CAZADOR DE GIGANTES II (5/9): ¿Segundo round? - Las Bolas de Pablo

Lo más nuevo

8 jul 2022

CAZADOR DE GIGANTES II (5/9): ¿Segundo round?

Meindert Mäkinen


      Algo que hizo el detective que contraté, antes de abandonarme hace algunos meses, fue establecer un perfil del Jefe de Seguridad de Jan De Vries. En él se detallaban algunos hábitos y los lugares que frecuentaba. El tipo de treinta y seis años era homosexual, disfrutaba de ir una vez al mes a un club gay de stripers, a beber y pasarla bien. Eran cerca de las tres de la mañana cuando abandonaba aquel sitio. Él era considerado como cliente VIP, el valet se aseguraba de tener su automóvil siempre al frente, listo para que el gigante lo abordara en el momento que lo necesitara.


       El tipo era veloz, en cuestión de segundos solía abordar su vehículo. El único inconveniente fue que esta vez se topó conmigo, un chico delgado, no muy alto, de pelo corto y rizado, quien también había asistido a aquel club. Yo había salido estratégicamente unos diez minutos antes, pretendía estar fumando y bebiendo en la entrada. El choque de ambos provocó que yo me fuera de espaldas y que el contenido de la botella que en mi mano llevaba, se derramara sobre la camisa del sicario. 


     —Hey! Watch where you going, runt! —me dijo en inglés en tono muy molesto, sacudiendo su camisa. El hombre era muy alto y esbelto, sí era musculoso, pero estaba muy lejos de ser fisicoculturista. Su cabello oscuro lo llevaba corto y poseía una barba muy varonil. 


   Pretendí tener dificultad para levantarme, me aseguré de mostrar de forma casual, mi paquete y nalgas. Yo vestía un muy ceñido pero flexible pantalón de mezclilla azul, rasgado en las rodillas, una playera blanca y una sudadera moderna de chándal con mezclilla. 


    —You better watch out, asshole, or I may kick your ass —dije alebrestado, acercándome a él, empujándolo con todo mi peso. El tipo no se movió ni un centímetro, me tomó de las muñecas, forcejeamos un poco y me envolvió con sus enormes brazos, presionando mi cuerpo al suyo. Yo pude sentir su enorme verga dormida en mi espalda a través de su pantalón de vestir de tela muy liviana, mi propia verga comenzó a despertar.


     —Ha, ha, ha! You kick my ass? Kid, you have no idea who you're dealing with. —dijo riendo. El cabrón me cargó con extrema facilidad, con un control en su llave abrió la cajuela de un lujoso VMW negro, del año. Me arrojó al interior y cerró. Sentí cuando arrancó y durante media hora permanecí recluido. 


    Meindert me llevó a una lujosa casa en una zona alta. Estacionó su vehículo en un garage subterráneo. En cuanto abrió la cajuela, me tomó de las solapas de mi sudadera y cargándome agresivamente me aventó contra una pared de concreto.


    —Get off me, perv —grité antes de estrellarme contra el muro.


   —Watch your mouth, boy. I'll teach you a lesson —me dijo al tiempo que desabotonaba su camisa para quedar con el torso desnudo—.  Guess what? You're toy of the night now.


         Yo me encontraba tirado en el suelo, recargado en la pared. Noté que el sitio al fondo también era un gimnasio privado muy equipado con diferentes aparatos, pesas, discos y varios costales de boxeo y dummies. No había duda, este era su hogar. Yo me levanté del suelo, me retiré sudadera y playera, quedando solamente en jeans, me puse en guardia. Él me miró fijamente y comenzó a reír.


     —Nice stance, but… C’mon! Do you really think you can kick my ass? —preguntó el gigante con burla.


    —Afraid of these boys? —dije flexionando mis bíceps. Él continuó riendo con las manos en la cintura, completamente confiado. Yo aproveché para lanzar una patada a su entrepierna con toda mi fuerza. Él fácilmente sujetó mi pie y lo lanzó lejos, desviando mi patada. 


     —Justo lo que esperaba del Reuzenjager—dijo en perfecto español con un raro acento europeo—: Un ataque a mis testículos. Eres muy predecible, Juan Carlos Cordero Carranco.



