Semental bravío (2/7): José Manzano - Las Bolas de Pablo

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24 sept 2021

Semental bravío (2/7): José Manzano

El profesor José distaba mucho de lo que era un docente tradicional. El hacendado Rodrigo, recostado en la entrada de su residencia se esperaba un hombre de cincuenta y tantos años de edad, cabello canoso, rechoncho y de andar lento con un viejo maletín bajo la axila. En su lugar lo que encontró bajando del taxi era un hombre de unos 34 años, alto, bien parecido, de cabellos castaños, lo único que atinó fue una moderna carpeta de tela y cierre bajo su axila. Vestía de pantalón casual color oscuro y camisa blanca y chamarra de cuero que se abrazaba a un torso atlético. 


—¿Señor Reinaldo Quiroga? –confirmó el recién llegado encontrando a un vaquero vestido con blue jeans y camisa roja a rayas recostado en una cerca—. Hola, buen día —saludó con una sonrisa estirando la mano—, mi nombre es Jose Manzano. Soy el enviado por el ministerio de educación para dictar clases a su hijo.

Reinaldo fumando un cigarro se limitó a dar una mirada despectiva a la suave mano del docente y respondió ignorando el gesto:

—Aproveche que el taxi no se ha alejado y váyase por donde vino. Mi hijo no necesita ningún estilo de educación. Él se criará aquí. Cuando crezca yo le enseñaré el manejo de Rio Oscuro.

José todavía con la mano extendida insistió en el saludo. Lamentablemente falló en su intento y cambió de técnica olvidando su propósito.

—Veo que el caso es más grave de lo que parece —comentó—. Explíqueme, señor Quiroga, ¿sabe usted leer?

—Efectivamente.

—¿Entonces por qué privar al niño del conocimiento? Usted afirma enseñarlo en el manejo de su hacienda cuando esté más grande. ¿De qué le serviría manejar Rio Oscuro con gran destreza si es un simple y desgraciado analfabeta? ¿Y si usted muere mañana, qué dejará? Un ser que no sabe ni tomar un lápiz. 

Reinaldo Quiroga arrugó el rostro en un reflejo de molestia. Arrojó el cigarrillo que fumaba al suelo terroso y agarró al docente por el cuello de la camisa y lo atrajo hacia él.

—¿Qué se ha creído, maestro de pacotilla? ¿Por qué insulta así a mi hijo? Váyase por dónde vino si no quiere que lo acuse con su ministerio y su título universitario le quede de recuerdo.

José Manzano se echó a reír. 

—No estoy insultando a nadie. Es un mero ejemplo, señor Quiroga. Si quiere ir al ministerio puede hacerlo. Es libre de tomar esa decisión. Simplemente quién tiene que perder aquí es más usted que yo. Pese a eso, el niño ganará, se lo quitarán y el instituto de tutela lo va a educar.

—Es usted un insolente —Reinaldo lo zarandeó con fuerza—. No me gusta su tono. ¿Quién se creee que es? ¿A caso no sabe quién soy yo? Usted no es más que un simple educador mal pagado asignado a educación rural. Váyase por donde vino —lo soltó de un empujón.

—Si me voy es para poner la queja, señor Reinaldo —el docente extrajo de su carpeta aquel famoso documento oficial que confirmaba la suspensión de la tutela de Reinaldo de oponerse a brindar educación al menor de edad.

Reinaldo apretó los puños, no era correcto que un simple paquitín con olor a ciudad lo colocara en jaque dentro de su propio dominio.

—¿Me dejará entrar y hacer un diagnóstico al niño?

—¡No!

—Voy a considerar que usted se opone. ¿Dónde está la madre de Germán? Necesito conversar con ella. No creo que esté conforme con la situación. Necesitamos conversar y levantar un acta.

Reinaldo estaba rojo de ira, y mucho más de solo recordar aquella mujer que lo engañó con su mejor amigo marchándose con él.

—Ella no vive aquí, se largó como debe hacerlo usted. Mi hijo y yo estamos muy felices sin contacto con nadie. 

El profesor José dobló las cejas con extrañeza, probablemente pensó que ni la mujer se aguantó el carácter del marido y huyó ¿por qué no se llevó al pequeño?

—Me comunicaré con la profesora Quiroz en el ministerio de educación y le informaré que usted se opone.

—Haga lo que le venga en gana.

José dejó el documento oficial a medio salir en su carpeta y extrajo un celular de su pantalón, pulsó la pantalla por breves segundos y activó la llamada llevando el dispositivo a su oreja, se dio la vuelta esperando ser atendido.

