Lic. Maribel Barranco |
La defensora posee un cuerpo voluptuoso, capaz de tentar a cualquier ser humano que se precie de tener un pene entre sus piernas, incluso, alguno que otro homosexual dudarĆa de su orientaciĆ³n al mirarla. Los aƱos le han sentado bien, hace una dĆ©cada ella no era tan atractiva. Para ganarse el respeto de sus compaƱeros, ha debido portarse agresiva y ligeramente masculina, cortĆ³ su cabello oscuro, lo cual, si es posible, la hace lucir todavĆa mĆ”s sensual. Ha recibido propuestas indecorosas de todos los socios del despacho, siempre las ha rechazado, es esa, quizĆ”, la causa de que no logre ascender. «Si hubiera “dado las nalgas”, tal vez… No, eres mucho mĆ”s que eso, Maribel», pensaba y se decĆa a sĆ misma.
Como una mofa, el socio principal le asignĆ³ una tarea imposible, si lo consiguiera, su apellido podrĆa formar parte en el tĆtulo del despacho. No podĆa negarse, hacerlo la descartarĆa para alguna futura oportunidad. ConocĆa al cliente y sabĆa que era un caso perdido, sin embargo, Maribel nunca se habĆa «echado para atrĆ”s», al igual que siempre, darĆa su mejor esfuerzo.
Ella debĆa lograr que un juez exonerara a Alan Bello, un desalmado asesino serial. El tipo habĆa matado y castrado a mĆ”s de treinta hombres. Finalmente, las autoridades mexicanas lograron atraparlo, la fiscalĆa tenĆa entre sus manos un caso sĆ³lido. Alan pertenecĆa a una familia adinerada, su padre evitĆ³ que su nombre se hiciera pĆŗblico. Es Ć©l quien contratĆ³ al despacho donde laboraba Maribel, el mejor del paĆs, para que su hijo fuera absuelto.
DespuĆ©s de estudiar el caso, Maribel determinĆ³ que la Ćŗnica salida era declararlo incompetente mental y buscar que fuera recluido en un psiquiĆ”trico privado donde lo tratasen como rey. El problema era que Alan no manifestaba sĆntomas de falta de cordura, tambiĆ©n aseguraba ser inocente de las acusaciones.
—Existen videos, huellas dactilares y hasta rastros de tu semen que te vinculan con todos los asesinatos. ¿Vas a seguir con esta farsa, Alan? ¿Vas a insistir en que eres inocente? —preguntĆ³ la abogada a su defendido en una reuniĆ³n privada.
—Lo soy, tĆŗ mejor que nadie deberĆa saberlo. Me conoces, Maribel, todas esas cosas… no he sido yo, no sĆ© quĆ© hacer, tienes que ayudarme, por favor, yo, ya no resisto mĆ”s —dijo Alan, lucĆa demacrado y ojeroso, era claro que casi no dormĆa, su mirada era frĆa. Poco quedaba del alegre hombre de piel morena que alguna vez hizo vibrar el corazĆ³n de Maribel, cuando eran unos adolescentes.
—Si no has sido tĆŗ, entonces, ¿quiĆ©n? —preguntĆ³ con desgano la mujer.
—Es… “Ella”. Yo soy una marioneta, ella usa mi cuerpo, se apodera de mĆ —la mirada de Alan se tornĆ³ vacĆa al hablar de la misteriosa mujer, sĆŗbitamente el hombre rompiĆ³ en llanto—. Ya no puedo mĆ”s, he intentado suicidarme, no me lo permite, por las noches se mete en mi cabeza, ayĆŗdame, por favor. ¡Por favor! TĆŗ eres la Ćŗnica que puede creerme.
—Si le dijeras eso a la psiquiatra encargada de tu valoraciĆ³n, crĆ©eme que te declararĆa mentalmente inestable, y nos harĆas un favor a ambos —expresĆ³ Maribel.
—No estoy loco, “Ella”, existe, y yo soy inocente —afirmĆ³ Alan secĆ”ndose las lĆ”grimas—. Es mĆ”s, tĆŗ y yo Ć©ramos amigos cuando todo comenzĆ³. Seguramente lo recuerdas.
Alan procediĆ³ a recordarle del semestre donde casi no asistiĆ³ a clases y terminĆ³ obteniendo buenas calificaciones. La vez en que su equipo de fĆŗtbol ganĆ³ el campeonato nacional en el bachillerato, cuando jamĆ”s habĆan ganado ni siquiera una competiciĆ³n estatal. Por Ćŗltimo, cĆ³mo se hizo novio de Rosa Tajonar, la chica mĆ”s bonita y popular de la escuela. El hombre asegurĆ³ que esos tres milagros fueron obra de, “Ella”.
