CAZADOR DE GIGANTES II (7/9): Dieguito - Las Bolas de Pablo

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22 jul 2022

CAZADOR DE GIGANTES II (7/9): Dieguito


      En la fiscalĆ­a, un hombre se acerca caminando a gran velocidad hacia mĆ­ en el pasillo, Ć©l me empuja con firmeza, es Diego BolĆ­var.


     —¿CĆ³mo lo hiciste? —pregunta gritando. Procede a lanzar varios golpes que yo esquivo solo haciĆ©ndome hacia atrĆ”s. Compruebo que Diego sigue sin saber pelear, solamente tira “volados” a lo tonto. Es jueves, ha pasado apenas una semana desde que vino a hostigarme aquĆ­ mismo, en este pasillo, y es que, el espacio asignado a mi fiscalĆ­a no es muy grande. El lunes, se supone que viajĆ³ a JapĆ³n para entrevistarse con Yuki.


     —No sĆ© a quĆ© te refieres —digo conteniendo una sonrisa burlona.


     —A Yuki se lo tragĆ³ la tierra, desapareciĆ³. Mi contacto no lo pudo encontrar, ¿cĆ³mo lo hiciste, cabrĆ³n? —Diego pregunta molesto.

     —No he dejado el paĆ­s, tengo una responsabilidad con esta fiscalĆ­a —digo mientras permito que Diego atine unos golpes, caigo al suelo haciĆ©ndome bolita contra la pared para victimizarme.

     Lo cierto es que autoricĆ© a Haruki dar a Yuki, hasta tres veces mĆ”s el dinero que previamente ya le habĆ­a dado. Mi ex vecino no me dio los detalles, pero segun veo hizo muy bien su trabajo.

Diego estĆ” muy molesto


     Gerrit llega y sujeta a Diego por detrĆ”s en una llave Nelson para alejarlo de mĆ­ y sacarlo de la fiscalĆ­a. Alberto tambiĆ©n estaba cerca, pero no me defendiĆ³, solo se quedĆ³ observando el show. Me ve con recelo, tirado en el piso, Ć©l sabe que estoy fingiendo.

      —¡Eres tĆŗ!, ¿cierto? ¡Todo este tiempo fuiste tĆŗ! ¡TĆŗ eres el Cazador de Gigantes, no protegĆ­as al hijo de tu amante, te protegĆ­as a ti mismo! —grita Diego con todas sus fuerzas.

     —¡No existe ningĆŗn Cazador de Gigantes, ridĆ­culo! Es un invento del embustero, violador que defiendes —grito poniĆ©ndome en pie— ¡JamĆ”s existiĆ³ uno!

     Todos en la fiscalĆ­a presenciaron el altercado y escucharon las palabras de Diego, sĆ© que nadie lo creerĆ”. TendrĆ”n la duda, pero lo descartarĆ”n, sobre todo al ver mi ceja golpeada que sangra ligeramente y mi labio que tambiĆ©n se partiĆ³. Yo soy un dĆ©bil hombre encantador de veinticinco aƱos, ¿cĆ³mo podrĆ­a yo ser un criminal y violador?

    —Toledo, ven a mi oficina, tenemos que hablar —ordeno al gigante. Ɖl comienza a sacudir la cabeza en negaciĆ³n.

    —No —me dice dando un paso hacia atrĆ”s.

    —Detective Toledo, es una orden —recalco con severidad. Ɖl sonrĆ­e y vuelve a sacudir la cabeza, mientras da media vuelta para recorrer el mismo camino que minutos antes recorrieran Gerrit y Diego.

    Saco mi celular y envĆ­o un mensaje a Gerrit. “Es el momento”, de inmediato veo las dos palomitas azules, lo cual me tranquiliza. Mi aliado recibiĆ³ mi mensaje. AƱos atrĆ”s, su tĆ­o me ayudĆ³ a vengarme de De Vries; esta vez, juntos nos encargaremos de BolĆ­var Montalvo.