    Yo pelé los ojos con sorpresa. No lo voy a negar, comencé a sentir pánico. Se supone que le había tendido una trampa, y la presa ahora era yo.


     —Mi trabajo es neutralizar amenazas. Te he seguido los pasos desde que pusiste un pie en Europa —dijo mirándome fijamente a los ojos—. Tú no vas a salir de aquí con vida.


     —Eso lo tengo claro —respondí luego de respirar profundamente con discreción, para recobrar la compostura. Esto no cambiaba nada, yo de por sí, iba listo para morir de ser necesario. Para lo que no estaba listo, era asesinar a mi adversario.


    —Soy el mejor en mi trabajo, niño. Por cierto, ya me encargué del detective mediocre que contrataste —dijo sonriendo maliciosamente, colocándose en guardia. .


    Durante dos minutos, solamente dimos vueltas en círculos, con la guardia en alto, haciendo fintas. Yo no era estúpido, no me convenía lanzar el primer ataque, mi deber era reaccionar a su ofensiva y encontrar un momento en el que abriera su guardia.


    Él comenzó con una lluvia de puños que yo no bloqueé, sino que esquivé a gran velocidad moviendo mi cabeza de izquierda a derecha y agachándome mientras me mantenía en movimiento. En una oportunidad, estiré mi brazo, girando desde el talón, propulsando mi puño para atinar un uppercut a su mandíbula, el tipo arqueó su cuerpo ligeramente hacia atrás para evadir mi golpe y continuó atacando con solo puños. Yo tuve que cubrir momentáneamente mi cuerpo con los brazos y cerrar mi guardia, ya que luego del primer fallido ataque, perdí el ritmo para continuar esquivando ágilmente. La potencia de sus golpes hacía retumbar los huesos en mis brazos.


     Súbitamente, Meindert me pateó con mucha fuerza por el interior de la pierna que yo tenía al frente, justo encima de mi tobillo, para abrir mi compás y sacarme de balance. Un reflejo natural me hizo bajar un brazo para detener mi estrepitosa caída al suelo. El gigante aprovechó para conectar tres sólidos golpes a mi cara: dos jabs que se estrellaron en mi nariz y un gancho que me derribó al suelo. Yo rodé en el piso algunos metros lejos de él y me puse en pie con un salto de resorte. 


     No me sentí tan atarantado por el último golpe, solamente mi nariz había comenzado a sangrar por los dos jabs. Luego de pelear con Danijel, esperaba que los golpes de Meindert fueran brutales. O quizá era yo quien ya estaba muy curtido en batalla. Recibir aquel golpe me encendió y dejé de estar a la defensiva. Comencé a entrar en su guardia y conectar patadas a gran velocidad, pues no me convenía que me agarrara el pie. Yo necesitaba convertir nuestro combate en uno de patadas más que de puños. Para mantenerme a raya, usó patadas frontales, yo desviaba sus pies y entraba para golpearlo, conseguí atinar unos cuantos golpes a su cara y torso, que poco daño le hicieron.


       Girando sobre su pierna, utilizando todo su peso, él lanzó una patada alta a mi cabeza, yo bloqueé con los brazos y aproveché para patear en seguida, rápidamente, entre sus piernas. Él bajo una mano para cubrir su ingle, yo no iba a ser tan predecible, no apunté a los huevos, sino a su rodilla. Impacté mi espinilla con su articulación mientras aún tenía el compás abierto y todo su peso lo apoyaba en aquella pierna. El gigante gruñó por el dolor causado. Al instante entré con un uppercut, empleando toda mi fuerza, este conectó en su mentón, su cabeza se hizo para atrás y él retrocedió con la guardia baja por un segundo. Es entonces cuando sí conecté una poderosa patada de mula a sus testículos.


     Esta vez no iba a usar golpes de gancho, sino patadas de gancho, en las cuales se golpea con la parte trasera del pie, todas las patadas inversas en general son muy potentes.  En el momento en que Meindert estuvo con la cara al frente, sobando sus genitales, yo lo pateé con mi talón girando todo mi cuerpo, primero el lado derecho de su cara, luego el izquierdo, finalmente pateé de frente, elevando con potencia mi pie, abriendo mi compás a su máxima extensión frontal, era como lanzar un uppercut, pero con la pierna.


