Pobre aquaman (1/5): La vergonzosa derrota - Las Bolas de Pablo

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12 mar 2021

Pobre aquaman (1/5): La vergonzosa derrota

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Ballbusting mujer/hombre


El sol brillaba, era el día perfecto para disfrutar en la playa, sin embargo el ambiente no era el más relajante posible, pues una manifestación de ecologistas se oponía a las medidas de progreso y construcción que una empresa se disponía a realizar en la zona.

El movimiento era encabezado por un líder nato: Miguel Ángel Chacón, un joven amante de la naturaleza desde que por error comenzó a estudiar una carrera universitaria ligada con el estudio ambiental. Era un muchacho de estatura alta, exquisita piel canela, un cuerpo que parecía tallado por los mismos dioses del Olimpo, con unos pectorales de acero y cintura de avispa, nalgas firmes y un área genital que resaltaba sexualmente su considerable paquete. No en vano tenía la genética que muchos hombres podían envidiar, pito de buen tamaño y grosor, grandes bolas y piel lozana. Incluso algunos de sus amigos lo llamaban aquaman, en asociación a su afición al mar, la protección medio ambiental y su exquisito cuerpo.

—En verdad es más sexy que Momoa —dijo alguna vez una chica al verlo surfear como un rey las olas.

Sus pies descalzos tocaban la arena cálida, mientras que con carteles, gritos de consignas era apoyado por una multitud de protectores de la naturaleza.

—¡No al ecocidio! ¡No al ecocidio!

—La playa es un refugio, no un banco para sacar dinero.

—¡No más maltrato ambiental!

—El planeta nos necesita.

Miguel Ángel estaba eufórico, la construcción de una estrafalaria industria petrolera provocaría serios daños a la playa, contaminaría el agua,mataría a los animales marinos, afectaría a las miles de tortugas que anualmente depositaban sus huevos a orillas del mar que él con tanto esmero ayudaba con sus pares. Miguel Ángel era un joven enérgico y nada lo detendría en su propósito de impedir aquella construcción, nada excepto la misteriosa piedra que salió volando de algún lugar e hizo impacto en su entrepierna provocando un choque bastante fuerte.
¡AAAAAAAAAAARG! —fue el colosal grito del protector ambiental. Su pancarta escapó de las manos mientras se doblaba agarrando su entrepierna con mucho dolor. Sus ojos se cerraron y su boca se abrió en una mueca muy piadosa. El golpe había sido como si sus nobles bolas rebotaran contra un bloque de hierro y se deformaran para empezar a palpitar e hincharse.

—¿Miguel Ángel, estás bien?

Fueron varias de las preguntas que los compañeros empezaron a realizar. La protesta fue silenciandose dejando como sonido los angustiados gemidos del pobre aquaman y el mar azul a sus espaldas.

—Ugggh, me duele —gimió Miguel sintiéndose bastante avergonzado con el público. Pensó que era bastante patético que después de su actitud activa y de buen líder lo vieran doblado agarrándose las gónadas con un simple golpe que algún miserable del lado de los constructores ejecutó.

En verdad ya no tenía la fuerza y vigor para llevar adelante aquella protesta y todo por un dolor de bolas. Aquella piedra fue arrojada con el propósito de hacer daño y sí que lo lograron. Sus bolas eran tan grandes pero débiles. ¡Que vergüenza sentía de verse así! Doblado, patético y torciendo el rostro con dolor.

—¿Qué es todo esto? —preguntó una voz femenina que se abría paso de lado de los obreros de la construcción.

Miguel Ángel contuvo el aliento y trató de enderezarse, sin embargo su dolor no se lo permitió y mantuvo una pose inclinada.

Se trataba de una mujer simpática, podría decirse con actitud intelectual. De estatura alta, cabellos rubios, tez blanca y gafas de lectura que le otorgaban aire de estadista e inteligente y nadie podía ocultarlo. Además de ser bonita la síntesis curricular de la ingeniero Natalia Sepúlveda de 41 años de edad, era amplia en cursos, talleres y jornadas de formación académica. Tenía un traje ceñido de color azul, que resguardaba unas pequeñas tetas bajo su ropa.

—¿Puedo saber por qué irrumpen en un área que tiene permiso para la construcción? Esto es grave y los puedo demandar.

—Señora… —dijo Miguel con la respiración entrecortada—. No pueden… hacer eso.

