Para quien no me conozca, soy Simón Chacón, tengo 40 años. De entre los hijos varones de Marcos, soy el hermano del medio. Tengo un cuerpo fuerte, cabellos castaños claros y ojos verdes. Conductor de radio y televisión. Esposo de Claudia, ella es el ancla del noticiero del mediodía, soy padre de Vicente, los mellizos Pilar y Sebástian, y de Pablito, que nació a finales del año pasado, sí, 4 hijos, de todos mis hermanos les gano en cantidad de descendientes. Posiblemente por el poder de mi semen, produzco en cantidades industriales. En la juventud me molestaba mucho manchar tanto, por aquellos años mi ropa interior se gastaba constantemente y mamá me regañaba por comprarme tan seguido, mientras papá se quejaba del olor a cloro de mi habitación. A fin de cuentas me acostumbré a ser la "vaca lechera Simón" tanto semen le gustaba a las chicas. Lo que me vinculaba con un auténtico semental.
Mis pantalones dejan muy poco a la imaginación. El bulto en mi entrepierna siempre ha sido enorme, y es algo que por siglos marca y marcará a los hombres de mi familia. Tengo una polla gruesa y carnosa, similar a una lata de refresco, ¿puedes creelo? A mi primera esposa eso la fastidió y fue una de las causas de divorcio. Es interesante que con Claudia todo fue distinto. Y no olvidemos mis muy obvios huevos colgantes. Grandes, sensibles y mi GRAN fábrica de esperma.
Por años tuve afición al fútbol, papá nos incluyó en el deporte, mi hermana Jenny prefirió el tenis y Pablo quiso la lucha libre. Israel aunque no creció con nosotros estuvo en natación. Pablo actualmente es propietario de una marca de lucha, Guerreros de la arena. Y mi asistencia a las peleas ha hecho que sienta afición por el entrenamiento físico, el año pasado, mientras ustedes se divertían con esos detestables sujetos del hotel de playa, solicité asistencia y comencé a recibir entrenamiento de lucha. Mi Instagram comenzó a llenarse de fotos con mi persona golpeando una pera de box, luchando con otros tipos y resbalando sudor mostrando un elevado nivel testosterona. No dudo en que esa fue la causa por la que Casilda Figueredo me solicitó ayuda para su hijo.
Casilda es madre soltera, vive en el primer piso del edificio y trabaja en una institución de gobierno. Su hijo es un jovenzuelo que está por terminar el bachillerato, son buenos vecinos, no molestan. La madre acudió a mi, ayer por la noche. Fue muy respetuosa y casi apenada solicitó atención para su adolescente, al parecer bravucones de su escuela lo golpean.
Bueno, yo creo que Alexis, el hijo de Casilda es un poco tonto, siempre está en su computadora, tablet o SmartPhone de cabeza. El otro día lo vi rodando por las escaleras solo por no apartar la vista de la pantalla.
Torpe, susurré. Su accidente me sirvió para diseñar una parodia en el show de Late Night que conduzco.
Y hablando del rey de Roma, allí viene Alexis. Lo he citado en el jardín de nuestro edificio. Quiero saber de qué está hecho, pero lo más seguro es que yo sople y lo tumbe. El muchacho de quizás 16 años viste pantalón de chandal y suéter de un tono verde. Su cabello es castaño y la tez pálida.
Yo visto jeans ceñidos a mis gruesos muslos, acentúan mi carnoso trasero y dejan en buena posición de descanso mi polla marcando su curvadura a la vista. Tengo una camisa que dibuja los pectorales. Parezco un gigante frente al pobre chico.
—Hola, señor Simón —me sonríe.
Me pongo de pie y extiendo la mano con un apretón, odio que me digan señor, pero ni modo, ya varios me dicen que di el viejazo, ¿qué más? Criar a 4 chiquillos que joden toda la noche, le saca arrugas a cualquiera, y 40 años no son los honorables 20.
—A ver, Alexis. Tu madre me ha solicitado ayuda. ¿Quieres contarme de propia cuenta lo que sucede en el colegio?