    Perdiendo la dignidad, con el fin de retrasarlo aunque sea unos segundos. Camino detrĆ”s de Alberto, sujetĆ”ndolo del brazo en varias ocasiones, Ć©l tira con fuerza y se suelta de mi agarre en todas ellas. Llegamos al estacionamiento, en las afueras de la fiscalĆ­a, donde Ć©l, frenĆ©ticamente comienza a buscar a Diego o a Gerrit, mĆ”s no los pudo hallar. Lo que sĆ­ ha notado es que el auto del muchacho no estĆ” en donde deberĆ­a.

     —¿Se le perdiĆ³ algo, detective? —pregunto con una ligera sonrisa—. Digo, para ayudarle a buscarlo.

Alberto Toledo

     —Esta vez no tienes escapatoria, el hijo del Ministro BolĆ­var sabe la verdad, no hay nada que puedas hacer contra Ć©l. Vas a ir a la cĆ”rcel, Cordero —Alberto dice apuntĆ”ndome con el dedo Ć­ndice.

      —¡Uy! QuĆ© miedo —digo sacudiĆ©ndome de forma burlona—. ¿Te has puesto a pensar, Alberto, que yo tal vez no soy el monstruo que tĆŗ crees? Y que lo Ćŗnico que hice fue meter a la cĆ”rcel al hombre que hostigaba y mandaba golpear a tu querido hijo. El mismo que en cuanto Pepe cumpliera la mayorĆ­a de edad podrĆ­a mandarlo asesinar, o peor, molerlo Ć©l mismo a golpes. ¿Te has puesto a pensar en que todo lo he hecho para protegerlo a Ć©l, a Pepe? Porque eso es lo que yo hago: cuido de niƱos y menores de edad, los protejo de los abusos de gigantes que por ser mĆ”s grandes y fuertes, consideran que pueden lastimarlos.

     Alberto se queda callado durante un par de segundos y me mira fijamente.

     —Casi te lo creo, es mĆ”s, por un segundo lo creĆ­, lo que acabas de decir. Pero tĆŗ no eres asĆ­, te deberĆ­an de dar un Ɠscar. Si Enrique mandaba golpear a Pepe, era por lo que tĆŗ le hiciste, cabrĆ³n. TĆŗ mismo provocaste aquella situaciĆ³n, no vengas ahora a lavar tus culpas. Eres una mala persona, Juan Carlos, eres el Diablo —Alberto dice caminando hacia mĆ­.

    Has creĆ­do brevemente en mĆ­, ex amigo mĆ­o, porque te he dicho la verdad. SĆ­, he cometido errores. SĆ© que tĆŗ jamĆ”s me vas a perdonar. Lamento profundamente haberme cerrado la puerta contigo al tomar tu cuerpo por la fuerza. Me arrepiento, sĆ© que nunca me corresponderĆ”s, por eso mismo, hoy renuncio a ti. Mi muy querido y sabroso Alberto Toledo. Yo te dejo en libertad.

¿Se le perdiĆ³ algo, detective? 

     —Anda pues, ve y busca a Diego. Te doy la tarde libre, te libero de tus responsabilidades. AdemĆ”s, te libero de nuestro trato. ¿Supones que puedes meterme preso? Quiero ver que lo intentes —lo reto con fingida frialdad.

     —¡AhĆ­ estĆ”s! Ese eres tĆŗ, el verdadero tĆŗ —dice Alberto. En seguida, se dirige a su auto y emprende la bĆŗsqueda de Diego.


     No Alberto, este no soy yo. Estoy actuando, tengo que hacerlo, de lo contrario, mis enemigos me verĆ”n dĆ©bil, y ese es un lujo que no puedo permitirme, no con este cuerpo, no con esta estatura, no despuĆ©s de todo lo que he hecho. Saco mi telĆ©fono mĆ³vil y escribo a Gerrit: “Todo bien?”. Como respuesta recibo un: “todo bien, Jager”. Leer aquellas palabras me tranquiliza. Solamente Gerrit me llama asĆ­, nadie mĆ”s conoce ese apodo. Le di la tarde libre a Alberto, porque yo tambiĆ©n tengo cosas que hacer, y no quiero tenerlo encima de mĆ­. Hoy toca destruir a Diego, cuando el detective Toledo logre contactarlo, el abogado ya no deberĆ” ser una amenaza.

