—¿Dónde mi abuelo habrá escondido sus botellas de mí? —se preguntaba Rafael mientras hacía una requisa en la habitación de Marcos Chacón. No era la primera vez que le robaba algún tipo de alcohol a su tata con la intención de tomárselo con sus amigos adolescentes—. El condenado cada vez de ingenia nuevos escondites —revisó la caja fuerte y al tener una nueva combinación no pudo saber si estaba ahí. En el recibo del departamento del hotel tampoco estaba. De repente el muchacho escuchó un ruido en la entrada y sus ojos se movieron alerta—. ¿Tan pronto volvió de su reunión? ¡Carajo! Si me descubre aquí me va a regañar. ¡Qué hago! ¿Qué hago? —se movió tanteando un espacio para ubicarse. Los pasos se aproximaban a la habitación.
Rafael Chacón se fue corriendo a un escondite bajo la cama, al menos allí las cobijas profesionalmente colocadas lo iban a cubrir. Se encontraba en su refugio cuando la puerta se abrió. Y no era precisamente Marcos quién ingresó, sino que se trataba de Pascual Chacón el mayor de sus adoptados sobrinos. El hombre atlético de 35 años llevaba entre sus manos el tan buscado sombrero de Marcos Chacón.
—Y listo —susurró el hombre de cabellos cortos y piel tostada por el sol—, acá no ha pasado nada —se dirigió al baúl donde Marcos guardaba sus pertenencias de marino y se hincó resguardando el sombrero. Cuando cerró el baúl y se puso de pie dando la vuelta sus ojos se abrieron de sorpresa cuando se encontró con un Rafael frente a él—. ¿Qué haces aquí, enano?
—No, ¿qué haces tú aquí, piel chamuscada?
—Hablé yo primero. Responde.
—Así que tú tenías el sombrero y me estabas culpando a mí. Eres un desgraciado. Siempre lo supe, tú los tenías. ¡Culpándome a mí! Hay que ser bien descarado.
—¿Qué importa, enano? Tú siempre serás la oveja negra. Te aseguro que estás aquí viendo qué robarle a mi pobre tío.
—¡Cállate! No he hecho eso. El ladrón aquí eres tú, que sacaste su sombrero.
—Y el culpable serás tú. Siempre te culparé que lo usaste para irte con tus amigos, enano. Oveja negra. Será tu palabra contra la mía.
—¿Ah sí? Eso yo no lo creo. De lo que sí estoy seguro es que esto sí lo hace una oveja negra.
—¿Qué?
Rafael Chacón esbozó una sonrisa maligna, flexionó la rodilla y pateó los testículos de Pascual, haciendo que sus preciosas pelotas rebotaran en su escroto.
Pascual Chacón gritó y sus ojos se cruzaron en una mueca graciosa. Sintiendo desde ambas espachurradas gónadas un profundo dolor.
Rafael se burló de su tío adoptivo y de la forma en la que se doblaba con el rostro convulso agarrándose los sensibles testículos. Rafael lo imitó doblándose, burlándose de Pascual.
El hermano de Enzo Chacón gimió de dolor.
Rafael se echó a reír.
—Te grabé, huevón —confesó—, te grabé guardando el sombrero en el baúl del tata, así te voy a acusar, cobarde. Mira que decir que fui yo cuando eras tú —el adolescente mostró su SmartPhone y la grabación de su tio segundo guardando la prenda de Marcos Chacón.
—¡Dame eso, enano!
Pascual sacó fuerzas, no se sabe de dónde, para abalanzarse contra Rafael, una vez estuvo cerca del adolescente, el muchacho conectó una nueva patada en sus bolas desprotegidas. Las delicadas gónadas de Pascual llenas de mucho semen, fueron golpeadas con tal fuerza que rebotaron salvajemente, haciendo que el hombre diera un grito de sorpresa.
Rafael retrocedió echándose a reír, estaba manipulando su celular para comenzar a enviar el video a su abuelo.
Pascual agarró su entrepierna y gimió.
—Lo siento, tío querido —sonrió Rafael sin parecer arrepentido en absoluto.
Pascual Chacón estaba doblado, gimiendo de dolor. Cayó de rodillas, agarrándose los genitales, haciendo muecas y gimiendo.
—Escucha, enano —dijo Pascual como pudo—. Hagamos un trato. Detén el video.
Rafael lo miró inocente, después dijo muy lento.
—No.
—¡Enano cabrón!
Rafael caminó detrás de Pascual, miró su culo y como las manos del hombre se aferraban a sus doloridas ciruelas masculinas.
—¡Te voy a matar, enano chismoso!
Rafael se echó a reír y se colocó al frente de Pascual mostrándole la pantalla de su SmartPhone con el vídeo entregado a Marcos Chacón.
—Me matarás cuando te puedas recuperar, que será nunca.
Pascual dio un gruñido y se intentó levantar, sin embargo sus testículos volvieron a recibir el impacto del zapato de Rafael con una patada, haciendo que aullara de dolor y se hundiera llorando en el suelo.
—¡Estás jodido, segundo! Y ya no le vuelvas a robar las cosas a mi abuelo o te machaco los huevos, ja, ja, ja.
Esa noche, Marcos Chacón estaba cenando con su nieto mayor en uno de los restaurantes del hotel contemplaba la pantalla de su celular y negaba con desaprobación.
—Tan grande Pascual y robándome las cosas. A todas estas, Rafa, ¿qué hacías debajo de mi cama?
Rafael se encogió de hombros y lanzó una respuesta prefabricada:
—Tenía la corazonada de que Pascual era el culpable y lo estaba cazando.
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