CAZADOR DE GIGANTES (7/7). FINAL: Un trato con el diablo - Las Bolas de Pablo

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18 mar 2022

CAZADOR DE GIGANTES (7/7). FINAL: Un trato con el diablo

Contiene: Ballbusting hombre/hombre. Big vs Small.

     —¿Es esa su respuesta final, detective? —pregunta mi secuestrador.


     —Mi respuesta final es: Cordero, Juan Carlos Cordero Carranco—no tengo dudas, es él. 


     Durante un par de minutos, todo se queda en silencio. Es entonces cuando siento unas manos retirar la venda de mis ojos y un hombre joven de alrededor de 1.70 de estatura y entre 62 y 65 kilos se para frente a mí, no lleva máscara, yo lo reconozco inmediatamente. Mis deducciones fueron correctas, no me equivoqué. 


    —Es usted bueno en su trabajo, detective Toledo —me dice el cazador de gigantes con su juvenil voz. Procede a sentarse en una silla volteada, recargando los brazos en el respaldo. Al fondo se aprecia la ciudad de noche, estamos en un edificio de departamentos de lujo. El chico viste un pantalón de chandal blanco a través del cual se delinea su verga semi erecta, deduzco que no usa ropa interior.



    —Tú querías que yo lo descubriera, ¿no es así? —comento—. Solamente dos personas podrían haberse tomado tantas molestias conmigo: mi hijo Pepe y tú. Esto que hiciste, secuestrarme y tenerme atado, no lo hiciste con nadie. Eres tú quien inició este caso, tú hilaste el caso de Enrique con el del Toro. Eres tú, quien en el ring me atacó por la espalda. Incluso fuiste tú quien originalmente acuñó el término, “Cazador de Gigantes”, no fui yo; conversando contigo, surgió ese nombre. Sobornaste a Yuki, ¿cierto?


     —Sí, con él me sobrepasé. Le ofrecí muchísimo dinero como indemnización, pero él no vio la cara de nadie. No soy tan estúpido, aquello jamás pasó. Lo que sí, es que él iba a reconocer mi voz, tuve que ofrecerle un trato y aceptó. Yo ideé eso de haberme quitado la máscara  y le dije que fuera quien fuera que yo le enseñara en el teléfono, él dijera que ese era el culpable —Cordero explica—. Solo usé el modificador de voz contigo y con Enrique.


    —No lo entiendo, si tienes tanto dinero, ¿Por qué haces esto? Podrías contratar luchadores profesionales, de todo el mundo, peleadores de MMA, campeones de fisicoculturismo rusos, a quien tú quisieras, lo podrías tener a tu disposición para satisfacer tus necesidades —cuestiono.


    —Justamente porque todo lo tengo al alcance de mi mano, yo necesito más –el chico responde—. Solamente te lo voy a explicar una vez, Alberto: Yo, no quiero pedir a mi presa, ni su consentimiento, ni su autorización, no quiero que acceda o que me lo permita, no quiero contratarlo y contarle mis planes por adelantado. Soy un cazador, yo quiero abusar de estos hombres grandes, despojarlos de su hombría, emascularlos, convertirlos en mis perras, divertirme, satisfacer mis instintos, arrebatarles lo que se me antoje —al decir esto, su rostro se torna un poco psicótico—. Por eso soy detective, para investigarlo todo de ellos, planear mis ataques, emboscarlos, sorprenderlos, cazarlos. Esta placa que cuelga de nuestro cuello como investigadores, abre muchas puertas.


    —¿Por qué el Toro te ayuda? —pregunto. 


