Romina
Cruzo en dirección a la salida con mis tacones puntiagudos, el jardĆn de la casa de mi madre no es la sombra de lo que fue en mi juventud, en general la residencia de mi madre no es la misma humilde casita del populoso barrio donde se ubica, desde que me casĆ© con Antonio Camero mi economĆa mejoró, pues eso era lo que yo buscaba. Mi nombre es Romina Orellana, tengo 40 aƱos. Abro la reja de entrada y me dispongo a cruzar la calle no hay mĆ”s que algunos carros estacionados, el heladero de todos los aƱos y niƱos jugando en la soleada maƱana. Voy a la casa situada en la diagonal, el vehĆculo estacionado afuera con el casco de taxi me dice que ElĆas estĆ” ahĆ, sin embargo Ć©l ya me lo indicó por mensaje de texto.
ElĆas fue mi amor de juventud (y todavĆa lo sigue siendo). Un hombre alto al que la vida le enseñó desde temprano que no era fĆ”cil. Es caucĆ”sico, con la cara alargada y barba corta. Sus pectorales son tan grandes que cuando reposamos en la cama, Ć©l parece un colchón mĆ”s comparado con mi femenino cuerpo. Es un hombre sencillo, sin grandes pretensiones, no lo voy a ocultar, esa fue la razón principal que hizo alejarme de Ć©l cuando era una pre universitaria. ElĆas nunca fue una lumbrera en la escuela y la universidad nunca la culminó. Cuando lo dejĆ© estuvo bastante tiempo dando pena. Finalmente consiguió otra mujer con la que tuvo una hija⦠lo mĆ”s triste del asunto es que la mujer lo engañó tambiĆ©n con otro hombre y se marchó dejĆ”ndolo con su pequeƱa.
Abro la reja para darme paso y la cierro. Camino hacia la puerta, estĆ” entre abierta solo para mĆ. AhĆ estĆ” Ć©l esperĆ”ndome en la sala, con jeans que se abrazan a sus fuertes piernas y una camisa sin mangas que dejan al descubierto los fuertes mĆŗsculos a la vista de cualquier ingrata cliente.
āPreciosa āme saludó rodeĆ”ndome con sus brazos y pegĆ”ndome a su cuerpo. Me da un cĆ”lido beso en los labios que yo recibo gustosa.
Soy madre de dos niƱos: la mayor Elsa de solo 5 aƱos y Nicanor mi bebĆ© de 2 aƱos, Ć©l no es hijo de mi esposo, sino de ElĆas, ninguno de los dos sabe la verdad y me encargarĆ© de llevarme mi gran secreto a la tumba. Mi madre tampoco lo sabe que cada vez me reprocha las veces que vengo como una gata a verme con ElĆas.
ElĆas y yo nos distanciamos por muchos aƱos, Ć©l nunca aceptó que lo dejara por Antonio. Fueron las circunstancias y la soledad en la que habĆa quedado que hizo que nos reconciliĆ”ramos. Recuerdo que esa vez mi vehĆculo se averió y necesitaba llegar a un lugar, tome su taxi y desde ahĆ volvimos a frecuentarnos.
Me siento satisfecha de que ElĆas me tome entre sus brazos, quisiera ser su mujer oficial y no aquella que se encierra entre paredes. Sentir la corpulencia de los bĆceps de ElĆas me pone completamente hĆŗmeda. Me quiere hacer suya y yo no soy capaz de impedĆrselo, me gusta sentirlo dentro de mĆ. Lo beso y revuelvo sus cortos cabellos mientras me lleva a su poco iluminada habitación.
Me deposita sobre la cama, donde seguramente muchas veces le hizo el amor a la que fue su esposa. No me importa, yo tambiĆ©n he sido una sin vergüenza con Antonio, mi esposo. Contengo la respiración mientras mi mirada se desvĆa al bulto en el pantalón de mi tremendo semental.
ElĆas me besó el cuello antes de dedicarse a abrir el cinturón y quitarse el pantalón mostrando el paquete de su slip.
Se limitó a desprenderse la camisa, y luego se bajó completamente el slip, quedando en pelotas ante mi mirada. Mis ojos se fijaron en el vÔstago entre sus piernas, completamente erecto y enfilado hacia arriba como un mÔstil.