      El gigante cayó al suelo de espaldas, de inmediato se colocó bocabajo y se arrastró unos metros, hacia una pared detrás de su automóvil. Yo no lo vi, pero él tomó una palanca metálica. Sin ningún aviso, se arrodilló y girando su cuerpo de revés, golpeó mi rodilla con el objeto de metal. Yo grité y trastabillé. ¡Mierda! Mi ventaja eran las patadas, me permitían tener más alcance, velocidad y potencia. El bastardo se puso de pie, ahora yo ya no podía apoyar cómodamente mi pierna, mucho menos patear con soltura, sin sentir dolor.

 

     Al menos él estaba en la misma situación que yo. La patada que acerté a su rodilla lo afectó de la misma manera. Sosteniendo el arma, la blandió hacia mi para golpearme, yo esquivé ágilmente sus palancazos. Acorté distancia y sujeté su brazo en uno de sus ataques y lo llevé hacia su espalda. Pateé la rodilla que él tenía herida para forzarlo a arrodillarse ante mí. Apliqué una llave sin contenerme, mi intención no era hacerlo rendir, sino dislocar su hombro. El tipo se resistió, con un movimiento abrupto soltó su brazo de mi agarre, impidiéndome lesionar su articulación.


    Entonces tomé del suelo la palanca que él había soltado y comencé a golpearlo por la espalda, él estaba arrodillado. Con sus brazos se cubría, principalmente la nuca y cabeza. Cuando me moví al frente para continuar con el castigo. Sujetó mi brazo que sostenía el arma. En cuanto lo hizo yo pateé con fuerza sus testículos, él gritó de dolor, pero no me soltó, así que intenté golpearlo de nuevo, pero él interceptó con su otra mano mi pie y me derribó tirando de mi pierna, todavía sostenía mi brazo. Torció mi muñeca para que yo soltara la palanca y se montó sobre mí. Meindert aporreaba mi cara con golpes de martillo, yo me cubrí, él abría mi guardia con la mano, así que me giré al suelo bocabajo y me hice bolita en posición de tortuga.


     Al ser mucho más grande, consiguió abrazarme y levantarme para hacerme un suplex. El tipo arqueó su largo cuerpo y me estrelló contra el piso. Yo sentí el dolor en mi espalda alta y cuello. Quedé tendido. Lo bueno fue que habíamos llegado al área de gimnasio y no choqué contra el concreto, sino con un suave piso de hule EVA. 

 


    Acostado bocarriba, me puse en guardia de MMA, sin permitirle montarme a horcajadas. Él simplemente sujetó mis piernas y las abrió en “V”. Yo protegí mis bolas con las manos, pero el cabrón lo que hizo fue pisar mi abdomen, a la altura de mi plexo solar, dejándome sin aire. Esto provocó que dejara de cubrirme, él aprovechó para darme una potente patada en los testículos. Yo forcejeaba pateando para liberar mis piernas, pero él no me liberaba. Repitió el castigo siete veces más. Cuando se cansó, aventó mis piernas hacia un lado agresivamente, dejándome en posición fetal masajeando mis muy heridos testículos.


     A continuación colocó una rodilla en mi torso, apoyando todo su peso, unos 120 kilos o quizá más. Cuando miré de reojo, el tipo tenía una enorme pesa rusa en la mano y con ella se disponía a golpearme en la cabeza, era poco lo que podía hacer para evitarlo. Yo me retorcía en el suelo, tratando de liberarme del peso de su rodilla y huir, pero no tenía escapatoria. Así que con mis manos apreté sus testículos como última medida de defensa. Ya que estos estaban a mi alcance. 

 

     Meindert dejó escapar un grito agudo, pero continuó. Él sabía que si me mataba, ahí mismo, yo iba a dejar de aplastarle las bolas. Levantó su brazo para tomar impulso y estrelló la pesa apuntando a mi cara, yo grité aterrado.

