Marcos Chacón se presentó en el mini departamento de Pablo en el hotel Neptuno Palace, el hombre de 51 años vestía un blanco y pulcro traje de marinero y parecía preocupado.
—¿Sabes dónde puede estar mi sombrero? —preguntó al cruzar la puerta de entrada—. Me refiero al blanco que tiene mis iniciales en el lateral.
—Sé cuál es —indicó Pablo—, pero yo no lo tengo —se encogió de hombros.
—¡Caramba! Lo estoy buscando desde ayer y no lo encuentro. Tiene un valor importante para mí, me lo regaló tu madre. ¿Estás seguro que no lo tienes perdido entre tus cosas?
—Por supuesto —afirmó Pablo.
Caminó junto a su padre hasta la habitación donde guardaba su vestimenta para los asuntos de la marina. Abrió el closet y mostró sus atuendos. Allí no estaba.
—¿Dónde estará mi sombero? ¡Carajo! —el hombre extrajo su celular del bolsillo del pantalón y deslizó el pulgar por la pantalla—. Es probable que Rafael lo haya robado sin decirme nada. ¡Mierda, me va a matar, Rafa!
—Pá —habló Pablo con el rostro fruncido—, ¿realmente sientes que estás en la necesidad económica de manejar una embarcación para alguien más?
Marcos Chacón ni siquiera le respondió se llevó el móvil a la oreja y puso comunicación con su nieto mayor. Rafael Chacón negó hasta la muerte poseer el sombrero.
—¿Estás seguro que no lo tienes, Rafa? —le preguntó Marcos por sexta ocasión.
—¡Que no abuelo! Si quieres vienes hasta la casa y me haces una requisa. ¿Qué puedo hacer con tu sombrero, eh?
—No es la primera vez que me sacas una pertenencia sin mi permiso.
Rafael se echó a reír. Acto seguido la conversación telefónica culminó. Marcos Chacón observó el rolex sujeto a su muñeca.
—¡Diablo! Me quedan 30 minutos para llegar al puerto. Quería usar ese sombrero, tendré que utilizar otro.
—Tienes muchos —justificó Pablo.
—Pero ese es mi favorito, ¿estás seguro de que no lo tienes?
Pablo hizo cara de fastidio y Marcos Chacón suspiro.
—Te encargo de buscarlo, por favor.
El hombre de 51 años salió rumbo a su labor para manejar una embarcación llena de turistas, más que hacerlo por necesidad económica, manejar barcos era una de sus pasiones. Sin embargo más allá de la isla y adentrándose en el mar, uno de los sobrinos de Marcos Chacón la estaba pasando muy bien con sus amigos.
Se trataba de Matías Chacón, un hombre de 35 años y el hermano mayor de Enzo. Estaba casado y padre de dos pequeños hijos. Pero su vida marital nunca borró de su estilo sus pasatiempos de fiesta, derroche de dinero y lujos.
La mañana de ese sábado decidió ir con sus amigos más cercanos en un paseo en yate por toda la región insular. Encallados en cualquier zona del Caribe el nutrido grupo de amigos disfrutaban la salida lanzándose a la refrescante agua. En ese momento fue el turno de Matías.
Matías, alto, muy bronceado y musculoso, de cabello castaño y corto. Se colocó a una orilla del yate, sonrió a sus amigos que lo esperaban para la diversión. Vestía un diminuto y corto short negro y lo más atractivo de todo, un sombrero blanco con las iniciales MCH en un lateral.
—¿Preparados? ¡Ahí voy!
Matías hizo una mueca graciosa y se lanzó al mar con un clavado imperfecto. Se zambulló y apareció riendo con sus amigos; ajustó el sombrero en su cabeza.
Gastón, uno de sus tantos amigos y de ascendencia argentina ocupó su lugar en el yate, su cuerpo era más musculoso que el de Matías.
—Ché, es mi turno.
Retrocedió y se lanzó en picada al mar saltando y flexionando las rodillas al pecho, cayó en el agua con un ruido fuerte y apareció riéndose como todos.
Todos se mofaron con su aventura. Los amigos estuvieron largo rato nadando en el mar, hasta que decidieron volver al yate, llegado un momento, Gastón se acercó a Matías y le quitó el sombrero colocándoselo.
—Ché, me luce bastante. Me lo voy a quedar.
—¿Qué? ¡Estás loco! Eso no es mío, es de mi tío Marcos y se lo saqué sin darse cuenta.
—¡No seas repelotudo! Tu viejo tiene mucha plata. ¡Nada en billete! No se dará cuenta que no posee este somby, ¿vite?
—Dame el sombrero, huevón.
Matías quiso acercarse a su amigo para arrebatarle el sombrero y en su lugar recibió un rodillazo en las pelotas de parte del argentino. La rodilla chocó con fuerza en sus colgantes gónadas clavándolas en su cuerpo, aplanándolas como grandes tortas.
—¡Ugh! —se quejó Matías doblándose enseguida.
Los demás soltaron una carcajada.
Matías apretó los dientes agarrándose las bolas, haciendo una mueca de dolor.
Gastón se echó a reír. Se plantó firme como militar y se llevó la mano al sombrero como gesto de saludo. Después volvió a reírse.
—¿Vas a llorar? —se burló mirando a su doblado y debilitado amigo—. ¿Te rompí los cocos?
Matías negó con la cabeza todavía frotándose los genitales.