āTe amo, Romina āme dijo, tiene una voz varonil y bastante sensual. Me tomó de los muslos, y pronto comenzó a desvestirme de la cintura para abajo.
Se acostó encima de mĆ e intercambiamos varios besos, ElĆas tomó su miembro entre las manos, se colocó entre mis piernas y acercó su gordo pene para rozar los labios de mi coƱo.
Comencé a sentir ese delicioso dolor cuando empezó a incrustarme la mitad de su falo. En el acto mis gemidos empezaron a llenar la habitación.
Tras unos momentos, ElĆas me tomó de las nalgas y me levantó en peso alzĆ”ndome en el aire, con su miembro dentro de mĆ. Me atrajo hacia su cuerpo, para clavarme una y otra vez su pene. Como todas las veces que nos conseguimos en su habitación me quedĆ© completamente a merced de Ć©l, que cada vez que me izaba en alto, me abrĆa las piernas para clavarme mejor su tranca.
āĀ”Oh, oh, oh! āme quejaba entre el placer y el dolor.
TeniĆ©ndome entre sus brazos, me hizo salir de la cama con la facilidad de no sacar su pene dentro de mĆ. En sincronĆa caminamos frente al espejo. Nos admiramos y ahĆ, ElĆas mirando mi cara de zorra empezó a bombearme una y otra vez. Siento sus manos en mis nalgas para impulsarme hacia delante y atrĆ”s. La visión de nuestros cuerpos, follando frente al espejo me terminó de excitar, y sin poder contenerme, mientras disfruto su penetración profunda nació mi primer orgasmo.
Pero ElĆas no se detuvo, me continĆŗo follando con el mismo Ćmpetu. Su miembro entraba y salĆa con gran maestrĆa y con tremenda facilidad, abriendo sin parar mi vagina cada vez que su pene se movĆa.
Me sostengo de su cuello, para mantener el equilibrio mientras soy penetrada casi salvajemente por él. Me quedo completamente abierta y a plena disposición del enorme pene de mi amante semental, que me folla a constancia.
āMe vas a reventar⦠ohhh no puedo mĆ”s⦠āle digo. Era como sentir una serpiente ardiendo en fuego dentro de mi interior. Estoy agotada pese a que el segundo orgasmo emerge en mi posiciónā. Oh, me vengo otra vez, oooh āle decĆa al tiempo que miraba al espejo, bastante encantada de ser follada por ese semental. Fascinada de como el tremendo miembro de ElĆas entraba y salĆa una y otra vez.
Las gotas de sudor comenzaron a manar por todo el cuerpo y rostro de ElĆas. La visión de su cuerpo mojado en sudor hizo que me excitara tanto que por tercera vez alcanzara un nuevo orgasmo. Estoy tan exhausta que me apoyo en el fornido cuerpo de mi hombre.
ElĆas me llevó hasta la cama, me depositó sobre ella, extrayendo de mi coƱo su potente nabo. Observó excitado como habĆa quedado mi vagina, estaba totalmente abierta y un hueco enorme mostraba el lugar por donde su poderosa herramienta habĆa horadado una y otra vez aquella hermosa cueva. Me puso en cuatro al borde de la cama, en posición de perrito. Luego, procedió a colocarse detrĆ”s de mĆ, al tiempo que su mirada se concentra en mi coƱo abierto. ElĆas se mordió el labio inferior mientras me penetraba lenta, pero profundamente hasta que sus testĆculos repletos de semen chocaron con mis nalgas.
āOooh por favor, despacio, ooooh.
Y sin mĆ”s, comenzó a penetrar nuevamente, observando como en la posición en la que me tenĆa su miembro llegaba hasta el mismo fondo de mi vagina. Una y otra vez, sus grandes testĆculos golpeaban con mis nalgas.
El espejo continuaba reflejando aquella singular escena, resaltando las grandes dimensiones del cuerpo de ElĆas.
ElĆas echó un gruƱido, era la seƱal de que su venida era inminente. Estoy segura de que su caliente y espeso semen, emergĆa imparable buscando una salida.
Me estremecĆ al saber que iba a recibir toda su leche. La envergadura del cuerpo de ElĆas me sujetaba de la cintura y nalgas, mientras me penetraba una y otra vez.