    —También le ofrecí un trato. Lo tengo amenazado. Yo dispuse desde el principio todo, para inculpar a Richy: el atuendo de Niebla, el calzón dorado, etc. Acordé con el Toro que a cambio, inculparía a Pepe por todos mis crímenes, por eso me aseguré de que quedara en libertad hoy. En tu culo encontrarán rastros de su semen. ¿Recuerdas las muestras recolectadas?, ¿el envase que tú mismo le pasaste? Poseo una muestra, de hecho conservo muestras del semen de todas mis víctimas. De algunos más, de otros menos, colecciono aunque sea una gota —Cordero explica—. A Sarita, la forense, ¿la ubicas?, pues a ella le pedí el semen de Pepe. En la fiscalía nadie me niega nada, como sabes no soy ni mamón, ni petulante o grosero, soy el mejor compañero que se puede desear, un encanto —él me guiña un ojo—. Pero soy un Cordero y un Carranco, todos ellos saben que están frente al que podría ser en unos años, el próximo Fiscal General de la República. Luego de cogerte, Alberto, con condón, como hice con Yuki y Scott. Llenaré este dildo con el semen de tu hijo y te penetraré con él. La evidencia mostrará que fue Pepe quien lo hizo y cualquier cosa que digas acerca de mí, quedará desacreditada —dice el desquiciado sosteniendo un enorme pene de hule.


     —¿Por qué si tu plan era inculpar a Richy, ahora quieres acusar a Pepe? —pregunto para distraerlo el mayor tiempo posible, y evitar que me penetre con su poderosa herramienta. No sé qué voy a hacer, no tengo un plan, solo retraso lo inevitable.


    —La causa eres tú, bebé, tú y nada más que tú —dice frotando mi abdomen, bajando sus manos hasta sujetar con una mi verga, con la otra mis testículos—. Desde que te conocí hace un par de años en el ministerio público, se me hizo agua la boca al verte: tan alto, musculoso, fuerte y varonil. Eras todo lo que yo podía desear. Pero estabas fuera de mi alcance. No fue hasta que Enrique confundió las cosas y creyó que quien lo atacó había sido Pepe y no Richy, como yo había planeado, que tenerte se convirtió en una posibilidad y mis planes cambiaron. Gracias a tu hijo y su conexión con uno de los “hijos” del Toro —entrecomilla con los dedos—, yo tengo la oportunidad de cazarte, cogerte y divertirme con tu enorme cuerpo, sin consecuencias. 


    —Eres un maldito, infeliz, no voy a permitir que metas a mi hijo en tus perversiones —digo sacudiendo mi cuerpo, moviendo mis brazos con fuerza para soltar alguna atadura. 


    Él merma mis intentos con un potente apretón de bolas. Siento como si la fuerza abandonara mi cuerpo y grito con potencia, estoy atado, él tiene mi masculinidad en sus manos. Yo soy su esclavo, nada puedo hacer al respecto. Carlos no se detiene, continúa presionando mis testículos entre sus dedos, mientras presiona sus labios y me mira desafiante, yo comienzo a gemir agudamente y sollozar, lágrimas corren por mis ojos, no aguanto la tortura. Él continúa ejerciendo presión al tiempo que me mira fijamente sin parpadear. ¿Es que acaso su castigo no va a terminar nunca?



    —¡Cógeme, por favor, cógeme! —grito de forma lastimera con una voz tan aguda que parece un silbido—. Para ya, solo penétrame, por favor. ¡Yaaaaaa! ¡Cógeme, maldita sea!, por piedad.


    —¿Ves? Como no era tan difícil, Alberto —dice palmeando mi rostro con gentileza, mientras masajea mis amoratados y enrojecidos testículos.


     Abundante saliva escurre por mi torso, no puedo siquiera enfocar la mirada. Todo mi cuerpo tiembla, siento náusea y mucho malestar. La cabeza me duele y respiro con dificultad. Él ya había maltratado mis testículos previamente, estos estaban ya muy resentidos, su apretón fue además brutal. 


    —Gracias, gracias —susurro de manera casi ininteligible. 


    Lo peor es que lo digo en serio, involuntariamente mi boca escupió aquellas palabras, apenas el castigo ceso. Este diminuto ser que frente a mí se encuentra; este enano, enclenque, escuálido, debilucho; me quebró, física y psicológicamente. Relajo mi cuerpo porque no puedo mantenerme en pie, el cuero alrededor de mi cuello comienza a ahorcarme, siento la asfixia, pero nada puedo hacer para evitarla. Ojalá solo muriera en este instante.


