Alan pertenecĆ­a a una familia adinerada, su padre evitĆ³ que su nombre se hiciera pĆŗblico. Es Ć©l quien contratĆ³ al despacho donde laboraba Maribel, el mejor del paĆ­s, para que su hijo fuera absuelto.

    DespuĆ©s de estudiar el caso, Maribel determinĆ³ que la Ćŗnica salida era declararlo incompetente mental y buscar que fuera recluido en un psiquiĆ”trico privado donde lo tratasen como rey. El problema era que Alan no manifestaba sĆ­ntomas de falta de cordura, tambiĆ©n aseguraba ser inocente de las acusaciones.

    —Existen videos, huellas dactilares y hasta rastros de tu semen que te vinculan con todos los asesinatos. ¿Vas a seguir con esta farsa, Alan? ¿Vas a insistir en que eres inocente? —preguntĆ³ la abogada a su defendido en una reuniĆ³n privada
.

 

—Lo soy, tĆŗ mejor que nadie deberĆ­a saberlo. Me conoces, Maribel, todas esas cosas… no he sido yo, no sĆ© quĆ© hacer, tienes que ayudarme, por favor, yo, ya no resisto mĆ”s —dijo Alan, lucĆ­a demacrado y ojeroso, era claro que casi no dormĆ­a, su mirada era frĆ­a. Poco quedaba del alegre hombre de piel morena que alguna vez hizo vibrar el corazĆ³n de Maribel, cuando eran unos adolescentes.

 

—Si no has sido tĆŗ, entonces, ¿quiĆ©n? —preguntĆ³ con desgano la mujer.

 

—Es… “Ella”. Yo soy una marioneta, ella usa mi cuerpo, se apodera de mĆ­ —la mirada de Alan se tornĆ³ vacĆ­a al hablar de la misteriosa mujer, sĆŗbitamente el hombre rompiĆ³ en llanto—. Ya no puedo mĆ”s, he intentado suicidarme, no me lo permite, por las noches se mete en mi cabeza, ayĆŗdame, por favor. ¡Por favor! TĆŗ eres la Ćŗnica que puede creerme.

 

—Si le dijeras eso a la psiquiatra encargada de tu valoraciĆ³n, crĆ©eme que te declararĆ­a mentalmente inestable, y nos harĆ­as un favor a ambos —expresĆ³ Maribel.

 

—No estoy loco, “Ella”, existe, y yo soy inocente —afirmĆ³ Alan secĆ”ndose las lĆ”grimas—. Es mĆ”s, tĆŗ y yo Ć©ramos amigos cuando todo comenzĆ³. Seguramente lo recuerdas.

 

Alan procediĆ³ a recordarle del semestre donde casi no asistiĆ³ a clases y terminĆ³ obteniendo buenas calificaciones. La vez en que su equipo de fĆŗtbol ganĆ³ el campeonato nacional en el bachillerato, cuando jamĆ”s habĆ­an ganado ni siquiera una competiciĆ³n estatal. Por Ćŗltimo, cĆ³mo se hizo novio de Rosa Tajonar, la chica mĆ”s bonita y popular de la escuela. El hombre asegurĆ³ que esos tres milagros fueron obra de, “Ella”.

 

—A cambio de cada uno de esos favores, ella me pedĆ­a golpear mis testĆ­culos —comentĆ³ Alan—. Al principio fue doloroso, luego me acostumbrĆ©, reconozco que llegĆ³ a gustarme.

 

—¡Ay, por favor! Eres un maldito pervertido. Has asesinado y arrancado las bolas de muchĆ­simos hombres, eres un enfermo. He investigado, ¿sabes? Esa fascinaciĆ³n que tĆŗ tienes por los testĆ­culos es una parafilia que has llevado al extremo, y se llama ballbusting. Necesitas ayuda profesional, y cuanto antes lo reconozcas, mejor serĆ” para ti —Maribel lo interrumpiĆ³ molesta—. No quiero escuchar tus depravaciones.

 

—"Ella" tambiĆ©n sanĆ³ a tu madre del cĆ”ncer que tenĆ­a, yo se lo pedĆ­ —respondiĆ³ Alan.

 

—No metas a mi madre en esto, eres un infeliz —dijo Maribel golpeando la mesa y poniĆ©ndose de pie—. Dile a, “Ella”, que muy pĆ©simo servicio. SĆ­, mi madre se salvĆ³, pero el cĆ”ncer regresĆ³ dos aƱos despuĆ©s mucho mĆ”s agresivo, mamĆ” muriĆ³. AsĆ­ que, “Ella”, se puede pudrir y meterse sus milagros por el culo.