—Hagamos algo, amigo. Juguemos al piedra, papel o tijera y el ganador se queda con el sombrero.
—¡No jodas! —se negó Matías.
—El perdedor en cada ronda se lleva un castigo. Ahí está la diversión, ¿Vite?
—¿Qué?
—Una patada en los huevos.
—¡Que te jodan! Estás loco!
—¿Tienes miedo de que te rompa esos huevos? ¡Ja, ja, ja!
—No —Matías pareció meditar.
—Entonces no te daré ningún sombrero. Es mío, ché.
Matías se mordió los labios.
—Prepárate, cabrón, porque te partiré la madre —declaró con una renovada energía.
Gastón se frotó las manos, ambos amigos se rodearon llamando la atención del grupo de amigos.
Cada uno se colocó una mano detrás de la espalda, mientras que una chica llevó la voz de mando en el juego, ella se colocó el dichoso sombrero y cantó:
—Piedra, papel o tijera, 1, 2, 3, ¡ya!
Gastón hizo una forma de papel y Matías de tijera, resultando ganador.
—Abre las piernas, semental —declaró Matías con descarada celebración—. ¡Voy a patearte las bolas con tanta fuerza que vas a probar tu propia leche!
Gastón obedeció cerrando los ojos. Matías echó hacia atrás la pierna y, con sorprendente fuerza y formidable precisión, pateó las bolas de Gastón, embistiéndolas contra su cuerpo.
Las dos gordas y jugosas pelotas se balancearon salvajemente mientras los ojos de Gastón perdían el foco y soltaba un chillido agudo.
Todos en el yate se echaron a reír, incluyendo al propio Matías.
Gastón chilló y se acurrucó en el suelo, gimiendo de dolor.
—Aurelia, por favor —llamó Matías dándose la vuelta—, devuélveme mi sombrero. Las bolas de un Chacón no tienen rival.
—¿Qué dices, pelotudo?—protestó Gastón acongojado—. Yo no he terminado —lentamente se fue poniendo de pie sin apartar sus manos de los órganos que lo hacían un hombre.
De esa manera se reinició el juego.
En la nueva ronda Gastón volvió a perder y puso una cara muy cómica de dolor cuando recibió una patada quiebra huevos.
El siguiente turno la derrota estuvo cantada para Matías, quien gruñó torciendo los ojos con una patada que le levantó ambas bolas.
En el siguiente turno, Matías mostró una tijera y Gastón sacó un papel y chilló como una nena cuando sus testículos fueron embestidos de una patada.
La suerte estuvo del lado del argentino cuando evocó una piedra y Matías hizo tijera. El sobrino de Marcos Chacón gimió de dolor y se derrumbó en el suelo agarrándose las huevas, después que el pie desnudo de Gastón se incrustó con fuerza en el medio de sus piernas.
El rostro de Gastón también estaba contorsionado de dolor, pero no se veía tan horrible como Matías, que se mecía de un lado al otro.
—¿El tigre se ha quedado sin fuerzas? —se burló Gastón.
Apretando los dientes Matías se puso de pie. Se llevó las manos a la cadera y respiró con pesar.
—Estoy listo para preparar carne molida de testículos argentinos —sonrió.
Pero la suerte del juego lo volvió a abandonar y de inmediato recibió una patada en los cojones.
Una vez supo que era el ganador de la ronda, Gastón empujó su pie descalzo con mucha fuerza, contra la hombría de Matías Chacón.
El agudo grito del sobrino de Marcos hizo que muchos se rieran.
El pie de Gastón se estrelló contra las bolas de Matías y las estampó contra su cuerpo, provocando un grito angustiado del semental antes de que se derrumbara en el suelo, sosteniendo sus doloridos testículos, acurrucándose y sufriendo.
—El sombrero es mío —se rió Gastón.
—Cállate, huevón —gimió Matías, agarrándose las maltrechas bolas.
—¿Lo querés recuperar, pibe? —preguntó Gastón.
—El sombrero no es mío, huevón.
Con la cara contorsionada de dolor, Matías se puso de pie. Doblado respiró profundo y retó a Gastón.
La chica que jugaba como juez cantó la ronda:
—Piedra, papel o tijera,1, 2, 3, ¡ya!
Matías optó por hacer una tijera y Gastón prefirió la piedra. Chacón sufrió cuando vio al frente su derrota y el argentino gozó en su suerte.
—¡Manos tras la espalda, pelotudo!
Matías gimió y separando sus flacas piernas se llevó las manos tras la espalda.
El pie de Gastón conectó de golpe con las grandes toronjas de Matías.
El hermano mayor de Enzo se quedó en estado de shock agarrándose los huevos. Sus ojos perdieron el foco y posteriormente cayó de costado, frotando sus bolas con dolor.
—Párate, ché —lo animó Gastón.
Sin embargo, Matías permaneció encogido luego de varias devastadoras patadas. Se acurrucó en el suelo agarrándose los testículos y murmurando lamentos y otras palabras incoherentes.
La chica que hizo de juez, se acercó al ganador argentino, lo rodeó por el cuello y le dio un beso en la mejilla entregándole el sombrero cuyas iniciales de MCH estaban en un lateral.
—¡Pibes! —sonrió Gastón para la multitud—. ¡Soy el nuevo capitán y decreto un brindis! ¡Que siga la diversión!
Matías continuó acurrucado en el suelo, agarrándose las bolas con ambas manos y los dientes apretados.
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