No tardó mucho, e instantes después, sentà las primeras lechadas en mi coño. Emità un gemido que lo cautivó.
ElĆas totalmente excitado al saber que se estaba viniendo dentro de mĆ, apretó al mĆ”ximo, enterrando su tranca totalmente dentro de mi vagina, y continuó vertiendo su semen, obsequiĆ”ndome sus vigorosos espermas.
Cuando acabó de venir, sacó su cipote, babeando aĆŗn y con restos de semen en la punta. Estaba satisfecho y su corrida habĆa sido bastante copiosa. Junto a Ć©l acudimos al baƱo y nos dimos una romĆ”ntica ducha. Regresamos a la cama donde retozamos un rato.
Llega el momento en que nuestro encuentro se pone un poco incómodo, cuando él insiste:
āYa va siendo el momento en que abandones a ese hombre y te vengas conmigo.
āNo puedo, ElĆas. Mis hijosā¦
āTe traes a tus niƱos y nos vamos juntos.
āNecesito tiempo.
āĀæCuĆ”ntos aƱos mĆ”s?
No tengo respuesta, pero esta conversación siempre es repetida. Me acerco a los labios de ElĆas y lo consuelo con un beso. En pocos minutos serĆ” mediodĆa es momento para que yo vuelva a casa.
II
Antonio
Aprieto mis morenos puños cuando desde la distancia de mi camioneta veo salir a mi mujer de la casa de su vecino. Siento una rabia infinita. Romina va decida al lujoso automóvil que le regale y se marcha sin percatarse que a pocos kilómetros mi Kia Seltos de color blanco me aguarda.
āĀæQuĆ© hacemos, jefe? āme pregunta mi custodio en el asiento del copiloto.
āProcedan āles digo. Mis dos fieles sirvientes se bajan de la camioneta.
Medito. ¿Qué carajos puede ver Romina en ese hombre? ”Es un perdedor a toda costa! Mi propia mujer lo abandonó años atrÔs por ser una piltrafa sin visión a futuro de la vida. La mujer con la que ese intento de humano se casó también lo dejó por otro, una poca cosa debe ser él. Entonces, ¿qué carajo quiere Romina de él? Un simple taxista.
Yo no me considero feo, si bien no soy un galĆ”n, tengo mis dotes de conquista. Un metro setenta y tres es mi estatura, cabello negro y tez morena, similar al color cartón, dice un amigo del club. Me graduĆ© en ingenierĆa en telecomunicaciones y me he dedicado por aƱos al negocio de esa rama abriendo varias cadenas de productos de electrónica. Le ofrezco de todo a Romina, hasta un futuro seguro para ella y a los dos hijos que me ha dado.
Ya estoy viendo al hijo de puta, mis hombres llegaron a su casa llamĆ”ndole para un servicio de taxi. ĀæQue le vio Romina? Me pregunto otra vez. SĆ, admito que tiene un cuerpo mĆ”s desarrollado que yo. Brazos tonificados y piernas largas que casi no le entran al pantalón. Pero su rostro alargado es patĆ©tico, revela inmediatamente lo imbĆ©cil que es.
Abro la puerta trasera de mi vehĆculo y me muevo al volante. Es el momento en el que el idiota que se coge a mi mujer sale de su casa para hacer la presunta carrera a mi hombres, ellos ya tienen mi seƱal, lo secuestrarĆ”n y lo llevarĆ”n a uno de mis depósitos. Es el dĆa en el que Ć©l y yo nos vamos a conocer.
Su taxi empieza a ser conducido y mi camioneta tambiƩn abandona su lugar.
Me siento ansioso, ya cuando conduzco por la carretera en dirección a mi galpón recibo un mensaje de mis hombres. Me informan que lo han sometido apuntÔndole con un arma. Sé que en pocos instantes el momento de vernos llegarÔ.
Ingreso a mi galpón donde mis hombres me aguardan. Uno de ellos me dice que ya han cumplido mi orden. Afirmó con la cabeza y me dirijo a la puerta, del otro lado estÔ ese infeliz taxista. Suspiro antes de poner mi mano en el pomo y me pregunto, ¿que beneficio puede conseguir Romina en ese hombre? Allà ingreso.