 

En ese momento el lugar se oscureciĆ³ completamente, como si se hubiera ido luz. Maribel escuchĆ³ jadeos en su oĆ­do y pudo percibir la respiraciĆ³n de una persona en la parte trasera de su cuello. «Ingrata», susurrĆ³ una voz espectral. A pesar del miedo, la abogada pensĆ³ en girarse para enfrentar lo que fuese que estuviera detrĆ”s de ella, no pudo hacerlo. Su cuerpo estaba paralizado, como si una presencia la envolviera con sus brazos. Ese ser pasĆ³ sus manos por todo su torso, incluso masajeĆ³ sus par de voluptuosos pechos. Maribel quiso gritar, pero tampoco lo consiguiĆ³. 

 

Cuando la energĆ­a elĆ©ctrica regresĆ³. Alan se encontraba sentado en su silla frente a la mesa. ¿CĆ³mo no iba a estar ahĆ­? Si se hallaba encadenado a la mesa y esta estaba fijada al suelo de concreto.  

 

—A pesar de que la insultaste, creo que a, “Ella”, le caes bien —dijo Alan—. Quiere que te cuente mĆ”s, deberĆ­as sentarte y escucharme.

 

Maribel
Lo que Maribel querƭa hacer era salir corriendo y jamƔs regresar, pero el temor a que esa presencia se manifestara nuevamente, hizo que la mujer jalara la silla y se sentara para escuchar lo que aquel hombre querƭa contarle.

 

—¿CuĆ”ndo fue la primera vez que, “Ella”, se manifestĆ³? —preguntĆ³ la defensora. Si iba a tener que escuchar esa historia, por lo menos serĆ­a ella la que harĆ­a las preguntas y tomarĆ­a el control de lo que el hombre narrara.

 

SegĆŗn Alan, todo comenzĆ³ cuando Ć©l tenĆ­a quince aƱos, en su casa de verano de Cuernavaca. La residencia era un caserĆ³n enorme de mĆŗltiples habitaciones, con alberca y un amplĆ­simo jardĆ­n rocoso. Como muchas de las casas de aquella ciudad, esta colindaba con alguna barranca. Al fondo de la propiedad habĆ­a una reja de metal forjado, muy gruesa y pesada, la cual, extraƱamente no se encontraba cerrada.

 

El chico atravesĆ³ el umbral y saliĆ³ a un terreno escarpado muy peligroso, el cual bordeaba a un pequeƱo rĆ­o que solĆ­a ser de agua cristalina y limpia, cerca se encontraba el pozo de Chapultepec, en aquella ocasiĆ³n el agua estaba teƱida de rojo. AdemĆ”s del inusual color del lĆ­quido, le llamĆ³ la atenciĆ³n un gran Ć”rbol con forma femenina.


—¿Es enserio? ¿Un rĆ­o de agua roja? —cuestionĆ³ Maribel con desdĆ©n.


—Te lo juro —asegurĆ³ y prosiguiĆ³ con su relato.


La barranca de Chapultepec
Al acercarse para admirar el Ć”rbol, cayĆ³ en un agujero de cinco metros de profundidad, un conjunto de hojas amortiguĆ³ su caĆ­da. Frente a Ć©l encontrĆ³ un altar de piedra sobre el cual habĆ­a una pequeƱa estatua con forma de una mujer muy voluptuosa y rechoncha. El muchacho pensĆ³ que no pasarĆ­a nada si la llevaba consigo, asĆ­ que la tomĆ³, como era listo, hallĆ³ una vĆ­a de regreso. Entonces, avisĆ³ a su jardinero que la puerta de herrerĆ­a estaba abierta.

 

—¿CuĆ”l puerta, joven Alan? No hay puertas en esa barda, mucho menos abiertas, imagĆ­nese si asĆ­ fuera —respondiĆ³ el jardinero de casi setenta aƱos.

 

Ambos se dirigieron a aquel lugar, y efectivamente, la puerta no estaba ahĆ­, solo la gruesa barda de piedra que marcaba el lĆ­mite de la propiedad.

 

—¡Ah que joven! No me estĆ© jugando estas bromas, yo ya estoy mayor —dijo sonriente el empleado.

 

Por la noche, a las tres de la maƱana, Alan despertĆ³ asustado al escuchar claramente una voz femenina que le susurraba: «golpea tus bolas». EncendiĆ³ las luces y no encontrĆ³ a nadie, a pesar de eso, la voz continuaba repitiendo: «golpea tus bolas». Como hacĆ­a unas horas el chico habĆ­a cruzado una puerta inexistente, Ć©l pensĆ³ que aunque se lo contara a sus papĆ”s, ellos no le creerĆ­an. Se envolviĆ³ bajo el edredĆ³n y cubriĆ³ sus oĆ­dos, pero la voz no lo dejaba tranquilo, fue entonces cuando notĆ³ que el sonido no venĆ­a de fuera, la mujer estaba dentro de su cabeza.