—En todo caso presenten su denuncia a la institución competente. Yo tengo mis permisos en regla. Estoy harta. No es la primera vez que se aparecen por aquí quitando tiempo y horas de trabajo. Estoy tan abrumada con la falta de respeto de ustedes semana tras semana que tuve que venir yo misma hasta aquí, espero que sea la última vez.

—La falta de respeto es usted, señora —se defendió Miguel Ángel llevándose las manos a ambos lados de la cadera que también le dolía. Al fin pudo enderezarse como el pingüino jefe del clan.

—¿Cómo dice? —la ingeriero Natalia arrugó el ceño incrédula.

—Cómo lo escucha. La construcción de una planta petrolera… aquí afectará a la vida marina y todo lo que con mucho esfuerzo hemos echo año por año.

—Para tu información,niño, la planta petrolera representará un buen avance para la zona. Ofertaremos empleo a los habitantes de la región, incrementaremos la economía en el país, y no vendrás tú con tu grupito de comeflores a echar para atrás un proyecto aprobado por el gobierno nacional.

—Pues déjeme decirle… que su proyecto no tendrá cabida alguna… Lo vamos a aplazar, si es posible la demandaré.

—Por mí puedes hacer lo que quieras. La cámara municipal no está muy lejos. Puedes irte con tus pies descalzos y tu ropa hecha harapos para allá en este momento y ver si se toman la molestia en atender a un tipo de persona como tú —la mujer dirigió una mirada despectiva al semental de pies a cabeza—. Ahora se me van de aquí o dejaré de ser tolerante o los echaré como perros callejeros.

Una última mirada odiosa fue lo que hizo la ingeniero Natalia antes de darse la vuelta y dar algunos pasos. Miguel Ángel se sintió furioso y humillado. Ninguna mujer lo trataba así por más intelectual que pareciera o bonita.

—Yo ganaré esta batalla, ¿me oye? He enfrentado a decenas de viejas histéricas como usted y nunca he perdido.

—¿Cómo me has dicho? —inquirió la mujer devolviéndose sobre sus pasos.

Miguel Ángel hizo un pequeño gesto de sonrisa. Gracias a Dios que su incipiente dolor de bolas (palpitantes), le permitió sonreír.

—Lo que escuchó, Miguel Ángel Chacón nunca pierde una batalla.

La señora lo encaró directamente estaba a pocos centímetros de su cara, aunque el varón era más alto que ella.

—¿Te atreviste a llamarme vieja histérica? —dijo en un susurro cargado de cólera.

Miguel Ángel continuó manteniendo su media sonrisa arrogante. Y confirmó mirándola a los ojos.

—Lo que escucha, Miguel Ángel Chacón nunca pierde y se ha enfrentado a decenas de viejas histéricas como usted que matan la naturaleza a cambio de algunos billetes. ¿Por cuánto se vendió?

—¿Pero quién te has creído? —estalló la ingeniero Natalia empujándolo—. No eres más que un costal de músculos con la cabeza hueca.

El hombre flexionó sus brazos mostrando sus abultados músculos donde le dio un beso a uno de ellos.

—¿Observa estos músculos? Soy Miguel Ángel Chacón y nunca pierdo.

El patán devolvía una mirada y sonrisa cínica. Pero la ingeniero Natalia podía ser una mujer vengativa y feroz, más cuando estaba estresada y a punto del divorcio con un marido infiel, en el joven recordó su mirada cada vez que discutían por una amante diferente en medio del matrimonio.

—¿Y qué me quieres demostrar con esos músculos cargados de esteroides y anabólicos? ¿Me quieres sembrar miedo? ¿O vas a golpear a una mujer? Comeflor, ¡canalla!

Con su furiosa mirada observando al joven ecologista, llevó su mano a la hombría del joven y los agarró de las bolas. Miguel Ángel abrió los ojos como plato y contuvo el aliento al mismo tiempo que se paraba de puntillas. La mujer por su parte se impresionó de palpar entre sus manos un par de gónadas muy grandes, parecían dos inmensos huevos de gallina, ¿pero qué hombre podía tener unas toronjas tan inmensas así? pensó ¿Les pesarían para caminar o sentarse? ¡No le importó! Aplastó aquellos blandos pomelos mientras Miguel Ángel con la mirada perdida gemía de dolor. El ambientalista preso de dolor olvidó su sabia postura de príncipe ganador de miles batallas.