     La pesa rusa cayó pesadamente a un costado de mi cabeza, pude escuchar el retumbar. El hombre retiró mis manos de sus bolas, me tomó de una mano. Se puso en pie y me ayudó a levantar, sentándome en un aparato del gimnasio. Él se sentó en una banca, frente a mí, sobando su entrepierna.


     —Eres bueno, Reuzenjager—me dijo jadeando—, pero no eres un asesino.

 

    —¿Por qué? —fue lo único que atiné a preguntar. No entendía lo que estaba pasando… él… ¿me acababa de perdonar la vida?


    —Que te metieras en aquellas peleas clandestinas fue lo mejor que pudiste haber hecho, ganaste tiempo, si hubieras venido a mí hace unos meses, la semana pasada o incluso ayer, yo te habría matado. Pero las cosas han cambiado —dijo el hombre tomando agua de un cilindro de plástico. En seguida lo lanzó hacia mí indicándome que bebiera. Yo no lo hice. Él sonrió al ver mi desconfianza.


     —¿Qué fue lo que cambió? —pregunté con recelo.

 

    —El señor Jan —fue su respuesta—. Él siempre fue… digamos que tiene sus propios… kinks… ammm… fetiches, ¿perversiones?. Eso a mí no me importaba, pero… Gerrit.


     —¿Qué es un Gerrit? —pregunté.

 

    —Es mi sobrino, hijo de mi hermana, así se llama. Ella murió hace un mes, lo traje a vivir conmigo, soy su única familia, él tiene 15 años, es como tú, bueno, un poco más alto, va a ser alto cuando lo alcance la pubertad y acabe de crecer —Meindert caminó hacia su automóvil, obtuvo su teléfono móvil, buscó una fotografía y me entregó el aparato. En ella se apreciaba a un adolescente muy flaquito.

Gerrit Mäkinen

     —Sigo sin entender —comenté devolviendo su teléfono inteligente.

 

    —A Jan, sexualmente le excita abusar de pequeños machos, físicamente inferiores, muy delgados y de baja estatura. A mí me daba igual, aun cuando ello significara que lo hiciera con menores de edad, pero Gerrit… Yo le prometí a mi hermana que lo cuidaría. Y no pude hacerlo —al decir lo último, él golpea un costal de box con fuerza tal que hunde su puño, rompiéndolo y la arena comienza a salir —. El señor Jan lo vio, aquí mismo en mi casa, y de inmediato se lo llevó con él, justo esta mañana… Yo no hice nada, lo permití, como un perro cobarde, dejé que mi amo me lo arrebatara.


      —¿Qué exactamente hace con estos niños? —pregunté.

 

     —Tú lo sabes mejor que nadie, Jager, te lo hizo a ti —él afirmó—. Ese es el motivo por el que emprendiste este viaje. Quieres venganza. Desde que pusiste un pie en Europa, te he vigilado personalmente. El detective que te ayudó, realmente trabaja para mí. Le ordené guiarte a mí, para intimidarte y hacer que te largaras o si eras lo suficiente estúpido, te enfrentaras a mí y entonces, asesinarte. Como te dije, mi trabajo es neutralizar amenazas, y tú eres una. A todo esto, Jan no sabe que estás aquí. Él no quiere conocer los detalles del trabajo sucio que realizo. El muchacho vive feliz en su burbuja de privilegio.


      —¿Por qué con niños? —pregunto asqueado. 

 

     —¿Sabías que en Nederland tenemos la estatura promedio más alta del mundo? 1.84. Para Jan de 1.88, es difícil encontrar hombres adultos de baja estatura, por eso debe recurrir a niños que aún no se han desarrollado, además, creo que le gusta que sean menores que él, tiene veinte años, al igual que tú. Bueno… en unas horas cumple veintiuno.


      Vaya dato curioso, sin saberlo, me vine a meter a una tierra de gigantes. Sin ir más lejos, el hombre que tengo frente a mí, mide 2.10.