    Cordero se trepa en un banco y libera mi atadura del cuello. Suelta una de mis manos de la cadena, pero inmediatamente la une con la atadura de cuero en mi otra mano y libera ambas extremidades superiores. Yo me desplomo con las manos atadas al frente, mis pies continúan atrapados. Este podría ser el momento perfecto para luchar o contraatacar, meter su cuello entre mi codo y aplastarlo con mi brazo o golpearlo juntando ambas manos. Pero ni mi cuerpo me responde, y tampoco tengo la voluntad para hacerlo, únicamente quiero que esto termine cuanto antes.


    Carlos se monta sobre mí y azota su enorme miembro viril contra mi espalda, está húmedo, incluso creo que me ha salpicado con su abundante lubricación. El chico se recuesta, siento su pequeño cuerpo posarse sobre el mío. Él me toma del cabello e introduce un par de dedos por mi ano. No puedo controlarlo, me estremezco y gimo. Él continúa deslizando ambos dedos durante algunos minutos, enseguida, mete tres, al poco tiempo cuatro. Juzgo que de seguir así, él podría introducir todo su puño y brazo completo, está usando un buen lubricante. Jamás nadie había estimulado mi próstata, yo desconocía esta sensación.



    Cuando él considera que yo estoy listo para recibir su enorme miembro. Él se para frente a mí con las piernas abiertas y me ordena mirarlo desde el suelo. Es entonces cuando puedo admirar su portentosa verga, y debajo colgando su par de rosadas bolas. Todo lo que me han contado es verdad, él se rasura, no tiene vello alguno. Su polla es hermosa, lo admito, podría chuparla, pienso que sería un privilegio poder hacerlo, meterla en mi boca y extraer su divina esencia. Me encuentro en un estado de vulnerabilidad mental tan extremo, que en este momento ansío que me penetre, podría rogarle que lo hiciera. Es tan grande y bella.



    —Por favor, por favor, penétrame —digo a mi secuestrador—. Quiero sentirla dentro de mí, yo... yo la necesito. 


    Él se acuclilla confiadamente frente a mí. Con la mano baja su poderoso miembro y me dice: 


    —Bésalo, suavemente. 


    Reúno las fuerzas que me quedan para levantar mi cuerpo sobre mis antebrazos y que mis labios puedan acariciar su rosado glande, al hacerlo siento el salado sabor de su líquido pre seminal. Tal vez podría, con ambas manos sujetar sus bolas y apretar, pero, ¿de qué serviría? Yo continúo atado. Él podría arrancarme los ojos, como casi hizo con Scott o quebrar mi cuerpo como hizo con Yuki, Cordero es un hombre peligroso, que resiste la tortura testicular, está loco, puede contraatacar y yo estoy en clara desventaja. Carlos es un verdadero macho alfa y un dominador extraordinario, no solo establece un dominio físico, también psicológico. Estoy convencido de que si le doy el placer que busca, quizá consiga hacerlo desistir de la idea de culpar a mi hijo. No me importa si ese Richy termina yendo a prisión. En tanto no sea mi muy amado Pepe.


    —Ahora bésalas —ordena, sujetando su escroto para acercar a mí, sus testículos. Arrodillado, abre el compás de sus piernas para permitirme alcanzarlos. Yo las beso suavemente—. Esta es tu nueva religión, tu trinidad. ¿Lo entiendes?


    —Sí, lo entiendo… amo —aquella palabra sale de mi boca mucho más fácilmente de lo que imaginé.


    Carlos se arrodilla detrás de mí, aunque no lo veo, deduzco que se está poniendo un condón. Deja caer encima de mí sus 62 kilos y me ensarta con su espada viril. Nuevamente, me estremezco y gimo de placer. Claramente, percibo el devenir de su hombría en mi interior. El chico me toma del cabello y tira, yo sé lo que mi amo quiere, el Toro me lo narró perfectamente hace unos días. Así que me impulso con las manos para quedar arrodillado frente a él. El chico me envuelve con sus delgados brazos mientras continúa sacudiendo su pelvis en mi trasero. Pasa su brazo por mi cuello y jala hasta hacer que mi cuerpo caiga encima de él, bocarriba. El cambio de posición hace que yo mismo me ensarte todavía más en sus treinta centímetros. Pareciera que estuviéramos luchando en el piso y él me estuviera aplicando una llave.