—A cambio de cada uno de esos favores, ella me pedĆa golpear mis testĆculos —comentĆ³ Alan—. Al principio fue doloroso, luego me acostumbrĆ©, reconozco que llegĆ³ a gustarme.
—¡Ay, por favor! Eres un maldito pervertido. Has asesinado y arrancado las bolas de muchĆsimos hombres, eres un enfermo. He investigado, ¿sabes? Esa fascinaciĆ³n que tĆŗ tienes por los testĆculos es una parafilia que has llevado al extremo, y se llama ballbusting. Necesitas ayuda profesional, y cuanto antes lo reconozcas, mejor serĆ” para ti —Maribel lo interrumpiĆ³ molesta—. No quiero escuchar tus depravaciones.
—"Ella" tambiĆ©n sanĆ³ a tu madre del cĆ”ncer que tenĆa, yo se lo pedĆ —respondiĆ³ Alan.
—No metas a mi madre en esto, eres un infeliz —dijo Maribel golpeando la mesa y poniĆ©ndose de pie—. Dile a, “Ella”, que muy pĆ©simo servicio. SĆ, mi madre se salvĆ³, pero el cĆ”ncer regresĆ³ dos aƱos despuĆ©s mucho mĆ”s agresivo, mamĆ” muriĆ³. AsĆ que, “Ella”, se puede pudrir y meterse sus milagros por el culo.
En ese momento el lugar se oscureciĆ³ completamente, como si se hubiera ido luz. Maribel escuchĆ³ jadeos en su oĆdo y pudo percibir la respiraciĆ³n de una persona en la parte trasera de su cuello. «Ingrata», susurrĆ³ una voz espectral. A pesar del miedo, la abogada pensĆ³ en girarse para enfrentar lo que fuese que estuviera detrĆ”s de ella, no pudo hacerlo. Su cuerpo estaba paralizado, como si una presencia la envolviera con sus brazos. Ese ser pasĆ³ sus manos por todo su torso, incluso masajeĆ³ sus par de voluptuosos pechos. Maribel quiso gritar, pero tampoco lo consiguiĆ³.
Cuando la energĆa elĆ©ctrica regresĆ³. Alan se encontraba sentado en su silla frente a la mesa. ¿CĆ³mo no iba a estar ahĆ? Si se hallaba encadenado a la mesa y esta estaba fijada al suelo de concreto.
—A pesar de que la insultaste, creo que a, “Ella”, le caes bien —dijo Alan—. Quiere que te cuente mĆ”s, deberĆas sentarte y escucharme.
Maribel |
—¿CuĆ”ndo fue la primera vez que, “Ella”, se manifestĆ³? —preguntĆ³ la defensora. Si iba a tener que escuchar esa historia, por lo menos serĆa ella la que harĆa las preguntas y tomarĆa el control de lo que el hombre narrara.
SegĆŗn Alan, todo comenzĆ³ cuando Ć©l tenĆa quince aƱos, en su casa de verano de Cuernavaca. La residencia era un caserĆ³n enorme de mĆŗltiples habitaciones, con alberca y un amplĆsimo jardĆn rocoso. Como muchas de las casas de aquella ciudad, esta colindaba con alguna barranca. Al fondo de la propiedad habĆa una reja de metal forjado, muy gruesa y pesada, la cual, extraƱamente no se encontraba cerrada.
El chico atravesĆ³ el umbral y saliĆ³ a un terreno escarpado muy peligroso, el cual bordeaba a un pequeƱo rĆo que solĆa ser de agua cristalina y limpia, cerca se encontraba el pozo de Chapultepec, en aquella ocasiĆ³n el agua estaba teƱida de rojo. AdemĆ”s del inusual color del lĆquido, le llamĆ³ la atenciĆ³n un gran Ć”rbol con forma femenina.
—¿Es enserio? ¿Un rĆo de agua roja? —cuestionĆ³ Maribel con desdĆ©n.
—Te lo juro —asegurĆ³ y prosiguiĆ³ con su relato.
La barranca de Chapultepec |
—¿CuĆ”l puerta, joven Alan? No hay puertas en esa barda, mucho menos abiertas, imagĆnese si asĆ fuera —respondiĆ³ el jardinero de casi setenta aƱos.