     Gracias al par de aƱos que pasĆ© bajo la sombra de Alberto, conozco todas sus tĆ”cticas. El desgraciado me siguiĆ³ en cuanto abandonĆ© la fiscalĆ­a a bordo de mi “Mercedes”, es muy bueno, una persona comĆŗn y corriente jamĆ”s lo hubiera notado. Por fortuna, cuento con un plan de contingencia para esta situaciĆ³n.

      Me estaciono en una gran plaza comercial, entro a un restaurante de lujo propiedad de un conocido. El mesero me entrega la carta, yo ordeno de comer; en cuanto el plato llega a la mesa, me dirijo al baƱo para lavarme las manos. En el mismo pasillo hasta el fondo, hay un acceso solo para empleados, es una puerta que conduce a un elevador industrial por donde suben toda clase de mercancĆ­as. Es la parte oculta de este tipo de establecimientos.


     Entro a este enorme ascensor, desciendo hasta el primer piso del estacionamiento, un nivel diferente de donde dejĆ© originalmente mi auto. Abordo otro vehĆ­culo mĆ”s austero que ya tenĆ­a preparado y abandono la plaza. En cuanto verifico que Alberto no me sigue, fijo rumbo para reunirme con Dieguito.

     Horas despuĆ©s. Al interior de una casa de fin semana, que recientemente comprĆ© mediante un prestanombres en Valle de Bravo. Justo en la que fuera la recĆ”mara de mi exnovio, donde fui sexualmente abusado, encuentro a Diego, en el centro, desnudo, de pie, totalmente expuesto, atado en cada una de sus extremidades y el cuello. La habitaciĆ³n carece de mobiliario, a excepciĆ³n de una silla frente a Ć©l, en la que estĆ” sentado Gerrit, y otro asiento vacĆ­o destinado para mĆ­.


     TardĆ© unos minutos en acceder a la casa y subir las escaleras hasta la habitaciĆ³n. Estar en este lugar me pone mal, no me siento del todo bien. Antier vine con Gerrit para hacer los preparativos, su presencia a mi lado en todo momento hizo mĆ”s llevadero recorrer la vivienda.


      —¡LibĆ©rame, Juan Carlos! ¡No sabes en los problemas en los que te has metido! —Diego grita y gruƱe con ira—. ¡Te voy a hacer pagar, lo que sea que me hagas, te lo voy a hacer pagar tres veces, te lo juro!

     —No Dieguito, lo que yo te haga a ti aquĆ­, serĆ© yo haciĆ©ndote pagar lo que tĆŗ me hiciste a mĆ­. SĆ”cate de tu cabecita pendeja, la idea de que te voy a deber algo. Apenas, reciĆ©n, tĆŗ y yo vamos a estar a mano. Vamos a saldar cuentas pendientes —sin previo aviso, me pongo en guardia y lanzo una tanda de patadas veloces con mi pie frontal a sus expuestos genitales.

     Su enorme verga en reposo se balancea hacia arriba junto con sus testĆ­culos. Con cada golpe, un gemido interrumpe al anterior, produciendo una melodĆ­a de gemidos entrecortados que me enciende. AdemĆ”s, mi empeine chocando con la piel de su escroto produce un sonido monotono similar a un aplauso. Cuando intenta dejarse caer, la atadura que tiene al cuello le recuerda que debe resistir la tortura.

     —Te vas a pudrir en la cĆ”rcel —jadea escupiendo saliva. Tiene la cara roja debido al terrible dolor en sus bolas. Yo me coloco detrĆ”s de Ć©l. Meto mi mano entre sus piernas y me hago con sus gĆ³nadas. Al instante comienzo a estrujar con toda mi fuerza.

