CONTIENE BALLBUSTING M/M y F/M.
Ernesto es un joven gay de 24 aƱos, reciĆ©n graduado como veterinario, asistĆa aquella noche a una fiesta con compaƱeros de universidad y algunos del trabajo.
La fiesta se celebraba en un edificio donde varios conocidos y amigos cohabitaban.
Ernesto charlaba de forma amena con Jorge, desde hace semanas le conociĆ³ y le pareciĆ³ muy atractivo, convenientemente ocultĆ³ que era pareja de Oscar. La noche avanzĆ³ y Jorge parecĆa caer en el plan de Ernesto, esperaba amanecer en la misma cama que Ć©l, incluso ya habĆa convencido a un amigo del mismo edificio para prestarles una habitaciĆ³n…Pero la noche pasĆ³ de amable a conflictiva.
—Ernesto!—Era el grito de enojo de Oscar, quiĆ©n por la llamada de un indiscreto, apareciĆ³ en la fiesta justo para sorprender a su pareja con aquel Jorge.
Ernesto se vio descubierto, trato de fingir inocencia y alegando solo ser amigos. Pero apenas Oscar estuvo frente a Ć©l, le enterrĆ³ un fuerte rodillazo en los testĆculos.
—AAahhhh!!!—GritĆ³ Ernesto y se derrumbĆ³ al piso quedando de medio lado.
Desesperadamente se tomaba los testĆculos, ni de cerca el dolor que sentĆa se parecĆa a aquel cuando de un pelotazo de tenis sintiĆ³ los huevos en la garganta. Ahora no daba para hablar.
—Maldita basura!, no te quiero ver mĆ”s!—Oscar estaba rojo de la furia. Le debieron detener para que no rematase a su derribada pareja.
Todos en la fiesta se quedaron estupefactos, un chico iracundo y dolido en su corazĆ³n, y el otro en el suelo dolido de sus pelotas.
Finalmente alguien soltĆ³ la risa y todo el salĆ³n se contagiĆ³, Ernesto se sentĆa terrible el dolor testicular le invadiĆ³ el bajo vientre, llegĆ”ndole al estĆ³mago. Ahora era la burla de todos los asistentes.
Oscar se retirĆ³ del apartamento.
Jorge por fin se acercĆ³ a Ernesto e inclinado dijo:
—AsĆ que tenĆas novio, pero que maldito eres!, me alegro que te duela, canalla!—La frase de Jorge era fulminante, a Ć©l tambiĆ©n una vez le fueron infiel y sabĆa lo que era tener el corazĆ³n roto, no querĆa ver a Ernesto ni en pintura.
AsĆ terminaba la noche para Ernesto, no solo se acababa su noviazgo con Oscar, sino que con las pelotas ardiĆ©ndole, la pensada noche de sexo con Jorge quedaba en ceros.
Ernesto terminĆ³ en el contiguo apartamento de su amigo DarĆo, le pidiĆ³ acceso al baƱo mientras Ć©ste regresaba a la fiesta.
Ya a solas, se retirĆ³ las ropas, ingresando a la ducha.
—Uffff—ExclamĆ³ Ernesto cuando sintiĆ³ el agua frĆa en sus enrojecidas bolas.
PrĆ”cticamente le ponĆa los genitales al agua que caĆa del aspersor.
—Oh Dios mĆo!, quĆ© alivio!
Tras unos 10 minutos bajo el agua, por fin decidiĆ³ salir. Se vistiĆ³ con dificultad, pues cada vez que levantaba una pierna sentĆa un latido en las pelotas.
Eran mĆ”s de la 1 Am y decidiĆ³ partir a casa caminando, si bien quedaba algo lejos, le pareciĆ³ que la caminata le harĆa bien a sus genitales.
El inicio de la marcha fue difĆcil, con cada paso le brincaba los testĆculos dentro del calzoncillo, pero pasada dos cuadras ya tolerĆ³ mejor el dolor.