Ambos se dirigieron a aquel lugar, y efectivamente, la puerta no estaba ahĆ, solo la gruesa barda de piedra que marcaba el lĆmite de la propiedad.
—¡Ah que joven! No me estĆ© jugando estas bromas, yo ya estoy mayor —dijo sonriente el empleado.
Por la noche, a las tres de la maƱana, Alan despertĆ³ asustado al escuchar claramente una voz femenina que le susurraba: «golpea tus bolas». EncendiĆ³ las luces y no encontrĆ³ a nadie, a pesar de eso, la voz continuaba repitiendo: «golpea tus bolas». Como hacĆa unas horas el chico habĆa cruzado una puerta inexistente, Ć©l pensĆ³ que aunque se lo contara a sus papĆ”s, ellos no le creerĆan. Se envolviĆ³ bajo el edredĆ³n y cubriĆ³ sus oĆdos, pero la voz no lo dejaba tranquilo, fue entonces cuando notĆ³ que el sonido no venĆa de fuera, la mujer estaba dentro de su cabeza.
Temeroso debajo de sus cobijas, decidiĆ³ intentarlo. EmpezĆ³ a darse tĆmidas y dĆ©biles palmadas en sus genitales. ComenzĆ³ a sentir un ligero dolor en sus bolas. «Con fuerza», ordenaba aquella misteriosa voz. El chico incrementĆ³ la potencia, comenzĆ³ a golpearse utilizando las yemas de sus dedos, lo cual aumentaba el dolor. Mientras hacĆa esto, sintiĆ³ como una mano invisible sujetaba y masajeaba su miembro, el chico gritĆ³, sin embargo el sonido no salĆa de su boca. La presencia continuĆ³ excitando su joven falo, hasta que este se alzĆ³ por completo.
Como si una fuerza ajena se apoderara de su brazo, Alan acrecentĆ³ la potencia de los golpes que se daba a sĆ mismo en las bolas, ahora lo hacĆa con el puƱo cerrado, incluso los aprisionaba en un cepo hecho con sus dedos pulgar e Ćndice, para incrementar el sufrimiento. Gritaba de susto y dolor, mĆ”s no emitĆa sonido alguno. Poco antes de eyacular, se puso de pie y fue directo hacia la estatua de piedra que recogiĆ³ de aquella cueva. Sobre ella derramĆ³ la totalidad de su semen, cada gota que su joven miembro era capaz de expulsar, fue absorbida por ese objeto de piedra.
Alan, 18 aƱos. |
El chico llevĆ³ el objeto a su jardĆn, pidiĆ³ un mazo al jardinero, este se lo proporcionĆ³. Alan estrellĆ³ la herramienta contra el objeto, justo a la altura del abdomen de la escultura. En cuanto este impactĆ³, quien sintiĆ³ la totalidad del dolor del golpe en su abdomen fue el propio muchacho. SoltĆ³ el mazo y cayĆ³ al piso retorciĆ©ndose y gritando. La figura de aquella extraƱa mujer, permanecĆa inmutable. Alan tardĆ³ mĆ”s de veinte minutos para poder ponerse en pie, el dolor en su estĆ³mago no cesĆ³ durante todo el dĆa.
Por la noche, se vio forzado a repetir el mismo ritual, asĆ lo hizo durante dos semanas completas. Diariamente castigaba sus bolas y alimentaba con su semen a aquella misteriosa escultura. El tiempo pasĆ³, sus vacaciones terminaron y regresĆ³ a Ciudad de MĆ©xico. DejĆ³ la estatua en aquella casa de verano, sin embargo, al desempacar en su habitaciĆ³n, la figura se encontraba sobre su escritorio, el chico la guardĆ³ al fondo de su armario. Por un largo periodo, la misteriosa entidad cesĆ³ en perturbar las noches del ingenuo adolescente.
Meses despuĆ©s, cuando Ć©l ya habĆa cumplido diecisĆ©is y se encontraba muy preocupado por reprobar el semestre, la voz lo despertĆ³. Esta vez le decĆa: «¿quĆ© deseas?», «dime, ¿quĆ© deseas?». El chico tenĆa una Ćŗnica preocupaciĆ³n: aprobar sus materias, asĆ que eso fue lo que pidiĆ³. «Concedido», susurrĆ³ aquella voz. Misteriosamente, en las listas de los profesores comenzaron a aparecer tareas entregadas, calificaciones en exĆ”menes a los que Ć©l no asistiĆ³ y en las pruebas finales obtuvo buen resultado sin haber estudiado, su promedio del semestre fue de 8.8.
