Esta es la última historia que escribo para el blog, por el momento. Me retiraré un tiempo. No quise dejar sin concluir la saga de The Sidekick, de la cual forman parte todos los Robin y la Batifamilia. Los protagonistas iniciales eran Dick y Jason, sobre todo este último. Es un epílogo, un relato epistolar: son cartas de amor, y nada más. Espero que lo disfruten.
Mi hermoso Jay:
¿Por qué tienes que estar lejos en un día como hoy? Cumplimos cinco años de estar juntos, quisiera poder pasar esta noche tan especial contigo. Todavía recuerdo la primera vez que te vi, no me sentí atraído por ti, pero sí te ganaste mi respeto. Eras apenas un niño de doce años, y ya eras el mejor peleador que yo hubiera conocido. Además, pude ver en tus hermosos ojos verdes el brillo de la tenacidad, sabía que eras capaz de lograr lo que te propusieras.
No tienes idea de cuanto temí por tu bienestar cuando decidiste iniciarte en esta extraña vida de vigilante. Me llenó de orgullo poder estar ahí cuando dejaste de ser un niño y te convertiste en el hombre más guapo que yo he conocido. Y pensar que dejamos escapar varios años, ¡qué idiotas! Tanto tiempo desperdiciado por no aceptar lo que sentíamos. Sí, nos llegamos a estimular oralmente en algunas ocasiones, pero jamás tuvimos el valor de afrontar nuestros sentimientos. Ambos sosteníamos encuentros sexuales con otras mujeres: tú, bisexual; yo, supuestamente heterosexual.
Eres, y siempre serás el único hombre en mi vida, mi atracción hacia ti no es solo física, se deriva del gran amor que te tengo, no podría sentirme tentado por ningún otro hombre. Me encanta tu sonrisa, esa que solo muestras a los que amas. Creo que soy afortunado, pues si más personas conocieran esos traviesos hoyuelos, seguro tendría mucha competencia. Amo ser quien conoce tu lado más sensible, ¿qué diría la familia si supieran que lloras viendo películas infantiles? Tal vez a simple vista no lo aparentas, pero tú, mi amado Jason, tienes un gran corazón, lleno de amor para todos nosotros.
Por supuesto también me apasiona tu lado salvaje, eres un animal en la cama. La primera vez que me pediste las llaves de mi puerta trasera, me tomaste por sorpresa. Aquello era algo impensable para alguien como yo: Nightwing, un potente macho semental; quien durante años había fornicado con un incontable número de mujeres hermosas y sexis, la mayoría de ellas superheroínas; todo un taladro humano; pináculo de virilidad y masculinidad. Renuncié a mi heterosexualidad por ti, ¿cómo no hacerlo?, si te amo. No solo te entregué mi culo, también mi corazón.
Recuerdo nuestra primera vez, yo me sentía inquieto y francamente, muy nervioso. No sabía qué esperar, solo sabía que quería hacerte feliz. Tú estabas igual, yo era el primero con quien lo harías. A pesar de ser abiertamente bisexual, y de no ocultar tu atracción por otros, tú jamás habías tenido este nivel de intimidad con nadie más que conmigo.
Comenzamos luchando en ropa interior, sobre un suelo de lona. De inmediato llevamos nuestro encuentro al piso, ¿quién querría golpearse cuando puedes frotarte? Tú tenías un objetivo claro: someterme, y yo no lo iba a permitir. Nuestro arreglo era claro: el vencedor sería quien penetraría al otro. Recostado sobre la lona, contigo entre mis piernas, yo no permitía que pasaras mi guardia para montarte sobre mi torso. Soy muy hábil, y tú lo sabías, no había forma en la que hubieras podido escapar de mis piernas, a menos que hicieras trampa.
Levantaste mi cadera y bajaste mi ropa interior para frotar tu erecto miembro contra mi trasero desnudo, yo pateé con ambas piernas para evitarlo. Lo único que conseguí fue quedar expuesto ante ti con la pelvis levantada; tú lo aprovechaste, extendiste tu mano para alcanzar mi hombría: la fuente de mi virilidad, de mi fortaleza de macho. Sin piedad comenzaste a exprimir. “No es justo, es trampa”, te decía jadeante. “No acordamos que no se valiera”, respondiste con una perversa sonrisa. Poco a poco me deslicé hasta conseguir hacerme con tu colgante escroto, el cual se marcaba a través de tu moderna trusa. Yo también comencé a estrujar tus bolas, tú gritabas, y eso me encendía. ¡Oh Jason! Recordar tus jugosos testículos entre mis manos y tu gesto de dolor, me excita.
Tal vez pienses que no tiene caso escribirte sobre lo que ya sabes, y tienes razón. De hecho es probable que borre estos párrafos antes de presionar el botón “Enviar”, y que jamás llegues a leer lo que aquí he tecleado. Pero el hecho de escribirlo, hace que mi pene se ponga duro y gordo, justo como te gusta. Ya que no te tengo aquí, retozando conmigo, por lo menos espero estimularme pensando en ti.