Reinaldo se quedó mirándolo lleno de furia. Sus grises ojos recorrieron la delgada espalda del docente. Dio ligeros pasos detrás de él a pesar de calzar unas botas pesadas, lo ayudó en su movimiento el habitual pantalón ajustado para montar caballo a primera hora de la mañana.

—Parece que no tengo buena señal —anunció el profesor dejando de utilizar el dispositivo y guardándolo en su bolsillo. Se dio la media vuelta para hablar con Reinaldo y en su lugar recibió una patada que le aplastó los testículos.

Sus pies despegaron del suelo tan pronto sintió que sus bolas eran aplanadas entre el empeine de aquel grosero vaquero y su propia pelvis. Un dolor potente lo embargó desde sus pelverizadas bolas que subió y le revolvió el estómago. 

José Manzano abrió los ojos como platos, cristalizándose y la mandíbula se le cayó. Se llevó la mano a los testículos soltando la carpeta abierta hacia el suelo, escapando algunas hojas. Se quedó inmóvil y en estado de shock mientras Reinaldo Quiroga se plantaba sobre sus pies y retrocedía sin darle la espalda. 

—¡Aaaaaah! —susurró José, se apoyó con una mano sobre una rodilla y con la otra en sus huevos. Aunque tenía los ojos llorosos, se echó a reír con diversión—. Caramba, ¡esa fue buena! —dijo—. Ay —masajeó los testículos en su palma—, esa no la vi venir. Lo juro y usted, señor Quiroga no sabe a quién se enfrenta. ¿A caso no sabe quien soy yo? Soy el viceganador de la contienda roshambo año 2014 en mi universidad cuando estudié pedagogía. Los amigos organizamos un pequeño torneo. 

—¿Rosham, qué? —Reinado dobló el ceño. 

José flexionó el rostro sintiendo dolor al inclinarse y recoger los papeles en el suelo para evitar que se volaran. 

—Señor Quiroga, lo reto a un duelo de roshambo. Si usted gana, me iré al ministerio de educación sin poner queja alguna y sin ningún tipo de acta en su contra, pero si yo resulto ganador usted tendrá que aceptarme en las clases con Germán. Considero que usted es un hombre de palabra. 

Reinado se cuestionó un momento. 

—Acepto —dijo al fin. 

—Juro que nunca me espere su patada —Jose dejó de masajear su hombría y arrojó la carpeta ya cerrada al suelo—. La consideraré como su primer turno. 

—¿Qué se supone que haremos? 

José puso la vista al cielo con las manos en la cadera que también le dolía. Apuntó un vistazo a la gorda entrepierna del hacendado y le propinó una colosal patada en las bolas que lo elevó del suelo y lo hizo chillar, cuando el empeine chocó con su escroto, Reinado levantó su trasero con el fémur de José incrustado entre sus muslos. 

Reinado gimió con los ojos bien abiertos, cayó al suelo en tres patas dejando una mano sobre su virilidad. Emitía palabras que parecían oraciones con la respiración agitada. Se veia dolorido y desesperado también. 

José se echó a reír. 

—Segundo lugar en la competencia roshambo 2014 en la universidad pedagógica Santander. No estuvo mal ser el segundo puesto de entre 10 caballeros. ¿Qué sucede, señor Quiroga? ¿Se rinde? 


—Ay, madre mia, ay. Ay. Ay —solo podía decir el hombre cuyo hermosos ojos grises estaban llenos de lágrimas y se resistía en irse de costado al suelo. Temblando se apoyó en un pie y consiguió enderezarse. 

El docente movió las palmas de la mano, invitándolo:

—¡Vamos! Su mejor patada, Quiroga. Envíe a este docente mal pagado de vuelta a su oficina —separó las piernas, con los brazos atrás en su espalda. 

Reinado echó su pie hacia atrás decidido a romper las bolas de ese estúpido profesor. Su bota de cuero italiano impactó con un fuerte golpe deformando los testículos de José en su pelvis. 

¡AAAAAAAAAAAAH! 

José se lamentó abriendo la boca en una gran "o", agarró sus testículos con ambas manos y se dobló. Perdió el equilibrio por segundos, pero consiguió mantenerse en pie. 

—Es usted muy bueno, señor Quiroga…

—Cuando me propongo algo lucho por alcanzarlo —le respondió. 

—Pero yo soy mejor —afirmó Jose. 

Reinado Quiroga abrió los ojos con miedo. Se llevó las manos tras la espalda y separó sus piernas. El contorno de una verga erecta y cabezona se estaba marcando en su ajustado blue jeans formado un bulto sublime. 