    —Lo sĆ©, crĆ©eme, estoy listo para ir a prisiĆ³n. Desde que decidĆ­ hacerte esto, yo ya me encuentro preparado para ello. ¿Recuerdas cuando me atacaste por la espalda y me aplastaste los huevos? Lo hiciste para penetrarme, mientras Jan me mantenĆ­a sujeto —Al decir lo Ćŗltimo, yo cierro los ojos con deleite y tambiĆ©n mis dedos, claramente siento la pegajosa textura de su escroto y sus carnosas bolas deformarse en mis manos. La oscuridad tambiĆ©n me permite apreciar mejor sus gritos y jadeos desesperados. Cuando empieza a aullar de forma aguda, yo suelto sus bolas y por detrĆ”s hundo mi pie en su entrepierna.

No Dieguito, lo que yo te haga a ti aquĆ­,
serĆ© yo haciĆ©ndote pagar lo que tĆŗ me hiciste a mĆ­

     Durante cerca de un minuto, Diego se deja vencer y comienza a ahorcarse a sĆ­ mismo, hasta que consigue reunir las suficientes fuerzas para mantenerse en pie y a salvo de morir. Con satisfacciĆ³n lo observo retorcerse.

    —Yo lo supe desde el comienzo, mis dĆ­as de libertad estaban contados, Dieguito. No existe trato o dinero que pueda ofrecerte. No puedo callarte, controlarte o manipularte. Ciertamente, tampoco voy a asesinarte. Haga lo que haga irĆ© a prisiĆ³n, eso es ineludible —digo quitĆ”ndome la playera y el cinturĆ³n, para desabotonar mi pantalĆ³n, me retiro los zapatos y me libero de toda prenda, mi verga estĆ” semi erecta, mide solo 22 cm—. Sin embargo, antes de ir a prisiĆ³n, yo me voy a vengar.

     A mi lado, Gerrit tambiĆ©n se desnuda, esta es la primera vez que puedo ver sus genitales, la Ćŗltima vez lo toquĆ© a travĆ©s de su ropa interior mientras nos quedĆ”bamos dormidos. Son enormes, tal y como los palpĆ©, su verga en reposo y sus testĆ­culos rivalizan en tamaƱo con los de su tĆ­o. El muchacho de veinte aƱos es hermoso, un verdadero manjar; mĆ”s alto y musculoso que Diego, debatiblemente mĆ”s guapo.

     —¿Ves esto, Diego? AsĆ­ es como lucen los huevos de un verdadero hombre —digo sujetando al frente los colosales Ć³rganos sexuales de Gerrit.

    —Mis bolas son tan grandes como las tuyas —Diego comenta jadeando—. Las de este, son las que son enormes, tengo buenas bolas.


    —SĆ­, pero… yo soy mucho mĆ”s pequeƱo que tĆŗ, en mi cuerpo, todo esto luce grande —digo sujetando mi masculinidad desnuda— En cambio, en el tuyo, esas bolitas parecen de gato, chiquitas y redonditas.

     Tiro gentilmente de las bolas de Gerrit, este avanza siguiendo mi mano. Me coloco frente a Diego y tambiĆ©n agarro sus bolas. En cada mano sostengo la hombrĆ­a de estos machos que fĆ­sicamente son mucho mĆ”s grandes que yo. Mi enorme verga termina de despertar, alcanzando su mĆ”xima longitud y grosor. Antes de darme cuenta, me encuentro presionando los cuatro testĆ­culos con mucha fuerza.

    El joven aprendiz de detective lo permite, mantiene sumisamente las manos en la espalda, reprime sus gritos y resiste como un verdadero macho. Diego grita como puta, sus Ć³rganos se encuentran mucho mĆ”s sensibles por el castigo previo. Noto que la verga de Gerrit comienza a levantarse tambiĆ©n. Cuando este ya no puede mĆ”s y cae de rodillas, yo lo suelto y me concentro en aplastar solamente las bolas de Diego.


     —¡ApriĆ©tamelas! —ordeno a Gerrit.