 

Temeroso debajo de sus cobijas, decidiĆ³ intentarlo. EmpezĆ³ a darse tĆ­midas y dĆ©biles palmadas en sus genitales. ComenzĆ³ a sentir un ligero dolor en sus bolas. «Con fuerza», ordenaba aquella misteriosa voz. El chico incrementĆ³ la potencia, comenzĆ³ a golpearse utilizando las yemas de sus dedos, lo cual aumentaba el dolor. Mientras hacĆ­a esto, sintiĆ³ como una mano invisible sujetaba y masajeaba su miembro, el chico gritĆ³, sin embargo el sonido no salĆ­a de su boca. La presencia continuĆ³ excitando su joven falo, hasta que este se alzĆ³ por completo.

 

Como si una fuerza ajena se apoderara de su brazo, Alan acrecentĆ³ la potencia de los golpes que se daba a sĆ­ mismo en las bolas, ahora lo hacĆ­a con el puƱo cerrado, incluso los aprisionaba en un cepo hecho con sus dedos pulgar e Ć­ndice, para incrementar el sufrimiento. Gritaba de susto y dolor, mĆ”s no emitĆ­a sonido alguno. Poco antes de eyacular, se puso de pie y fue directo hacia la estatua de piedra que recogiĆ³ de aquella cueva. Sobre ella derramĆ³ la totalidad de su semen, cada gota que su joven miembro era capaz de expulsar, fue absorbida por ese objeto de piedra.

 

Alan, 18 aƱos.
TambaleĆ”ndose, el chico caminĆ³ de espaldas hasta topar con su colchĆ³n y se dejĆ³ caer con las piernas abiertas y los brazos extendidos. Inmediatamente perdiĆ³ el conocimiento, durmiĆ³ como un bebĆ© durante lo que quedaba de la noche. Al amanecer, salvo la sensibilidad en sus testĆ­culos y lo enrojecidos que estos aĆŗn estaban, el resto de su cuerpo se sentĆ­a fenomenal, lleno de energĆ­a y descansado.

 

El chico llevĆ³ el objeto a su jardĆ­n, pidiĆ³ un mazo al jardinero, este se lo proporcionĆ³. Alan estrellĆ³ la herramienta contra el objeto, justo a la altura del abdomen de la escultura. En cuanto este impactĆ³, quien sintiĆ³ la totalidad del dolor del golpe en su abdomen fue el propio muchacho. SoltĆ³ el mazo y cayĆ³ al piso retorciĆ©ndose y gritando. La figura de aquella extraƱa mujer, permanecĆ­a inmutable. Alan tardĆ³ mĆ”s de veinte minutos para poder ponerse en pie, el dolor en su estĆ³mago no cesĆ³ durante todo el dĆ­a.

 

Por la noche, se vio forzado a repetir el mismo ritual, asĆ­ lo hizo durante dos semanas completas. Diariamente castigaba sus bolas y alimentaba con su semen a aquella misteriosa escultura. El tiempo pasĆ³, sus vacaciones terminaron y regresĆ³ a Ciudad de MĆ©xico. DejĆ³ la estatua en aquella casa de verano, sin embargo, al desempacar en su habitaciĆ³n, la figura se encontraba sobre su escritorio, el chico la guardĆ³ al fondo de su armario. Por un largo periodo, la misteriosa entidad cesĆ³ en perturbar las noches del ingenuo adolescente.

 

Meses despuĆ©s, cuando Ć©l ya habĆ­a cumplido diecisĆ©is y se encontraba muy preocupado por reprobar el semestre, la voz lo despertĆ³. Esta vez le decĆ­a: «¿quĆ© deseas?», «dime, ¿quĆ© deseas?». El chico tenĆ­a una Ćŗnica preocupaciĆ³n: aprobar sus materias, asĆ­ que eso fue lo que pidiĆ³. «Concedido», susurrĆ³ aquella voz. Misteriosamente, en las listas de los profesores comenzaron a aparecer tareas entregadas, calificaciones en exĆ”menes a los que Ć©l no asistiĆ³ y en las pruebas finales obtuvo buen resultado sin haber estudiado, su promedio del semestre fue de 8.8.

 

Alan y Maribel
Dispuesto a poner a prueba su fuente de los deseos, el chico accediĆ³, sin dudarlo, a continuar golpeĆ”ndose en las bolas y ofrecer su semen a aquel objeto de piedra. ¿QuĆ© era un poco de dolor testicular, cuando podĆ­a obtener todo lo que Ć©l quisiera?

 

—Fue asĆ­ como todo comenzĆ³ —dijo Alan.

 

—Entiendo, supongo que cada vez te exigiĆ³ mĆ”s, ¿no es asĆ­? —preguntĆ³ la defensora.