Se dedicĆ³ a ver los escasos negocios abiertos a esas altas horas. Fue durante una leve distracciĆ³n que dio un mal paso y apoyĆ³ todo su peso en el talĆ³n izquierdo para evitar caer, el impacto le arrancĆ³ un quejido al reflejarse en sus testĆculos.
DebiĆ³ apoyarse en un cercano poste para no terminar de rodillas en el suelo. Ahora veĆa difĆcil llegar a casa caminando. Fue entonces cuando levantĆ³ la vista y tenĆa en frente una farmacia, esa era la soluciĆ³n!
—Buenas noches, A la orden?—Fue la presentaciĆ³n de la encargada.
Ernesto se sorprendiĆ³ un poco, era una chica muy joven, si no fuera por la bata blanca que la hacĆa ver un poco mayor, jurarĆa que se trataba de una adolescente. Era extraƱo ver a casi una niƱa atender una farmacia de 24 horas, y mĆ”s raro siendo casi a las 2 Am. En su opiniĆ³n por los peligros de la noche, ese era trabajo para miembros del sexo masculino.
Su aspecto era peculiar, usaba lentes de vidrios muy gruesos y frenos que se notaban en todo su esplendor junto a parte de las encĆas cuando la chica abrĆa la boca.
Ernesto planteo su dolencia, omitiendo el sitio exacto del dolor y la causa.
—Entonces tiene hemorroides? Esa es la causa de su dolencia, no?—PreguntĆ³ la joven quiĆ©n en su carnet se leĆa Mariela.
El afƔn por negar aquel penoso padecimiento rectal le hizo confesar:
—Los huevos, me duelen los huevos!
—Ah, entonces se ha golpeado en los testĆculos, le tengo un buen analgĆ©sico para el dolor, pase para inyectarlo.
—InyecciĆ³n?, no tiene pĆldoras?
—Que pasa, no me diga que estĆ” asustado?
Ernesto cediĆ³ y pasĆ³ a una pequeƱa habitaciĆ³n dĆ³nde una camilla le esperaba.
Mariela tardĆ³ un instante para cerrar la puerta de la farmacia, y pronto regresĆ³ con la jeringa llena de un lĆquido amarillo.
El hombre se bajĆ³ los pantalones y acostĆ³ boca abajo, la joven le bajĆ³ los interiores desnudĆ”ndole toda la cola, Ernesto quiso reclamar por ello pero la aguja le sorprendiĆ³, toda su longitud penetrĆ³ la nalga izquierda de Ernesto quien casi dio un brinco al sentir el doloroso liquido entrar en su musculo glĆŗteo. Fue una terrible experiencia, pero por supuesto el dolor de bolas era aĆŗn peor.
—Verdad que no sentiste nada?
Ernesto se callĆ³ el insulto, pues a aparte del lĆquido, el puyazo fue doloroso, de seguro la joven no era muy experta en aplicar inyecciones.
De pronto el varĆ³n casi da un brinco, la encargada le tocĆ³ los testĆculos, y es que al bajarle los calzoncillos se alcanzaban a ver las pelotas del hombre, la curiosa chica se asomĆ³ mĆ”s abajo contemplĆ”ndolos apoyados sobre la camilla y bien acomodados entre los muslos.
—Se notan un poco inflamados, a quĆ© hora fue el golpe?—La pregunta con tono mĆ©dico interrumpiĆ³ el posible reclamo de Ernesto.
—Fue hace una hora cuando mucho, que opina? Debo ver al mĆ©dico o aliviarĆ© con la inyecciĆ³n.
—Pues dĆ©jamelos ver mĆ”s de cerca, siĆ©ntate por favor…
Y asĆ Ernesto se sentĆ³ en la camilla y separĆ³ los muslos, La chica en bata se arrodillĆ³ entre las piernas del varĆ³n y le comenzĆ³ a palpar los testĆculos.
—Pobrecito…—En ese momento Mariela le dio un beso en los testĆculos.