    Arrodillado en el suelo, Ć©l mete su mano entre mis piernas, sujeta mis testĆ­culos por detrĆ”s y comienza a apretar tĆ­midamente.

    —¡Con huevos, Gerrit! —el chico me obedece, el delicioso dolor provocado por Ć©l, recorre mi cuerpo y me provoca aplastar con mucha mayor potencia los testĆ­culos de Diego, quien a estas alturas ya no resiste mĆ”s. Mi ex, chilla agudamente y lĆ”grimas corren por sus mejillas, ni siquiera es capaz de articular alguna palabra. No estĆ” nada acostumbrado a este dolor.

    —¡Para! —ordeno al muchacho, Ć©l me obedece, yo tambiĆ©n dejo de apretar las bolas de mi exnovio y por unos segundos, sobo las mĆ­as. Mi pene erecto estĆ” colorado de excitaciĆ³n.


    Gerrit posee un pene de veintitrĆ©s centĆ­metros en erecciĆ³n, luce pequeƱo al lado del mĆ­o, pero en realidad es un buen trozo de carne. Ambos estamos muy excitados.


     —Es momento, Dieguito —digo palmeando el rostro del abogado que tantos problemas me ha causado—. Sabes que me lo debes, ¿verdad? Antes de ir a prisiĆ³n, esto lo tengo que hacer.

     Nos paramos detrĆ”s de Diego. Gerrit lo envuelve con sus fuertes brazos. Mi exnovio se permite reposar en ellos, estĆ” tan exhausto y adolorido que poderse apoyar en algo para resistir debe sentirse como el cielo. Yo me coloco en posiciĆ³n, trepando a un pequeƱo escalĆ³n metĆ”lico e inserto mi gigantesco pene en el abogado BolĆ­var. Este se estremece entre los brazos de Gerrit. Lo extraƱo es que como un “espantasuegras”, su pene se levanta automĆ”ticamente al entrar el mĆ­o. Lo tomo de la cadera y comienzo a moverme agresivamente.

     Luego de cinco minutos, indico al chico que estĆ” a mi lado, que lo penetre tambiĆ©n, al mismo tiempo. Ɖl hace caso, suelta temporalmente a Diego para colocarse un condĆ³n e inserta sus veintitrĆ©s centĆ­metros en mi exnovio. Esta sensaciĆ³n es algo que yo desconocĆ­a, mi pene frotĆ”ndose con otro, al interior de Diego, es otro nivel de orgasmo. Ahora entiendo por quĆ© Jan era adicto a esto. SegĆŗn lo que conozco a Diego, Ć©l contiene gemidos de placer, pareciera que lo gozara.




      El glande de Gerrit se frota con el tronco de mi superior verga y todo el conjunto con las paredes del ano de Diego. La verdad, no creo poder resistir mucho. Antes de darme cuenta, el semen abandona mis Ć³rganos sexuales y se deposita dentro de Diego, yo retiro mi miembro, solamente el muchacho permanece detrĆ”s de Ć©l, sosteniĆ©ndolo con sus fuertes brazos mientras continĆŗa sacudiendo sus caderas. FollĆ”ndoselo frente a mĆ­, esto me vuelve a calentar, comienzo a frotar mi verga. Me arrodillo frente a Diego y ataco sus colgantes bolas bajo su erecto falo con mis nudillos, como si quisiera extraer su semen a golpes.

    Mi exnovio gruƱe y gime de dolor y… placer. Sin previo aviso, su pene comienza a escupir un perlado lĆ­quido, parte de Ć©l cae en mi ceja y mejilla. Debo reconocer que no me desagrada sentirlo. Aun asĆ­ me limpio con la mano y embarro el contenido en su pierna.

     Gerrit gruƱe mientras presiona su cuerpo contra el de Diego, mi cĆ³mplice tambiĆ©n ha eyaculado, al terminar retira el condĆ³n, lo amarra y lo coloca en un recipiente de plĆ”stico en el suelo. Yo chasqueo los dedos apuntando a las ataduras de Diego. Gerrit desata su cuello y manos. El abogado se desploma en el piso, casi lĆ”nguido, totalmente drenado. 