 

—Cuando pedĆ­ por el cĆ”ncer de tu madre, “Ella” se negĆ³, «necesito mĆ”s», dijo enseguida. AsĆ­ que yo me golpeĆ© en los huevos con mĆ”s Ć­mpetu durante un mes completo para recargar el poder de la estatua, lleguĆ© a eyacular semen mezclado con sangre en mĆŗltiples ocasiones, en una misma noche. Eso le agradaba mucho —explicĆ³ Alan—, quedĆ© seco, entreguĆ© la totalidad de mis lĆ­quidos masculinos para conseguir ese milagro. Desafortunadamente…

 

—¿QuĆ©? Desafortunadamente, ¿quĆ©? —preguntĆ³ Maribel.

 

—Eso solo empeorĆ³ las cosas, ella ya no se conformaba con una simple sesiĆ³n de golpes y una eyaculaciĆ³n, comenzĆ³ a demandarme mucho mĆ”s. A partir de ahĆ­, todo escalĆ³. No le bastaban mis testĆ­culos, me exigiĆ³ mĆ”s.


Limpiaparabrisas
Para satisfacer las demandas de “Ella”. Alan de dieciocho aƱos, se acercĆ³ en un semĆ”foro a un muchacho limpiaparabrisas de veintitantos, de estatura media, delgado, pero muy marcado, un chico moreno que lucĆ­a muy recio y corrioso. Presa de la necesidad monetaria, el joven hombre aceptĆ³, permitiĆ³ ser desnudado y amarrado a un Ć”rbol en un terreno baldĆ­o. La voz guio a Alan en todo momento.

 

El chico iniciĆ³ dando palmadas en los desnudos testĆ­culos de aquel hombre, quien emitĆ­a ligeros gemidos de dolor. Posteriormente, Alan se inclinĆ³ para propinar sĆ³lidos puƱetazos en sus bolas. Tuvo que sujetar con un pequeƱo lazo alrededor de la cintura, el miembro viril del muchacho para evitar que le estorbara. De pie, frente a Ć©l, el chico estrellĆ³ con fuerza su pie, aplanando los genitales del limpiaparabrisas. DespuĆ©s de diez fortĆ­simas patadas, este comenzĆ³ a pedir piedad.

 

—Ya, gĆ¼ey, basta, por favor, para ya —suplicaba el joven hombre, esto solo hacĆ­a que, “Ella”, quisiera mĆ”s. AsĆ­ que Alan se vio forzado a incrementar la potencia de los golpes—. ¡AAAYYY! ¡Mis huevooos! No mames, cabrĆ³n, ya, ya, mis pinches huevos, no puedo mĆ”s. No me pagues si no quieres, pero ya, por fa, ya no me pegues. ¡Ya! ¡Para! ¡Alto! ¡No! ¡Por favor! ¡Nooo!

En el terreno baldĆ­o

Alan se acercĆ³ al hombre, este pensĆ³ que lo iba a liberar, no fue asĆ­. El chico lo amordazĆ³ y estrellĆ³ en mĆŗltiples ocasiones con toda su fuerza la rodilla entre sus piernas. El hombre pelaba los ojos y gritaba ahogadamente, lĆ”grimas de verdadero sufrimiento empapaban su rostro. Posterior a esto, Alan no poseĆ­a recuerdos de lo sucedido, solo recordaba que al despertar de una especie de trance, Ć©l se encontraba de rodillas con su miembro flĆ”cido y baboso, expuesto sobre la misteriosa estatua que Ć©l cargaba en una mochila. Frente a Ć©l estaba el cuerpo sin vida del joven, atado al Ć”rbol, con el escroto desgarrado y sin testĆ­culos.


   Al observar sus manos, Alan observĆ³ que estaban empapadas de sangre y sostenĆ­a un par de objetos ovalados, carnosos y gelatinosos. Con terror, gritĆ³ y los dejĆ³ caer sobre la estatua, la cual inmediatamente absorbiĆ³ los Ć³rganos. DesatĆ³ al hombre, lo dejĆ³ tirado en aquel terreno y huyĆ³ del lugar. Ese fue el primero de muchos asesinatos que cometerĆ­a. Luego de escuchar lo que su amigo de juventud le narrĆ³, Maribel se encontraba horrorizada y asqueada.

 

La defensora entendiĆ³ que si aquella misteriosa entidad le permitĆ­a a Alan contarle esto, era porque algo querrĆ­a obtener de ella, y tal vez, no podrĆ­a negĆ”rselo. Estaba metida en un lĆ­o muy grande, liberar de toda culpa al que fuera su amigo era la menor de sus preocupaciones. Lo que, “Ella”, harĆ­a con ambos, era lo verdaderamente terrorĆ­fico, sin embargo, Maribel no se iba a dar por vencida, ella iba de alguna forma a enfrentar y derrotar a ese misterioso y maligno ser. TendrĆ­a que hacerlo, para garantizar su propio bienestar y supervivencia.


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