Israel Chacón terminaba de prestar atención a los múltiples relatos que su tío Bastián relataba sobre los hombres de su antepasado familiar, desde Árgider hasta su padre Marcos. Estaban en la oficina del dentista y también los acompañaba su hijo Rafael, todos ocupaban un asiento y sobre la mesa reposaba la tablet de Bastián con los registros parentales y algunos libros de época.
—Culminado lo que te acabo de contar de mi querido Marcos. Llegamos a tu turno —sonrió Bastián, ahora manipulando su dispositivo para mostrar los datos de Israel y su descendencia—. Israel Emilio Chacón Rojas, nacido el 07 de marzo de 1981. Dentista y nadador. Padre de Rafael, Oriana y el pequeño Camilo. Curiosamente los tres hijos de la misma mujer, a pesar de lo mujeriego que eres. Te felicito. Bueno, no tengo información de que tengas más hijos o no me la has querido compartir.
—No tengo más hijos —afirmó Israel con las mejillas rojas ignorando la mirada de Rafael encima de él.
—Okey, no estoy aquí para indagar donde has enterrado la verga que nuestra bella genética te heredó, sobrino. Sino para informarte de que eres el siguiente en la rama generacional que durante semanas le he ido relatando a tu bebé de 19 años. Ahora es tu turno.
—¿Mi turno de qué? —interrogó Israel mirando a Rafael y Bastián.
—Tu turno de relatarnos un golpe a los testículos. Es el mal que nos ha acompañado a los Chacón durante generaciones, ya te expliqué el por qué.
—Ah, sí —afirmó Israel, pasando su mano de forma protectora por su abultaba entrepierna—. Siempre he recibido golpes en los huevos. ¡Y vaya que duele mucho! Me dan unas ganas de vomitar horribles. ¡Casi muero! —negó con la cabeza cerrando los ojos—. Es un dolor feo que te sube de las bolas y te revuelve el estómago. ¡No, no, no! No se lo deseo a nadie.
—¿Algún relato de golpe a los huevos que nos compartas, sobrino?
—Sí… ¿Recuerdas a mi amigo Giorgio Biagio? Es un especialista en dermatología, uno de mis grandes amigos de tragos.
—Y de cama con mujeres —afirmó Bastián. Israel lo miro de forma deplorable.
—Mi mamá lo detesta —comunicó Rafael.
—Bueno, él. Una vez les relaté un hecho fantasioso y extraño que nos ocurrió con una bruja.
—Sí, de lo cual no te creo.
—¿Pá, qué le hizo Giorgio a tus huevos?
—Sí —afirmó Israel—. Cierto día el acudió a esta consulta. Yo me sentía muy triste de ánimo, Rafael porque quería regresar con tu madre, habían pasado muchísimos años desde nuestro divorcio y parecía que el amor seguía latente entre nosotros. Giorgio estaba aquí, de pie. Jugando con una pelota de goma antiestrés. Y yo estaba acá sentado. Quejándome del amor, que tu madre no se atrevía a regresar conmigo. Recuerdo que ese día vestía una camisa ajustada de color rosa y pantalón oscuro, estaban muy ceñidos y como yo me encontraba sentado se me dibujaban de manera perfecta los huevos en el pantalón.
—Como un digno hijo de tu padre. Ja, ja, ja. Ya estás como mi hermano Marcos, marcando las bolas en la tela.
Israel se echó a reír y prosiguió con su anécdota.
—Yo seguía lamentándome, con una mano en la frente, sentado, con las piernas abiertas, vulnerable para mi amigo. No me percaté cuando él preparó la puntería y arrojó la malvada pelota antiestrés contra mi entrepierna.
Rafael cerró los ojos y emitió un sonido con la boca inhalando aire. Bastián se echó a reír.
—Muuuuuy doloroso —explicó Israel acongojándose en su asiento, agarrándose la abultada entrepierna, como si de solo recordarlo volviera a sufrir el dolor testicular—. La desgraciada pelota golpeó mis dos huevazos. Salté aquí mismo en mi asiento dando un alarido y agarrándome los huevos mientras la desdichada pelota rodaba por el suelo y Giorgio se echaba a reír. Me quedé quejándome de las bolas como por media hora. El maldito de Giorgio solo dijo: «—Lo hice para que salieras de tu trance, deja de sufrir por tu ex y sufre por tu cuerpo». Ese hijo de puta. Los testículos se me hincharon, las bolas me palpitaron por horas y el estómago se me revolvió, recuerdo que hasta me caí del asiento y me revolqué en el suelo. ¡No! ¡Feo asunto!
