—Mírame, cabrón —levantaba la voz cada vez que un jugador se preparaba para apuntar el balón en momentos de penal—, voy a agarrar esa pelota y te la voy a meter por el culo. ¡Mírame!
Su tono de voz fuerte y lenguaje soez le valió para sacar de la concentración a unos cuantos y ganar espacio para rebotar el balón de soccer o que este pasara centímetros por encima del arco.
—¡Oye idiota! —dijo en un partido determinante a otro jugador—. A tu hermana y todas las mujeres de tu familia me las pegué yo —acentuó haciendo un movimiento obsceno con los brazos y la cadera. Sonrió de solo ver como el otro jugador doblaba el ceño.
Para su suerte el balón salió expedido muy inclinado a la derecha evadiendo la zona del arco.
—¡Cabrón, no apartes la vista de mi! —anunció cuando fue el turno de Tito Gol, un famoso deportista con su amplia trayectoria anotando puntuaciones se preparaba para jugar—. En este momento mientras tú estás aquí a tu mujer se la está cogiendo tu compadre.
Satisfacción sintió de observa como Tito apretaba el puño, desconocimiento tenía Julio de que aquello que estaba inventando desde meses atrás Tito lo sospechaba.
—¡Eres un estúpido cabrón! En este momento a tu mujer la están llenando de leche y tú no haces nada. ¡Mira como me burlo de ti!
A la velocidad de la luz el balón fue pateado por la majestuosa pierna de Tito Gol. El ligero objetivo circular cruzó el aire, impactando justamente entre los muslos de Julio Montilla, chocando contra su paquete abultado y apretándolo contra su hueso pélvico.
En los espectadores del partido surgieron reacciones encontradas, algunos celebraron que el penal había fallado, otros se agarraron sus genitales en simpatía por el pobre Julio.
Tito Gol se quedó inmóvil, ¿a caso lanzó el balón a propósito? Era mucha casualidad.
Julio de quejó en el suelo, apretó los dientes. Miró a Tito, quien le devolvió una mirada de furia. De un segundo a otro el potente gallito de pelea de la arquería quedaba humillado a la vista de los fanáticos. Se estaba retorciendo en el suelo agarrándose las bolas.
El personal de salud se acercó al debilitado jugador, mientras que las cámaras enfocaban en paralelo el rígido rostro de Tito volviendo con sus compañeros.
—¡Me duele, me duele mucho! —decía Julio, sentándose y agarrándose la entrepierna, balanceándose adelante y atrás.
El triunfo de la selección donde pertenece Julio estaba asegurada, no hizo falta su intervención en el siguiente turno, pues con el gol de sus compañeros ganaron el partido. Con el paso de las horas la prensa iba a otorgar a Julio como el hombre cuyas bolas salvaron a su equipo.
En cuanto a Tito, continuaba furioso por las palabras del engreído arquero y las palabras de apoyo del entrenador no sirvieron de nada. Horas después cuando los jugadores se encontraban en el interior de la sede deportiva lejos de miradas se fanáticos. Sus ojos seguían llenos de rabia. Cuando se encontró con el arquero saltó hacia adelante y lo pateó directamente en los huevos con su taco deportivo causándole daño una vez más.
Julio cayó de rodillas con los ojos desorbitados, se agarró la entrepierna y gritó de dolor.
—¡Esto es para que aprendas a cerrar la boca en los penales, hijo de puta!
Julio lo miró como si le faltase el aliento, se frotaba las pelotas sin césar. Con ojos llorosos emitió un doloroso gemido y se acurrucó en el suelo.
Esa fue la sagrada medicina que logró silenciar para siempre a Julio Montilla sus ratos de desconcentración en la tanda de penales.
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