—Ustedes 4 no son más que una partida de inútiles que deshonran la legión de los protectores Orinocos.
Lob |
La voz era de Onyx, el dueño de la casa Warner y sitio donde se iba a deliberar el concilio para recuperar las piedras robadas por los atlantes. Ante el poderoso Orinoco estaban tres de los ya conocidos guerreros cuyas piedras fueron hurtadas: Brake, Robby y Pam, ante ese trío de fuertes hombres se unía Lob, un moreno guerrero que vestía con un ajustado calzón que delineaba lo que era una cabezona pija, su piedra el Diamante, fue robado por Tom el atlante que ayudó a robar la esmeralda.
—Vengan aquí, inútiles, buenos para nada. Se dejaron robar lo más importante.
Los cuatro poderosos hombres se acercaron a Onyx que estaba acompañado de Arial quien era el único victorioso hasta el momento en cuidar su gema. Era un inventor y diseñó una máquina en la que haría torturar a los otros cuatro por su fatal error.
Los hizo inclinarse y arrodillarse uno al lado del otro.
Después de un poco de torpeza y algunos gruñidos de los infortunados orinocos, los cuatro guerreros dejaron a disposición sus testículos que fueron abofeteados por Onyx y Arial un par de veces, calentándolos para las cosas por venir.
Brake, Robby, Cam y Lob quedaron gruñendo, gimiendo y chillando hasta que Onyx y Arial se fastidiaron de patear sus huevos, aplastándolos contra su cuerpo.
El castigo de la casa Warner debía ser letal.
Ocho testículos, todos ellos, por encima del tamaño promedio: algunos gordos y redondos, otros enormes y abultados, pero cada uno de ellos adquiriendo un tono rojizo.
Sus dueños gritaban y se quejaban de manera discordante.
Onyx y Arial estaban muy conformes en hacer pagar por su derrota a los orinocos, destrozando sus pobres testículos, no iban a parar hasta dejarlos lo suficientemente magullados e hinchados.
Arial y Onyx retrocedieron un paso, admirando su trabajo.
Las bolas estaban alineadas tomando un color purpúreo nada sano.
—¡No, no, no —rogó Brake cuando Arial se posicionó frente a él. El inventor levantó el pie y pateó sus cojones con fuerza.
Brake gritó como un animal herido.
—¿Qué hay de eso? —sonrió Arial, señalando las bolas del moreno Lob.
—Me haré cargo —respondió Onyx.
Su pie se estrelló contra la entrepierna del protector, sólo golpeando uno de sus frágiles testículos.
Lob reaccionó con un grito desgarrador que hizo que Arial se riera a carcajadas.
—Inútiles —comentó Onyx todavía furioso por la falta de actitud de los guerreros. Se dirigió a Arial—. Es momento de usar tu idea.
Arial asintió y alcanzó una olla que estaba cubierta por una manta. Estaba llena de cera caliente, y se la entregó a Onyx, quien la vertió sobre las gónadas de los castigados hombres que gritaron a más no poder cuando sus bolas hinchadas y magulladas se cubrieron generosamente con el líquido humeante y caliente.
Pam, el más joven, gritó con voz aguda sintiendo como sus grandes huevos se envolvían del quemante líquido.
Los otros orinocos gritaban obscenidades mientras sus pelotas eran cubiertas de cera.
Arial y Onyx retrocedieron un momento, permitiendo que la cera se enfriara.
Después fueron de un lado a otro entre los ocho testículos en exhibición, el invento de Arial apenas comenzaban y se llenaron de horror cuando entregó a Onyx un teaser y entre los dos enviaron descargas eléctricas a los huevos. A veces solo escogían una bola, en otra se unían para impactar las dos pelotas de un hombre al mismo tiempo.
Arial y Onyx hicieron todo lo posible para dar a cada testículo el castigo que merecía.
El primer orinoco en acabar fue Robby. El grueso guerrero gritó cuando su polla entró en erupción con una crema espesa y caliente. Inmediatamente, Arial se apresuró a acercarse a él, sacudiendo sus pelotas con el electrochoque mientras echaba su precioso cargamento de lava blanca.
El orgasmo de Robby se prolongó bastante tiempo, y parecía como si cada sacudida provocara un arrebato de semen de sus testículos torturados.
Brake y Pam dispararon sus lechazos simultáneamente:
Arquearon sus espaldas, sus caras se retorcieron en agonía, mientras vaciaban sus cojones en chorros ricos y cremosos.
Ahora, solo quedaba Lob.
—El más reciente estúpido en dejar que lo robaran —dijo Onyx, metió la mano en la caja y levantó una pequeña caja de plástico—. Arial ha inventado este pequeño dispositivo. ¿Quieres explicarlo?
—Claro —Arial sonrió con orgullo—, es una caja que exprimirá el esperma de los testículos.
Lob miró su entrepierna mientras Onyx apretaba su polla y sus bolas en la caja. Se rió y le dio a las gónadas un apretón juguetón antes de cerrar su polla y guardar la llave.
—El dispositivo evalúa el peso en tus testículos para determinar el momento perfecto para el ordeño.
De repente, se escuchó un zumbido proveniente de la entrepierna del morenazo.
La expresión facial de Lob cambió de sorpresa a dolor leve y después a agonía absoluta cuando sus huevos fueron aplastados dentro de la caja.
Gruñó, cerrando los ojos, agarrando la caja con ambas manos mientras sus bolas eran aplastadas.
Su respiración se aceleró, y el sudor comenzó a correr por su hermosa caras mientras el invento molía sus cojones cada vez más fuerte.
Rob estaba jadeando y después gimiendo, gruñendo, encogiéndose y retorciéndose mientras el dolor irradiaba de sus testículos.
No tardó más de un minuto hasta que el semen cremoso comenzó a gotear fuera de la caja en un triste despliegue de semillas desperdiciadas.
—¡Ohhhh! —gimió Rob tirando impotente del diabólico dispositivo que sostenía su polla y sus bolas—. ¡Oh!
El zumbido mecánico comenzó de nuevo.
Rob miró su entrepierna con horror. Gruñó mientras se doblaba de dolor, agarrando la pequeña caja que estaba aplastando sus cocos.
El segundo orgasmo tardó más que el primero, dejó escapar un gemido miserable cuando el zumbido mecánico se detuvo y su semen extraído a la fuerza salió de la caja. Cayó al suelo en medio de colapso, con el cuerpo desmayado del terrible dolor que salía de sus bolas que parecían como si hubiesen explotado, como si cuatro camiones la atropellaran.
Onyx y Arial se miraron y esbozaron sonrisas. El resto de los guerreros estaban convalecientes en el piso sobando sus maltratadas pelotas, lloraban del insoportable dolor.
Onyx los miró con desprecio decepcionado de ellos, queriendo degradarlos.
—No son dignos de la fuerza orinoca. Ustedes son unos inútiles.
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