—¿No te vengaste, papá?
—La verdad: es que no.
—Yo le arranco las pelotas para que aprenda —sonrió Rafael.
Israel se rascó la frente y sonrió. Recordó la ocasión en la que realizaba una videollamada a una mujer que quería conquistar y llevar a la cama, se habían conocido en un congreso de dentistas. Era alta y flaca, en aquella ocasión él había llegado de unos días de vacaciones. Vestía camiseta negra y blue jeans. Sostenía el celular apuntando a una buena parte de su cuerpo, desde el rostro hasta sus muslos por siempre abiertos. Estaba sentado conversando con ella, con sus piernas dejaba que un débil contorno de sus bolas se impregnara en su pantalón.
—De verdad, mi amor —le decía él—. Ven a Caracas para volver a encontrarnos. Te llevaré de paseo a varios sitios ricos de la ciudad. La vamos a pasar muy bien.
—No lo sé, Israel. Estoy muy ocupada.
—Ven, te aseguro que nos vamos a divertir —afirmó el odontólogo, le guiñó un ojo a la pantalla y seguidamente emitió un beso—. Yo costeo toda tu estadía. Pero te aseguro que este viaje a mi lado nunca lo vas a olvidar.
—Déjame pensarlo.
Acto seguido la imagen de Giorgio apareció en pantalla. Estuvo escuchando la conversación y apareció en rodeando con un brazo el hombro de su amigo.
—Hola, Carmen —dijo—. Tengo mucho tiempo oyendo las solicitudes de mi amigo, por favor, ven, no lo hagas sufrir más.
Carmen se echó a reír.
—Bueno, está bien. Puedo ir pronto.
—Me emociona como a él —afirmó Giorgio—. Estoy seguro que Israel también está feliz y no solo él. Sus toronjas también —de repente, su puño salió disparado hacia abajo, golpeando el apretado bulto en la entrepierna del rubio con un ruido fuerte golpeando ambos cojones.
Carmen que estaba divertida mirando como de vez en cuando la silueta de las bolas se dibujaban, observó la escena de primera mano, abriendo los ojos de sorpresa, se llevó las manos a la boca y después se echó a reír.
Israel gritó en estado de shock cuando sus bolas fueron golpeadas por el puño de su amigo. Dio un salto en su asiento y el smartphone escapó de sus manos. Giorgio acudió a recogerlo del suelo.
—Aaaaay —se lamentó Israel doblándose y acunando su entrepierna.
—Te advierto, Carmen —sonreía Giorgio—. Las albóndigas que le cuelgan a Israel entre las piernas son muy grandes, pero al mismo tiempo le provocan un dolor terrible. Si vas a venir procura tratárselas bien.
—Trato hecho —prometió la mujer riendo.
Israel gimió con su mano frotando sus bolas.
En la actualidad, Bastian hizo una pregunta:
—¿Y tu amiga viajó para verte?
—Sí —afirmó Israel—. Y me los trató muy bien.
—Parece que Giorgio le gustan tus huevos —respondió un celoso Rafael.
—Yo creo que les tiene envidia.
—Mmmmm.
—Y mientras entrenabas béisbol tuve una anécdota quiebra huevos.
—¿Sí, papá?
—Sí, casualmente para un día del padre.
—No recuerdo nada. ¿Cuando fue eso?
—No sé……… quizá en 2017 o 2018. En el aniversario día del padre que se enfrentaron a Los cachorros galácticos la comitiva de padres organizó una apuesta…
—¿Sí?
—Y el equipo donde tú estabas perdió el partido.
—¡Ya recuerdo! Fue una paliza. ¡Doce carreras a cuatro!
—Ja, ja, ja. La paliza no las llevamos los padres. Los papás del equipo perdedor íbamos a recibir un pelotazo en las bolas de los papás ganadores.
—¡Que doloroso! —Rafael se llevó las manos a la boca.
—Fue una apuesta divertida hasta que tu equipo perdió. Todos los padres nos pusimos en fila india. Cuando el padre de Geremi recibió el pelotazo le golpearon también la polla y eso le dió más dolor. Yo cambié de técnica. Ocupé una banca, me incliné y alcé las piernas, de esa manera apartaba la polla y dejaba los huevos colgando a merced.
—¡Papá!
—Era una forma de hacerlo. Como todos teníamos puesto el uniforme de béisbol las bolas se marcaron en el pantalón mostrando un objetivo fácil.