      —El señor Jan me pidió colocar una fotografía tuya en una tablet y sostenerla frente a él en el avión privado, durante su viaje de ida a México, hace unos meses. En esta foto tú estabas en la ducha, con ropa. Fue sacada de tu Instagram. Él se masturbó pensando en ti, Jager. Tú eras todo lo que él siempre había querido. Eres pequeño, delgado, no ibas a crecer más y de su misma edad. No pudo resistirse a poseerte, pero tenías novio, él, en lugar de cuidar de ti y protegerte de Jan, se dejó manipular. Todo eso de pasar semanas en México para cerrar el trato fue para cumplirle el capricho a Jan. Él te quería follar, viajó a tu país con ese solo propósito. La negociación podía haber sido hecha a distancia y el trato firmado en un mismo día. 


     Aquella declaración verdaderamente me sorprendió y me hizo odiar a Jan todavía más, él era calculador, influyente y poderoso. Un verdadero monstruo. Yo no sabía en aquel momento, que el camino que seguía, me llevaría a convertirme, también en uno.

Jan se mastrubó con esta foto

      —¿Para qué me necesitas exactamente? —pregunté. No confiaba del todo en él, toda esta historia podría ser una trampa para capturarme y convertirme en la mascota permanente de Jan De Vries. 


     —No lo sé con certeza, Jager. Hace unas horas mi sobrino fue secuestrado. No tengo un plan preciso, aún. Es decir, sí sé lo que voy a hacer, y el momento en el que lo haré. Todavía no defino cuál será tu papel, pero quizá seas de mucha utilidad. Esta noche quise ponerte a prueba, aunque presencié tu pelea contra Vernietiger, yo mismo necesitaba calar tu poder. Hablando de eso… —El hombre súbitamente guardó silencio y me miró de una forma extraña.


     —¿Qué pasa? —pregunté.


     —¿Crees que podría verlo? Tu pene erecto, lo vi de lejos en la jaula, pero jamás lo he tenido tan cerca de mí —dijo Meindert.


     —No tengo problema en desnudarme frente a ti, solo que, no estoy excitado. Lo único que verás serán siete centímetros —dije. 


    El hombre se quitó los zapatos y el pantalón, quedando frente a mí en ropa interior. Yo estaba sentado, él de pie. Su paquete quedó prácticamente a la altura de mi cabeza. Sujetó su par de bolas, tomó mi mano y la llevó a su entrepierna para entregármelas. Yo las agarré y las sentí a través de su ceñido bóxer de algodón con spandex, con estampado de militar. Eran muy grandes, similares a los de Enrique, el boxeador. Su enorme pene durmiente caía sobre mi dedo pulgar. El saberme sosteniendo la hombría del macho más alto al que había enfrentado, provocó que mi pene comenzara a crecer.


     —Son tuyas, mis nueces, Jager. Apriétalas, golpéalas. Doblégame y finalmente, atraviesa a este gigante con tu poderosa espada —Meindert se agachó para decirme esto en el oído.


     —¿Por qué? —pregunté jadeando de excitación.


     —Toda mi vida, he sido el hombre más alto y fuerte. Siempre he tenido esta loca fantasía de encontrar a un hombre pequeño que me venciera y me doblegara. Pero ese hombre, debía ser guapo y además poseer un pene más grande que el mío.  Pensé que nunca encontraría a alguien así. 


    —Si quieres que te venza y te doblegue, entonces peleemos —dije levantándome, caminando al sitio donde nos enfrentamos, también me desvestí para lucir mi ceñido boxer de licra, color gris. Me puse en guardia —. ¿Segundo round?


    Para comenzar yo lancé una patada a sus entrepierna que él no bloqueó, la recibió de lleno, gritó y llevo sus manos hacia sus genitales, yo le golpee su rostro con dos fuertes ganchos, iba a lanzar más golpes, pero me detuvo, engarzó su brazo con el mío y me dio un fuerte cabezazo. Era un sparring muy cercano a la realidad, sin contenernos en potencia, pero él reaccionando más lento, permitiéndome atacarlo. Rápidamente, me tomó del cuello, me levantó y me llevó contra una pared. Él en serio me asfixiaba, así que yo pateé sus testículos repetidamente, el hombre gruñía de excitación, pero no me soltó hasta la patada número once, cayendo de rodillas frente a mí, sujetando sus bolas.