Sé que de entre los dos, tú eres quien más dolor resiste. Me sorprendí cuando decidiste soltarme para colocar tus dos manos en mi muñeca y separar mi agarre de tu masculinidad. Creo que lo hiciste para acrecentar nuestra excitación y diversión; después de todo, ¿qué sentido tendría nuestro encuentro si me derrotaras a los pocos minutos? Mis habilidades principales son como acróbata y peleador, en lucha en piso, tal vez sea el peor de todos los que han sido Robin.
Durante varios minutos continuamos intercambiando testosterona, poniendo a prueba nuestra fortaleza y resistencia. Finalmente te tuve en el piso, rápidamente me incorporé, sujeté tus tobillos, levante tus piernas y clavé mi pie contra tus testículos en repetidas ocasiones. Tuve que patear fuerte tus manos para obligarte a retirarlas. Puse toda mi potencia en cada uno de esos pisotones. Por alguna extraña razón, comencé a sentir enormes deseos de ganar aquel combate. Te deseaba, quería tenerte debajo de mí y penetrarte. Tú gritabas de dolor. Cuando te solté, te encogiste en posición fetal, yo aproveché para colocarte bocabajo y retirar tu trusa, también me quité el bóxer.
En aquel momento dudé, no sabía cómo hacerlo: si tenía que hacer algo previo, o si solo debía introducirlo. Te aprovechaste de mi incertidumbre para voltearte de costado y sujetarme nuevamente de mi parte más sensible. Esta vez no tuve escapatoria, me los apretaste con mucha mayor fuerza que antes. Todos mis músculos se tensaron, me llevaste de espaldas contra la lona; yo gritaba y me sacudía; suplicante te miraba; tú sonreías completamente extasiado. Me arrastraste por el suelo sin soltarme hasta llevarme a la orilla. Fue muy humillante, era como si yo fuese de tu propiedad, tenías mi hombría en tus manos. De tu mochila sacaste una botella con un lubricante. Me colocaste bocabajo, no permitiste que me protegiera nuevamente. De inmediato volviste a sujetar mis sensibles órganos masculinos.
Con mi mejilla contra el suelo, tú encima de mí, comencé a sentir la humedad de un líquido alrededor de mi ano. Todavía presionando con fuerza mis testículos, lentamente comenzaste a estimular los alrededores de mi cavidad. En ese momento, yo me rendí, quería entregarme a ti, aunque no hubieras continuado apretando mis bolas, yo de todas formas no hubiera ofrecido resistencia. Cuando fácilmente metiste por completo uno de tus dedos, comenzaste a hacerlo con dos, no fue hasta que tres de ellos jugaban en mi interior, que tú finalmente me soltaste, te colocaste un condón y te clavaste en mí.
Fue tan inesperado, doloroso y delicioso. Me estremecí, la piel se me erizó, comencé a gemir, yo no sabía si era de dolor o placer, pero hacerlo era liberador. Embistiéndome salvajemente por detrás, pasaste tu brazo por mi cuello y con la otra mano me cubriste la boca.
Como si fuera yo un muñeco, me tomaste de las caderas, me hiciste quedar a gatas y nuevamente me penetraste duro, como solo un verdadero macho puede hacerlo. Extendiste tu pierna para colocar tu pie sobre mi cabeza y apoyarla contra el piso. Eres muy dominante Jason Todd, y eso me fascina, no podría haberme entregado de otra manera a ti.
Finalmente me levantaste con tus fuertes brazos, y arrodillados me abrazaste; tus manos recorrieron mi ancho pecho y marcados músculos abdominales. Jamás dejaste de sacudirte contra mi trasero, hiciste lo que quisiste conmigo. Llevaste tu mano a mi firme miembro viril y con violencia me estimulaste, como si te urgiera extraer mi leche, y es que la tuya estaba por salir. Para conseguirlo, fuiste más abajo: con una mano apretaste mis gordos testículos, y me los aplastaste; con la otra, jalabas de mi pene. Te viniste primero en mí, no conseguiste hacerme eyacular a la par.
Dejaste caer tu cuerpo sobre mi espalda, recargaste tu cabeza en mi hombro y me abrazaste con suavidad; estabas debilitado y relajado, ya habías cumplido con tu deber de macho. Yo te recosté en el piso, bocarriba, elevé tu cadera, llené mis manos con lubricante y comencé a hacer contigo lo mismo que tú habías hecho conmigo. No pudiste, ni quisiste oponerte, en tus ojos vi que tú también querías entregarte a mí.
Luego de recorrer con mis dedos tu entrada, me coloqué un condón, bañé mi pene en lubricante y te penetré. A diferencia de la posición que elegiste, abrazándome por la espalda, yo te tenía de frente. A mi alcance estaban tus enormes genitales. No lo pude evitar, tuve que hacerme con tu par de carnosos órganos masculinos y apretarlos con fuerza. Comenzaste a gemir y gritar, yo no paré de sacudirme dentro de ti. Durante varios minutos experimenté un placer inigualable: no es lo mismo coger con una mujer, a hacerlo con un hombre. Tener a un macho viril, fuerte, poderoso, masculino, como tú, sometido ante mí me hizo estallar de gozo en tu interior, como fuegos artificiales.