—Puedo imaginarme ese escroto carnoso marcado en el pantalón —describió Bastián, cualquiera hubiera creído que se le hizo agua la boca—, un puñado de pelotas colgando pesadamente.
—Sí. Y recibí un strike porque cuando el otro padre bateo, la pelota chocó en mi glúteo y dolió como un diablo… aún así tuve que seguir resistiendo porque el objetivo eran los huevos. En el segundo intento me chocaron las pelotas con la velocidad a toda fuerza de la bola de béisbol.
Bastián y Rafael se acongojaron de dolor.
—Cuando la pelota se estrelló contra mis bolas, ¡uy que dolor tan profundo! Imagina un objeto tan contundente impactando contra mis cáscaras de huevos.
Rafael hizo una mueca.
—Grité, caí al suelo, me revolqué sosteniendo mis testículos, dije incoherencias. El dolor que sentí en las bolas fue uno de los golpes más dolorosos de mi vida. ¡Horrible!
—Nunca supe nada de eso, papá.
—Sí. Son las clases de cosas que un padre hace por su hijo.
—¡Que calamidad!
—¿Calamidad? Tú una vez me pisaste las bolas, Rafael.
—¿Ah? —Rafael se llevó una mano al pecho y abrió la boca.
—Sí. Eras un pequeñín.
En aquella oportunidad Israel leía una guía de odontología, estaba recién graduado y Rafael ocupaba los primeros años de su vida, dos o tres años. Su padre tenía un ajustado traje azul, como buen Chacón la marca de sus testículos se aferraba con amor a la tela del pantalón.
Sos ojos deambulaban a través de las líneas que explicaban sobre Tratamiento odontológico en embarazadas. Cuando una voz tierna e infantil resonó sobre la sala de estar.
—¡Papi, te quiero, vamos a jugar!
Era el pequeño y rubio Rafael que se dirigía a toda prisa y con los brazos extendidos en dirección a papá. Israel a penas apartaba los ojos de su guía cuando su primogénito saltaba como un osito sobre él. Inmediatamente Israel hizo una mueca cuando la rótula de su hijo aplastó su abultado escroto que reposaba feliz entre sus piernas.
Rafael de manera inocente reposo su rodilla sobre las grandes bolas de su padre, aplastándolas bajo la fuerza de su cuerpecito.
Israel jadeó desenfocando los ojos.
Rafaelito lo abrazó con todo su cariño ignorante del destripante dolor de papá.
Israel gruñó e inhaló bruscamente cuando la rodilla aplastó sus bolas.
El Rafael de la actualidad con 19 años se echó a reír.
—¿Y finalmente jugaste con tu hijo o no? —quiso saber Bastián con una sonrisa.
—Después que se me pasó el dolor de bolas, sí —confesó Israel con un orgulloso brillo en los ojos.
Los tres se echaron a reír.
—Y en una ocasión un par de lesbianas también me pegaron en los testículos.
—¿Qué? ¿Y por qué, padre?
—Bueno, no fue un par. Lo hizo una de las novias, la que tenía actitud varonil.
—¿Pero qué ocurrió?
Israel sonrió:
—Ocurrió una vez que fui al parque.
—¿A qué? —quiso saber Rafael.
—Rafa —Israel lo miro a los ojos—, hijo. Fui al parque al acecho, quería cazar una presa.
—Carajo —susurró Rafael poniéndose celoso.
—Digno Chacón —afirmó Bastián.
—Comprenderás. Visité el parque con una forma lo bastante interesante de vestir. Jeans, camisa abotonada de color blanco. Y me encontré sentada en una banca a una criatura hermosa, uy, que bella —cerró los ojos recordando los cabellos ondulados y castaños de una jovencita no mayor a los 24 años con tez clara y mejillas rosadas—, una hermosura de hermbra. Me acerqué a ella y le empecé a coquetear. Al principio sé que estuvo arisca, pero ninguna mujer puede resistirse a mis encantos. En poco tiempo conseguí que sonriera y se peinara el cabello. Hasta que oí: «¿Que está ocurriendo aquí». Era una mujer hombruna lo bastante fea, pasada de peso y de cabellos muy cortos y pintados, todavía no comprendo como esa reina se fijó en esa ogra. «Tengo largo rato mirando las payasadas de este bobo, ¿todo bien, Linda?», dijo con una falsa voz masculina aquel esperpento. Quise calmarla, me di cuenta del nerviosismo de mi presunta conquista cuando la marimacho me aplastó los testículos de una patada.
—¿Ah? —Rafael abrió mucho los ojos.