     Mi ayudante le ata las manos a la espalda, lo jala del cabello para hacerlo arrodillar y dirige su cabeza hacia mi entrepierna, obligĆ”ndolo a chupar mi verga, al tiempo que lo sujeta de las bolas. Diego lo hace dĆ³cilmente, casi como si lo disfrutara, es un experto, la conoce bien, se la comiĆ³ en incontables ocasiones. Al cabo de diez deliciosos minutos de placer, mi falo expulsa su divino nĆ©ctar en la boca de mi violador. Diego lo traga todo, Ć©l no vomita como yo lo hice. 


      Nuevamente, chasqueo los dedos, Gerrit baja la atadura central, la que sostenĆ­a el cuello, levanta a Diego y a ella ata sus manos, las cuales permanecen unidas en su espalda.

    —¿Satisfecho? —pregunta Diego completamente exhasuto mirando al piso.

   —¿Y tĆŗ? ¿Satisfecho? Pareciera que lo gozaste —respondo.

   —Me enfoquĆ© en viejos recuerdos de nuestra relaciĆ³n para poder disfrutarlo y que esto no fuera una mala experiencia. Eso es lo que tĆŗ debiste haber hecho.
 
   Lo golpeĆ³ con un fuerte revĆ©s en la cara y pateo sus testĆ­culos.

  —¿QuiĆ©n te crees para decidir lo que yo debĆ­a haber sentido? —grito con furia, siento un ligero mareo, similar al vĆ©rtigo que da al ponerse de pie sĆŗbitamente— ¿Crees que por ser mi novio y por Jan haber sido un hombre muy apuesto yo debĆ­a haberlo disfrutarlo? ¿Eso crees?

   Con mis puƱos golpeo su rostro de izquierda a derecha en mĆŗltiples ocasiones, me siento muy enojado. Gerrit me sujeta por detrĆ”s, colocando su mano en mi pecho y me abraza con fuerza, presionĆ”ndome contra su cuerpo, alejĆ”ndome de Diego. Respiro profundamente durante algunos minutos para calmarme.

    —Respondiendo a tu pregunta: No, no estoy satisfecho. TodavĆ­a no estamos a mano. TĆŗ no solo abusaste de mĆ­ de la misma manera que yo acabo de hacerlo en este preciso lugar. AdemĆ”s, tuviste el atrevimiento de venir aquĆ­, ¡a la maldita Tlaxcala! Para atormentarme una vez mĆ”s. Con todo eso de Enrique y el Cazador de Gigantes. Encima de lo que me hiciste, tĆŗ me vas a meter preso, ¿crees que es justo? —pregunto.

     —Eres un adulto, nadie te obligĆ³ a hacer lo que hiciste, nada mĆ”s estĆ”s pagando las consecuencias —balbucea con dificultad, escupiendo saliva y sangre.

     —Tienes razĆ³n, y lo acepto. Yo merezco ir a prisiĆ³n, debo pagar por mis crĆ­menes, sĆ© que tĆŗ te vas a encargar de que aquello suceda. Pero no es suficiente. ¡Gerrit! —grito al muchacho, quien ya se ha vestido y puesto una bata quirĆŗrgica, un cubrebocas y estĆ” lavando sus manos con una soluciĆ³n que contiene povidona yodada, en el baƱo de la habitaciĆ³n. Para enseguida, ponerse guantes de lĆ”tex.

    —¿QuĆ© vas a hacer? —pregunta Diego.


Te voy a cortar los huevos, Dieguito
    —Antes de ir a prisiĆ³n, me voy a asegurar de que no violes a nadie mĆ”s —digo tomando asiento en la silla—. Te voy a cortar los huevos, Dieguito. Y quizĆ”, tambiĆ©n la vergota que tienes.

    El hombre abre los ojos y comienza a gritar con desesperaciĆ³n.

    —¡No, no te atrevas! No te atreverĆ­as, ¿cierto? EstĆ”s mintiendo. No ¡No! Juan Carlos, no, no por favor, no. ¡No!