    —Lucha, quiero que tú mismo me estimules —susurra en mi oído.


    Yo obedezco, sacudo mi cuerpo, luchando. Su pene continúa dentro de mí, así que esto lo único que hace es estimularlo. Apoyo mi peso en la espalda alta, presionando el pecho de Cordero, y con mis piernas me elevo, solo para dejarme caer nuevamente sobre él. El forcejeo que hago sobre su cuerpo, pretendiendo liberarme de su brazo en mi cuello, lo complace. El chico gime y gruñe incontrolablemente, yo también. Él pasa su otra mano sobre mi boca para callarme y reafirmar su dominio. Libera mi cuello y se mueve de tal forma que consigue sujetar mis testículos, yo continúo restregando mis entrañas en su falo. 


   El chico me empuja utilizando toda su fuerza para colocarme bocabajo y apoyándose sobre mi musculosa espalda en posición de lagartija, mueve su pelvis como si hiciera un baile sensual de reggaetón. El contoneo se acelera, el hombre no puede resistirlo más y estalla. Su corrida es tan potente, que a pesar del látex, yo lo siento, es como una burbuja cálida que se forma dentro de mí. Su monstruoso pene hace temblar las paredes de mi recto. Cordero permanece unos segundos recostado en mí. Cuando se pone de pie se retira el condón y lo amarra. Se dirige hacia el dildo de hule y de un cajón saca un pequeño envase con lo que creo es una muestra del semen de mi hijo.


   —Esto es lo que hice con Scott y Yuki, usé el semen de algunas presas anteriores, por eso el cuerpo del actor Hollywoodense fue encontrado en aquella posición tan curiosa —Cordero me explica—. Pensaba sembrar parte de mi colección de muestras en el refrigerador de la casa de Ricardo y Esteban, pero ahora lo haré en la tuya.


    —No lo hagas, por favor —suplico—. Prometo no hacer o decir nada, seré tu esclavo sexual por el resto de mi vida, pero, por favor, no incrimines a Pepe.


En esta posición estoy, pero totalmente desnudo

   Al verme suplicar, el muchacho sonríe con benevolencia.


    —Alberto, mi compa, mi hermano, ¿sí sabes que yo soy tu mejor amigo?, ¿verdad? —comenta el desquiciado. No entiendo a qué se refiere—. Por supuesto que yo jamás le haría tal cosa a “Pepito”, solo bromeo. La verdad, ya está en marcha mi plan para meter a la cárcel a…. —el chico golpea un mueble con las palmas de la mano para simular un redoble de tambor—... Enriqueee Lóoopez, el boxeador.


    —¿Qué? —pregunto sin dar crédito—. Pero, ¿cómo? 


    —El caso que estabas creando del violador serial, oficialmente nunca se armó, no alcanzaste a hacerlo, no existe conexión entre los casos. Si recuerdas, lo del Toro quedó descartado, él se aseguró de que así fuera, además de que sí gozó lo que le hice, quería proteger a futuro a Richy. Scott ya se fue para los United States, su caso fue descartado. Enrique dejó pasar varias semanas, entorpeciendo su propia investigación, además mintió en un inicio. Solamente el caso de Yuki permanece vigente. La entrevista que tú y yo tuvimos con él fue extraoficial. En el acta, que posteriormente se llenó, lo que quedó asentado, lo que yo le ordené que declarara, fue culpar a Enrique. 


    —Eso es imposible. No puede ser así de fácil —yo reclamo— ¿Qué hay de las características físicas: peso, talla, los treinta centímetros?