Mi secuaz le ha quitado la ropa, ha sido mi orden, quiero tenerlo casi desnudo para mĆ, explorar su fragilidad y demostrar mi superior. Me quedo de pie en el umbral. Es un hombre muy poderoso fĆsicamente, Āæcómo puede tener tan desarrollada musculatura siendo un perdedor de la vida? De pie a cabeza es una tonelada de mĆŗsculos. Pecho amplio, bĆceps fuertes, piernas grandes y robustas. Mi secuaz lo tiene sujeto de los brazos. El taxista tiene un diminuto calzoncillo rojo, Ā”infeliz! Pienso yo, sin negar que mi primera impresión fue sorpresa de Ć©l.
Nuestras miradas se unen y yo doy pasos adelante.
āAsĆ que tĆŗ eres el tipo que se coge a mi mujer āle digo. El bruto guarda silencioā. Ā”Responde! āordeno de pie ante su musculaturaā. ĀæQuĆ© demonios puede ver Romina en ti? A leguas se ve que eres un poca cosa. ĀæQuĆ© ve en ti? ĀæA caso esto? āposo una mano sobre su pectoral, es robusto, mi mano se transforma en una garra y el desgraciado frunce el ceƱo. Mis manos se dirigen a sus tetillas las cuales doblo. El hombre gruƱeā. Responde, infeliz, ĀæquĆ© pudo ver Romina en ti? Un simple taxista venido a menos āmi mano se abre en una palma y la estrelló en su pecho.
El taxista grita.
Una nueva palmada azota con fuerza su pecho.
āĀæQuieres saber que ve? āse atrevió a decir. Tiene una voz grave y varonil. Nuestras miradas rivales se sostienenā. En mi encontró las cualidades que tĆŗ no supiste demostrar. Se alejó de mĆ, pero despuĆ©s regresó por mĆ.
Una mueca de desprecio dibuja mi rostro. Lo odio.
āTodavĆa hueles a sexo, hijo de puta āle digo, no faltaba mĆ”s mi mano derecha viajó a su entrepierna y se apoderó de sus dos pelotas. No son grandes, pero sienten el mismo dolor que cualquier hombre, se las aprieto como si las fuera a romperā. ĀæPaseaste las bolas por el cuerpo de mi mujer, maldito?
El taxista de porquerĆa gimió de dolor, sentĆ una gran satisfacción cuando sus ojos se llenaron de lĆ”grimas. Me siento feliz de causarle dolor, en especial en ese insĆpido par de testĆculos que no deben estar llenos de semen.
El taxista trató de resistir, pero pronto sus gemidos se convirtieron en gruñidos, sus gruñidos en aullidos, sus aullidos en gemidos, hasta que estaba gritando a todo pulmón.
Ese infeliz empezaba a sudar profusamente, su cuerpo brillaba. Ese colosal sistema de mĆŗsculos nada podĆa hacer para defenderse.
Lo soltĆ© de sus huevos y admirĆ© su expresión de dolor, Ć©l querĆa que lo soltasen para agarrarse sus huevas. Mi hombre se lo impedĆa.
āĀæQuĆ© quieres? āme burloā. ĀæQue te libere para que te acurruques en el suelo sobando tus testĆculos? Disfrutabas con ellos cogiĆ©ndote a mi mujer, Ā”basura!
Retrocedo unos pasos y conecto una patada en los huevos del chófer, haciéndolo quejarse de dolor.
El amante de mi mujer se retorció entre los brazos que lo sujetaban, estaba gimiendo y gruñendo. Escapó un fuerte grito cuando levanté el pie sonando sus bolas contra su pelvis de una patada.
Finalmente, después de ese breve, pero intenso momento, hago una señal a mi hombre. Este libera al taxista y le permito acurrucarse en posición fetal ante mis pies, estÔ sollozando y gimiendo, agarrÔndose las bolas.
āEsta fue tu lección, taxista. Si no te alejas de mi mujer, la próxima vez serĆ” peor.
Le hago una seƱal a mi guardaespaldas y salimos de la sala. Pasados unos instantes dejamos que el hombre se recuperara y saliera bajo sus propios medios de mi galpón. El canalla no tuvo la decencia de mirarme. Caminaba con torpeza sujetĆ”ndose los miserables testĆculos con una mano, su mirada fija al suelo.
āInsĆpido āme escuchó decir cuando iba de camino a su porquerĆa de taxi.
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