Al terminar, me dejé caer encima de ti, me recibiste con los brazos abiertos y juntos nos quedamos dormidos. Estábamos en una sala de entrenamiento en la baticueva, Bruce no llegaría hasta la noche, en ese entonces todavía no me cedía el manto de vigilante de la ciudad. La noche llegó, y él nos encontró acurrucados, completamente desnudos; dos condones derramados estaban en el piso. Con bofetadas nos despertó, apenados nos cubrimos. “Vístanse y dejen limpio este lugar”, fue todo lo que nos dijo, tú y yo comenzamos a reír.
Bueno… seguramente todo está saliendo bien en la misión que tienes en el Cairo. Salúdame a Bizarro y Artemisa, no se te ocurra engañarme con ella. No soy Damian, no te cortaré los huevos, pero sí lo vas a lamentar. Sé que odias a las amazonas, así que no debo preocuparme mucho.
Cuando vuelvas, se lo contaremos a todos, estoy listo para hacerlo. Bruce ya lo sabe, pero el resto de familia y héroes no. No lo quiero ocultar más. El hecho de saber que Damian ya lleva dos novios, ahora que por fin comenzó una relación con Jon, me hizo sentir anciano; eso que acabo de cumplir 42; tú apenas tienes 36, todavía eres joven. Yo ya soy un hombre “maduro”, me gusta pensar que soy un “viejo sabroso”, ja, ja, ja.
Espero con ansias tu regreso a salvo, Jay.
Con amor, Richard
P.D. He estado practicando algunas posturas y mejorando mi flexibilidad 😈.
Ay Dick
Ya estás en el cuarto piso, tienes más de cuarenta, oficialmente sí eres un anciano. Sobre las posturas y flexibilidad, creo que alguien de tu edad debería tener ya más cuidado, eres un señor ja, ja, ja. No es cierto, bebé. No puedo esperar para tenerte frente a mí y hacerte muchas cosas malas.
Jamás te engañaría con alguien más, aunque Artemisa es la única amazona que me cae bien. Además, ese “perro culazo” que tú tienes, no lo tiene ni la Mujer Maravilla, no podría renunciar a él, ni a tu hermoso, largo y grueso “Dick”. Tampoco tienes que preocuparte, te aseguro que todos mis “hoyuelos” te pertenecen... ah, y mi sonrisa también.
Hasta crees que la familia no lo sabe ya, todos ellos son detectives, los héroes quizá no lo sepan, pero en la batifamilia es un secreto a voces. Sin embargo, me alegra que finamente te decidieras a hacerlo público, eso me hace muy feliz. No puedo esperar para gritarle al mundo, que me cojo al puto Batman, je, je.
Probablemente ya lo sabes, yo mismo te lo dije alguna vez: me acerqué a Bruce y quise ser un Robin, para estar cerca de ti. Cuando tenía dieciséis eras mi crush, aún hoy, veinte años después, lo sigues siendo. Te amo, Richard Grayson, con el riesgo de sonar cursi, te digo que te voy a amar por siempre.
¿Quién no lloraría viendo “Coco”? Hace falta no tener corazón, pinche insensible. Pero, creo que sabes demasiado, no puedo permitir que reveles mis secretos más sentimentales a la familia. Tendré que secuestrarte; con mis brazos amarrarte y silenciar tu boca con mis besos; tenerte cautivo y jamás dejarte ir.
Agradezco que no hayas eliminado los párrafos donde relatas nuestro primer encuentro sexual; si bien yo estuve ahí, desconocía tus sentimientos y pensamientos al respecto. Además, también me la "jalé" pensando en ti, tu relato me puso cachondo, todavía sigo caliente, tal vez me "haga una" en este momento, por supuesto te la dedico a ti.
El único inconveniente es que omitiste la mejor parte: esa noche, hace cinco años, luego de que Bruce nos encontrara desnudos y “empiernados”, comenzamos formalmente nuestra relación. Antes de partir rumbo a Blüdhaven montado en tu Mustang azul, te pregunté: “¿esto significa que tú y yo somos más que hermanos?”. Tú tomaste mi rostro entre tus manos, uniste tus labios a los míos, mi verga se puso dura. Bajaste tu mano a mi entrepierna para encontrar mis testículos, con cariño los sujetaste y me dijiste sonriendo: “supongo que sí, te amo Jason Todd”. Escuchar salir aquellas palabras de tu boca es el recuerdo más feliz que poseo, creo que mi corazón estalló en mil pedazos y se volvió a armar en un segundo.
Desde entonces he sido el hombre más feliz sobre esta Tierra, porque tú me amas. Mi corazón, mi pene y mi culo cuentan los días para estar a tu lado, mi hermoso y amado Dick.
Con amor, Jason.
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La saga completa de "The sidekick" se compone de 47 relatos. Los primeros quince me dan un poco de pena, porque están muy mal escritos. Durante los últimos dos años he mejorado mi ortografía y redacción escribiendo historias eróticas, todavía hay muchas cosas por pulir.
Si te animas a leer todo, en el siguiente enlace encontrarás las historias completas de esta saga. Si ya los leíste, en verdad, muchas, muchas gracias.
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