—¡Mierda! Dije cuando sentí el dolor desde los huevos. Me doblé enseguida del dolor sujetando mis cocos y la muy perra se atrevió a decir: «Aquí, no necesitamos un hombre con huevos, Linda y yo nos amamos y no necesitamos de un varón. Puedes irte con tus estúpidas bolas a donde te plazca».
¡La muy perra! Verdaderamente comencé a retroceder, agarrándome las pelotas y sin poderme enderezar. Lo que sí, es que el dolor hizo que gritara, mientras la muy becerra se iba a sentar con la preciosidad de mujer que era Linda, con honor a su nombre. Puse distancia de esas mujeres y en el sitio más apartado me derrumbé en el suelo, acunando mis doloridos huevos y gimiendo de dolor. Estaba en el parque de rodillas, agarrándome los testículos y haciendo muecas de dolor.
—Eso te ocurre por extrovertido —regañó Rafael.
Su padre negó con la cabeza.
—De no haber sido por ese monstruo, hubiese enderezado por el buen camino a esa ternura.
—Bastantes anécdotas —afirmó Bastián dejando algunas anotaciones en su tablet junto a los datos de Israel.
Tras breves segundos Bastián y el muchacho empacaron sus materiales de investigación y se despidieron del dentista.
Israel quedó muy tranquilamente en su cómoda silla. Se descubrió con las manos detrás de la cabeza y las piernas separadas. En el medio de sus muslos estaba su gran y abultado paquete. Recordó una ultima anécdota de sus aventuras rompe huevos por aquella hora.
Semanas atrás al salir del centro odontológico iba montado en su camioneta, en el asiento del copiloto iba su amigo Giorgio Biagio. El vehículo iba a salir del estacionamiento cuando fue abordado por Federico, el joven que hacía de vigilante.
—Doctor, doctor —el muchacho se acercó a la ventanilla del vehículo—. ¿Ya se va?
—Sí. Terminó la jornada por hoy.
—Necesito de su ayuda, doctor. Es un dolor en un diente, cuando como, cuando tomo una bebida me duele.
—A ver…
El joven abrió la boca e Israel hizo un rápido chequeo visual.
—Estoy seguro que es caries. Sin embargo necesito los equipos para estar más seguro. Federico estuviste toda la tarde aquí, ¿por qué no fuiste al consultorio? Lo siento por ti, pero ya estoy de salida.
El joven emitió como respuesta una sonrisa nerviosa.
—Mañana a primera hora quiero que pases a consulta. Será lo primero que vamos a atender.
—Una noche más de sufrimiento, doctor.
—Sí. Será tu castigo por no ir a verme a tiempo.
—¿Van a beber, doc?
—Más que eso —afirmó Israel adoptando una pose relajada mientras su amigo Giorgio se reía. El dentista colocó sus brazos tras la nuca y abría sus piernas—. Vamos a salir a buscar par de chicas que nos están esperando.
—¿Sí, doc?
—Sí. Vamos a tener una noche muy activa con unas mamis —Israel comenzó a mover la cadera de manera muy sensual.
Lo que captó la atención de Federico fue el sugerente movimiento en el bulto del odontólogo entre sus piernas afirmando su sex appeal. El joven entendió la posible noche brutal de sexo que iban a tener los profesionales de la salud. Simplemente apretó el puño y lo estrelló en los cojones extragrandes y llenos de semen de Israel.
—¡Mierda! —gritó el dentista abandonando toda actitud sexual para dedicarse a frotar sus doloridos cocos.
Giorgio y Federico se echaron a reír.
—Doc, creo que tendrá una noche dolorosa al igual que mis dientes y yo.
—¡Que eres huevón, Federico! —respondió Israel apoyando la frente en el volante, con el rostro contraído de dolor y frotando sus gónadas con la yema de sus dedos.
A pesar del puñetazo a sus repletos huevos, Israel y su amigo pasaron una noche deliciosa en compañía de unas gemelas y a la mañana siguiente Federico fue atendido en su problema de caries.
El Israel de la actualidad sonrió y revisó su celular, el recuerdo de dolores a sus bolas le activó su actividad sexual, después de todo tenía un par de bolas muy grandes que producían leche a millón y por ende requerían una atención especial.
—¿Vilma? Hola, mi amor, ¿cómo estás? Je, je, je. Sí, por supuesto……… Obvio……… Vilma, me preguntaba qué harías en un par de horas, quisiera invitarte a salir…
Mientras escuchaba una respuesta afirmativa, el mujeriego dentista se reclinó en el asiento reajustando su dura verga dentro del pantalón.
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