Me quedo tieso sobre el desnudo cuerpo de Romina mientras deposito mi semen en su interior, resultado del clĆmax que hemos tenido con nuestro encuentro sexual en casa. Estoy sudoroso y me bajo de ella extrayendo mi verga todavĆa envuelta en mi lefa. Coloco mis fuertes brazos detrĆ”s de mi cabeza mientras retomo fuerzas.
—¿Cuando te vas a decidir dejar a tu marido? —le pregunto. No se cuantas veces tengo que hacerlo cada vez que follamos.
—No lo sĆ©, ElĆas —me responde Romina depositando su cabeza en mi amplio pecho—. Nunca serĆ” tan fĆ”cil como tu crees.
—Nunca dije que fuera fĆ”cil —respondĆ—, podemos irnos a otro estado tus hijos, mi hija e instalarnos. Tus muchachos con el tiempo pueden retomar el contacto con Antonio.
—No lo sĆ©, ElĆas. Ya te dije que no es fĆ”cil. Antonio sabe que estoy contigo, la Ćŗltima vez que hablamos me dijo que nuestros hijos se quedarĆan con Ć©l, que no pretenda escapar porque me conseguirĆ” hasta el fin del mundo.
Romina saliĆ³ de la cama ignorando mis maldiciones. No entiendo por quĆ© con sus desplantes me sigue gustando esta mujer. SĆ© que huye de mis propuestas. Le pregunto, ¿a dĆ³nde va? Y me dice que a ducharse, tambiĆ©n me invita, pero no salgo de la cama. Me limpio el resto de semen de mi cuerpo con una toalla. Cuando mi bella amante pelirroja sale del baƱo y regresa a la habitaciĆ³n tengo puesto un calzoncillo negro todavĆa me queda tiempo para descansar un rato y salir en el taxi, hasta puedo hacerme una paja cuando Romina se vaya.
Mi efĆmera mujer comienza a vestirse y sin mĆ”s demora se me despierta la verga, simplemente la arreglo en mi calzoncillo para que Romina la vea en relieve ella al verla se echa a reĆr y me dice que ya no le queda tiempo, de tenerla la saborea en su boca.
—Siempre es igual —le replico tranquilamente—. Eres mi mujer de la maƱana.
—Ay, no hagas comentarios pesados. Se me estĆ” ocurriendo decirle a Antonio que mi mamĆ” estĆ” enferma y me vengo un fin de semana entero contigo.
—Yo no te quiero para un fin de semana. Te quiero para mi vida entera.
Romina se rĆe y me dice romĆ”ntico. Se acerca al borde de la cama y me da un beso en los labios. Asegura que se tiene que ir. Sale de mi habitaciĆ³n y me quedo sentado acariciando el tronco de mi pene con mi dedo Ćndice, si me harĆ© una nueva paja en nombre de Romina.
—¿QuĆ© haces aquĆ? —escucho la voz de Romina desde la sala una vez que abre la puerta.
—¿Otra vez? —le replica una voz masculina. ¡Carajos! Es la voz de ese tipo, Antonio, el esposo de Romina—. ¿Otra vez con ese hijo de puta? ¿Por quĆ©, Romina, por quĆ©?
—¡Detente! —grita Romina.
Salgo como una bala de mi cama, guardĆ”ndome la tiesa verga en el calzĆ³n queriendo buscar un pantalĆ³n, ¿diablos, dĆ³nde quedĆ³? ¡En la sala cuando comencĆ© con el fajeo! Un short rĆ”pido, los pasos que estĆ”n buscĆ”ndome se oyen mĆ”s cerca y los gritos de Romina tambiĆ©n.
—AquĆ estĆ”s, grandĆsimo hijo de puta.
Antonio, el cabrĆ³n de Romina me ha pillado en el closet buscando ropa, no tengo tiempo, me doy la vuelta mirĆ”ndolo con mi verga semi erecta. Ćl tambiĆ©n se queda de piedra bebiĆ©ndose mi cuerpo con sus ojos de disgusto mirado de pie a cabeza.
—¿QuĆ© ves en este mequetrefe, Romina? —increpa Ć©l.
—En mi casa no estĆ©s gritando —le digo calmadamente.
—En mi casa no estĆ©s gritando —me remeda Ć©l con tono de burla. Luego se dirigiĆ³ a Romina con su voz habitual—. ¿QuĆ© puedes ver tĆŗ en este venido a menos? Es un completo perdedor, todas sus mujeres lo dejan. ¡TĆŗ lo dejaste ya en una ocasiĆ³n! ¡Su esposa lo abandonĆ³ por otro! ¡Es un desastre! ¡Un perdedor! ¿Quieres saber lo que me da mĆ”s tristeza, perdedor? El ejemplo que le das a tu hija, huevĆ³n. Tu hija te ve como un perdedor, ¡lo que estĆ” aprendiendo! ¡De seguro cuando crezca va a ser una puta como la que la pariĆ³ o una cornuda como su estĆŗpido padre!
Que mi hija saliera en palabras de su boca me enfureciĆ³ a mĆ”s no poder. Le gritĆ© que respetara a mi hija y que mĆ”s nunca la volviese a nombrar y me lancĆ© sobre Ć©l entregĆ”ndole un puƱetazo en el rostro que lo tumbo de culo al piso.
Romina gritĆ³ y me pidiĆ³ que me calmara, despuĆ©s se dirigiĆ³ a Ć©l y le pidiĆ³ que se retirasen juntos. Antonio se puso de pie ayudado por Romina. Los dos nos quedamos mirando y no de la manera mĆ”s grata.
Antonio se adelantĆ³ bruscamente y me propinĆ³ una patada en la ingle que aterrizĆ³ justo en el blanco. La corta distancia y su considerable fuerza condenaron mis posibilidades de mantenerme erguido y la expresiĆ³n de sorpresa y conmociĆ³n en mi rostro lo demostrĆ³. Mis ojos se tuvieron que haber desorbitado. TratĆ© de mantener la compostura, pero el dolor que explotĆ³ de mis huevos fue superior.
—Mis cojones —susurrĆ© con voz apagada mientras caĆa de rodillas, preso del dolor.
—¿Por quĆ© hiciste eso? —escuchĆ© a Romina reclamar.
—Quiero ver como este malnacido se queda impotente —respondiĆ³ Antonio con rabia en su voz.
Fui otra vez embestido por otra patada en los testĆculos. A pesar del hecho de que ya me estaba cubriendo con una mano, la punta del zapato de Antonio logrĆ³ chocar con mis pelotas, lo que me arrancĆ³ otro grito de dolor.
Me acurruquƩ agarrƔndome las pelotas, doblado de dolor.
—¡Deja de golpearme las bolas! —supliquĆ©.
—¡Mereces que te las arranque! —me dijo Antonio—. ¡Quiero ver como le vas a demostrar la hombrĆa a mi mujer despuĆ©s de que te arranque las pelotas!
—¡Basta, Antonio!
—¡Y tĆŗ, Romina! ¿CĆ³mo puedes seguir viĆ©ndote con este pelele? ¡PusilĆ”nime!
Sus palabras eran tonterĆas comparadas con el dolor insoportable de mis huevas.
Romina lo cogiĆ³ de un brazo y lo pudo sacar a empujones de la habitaciĆ³n, escuchĆ© varios intercambios de palabras que no pude entender. Ambos se marchaban de mi casa. EscuchĆ© el golpe de la puerta al cerrar.
EmitĆ un doloroso gemido postrado en el suelo acariciando mis doloridas y palpitantes gĆ³nadas.
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