Alan y Maribel |
—Fue asĆ como todo comenzĆ³ —dijo Alan.
—Entiendo, supongo que cada vez te exigiĆ³ mĆ”s, ¿no es asĆ? —preguntĆ³ la defensora.
—Cuando pedĆ por el cĆ”ncer de tu madre, “Ella” se negĆ³, «necesito mĆ”s», dijo enseguida. AsĆ que yo me golpeĆ© en los huevos con mĆ”s Ćmpetu durante un mes completo para recargar el poder de la estatua, lleguĆ© a eyacular semen mezclado con sangre en mĆŗltiples ocasiones, en una misma noche. Eso le agradaba mucho —explicĆ³ Alan—, quedĆ© seco, entreguĆ© la totalidad de mis lĆquidos masculinos para conseguir ese milagro. Desafortunadamente…
—¿QuĆ©? Desafortunadamente, ¿quĆ©? —preguntĆ³ Maribel.
—Eso solo empeorĆ³ las cosas, ella ya no se conformaba con una simple sesiĆ³n de golpes y una eyaculaciĆ³n, comenzĆ³ a demandarme mucho mĆ”s. A partir de ahĆ, todo escalĆ³. No le bastaban mis testĆculos, me exigiĆ³ mĆ”s.
Para satisfacer las demandas de “Ella”. Alan de dieciocho aƱos, se acercĆ³ en un semĆ”foro a un muchacho limpiaparabrisas de veintitantos, de estatura media, delgado, pero muy marcado, un chico moreno que lucĆa muy recio y corrioso. Presa de la necesidad monetaria, el joven hombre aceptĆ³, permitiĆ³ ser desnudado y amarrado a un Ć”rbol en un terreno baldĆo. La voz guio a Alan en todo momento.Limpiaparabrisas
El chico iniciĆ³ dando palmadas en los desnudos testĆculos de aquel hombre, quien emitĆa ligeros gemidos de dolor. Posteriormente, Alan se inclinĆ³ para propinar sĆ³lidos puƱetazos en sus bolas. Tuvo que sujetar con un pequeƱo lazo alrededor de la cintura, el miembro viril del muchacho para evitar que le estorbara. De pie, frente a Ć©l, el chico estrellĆ³ con fuerza su pie, aplanando los genitales del limpiaparabrisas. DespuĆ©s de diez fortĆsimas patadas, este comenzĆ³ a pedir piedad.
—Ya, gĆ¼ey, basta, por favor, para ya —suplicaba el joven hombre, esto solo hacĆa que, “Ella”, quisiera mĆ”s. AsĆ que Alan se vio forzado a incrementar la potencia de los golpes—. ¡AAAYYY! ¡Mis huevooos! No mames, cabrĆ³n, ya, ya, mis pinches huevos, no puedo mĆ”s. No me pagues si no quieres, pero ya, por fa, ya no me pegues. ¡Ya! ¡Para! ¡Alto! ¡No! ¡Por favor! ¡Nooo!
Alan se acercĆ³ al hombre, este pensĆ³ que lo iba a liberar, no fue asĆ. El chico lo amordazĆ³ y estrellĆ³ en mĆŗltiples ocasiones con toda su fuerza la rodilla entre sus piernas. El hombre pelaba los ojos y gritaba ahogadamente, lĆ”grimas de verdadero sufrimiento empapaban su rostro. Posterior a esto, Alan no poseĆa recuerdos de lo sucedido, solo recordaba que al despertar de una especie de trance, Ć©l se encontraba de rodillas con su miembro flĆ”cido y baboso, expuesto sobre la misteriosa estatua que Ć©l cargaba en una mochila. Frente a Ć©l estaba el cuerpo sin vida del joven, atado al Ć”rbol, con el escroto desgarrado y sin testĆculos.
La defensora entendiĆ³ que si aquella misteriosa entidad le permitĆa a Alan contarle esto, era porque algo querrĆa obtener de ella, y tal vez, no podrĆa negĆ”rselo. Estaba metida en un lĆo muy grande, liberar de toda culpa al que fuera su amigo era la menor de sus preocupaciones. Lo que, “Ella”, harĆa con ambos, era lo verdaderamente terrorĆfico, sin embargo, Maribel no se iba a dar por vencida, ella iba de alguna forma a enfrentar y derrotar a ese misterioso y maligno ser. TendrĆa que hacerlo, para garantizar su propio bienestar y supervivencia.
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