    —No estás pensando con claridad. Nada de eso importa. Tú estabas recabando información para armar un caso serial, pero no lo conseguiste. No hay conexión jurídica entre los casos de Enrique y el Toro, más allá de lo que yo mismo te dije al inicio de todo —el muchacho me explica—. A Scott  jamás se le tomó una declaración, solo la entrevista extraoficial que tú tuviste con él. Yuki es el único que importa. El caso de Enrique en contra de Pepe se desmoronará por sí mismo y el boxeador irá a prisión por haber maltratado al pobre luchador japonés. Por eso salió libre tu hijo, de hecho. Para este momento ya deben de haber hecho efectiva la orden de aprehensión contra ese gigante estúpido.


        Yo mantengo la boca abierta, no puedo creer lo estratégico y calculador que Carlos es, me doy cuenta de que jamás tuve alguna oportunidad de superarlo. Es una autentica mente maestra. Tiene razón en todo lo que me ha planteado.


   —No’mbre a veces soy una cosa, pero bárbara. A Enrique lo dejé colgado cual costal, lo ordeñé por horas como no tienes idea, ¿no te lo dijo? Si se compara su semen con los rastros encontrados en Yuki e incluso con Scott, este coincidirá al cien por ciento —el chico se vanagloria—. Pero sí tienes razón en eso del pene de treinta centímetros, por fortuna, yo lo pensé primero. Conocí a fondo el miembro erecto de Enrique, aunque no es tan grande como el mío, sí mide unos 26 centímetros ya parado, es gordo y grueso, con la cabeza pequeñita, se lo describí con detalle a Yuki, para que él a su vez lo describiera en su declaración. ¿Cómo sabría el “colombianés” (colombiano - japonés) esas características, si no es porque el desalmado de Enrique lo violó y lo golpeó brutalmente? —comenta Cordero y se suelta a reír. Yo solo lo observo su monólogo de villano—. A menos que te opongas, claro está, que tu moral y tus valores te fuercen a decir la verdad. Aún puedo hacer quedar a Pepe como quien planeó inculpar al pobre Enrique. ¿Quieres hacer lo correcto, Alberto? ¿O quieres salvar a tu hijo? —pregunta el joven detective de forma imperativa—. Te estoy ofreciendo un trato. Yo tengo el poder para exculparlo. Por más célebre que Enrique sea, puedo impulsar el caso en su contra con facilidad, una sola llamada a mi padre y el boxeador no podrá escapar. A cambio solo debes callar y someterte a mí. ¿Qué decides, Alberto?


     Ahora lo comprendo, por eso él me dijo aquello cuando me aporreó con el bate de beisbol, hace menos de una hora: “¿de qué le sirve su moral, si esta va en contra de su propia sangre? ¿Acaso no debió defender a su hijo?”. Cordero me ha manipulado hasta acorralarme psicológicamente. No puedo volver a fallarle a mi hijo. Él es un chico bueno y brillante, no merece ir preso, mucho menos por tales atrocidades. No tengo el poder para enfrentar a Carlos, él es tremendamente influyente.


    —Gracias, muchas gracias —respondo bajando la cabeza. Estoy de acuerdo con lo que él me propone.


El chico me ordena masturbarme frente a él, arrodillado, mientras me patea fuertemente con sus pies descalzos en los testículos. A patadas, me obliga a eyacular, yo le indico el momento, él se arrodilla frente a mí, sujeta mi salchicha y guía el chorro hacia un contenedor de plástico, mi miebro palpita y se sacude dentro de su fuerte agarre. Recolecta la muestra para su colección. Mete dos yemas en el contenedor, examina su color, viscosidad y aroma, frotando con el pulgar. Finalmente lo prueba chupando sus dedos mientras me mira de forma sensual, los mete hasta el fondo y se relame los labios al terminar.

    

    —Sabroso —es la única retroalimentación que recibo—. Creo que es hora de dormir, mañana tengo mucho por hacer, esas muestras no se van a sembrar solas en casa de Enrique. Creo que con el semen de Yuki y el de alguien más, bastará —Ignoro donde guarda sus muestras Cordero, pero fue a ocultar la mía.



Me encuentro sentado en el piso, Cordero finalmente desencadena mis pies, me coloca nuevamente el collar de cuero con una cadena, y como si yo fuese su perro, a gatas avanzo desnudo detrás de él, rumbo a la habitación.