Alexis tira mirada triste a tiempo que las mejillas se le ponen rojas, desvía la vista a mis zapatos.
—Hay… hay unos muchachos que me hacen la vida… más que gris.
—¿Y por qué mamá no acude con el director? —realmente sé las causas, solo quiero oírlo de su boca.
—Ya lo hizo, mi mamá habló con el profesor Medina. Y Lisandro, mi compañero de clase simplemente se burló de mí y me siguió fastidiando al doble con sus amigos.
Suspiré. Pobre, chico. En el colegio a mi nunca me molestaron. Es más, pocas veces me fui a los golpes. En una ocasión, recuerdo que defendí a mi hermano Pablo de unos tontos y cuando llevaba la ventaja, recibí una patada en las bolas que me nockeo. Pero no pienso recordar esa triste y vil derrota.
—¿Por qué quieres aprender cómo defenderte, Alexis?
—Porque cada vez más son repetidos los abusos de los muchachos del cole, y los estúpidos profesores no hacen nada por evitarlo. Tengo algunas mañas para defenderme, pero eso no basta. Mamá está molesta de verme llegar siempre encogido de dolor y desea que aprenda técnicas de defensa personal.
Sentí pena por él, no me gustaría que ninguno de mis hijos fuera víctima del bullying. Suspiro, sé que Vicente mi primer chico con lo travieso y diablillo que es no tolerará a un bruto que quiera dominarlo a él o sus hermanos.
—Alexis, vamos a empezar, intenta darme tu primer golpe. Yo lo bloquearé.
El muchacho pareció dudar.
Insistí, separé mis piernas, algo que no debí hacer y extendí mis brazos.
—No —negó él—, usted se ve intimidante.
—¿Intimidante? Comediante querrás decir. ¿No has oído el programa de radio?
Él afirmó, con las mejillas sonrojadas. Insistí.
—Tu mejor golpe. Yo lo bloquearé.
Él se quedó de pie. Tomó aire, me di cuenta que iba a actuar.
No fui lo suficientemente rápido.
Alexis levantó la pierna, pensé que iría por mi abdomen, pero la punta de su zapato converse se clavó de lleno en mis grandes papas que colgaban entre mis piernas, estampándolas en mi cuerpo.
—¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAH!!! —grité con los ojos muy abiertos. Me agarré los testículos, mis rodillas temblaron y caí sobre ellas en el césped. Horrible ataque furtivo. Sentí náuseas y que el estómago se me encogía dando vueltas.
—¿Está bien, señor Simón? Lo siento, no lo quería golpear ahí. Hice un mal calculo, cuánto lo siento.
No respondí nada, estaba de rodillas con mi insoportable dolor de pelotas. Los dedos de mis manos acunaban mi gran canasta de huevos que estaba palpitante del dolor. Apreté los dientes y cerré un ojo. Una mano se apoyaba en el césped y la otra cojía mis doloridas bolas. ¡Condenado mocoso! Sentía las bolas palpitar.
—Señor Simón —insistió con su voz que tanto me perturbó y estresó la mente.
—Estoy bien —mascullé.
Flexioné una rodilla.
Respiré profundo.
Y me levanté.
—¿Está bien, señor Simón?
—¡Sí! —respondí obstinado. El hecho de alzar la voz hizo que mis pelotas se contrajeran y me dolieran desde lo más profundo de mis calzones, ¡ay! Pensé doblando el ceño.
—Es verdad… señor Simón. No lo quería maltratar. Menos ahí, donde duele. Con todo lo que se dice de usted……… ¿es verdad? —hizo un gesto con las manos como si sopesara par de pelotas.
—¿Yo qué, muchacho? —pregunté aún con mi cara retorcida de dolor, una de mis cejas se curva, mientras torcía la boca siento el dolor pesar en mi abdomen. Era una fuerte molestia en mis huevas, espíritu y cuerpo.
—¿Es verdad lo que se dice? ¿Que tiene grandes bolas? —preguntó con aire inocentón.
¡Pendejo! Juré mentalmente.