—Pero que haces?—ReclamĆ³ Ernesto, quiĆ©n ya sospechaba por quĆ© lado iba el asunto.
Mariela le besĆ³ dos veces mĆ”s los huevos.
—No te gusta?, a los chicos que he conocido les encanta que le besen los huevos.
Mariela repitiĆ³ mĆ”s besos a los testĆculos, logrando enredarse varios pelos genitales en sus frenillos, el intento de retirarlos le hizo arrancar algunos, Ernesto se quejĆ³ en silencio. Finalmente respondiĆ³:
—Mira muchacha, muy bonito que me des besos en las bolas, te lo agradezco, pero entĆ©rate que soy gay, lo siento pero no me gustan las chicas.
Mariela quedo sorprendida y enseguida se coloreĆ³.
—Oh perdĆ³n, yo no sabĆa.
La joven se incorporĆ³ y Ernesto se comenzĆ³ a vestir.
—QuĆ© vergĆ¼enza…
—No te preocupes—La calmĆ³ Ernesto—Pero no estĆ” bien eso de andar besĆ”ndole las bolas a los clientes.
Enrojecida, Mariela confesĆ³:
—Es que…Es que eres muy guapo, perdĆ³name.
En ese instante dos sujetos entraron al cuarto.
—Salgan y calladitos, gran hijueputas—El par tenĆan mala cara y se podĆa ver un largo cuchillo.
Eran asaltantes quienes ya habĆan analizado el sitio, conocĆan el mejor lugar para forzar una entrada y escogieron la hora conveniente para asaltar la farmacia.
Ernesto en calzoncillos no podĆa creer su suerte, que harĆa?, solo se le ocurriĆ³ proteger a la encargada, la casi adolescente de seguro podĆa terminar en una crisis nerviosa, la volteĆ³ a ver y le pareciĆ³ extraƱamente calmada.
—Contra la pared, gran pendejo!, y tĆŗ, boca de lata, para Ć©ste lado! —Ernesto reclamĆ³ por el ultraje a la chica, que culpa tenĆa ella de tener bastante metal adherido a la dentadura.
—DĆ©jenla en paz, llĆ©vense lo que quieran pero no nos hagan nada.
—AquĆ tenemos un maldito hĆ©roe, no?—ReplicĆ³ el asaltante, blandeando el cuchillo cerca del cuello de Ernesto.
El joven gay no se moviĆ³, temiĆ³ un cuchillazo al cuello, morirĆa aquella madrugada?
—AAAAAHHH!!!—GritĆ³ Ernesto cuando el criminal le enterrĆ³ la rodilla en los testĆculos, un nuevo golpe bajo en aquella terrible noche.
Las piernas del agredido cedieron y se derrumbĆ³ al piso como un saco de patatas.
Vio todo blanco, el sudor invadĆa su frente, se retorcĆa en el piso agarrĆ”ndose los huevos, mientras escuchaba las risas de los asaltantes.
Ernesto pensĆ³ que se movĆa entre algodones, estaba cerca del desmayo, una patada en las costillas le devolviĆ³ el sentido.
—Arriba huevĆ³n!—ExigiĆ³ quiĆ©n le habĆa golpeado.
Pero Ernesto no se podĆa mover. De repente escuchĆ³ un grito de dolor, un sonido elĆ©ctrico y un nuevo quejido, eran voces masculinas.
DirigiĆ³ la vista hacĆa los ladrones, pero de reojo vio un cuerpo caer, su vista nublosa se aclarĆ³ y comprobĆ³ que era uno de los asaltantes.
Pero que estaba sucediendo?
Luego verĆa como el pie de Mariela se hundĆa en la entrepierna del sujeto caĆdo, haciĆ©ndole gritar como loco, la chica elevĆ³ la pierna para descargarla una vez mĆ”s en la intimidad del delincuente, quiĆ©n ladeĆ³ la cabeza y puso sus ojos en blanco.
Mariela no era la indefensa mujer que creyĆ³ necesario proteger.