—¿Dónde quedó tu fuerza, galán?

—Ay, ay, ay, suelta, suelta. Me… Me duele… ¡Me duele!

—¡Déjalo, vieja bruja!

—Lárgate de mi zona.

Miguel Ángel sintió que la presión sobre sus huevos demoró cien años, el dolor era opresor y paralizaba la respiración de sus grandes pulmones. Se dobló de inmediato cuando fue liberado, tenía los ojos cerrados, otra vez maltrataban sus orgullosas bolas. Al acto su grupo de amigos empezó a protestar con fuerza y la ingeniero retrocedió como saliendo de un trance. No, ella jamás se iba a disculpar, tampoco se arrepentía de haberle arrojado la piedra que desafortunadamente dio en sus bolas iba para su hombro.

La boca de Miguel Ángel estaba apretando sus dientes y no daba respuestas a las interrogantes de sus amigos sobre su bienestar. Acariciaba sus bolas, preocupado por su futuro genealógico, tuvo dos grandes golpes aquella mañana.

Desafortunadamente la violenta actitud de la ingeniero solo aumentó la protesta del grupo de ecologistas, que con gritos y consignas más escandalosas hicieron sentir su rechazo al proyecto. Quizás después de 10 minutos de intenso dolor Miguel Ángel se pudo incorporar a la manifestación con leves movimientos. Pero la protesta continuó y nadie la iba a detener.

Pero ese nadie fue la policía que sin mediación alguna llegó a la playa con actitud desafiante sacando a la fuerza a los manifestantes. Empujones, arrebatos y algunos golpes se emplearon para echar a los ecologistas.

—¡No! ¡No me van a sacar de aquí! —se resistía Miguel Angel haciendo contrafuerza al policía que intentaba empujarlo.

—¡Coopere, ciudadano, y salga de aquí por las buenas!

—¡No, no me echarán de aquí! Están a poco de hacer un ecocidio.

—¡Que salga!

—¡NO!

Los ojos de Miguel Ángel se cruzaron y soltó un grito silencioso cuando el extremo de la tonfa o el bastón oficial se estrelló contra su entrepierna. El dolor del impacto sacudió su cuerpo. Cayó de rodillas y su rostro se clavó en la arena, dejando alzado su majestuoso y carnoso culo.

—Ooooooaaaaah —susurró Miguel Ángel, con las manos acariciando aquellos testículos tan maltratados aquella mañana. Había tanto tumulto a su alrededor que nadie pareció darse cuenta de lo que había pasado.

—¿Ahora si vas a cooperar muchacho? —se escuchó al oficial haciéndolo levantar.

—¡Espera! Noooo. ¡Por favor!

Con un estallido de adrenalina y desesperación el Aquaman de tierra utilizó sus potentes brazos para zafarse del policía y dirigirse a su grupo de amigos para dar ánimos.

—¡No se rindan! ¡Juntos podemos! Esta gente no podrá construir nada. ¡Unidos to…!

Sus intentos como líder nato fueron interrumpidos por un bastonazo del policía desde atrás entre sus piernas.

Miguel Ángel apretó los ojos cuando sintió que el oficial engarzó como gancho sus ya muy doloridos testículos que se deformaron con el sorpresivo ataque. El hombre a su espalda lo levantó con el arma aplastando sus bolas para hacerlo caer empujándolo por la espalda hasta dar cara contra la arena, ya en el suelo el oficial lo sometió. Miguel Ángel sintió que su leche se derramaba, con una capa lo suficientemente fuerte como para crear una mancha en su pantalón corto. Sintió un calor húmedo extenderse dentro de su ropa interior mojando su pene y afeitado pubis.

—Ah, ¡pervertido! —se oyó la voz burlona del oficial—. Eso es un contaminante para la naturaleza, ja, ja, ja.

Miguel Ángel chilló cuando el oficial lo obligó a ponerse de pie. Tenía una mancha cremosa en su pantalón y sus bolas le dolían como si hubieran sido atropelladas por una moto acuática. No tuvo fuerzas cuando el equipo de seguridad lo sacó a él y sus amigos de la playa. Era su primera derrota como ecologista. 


Lo llevaron a la delegación donde le tomaron los datos y le prohibieron acercarse a la construcción.

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