—¿Por qué preguntas eso, muchacho?
—Es qué……… en los programas de televisión de chisme lo han sugerido, en su programa nocturno de televisión le enfocan mucho la entrepierna, los foros de Internet…
—¿Estás stalkeándome, niño?
—¡No! —apresuró a decir.
Llevé mis manos a la cadera y respiré tratando de dejar que el dolor menguase.
—Dime, Alexis. ¿Recuerdas alguna manera en lo que estos abusivos te han tomado en el colegio? —cambié de tema. La conversación de mis grandes testículos lo dejo para mi familia, las mujeres con las que estuve y mi esposa.
Alexis afirmó con energía.
Me quedé mirando sus mejillas rojas. Sonreí cuando en mi mente llegó la idea de que si yo tuviera la edad de Alexis también lo golpeara. El se me quedó mirando y yo chasqueé mi lengua.
—¿Cómo te han tomado estos muchachos? Te diré como liberar su agarre.
—Del cuello muchas veces —me explica—, y cabeza contra la pared.
Volví a sentir un poco de pena por él. Se llenaba de una emoción triste cada vez que narraba su desdicha.
—Veamos, Alexis.
Actúe como un villano de telenovela. Mi rostro se transformó en furia y tomé a Alexis del cuello de su camisa con ambas manos.
—¿Qué harás, Alexis? ¿Qué harás? —repliqué zarandeándolo.
—¡No sé, no sé!
Volví a zarandearlo con violencia. Luego me calmé y de la forma más serena y simpática le expliqué que solo debía meter sus manos entre las mías y empujar con fuerza hacia los laterales, después con empujarme al pecho bastaba y desarrollaba una actitud bastante ofensiva.
—Si el chico que está fastidiándote no se impacta con tu reacción e intenta seguir, solo basta con que tomes su brazo y lo dobles tras la espalda. Vamos a intentarlo.
Lo tomé del cuello de su camisa y comencé a zarandearlo.
—¿Qué vas a hacer Alexis? —repetía agitando mis brazos con molestia. Pero él lejos de liberar el ataque se aferró a mis brazos apretando mis fuertes bíceps.
De alguna manera se las arregló para levantar su rodilla contra mis pelotas, haciendo que mis ojos se dilataran mientras el dolor se extendía por mi cuerpo.
Ese ataque tan furtivo y despiadado acabó con todo. Con la clase y con mi masculinidad. Un segundo golpe en mis grandes pelotas fue letal para mí.
—¡¡¡AAAAAAAY!!!
Hubo un momento de silencio. Yo estaba conmocionado, con Alexis afarrado del cuello de la camisa. Él y yo paralizados, mirándonos.
De nuevo la rodilla del joven chocó con mis enormes huevos, estampándolos en mi cuerpo y revolviendo mi semen.
Mis ojos quizás se cruzaron, pero sé que dejé escapar un gemido miserable mientras caí de rodillas, pronunciando palabras incoherentes sosteniendo mis grandes bolas entre las piernas.
—Lo siento, señor Simón. No lo quise hacer. Lo siento, lo siento mucho. Pero los golpes en las bolas son la mejor manera de escapar, lo siento.
No me tomé el tiempo en escucharlo. El dolor de testículos tras dos devastadores rodillazos es infernal, yo solo gruñía y gorgoteaba.
—Lo siento, señor Simón. Lo siento.
Me hundí en el suelo, gimiendo.
—Lo siento, señor Simón. ¿Quiere un poco de agua?
—No —negué con los ojos cerrados—. Terminamos por hoy —susurré, no podía seguir con este asesino de testículos. Me quedé tendido en el césped con una mueca dolorosa mientras masajeaba mis huevos. Alexis se quedó a mi lado paralizado y frotándome un brazo, le dije que se fuera y no obedeció.
Me arrastré a una pared donde me apoyé con la espalda y sentado en el suelo. Un mano se quedó acunando mi virilidad dolida. Le dije que iba a estar bien y que se retirara, de verdad no lo quería ver. Alexis se retiró muy apenado.
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