VolviĆ³ a escuchar el sonido elĆ©ctrico y simultĆ”neamente los gritos masculinos, finalmente ambos ruidos cesaron.
Mariela se le acercĆ³ y le tendiĆ³ la mano ayudĆ”ndole a levantar.
—EstĆ”s bien?
—Creo que sĆ, pero que pasĆ³?—Ernesto observĆ³ que ambos ladrones estaban inmĆ³viles en el suelo—Pero, Que hiciste?
—Bueno, soy la hermana menor de 3 hermanos varones, y dos de ellos practican lucha de todo vale, asĆ que me se defender a mĆ misma…
—Pero que fue ese sonido extraƱo?—Expuso Ernesto justo antes de sentarse en la camilla.
—Te refieres a esto?—La joven le enseƱo una pequeƱa arma elĆ©ctrica para la autodefensa—Una chica debe tener una de estas para protegerse de facinerosos, sobre todo si trabajo en la madrugada, no crees?
Ernesto reposarĆa un instante mientras Mariela se dedicĆ³ a atar a los criminales. SimultĆ”neamente le narrarĆa los sucesos.
Mariela al ver el cobarde ataque a los lastimados testĆculos del joven se decidiĆ³ a actuar, vio una oportunidad, se girĆ³ contra un ladrĆ³n y le hundiĆ³ la rĆ³tula en las pelotas, el sujeto gritĆ³ y retrocediĆ³ cubriĆ©ndose desesperadamente.
La reacciĆ³n de su socio, el tipo del cuchillo, no se hizo esperar, pero Mariela sacĆ³ del bolsillo la pequeƱa arma elĆ©ctrica que entrĆ³ en contacto con el pecho del sujeto, de inmediato soltĆ³ la filosa arma, un puƱo al rostro del electrocutado le derribaba en cĆ”mara lenta al piso…
…Fue cuando viendo expuesta su entrepierna cobrĆ³ venganza por la masculinidad de Ernesto, aquella que besĆ³ con gusto, y procederĆa a pisarle las gĆ³nadas una y dos veces.
Ya inconsciente el sujeto, se volviĆ³ contra el otro, quiĆ©n ya tomaba aire y querĆa desquite, pero la electricidad aplicada en los dientes del ladrĆ³n le enseƱaba a no burlarse de los frenillos de una chica. Tras el shock, el ladrĆ³n quedĆ³ babeando, creyendo que en cualquier momento su dentadura se le caerĆa.
Finalmente un puƱo en los testĆculos le sacĆ³ un UUhh! y le dejĆ³ encorvado, listo para recibir un rodillazo en la cara que le hizo perder el sentido.
Ernesto quedĆ³ mĆ”s que asombrado ante el relato, Mariela era efectiva y a la vez terrible contra los criminales.
Terminada la narraciĆ³n aparecĆa la policĆa, la joven les llamĆ³ mientras contaba los hechos.
Media hora despuĆ©s no habĆa rastros de autoridades ni delincuentes y Mariela y Ernesto charlaban en el mostrador de la farmacia, incluso una risa emergiĆ³ del varĆ³n. Enseguida se quejĆ³:
—Mejor no me rio, todavĆa me duelen las bolas.
—Que no te ha hecho efecto la inyecciĆ³n?
—Me habrĆ” hecho efecto por el primer golpe, pero con un segundo rodillazo no creo que alcance la analgesia.
—Si quiere te puedo inyectar de nuevo?, o menor aĆŗn, te puedo besar las bolas otra vez.
Ernesto quiso decir algo, pero Mariela interrumpiĆ³:
—Ya sĆ©, te gustan los hombres no las mujeres, pero prĆ”cticamente somos amigos ya, una buena amiga buscarĆa la forma de aliviar a su amigo.
Ernesto no pudo negarse, a continuaciĆ³n Mariela volviĆ³ a cerrar la farmacia, las caricias y besos en los testĆculos aliviaron a Ernesto.
En adelante se volverĆan confidentes y amigos.
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