Ese sábado, todo indicaba que la fiesta de cumpleaños de mi hijo Kevin sería formidable: comida de chef, un enorme brincolín, una pared para escalar y una trepidante tirolesa, todo por cortesía de sus padrinos, mis amigos Alan y Dennis, cuyo amplio jardín era el escenario perfecto.
Lo mejor sería el show del Capitán Confidence y Ultrahope, los superhéroes del momento, cuyo programa televisivo enloquecía a los niños por sus estupendas actuaciones, impresionantes efectos especiales y un positivo mensaje de autoestima y asertividad. Claro, mi hijo y sus treinta amiguitos verían a unos imitadores profesionales que prometían convertir la fiesta en el evento infantil del año.
Pero no hay fiesta perfecta sin un inconveniente.
—Tenemos un problema —me dijo Alan con preocupación. Él y Dennis me llevaron a su habitación. Dennis respiró profundamente antes de hablar:
—Los imitadores no vendrán. Uno de ellos se lastimó al hacer una pirueta.
¡Oh, no! Imaginé a mi pequeño Kevin todo desilusionado por la noticia, luego de haber aguardado con ansiedad esa fecha por más de dos meses.
—¿Hay algo que yo pueda hacer? —pregunté con aprehensión.
Dennis y Alan se miraron con preocupación y complicidad.
—S-sí, hay algo, pero todo depende de ti —dijo Dennis mientras me señalaba dos portatrajes que estaban sobre la cama.
Veinte minutos después, Dennis anunció que el show empezaría en poco tiempo.
—¿Nervioso? —me preguntó Alan.
—¿La verdad? ¡Sí! —respondí ansioso—. No pensé que YO sería el show.
En efecto, ahí estaba yo, vestido de Capitán Confidence con un traje ajustado azul y amarillo y un antifaz gris, mientras que Alan portaba el traje verde de Ultrahope.
El plan de Dennis era que Alan y yo vistiéramos los trajes que la compañía de shows había enviado. “Además, dijo Dennis, tú y Alan son altos y atléticos, así que seguramente se verán poderosos con los trajes”.
El show sería sencillo: sólo teníamos que posar ante los niños, hacer algunas piruetas, gritar consignas como “¡Venceremos al bullying!” o “¡Eres tu propio superhéroe!” y tomarnos fotos con todos. Claro, Dennis no tenía que lucir un traje que marcaba su musculatura y resaltaba su hombría, ¿no?
—Por cierto, ¿es normal que estos trajes resalten tu “masculinidad”? —pregunté a Alan mientras veía mi abultado paquete.
Él también vio el suyo y luego el mío y se rió un poco.
—Yo no tengo problema porque la naturaleza no fue buena conmigo, pero —dijo mirando mi área genital—, ¡tú ganaste la lotería en cuanto a dones masculinos!
Todo sonrojado, le agradecí por el cumplido.
—Descuida, George —me dijo con una mano sobre mi hombro—. Será divertido.
Le iba a responder pero un fuerte aplauso anunció que ya debíamos entrar a escena. Así que salimos al jardín y nos colocamos en el improvisado escenario.
Los gritos de alegría de los niños y el júbilo de mi hijo hicieron que mis temores se disiparan. En realidad, todo fue muy divertido: Alan y yo improvisamos diálogos, hicimos algunos saltos, lanzamos golpes al aire contra enemigos invisibles e hicimos que los niños repitieran las consignas del programa. Un éxito rotundo. Lo mejor de todo es que a los niños sí les pareció que éramos los auténticos héroes.
Con euforia anuncié que todos podían tomarse una foto con alguno de nosotros, así que de inmediato hicieron una fila ante cada uno. Pero el festejado, mi pequeño Kevin, sería el único que podría tomarse una foto con ambos superhéroes, así que lo sustuvimos entre Alan y yo, le dijimos unas palabras de aliento y lo bajamos.
—¡Espera, Capitán Confidence! —advirtió Kevin—. Para hacerme fuerte, debes abrazarme y decirme: “¡Tú tienes el poder!”. ¡Como en el programa!
Fue un detalle que no sabíamos, pero que sería lindo para los pequeños.
—Claro, Kevin —dije con la misma voz grave del principio—. Ven acá.
Lo cargué de nuevo, lo abracé y le dije las palabras mágicas. Entonces, al igual que en el show de televisión, algo que supimos después, los niños que recibían el poder del superhéroe se sentían fuertes y se movían con mucho ánimo. Por eso, Kevin respondió: “¡Soy fuerte y valiente!”, mientras agitaba los brazos y las piernas. Fue algo que puso a prueba la fuerza del Capitán Confidence.
Es que, sin querer, mi pequeño de ocho años pateó con fuerza mi zona genital, lo que me hizo gemir con intensidad. Pero aunque sentí que el dolor de mis pobres testículos invadía mi vientre y subía hasta la cabeza, recuperé pronto la postura.
—¿Estás bien, Capitán Confidence? —me preguntó Alan con un susurro mientras yo bajaba a Kevin.
Levanté los pulgares para comunicarle que sí. Luego fue el turno de Alan, cuyas gónadas también fueron pateadas accidentalmente por Kevin.
Por desgracia, la escena se repitió, pues, sin querer, cada niño nos pateó los genitales tras escuchar las palabras “¡Tú tienes el poder!”. Todos ellos nos dejaban sin aire y gimiendo, pero nos recuperamos con rapidez para mantener la ilusión de que los superhéroes son invulnerables. Claro, eso no lo sabían nuestras pobres gónadas, que con cada patada infantil se iban poniendo más rojas y estropeadas.
Por eso, cuando llegó el momento de partir el pastel, tuvimos que fingir una fuerza que no sentíamos y sonreír ante la cámara aunque deseábamos gritar de dolor.
Tras despedirnos, subimos discretamente a la recámara de Alan y Dennis, quien entró de inmediato con dos bolsas de hielo. Nos pidió que nos sentáramos y nos las puso en la zona genital. El alivio que sentimos fue inmediato.
Media hora después, vestidos con ropa normal, Alan y yo fuimos al jardín donde los pocos niños que quedaban se estaban despidiendo.
—¡Papi! —gritó Kevin en cuanto me vio—. ¡Te perdiste el show! ¡Capitán Confidence y Ultrahope estuvieron sensacionales! ¡Y me compartieron su poder! ¡Fue fabuloso!
Me abrazó con tanta alegría, que el dolor se animoró.
Antes de irnos, Alan me preguntó discretamente:
—¿Lo volverías a hacer, superpapá?
Tragué saliva antes de responder:
—Creo que mis días de superhéroe terminaron.
—No estés tan seguro —afirmó Dennis—. Debido al éxito del show, tres papás acaban de contratarlos para las fiestas de sus hijos el próximo mes... Descuida, llevaré mucho hielo.
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