    Se sienta en la cabecera de su cama tamaño king size. Me ordena lamer la planta de sus dos pies. Yo lo obedezco, con mi lengua cubro hasta la más mínima parte de sus extremidades inferiores y succiono cada uno de sus dedos, del más pequeño al más grande y todos juntos. Mi boca es capaz de abarcar casi por completo su pie.



    —Ven, siéntate aquí —me ordena, ahora yo me coloco en la cabecera. Él se sienta enfrente de mí, entre mis piernas, usándome como respaldo. Se recarga en mis pectorales, restriega su trasero en mis genitales, mientras acaricia mis colosales muslos, su dominio sobre mí es abrumador. No tengo salida, y eso, increíblemente me pone duro.


     Se me ocurren dos cosas, y ninguna de ellas haré: la primera es asesinarlo, la segunda es capturarlo, estimularlo y amenazarlo con cortar su miembro viril de treinta centímetros, si no accede a confesar. Pero él no me creería capaz, mis amenazas caerían en suelo árido; aunque milagrosamente le extrajera una confesión, el calvario que tendría que pasar para meterlo preso no lo vale, yo soy una buena persona o por lo menos incapaz de algo así. Lo más conveniente para mis intereses y los de mi hijo, es tenerlo de mi lado, como aliado. Además, estoy exhausto, la tortura a la que fui sometido me agotó. Comienzo a cabecear, cierro los ojos y me entrego a Morfeo, con Cordero entre mis brazos y el pene firme cuál estaca.




     Al día siguiente, él y yo ponemos en marcha el plan para incriminar a Enrique. En cuestión de semanas, el boxeador es sentenciado a 20 años. Por resolver este caso, y por ser un Cordero, mi “amigo” es ascendido, ahora es mi jefe. En el ministerio público, ocasionalmente me da nalgadas amistosas o frota mis hombros con extrema confianza. Todos piensan que él y yo mantenemos un romance en secreto, de cierta forma tienen razón.


Una vez al día, Carlos me llama a su oficina. En la privacidad del lugar, él toca mi cuerpo, mete sus manos por debajo de mis camisas y pantalones, sujeta mis testículos apretando ligeramente y me mira fijamente, para reafirmar su dominio sobre mí. Ahora él y yo somos cómplices, estamos unidos de por vida. Cada cierto tiempo me cita en su departamento, donde nuevamente me amarra y me golpea en las bolas. Soy su juguete, útil en tanto no se aburra de mí. Es el dueño de mi voluntad.


    En cuanto a Pepe, se fue de la casa, no me habla más. Me enteré de que entre él y Esteban había más que una amistad. Mi hijo se fue a vivir con los hermanos Leal, bajo la protección del buen y noble Richy. Aplicó al examen para entrar a la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), en Ciudad de México, obviamente lo aprobó. En unas semanas se mudará a la capital, probablemente yo no lo vuelva a ver. Me enorgullece saber que es un joven hombre independiente, capaz de valerse por sí mismo. 


   Lamento mucho que José ya no esté a mi lado, destruí lo más hermoso que yo tenía: mi relación con él. Aunque me vi forzado a hacer un trato con el diablo para protegerlo, eso no alcanza para compensar mis acciones previas, yo dudé de él. Supongo que es mejor así, no deseo que él se entere de lo que hice, seguramente se decepcionaría mucho más de mí. La verguenza que sienteo, me impide volver a mirarlo a la cara.



       Juan Carlos Cordero Carranco regresará próximamente en una segunda temporada, en la cual narrará en primera persona encuentros previos con otros “gigantes”. Actualmente tiene 24 años, desde los 17 descubrió que su enorme miembro viril le otorgaba el derecho de dominar la voluntad de hombres muchos más grandes que él. Descubriremos además, que no siempre fue un cazador, en algun momento de su vida, él fue la presa.

   

       Nota: En mi foto de perfil de autor del blog, puse una foto que ya no pude usar, porque no ganó Pepé la encuesta XD.


2 comentarios:

  1. Jajaja da igual, tú has la historia de Pepe también

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  2. Genial me gustaria que un macho grande y maduros destrose mis enormes huevos

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