     Tomé su cabeza en mis manos y le di un rodillazo que lo dejó tendido en el piso. Tanteé con mi pie sus testículos, levanté mi pierna con mucho dolor por la herida en mi rodilla y acerté una poderosa patada de hacha que lo hizo gritar y retorcerse en el suelo, quedando bocabajo sobando sus bolas. Sujeté sus tobillos y lo levanté, por la diferencia de estatura me tuve que mover hasta sujetarlo de casi las rodillas, elevando su pelvis, él con la cara en el suelo. Lo pateé sin contenerme, mis dos pies se alternaron para castigar la hombría de este gigante.


    Cuando lo solté quedó encogido en posición fetal, así permaneció durante varios segundos. Esto me dio tiempo de ir por una pesa rusa, yo lo giré bocarriba, coloqué mi rodilla en su torso y le mostré en mi mano la pesa rusa. Él entendió lo que yo iba a hacer, y lo aceptó, pudo haberse levantado o luchado, pero me dejó hacerlo. 


    Tomando impulso, yo estrellé la pesa rusa contra sus bolas; el hombre gritó, todo su cuerpo se sacudió y se tensó bajo mi rodilla;  él comenzó a jadear, pero no hizo ningún intento por detenerme. Yo volví a estrellar con potencia la esfera metálica contra sus bolas;  Meindert aulló, su cuerpo se contorsionaba; él reprimía el impulso natural de protegerse con las manos. Froté mi mano contra su pecho, con la yema de mi dedo índice palpé sus pezón, lo pellizqué, recorrí los surcos de sus abdominales y nuevamente lo golpeé con el objeto. Esta vez, lágrimas salieron de sus ojos, él reprimía el llanto; su cuerpo se sacudía en sollozos.


     Yo llevé la pesa al lugar de donde la tomé, le quité la ropa interior, revelando su pene erecto de veinticinco centímetros y sus colosales bolas enrojecidas debajo. El tipo se retorcía en el suelo frotando su hombría con desesperación, yo lo guíe para que quedara arrodillado, bocabajo, entonces metí mi mano entre sus piernas y me hice con sus testículos.


Los testículos de un verdadero gigante.


     El hombre permaneció en aquella posición, sin despegar la cabeza del suelo, gimiendo y jadeando, yo tiré de su escroto y formé un cepo con mi mano a la altura de su trasero y empecé a darle palmadas, enseguida golpes suaves. Conforme incrementé la potencia, sus gritos también se hacían más audibles, el eco de sus viriles alaridos inundaba todo el sótano.


    Me quité la ropa interior, mi pene ya estaba bien levantado, me paré frente a él y se lo mostré. Posteriormente, sin ninguna preparación previa, simplemente lo ensarté. Meindert se estremeció, pude sentirlo, durante varios minutos lo follé en aquella posición. Saqué mi pene, giré al gigante en el piso, abrí sus piernas, levanté su cadera y nuevamente lo penetré mientras con cada mano sujetaba y aplastaba sus bolas. Él se estimulaba a sí mismo con la mano. 

 

   Aunque no era voluminoso, yo jamás había tenido a un hombre tan grande sometido a mi voluntad. Este hombre se me entregó, no porque yo fuera mejor peleador que él o más fuerte, sino por el poder de mi divino falo. Don otorgado a mí para gobernar sobre cualquier gigante que me plazca. Meindert había manchado su abdomen y pectorales con su carga de semen.


      Casi al mismo tiempo, yo exclamé al techo virilmente y dejé que mi polla explotara de gozo al interior de este gigante alfa, un verdadero macho semental. El orgasmo fue tal que mi miembro no dejaba de sacudirse sin control, era como si tuviera voluntad propia y disfrutara preñando a este hombre, cuando por fin se tranquilizó, yo lo retiré y me puse de pie. Meindert yacía tendido en el piso, sonriendo. Lo pateé una última vez en los testículos con toda mi fuerza, él llevó las manos a su entrepierna, pero no se encogió. Puse mi pie sobre su pecho y flexioné mis brazos como señal de victoria.


    No sabía cuáles eran los planes de este hombre, pero aliarme con él me permitiría concretar mi venganza contra el cerdo, marrano, asqueroso de Jan De Vries.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Pages