    —Ya no vas a servir como hombre. No solamente irĆ© a la cĆ”rcel por mis crĆ­menes previos, tambiĆ©n por este. He dejado mi semen en tu culo, quiero que todo mundo lo sepa: que preƱƩ y castrĆ© a mi violador —digo a Diego. Con la mirada seƱalo unos botes al fondo—. ¿Sabes que es eso? Es cloro y otros solventes, dejarĆ© este lugar limpio de evidencia, Gerrit nunca estuvo aquĆ­, por eso Ć©l usĆ³ condĆ³n. Yo me harĆ© responsable al cien por ciento de las consecuencias, porque soy un adulto.

     —Juan Carlos, tĆŗ no eres asĆ­, no eres capaz, no, ¿verdad que no? —pregunta suplicante.

     —Precisamente por eso, yo no lo harĆ©, lo harĆ” Ć©l. —con la mirada seƱalo a Gerrit, quien ya estĆ” preparado.

     —Cuando usted ordene, Ja… Fiscal —afirma el menor de nosotros.

     —No, no por favor, no, no te atrevas. Me voy a vengar, te harĆ© lo mismo —Diego intenta amenazarme, pero en su rostro puedo ver el pĆ”nico.

     —¿Crees que estĆ”s en condiciones de hacerlo? ¿Crees que te temo? No eres nadie, Dieguito. Yo he enfrentado verdaderos peligros, y tĆŗ no eres uno de ellos.

       —Mi padre no va a pasar esto por alto. Ɖl te va a mandar castrar y matar —Diego me amenaza.

      —Que lo intente. Yo le voy a contar todo a mis padres, lo que me hiciste y que en consecuencia te cortĆ© los huevos. Voy a hacer lo que debĆ­ de haber hecho hace seis aƱos: pedir su apoyo —respondo a la amenaza de mi “ex”—. No me niego a pagar por lo que he hecho, pero sĆ­ quiero llevarme este recuerdo a la cĆ”rcel, quiero tener esta satisfacciĆ³n. 

     —¡No! No, no, no, por piedad, por favor, harĆ© lo que quieras, lo que me pidas, cĆ³geme de nuevo, desgĆ”rrame el culo, te la chuparĆ© como nunca antes, muele a golpes mis huevos, tortĆŗrame, lo que sea, por favor —Diego suplica sacudiĆ©ndose, al entender que su amenaza no funcionĆ³.

     —No tienes nada que yo pueda querer, mĆ”s que saberte castrado. Gerrit, cĆ³rtale los huevos al cabrĆ³n. Luego vemos si le cortas tambiĆ©n la verga, pero eso… ¿TendrĆ­a que ser cuando la tenga en reposo o parada? —consulto a mi cĆ³mplice.


     —No, no, no, por favor —Diego suplica llorando desconsoladamente.


    —Como usted prefiera —Gerrit jala la silla para sentarse frente a la entrepierna de Diego y toma un bisturĆ­ que aproxima a su escroto.

      —No, Juan Carlos, no, por lo que mĆ”s quieras, no. No, por favor —mi exnovio no cesa de pedir clemencia.

     —¿Juan Carlos? ¿No que yo era “Corderito”? —pregunto mirĆ”ndolo fijamente a los ojos con los brazos cruzados, sentado en la silla—. Comienza —ordeno a Gerrit.

    —No, no…. No… ¡Noooooo! —Diego grita con desesperaciĆ³n al sentir el helado metal del bisturĆ­ en su escroto. 



La prĆ³xima semana se estrenarĆ” el final en dos episodios: "La muerte del Reuzenjager pt.1" y "La muerte del Reuzenjager pt.2". Originalmente era un solo capĆ­tulo, pero como quedĆ³ muy largo, decidĆ­ dividirlo. De cualquier forma, ambos se estrenarĆ”n el mismo dĆ­a, sĆ”bado de la prĆ³xima semana. Y sĆ­, este serĆ” el final de la historia de Juan Carlos Cordero.

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