José observó aquel gran bulto y sintió una terrible emoción que le hizo mover su propia polla. Impulso una patada con la punta del zapato en contra de la hombría del vaquero. 

Reinado gritó de dolor cayendo al suelo y revolcándose y agarrando sus ciruelas, se movía como un gusano llenándose de tierra, sudor y el orgullo herido. 

José sonrió sintiéndose satisfecho. Sus ojos recorrieron desde las poderosas nalgas del hacendado, abrazadas por su jeans, y los fuertes muslos que cobijaban sus manos entre las piernas. 

—Parece que esos aguacates no resisten mucho —se burló. 

—¡Cállate! —lloriqueó Reinado sucio de tierra. Se colocó boca arriba con los ojos completamente cerrados amasando sus testículos. Su rostro estaba arrugado de dolor, mientras se quejaba. Hernosas arrugas surcaban sus ojos. Una mancha de sudor mojaba el pecho de su camisa. 

José sintió que la boca se le volvía agua de ver al vaquero completamente abierto en el suelo, postrado, herido y con dolor de testículos. 

—¿Se rinde, señor Quiroga? 

—Cá… cá… cállate.

Jose sonrió, se notaba a legüas que estaba emocionado. Se llevó las manos a ambos lados de la cadera como si así le dijera adiós a su molestia gonadal, descansó. Reinaldo se colocó de costado, en posición fetal, acurrucado agarrándose las pelotas con las rodillas a la altura de su fuerte pecho. Sus lindos ojos estaban cerrados y sus dientes se apretaban. Tres minutos después se puso de pie, encorvado con las manos todavía en sus huevos; inhalaba profundamente.

—¿Seguro que desea continuar, señor Quiroga? No se le ve bien. Parece que quiere escupir los testículos por la boca.

—Cállate, insolente. No te he dado ningún tipo de confianza para que me hables así.

José Manzano arqueó las cejas y afirmó con la cabeza como si mentalmente le diera la razón. Separó sus piernas y se preparó para el impacto. Recibió otra dura patada en la entrepierna que hubiera puesto a cualquier hombre a arrastrarse por la tierra. Y supo aguantarse como los meros machos. Incluso el solo movimiento de su cuerpo hizo que Reinaldo Quiroga se quejara y se llevara una mano a la ingle con una mueca dolorosa. Sus bolas estaban tan hinchadas que le moestaba la fricción. 

José Manzano también reaccionó, dando un:

—¡Auch!

Se llevó ambas manos a las rodillas y respiro llenando sus pulmones de bastante oxígeno. Volvió a reírse. 

—Esa fue buena —concluyó con una sonrisa que mostraba su diversión—. Prepárate para la que viene. 

—No te he dado permiso para que me tutees. 

Jose Manzano de manera cómica comenzó a mover el pie derecho imitando a un toro que se preapara a correr. 

Reinaldo tragó saliva. En lo interno de su ropa, sus testículos buscaban subir para evitar el colapso. 

La patada de José fue causó estragos en la hombría del hacendado. 

—¡Aaaaaaaaay! 

Otra vez se retorcía en la tierra, su jeans ya no se veían limpios de toda la tierra que los había ensuciado. Esta vez el vaquero demoró 10 minutos en poderse recuperar. Limpiándose los hermosos ojos, llenos de lágrimas, se alzó con la piernas tambaleantes. 

—Abra las piernas, maestro. 

Confiado José obedeció. 

El empeine del vaquero solo logró atinar a un huevo y aunque se apachurró en su pelvis aquello no fue tan doloroso

José se llevó las manos a las rodillas sin palpar por un momento sus testículos.

—Mi turno —dijo con calma.

Reinaldo Quiroga gimió, temiendo por su descendencia y el futuro de sus genitales. ¿Que a caso ese idiota no tenía testículos? Separó los muslos, llevó las manos tras la espalda y cerró los ojos. José se preparó varias veces apuntó el pie a las toronjas de Reinaldo, provocándole uma horrible sensación de tortura mental y terror.

—¡Iaaaaa! —gritó el docente como ninja sin todavía chocar las bolas del vaquero, pero solo incrementando su angustia.
Volvió a bajar el pie.

—¡¿Qué esperas?! —casi gritó Reinaldo mirándolo.

Dicho y hecho, José levantó la pierna rápidamente contra las gordas pelotas del hacendado. Logrando que hiciera una mueca graciosa abriendo los ojos, boca y emitiendo un grito. Se aferró a sus lastimadas bolas y se fue al suelo colapsando. Otra vez sus dos testículos habían sido empujados con fuerza contra la sólida pared de su pelvis, chocándolos y provocando un terrorífico crujido.

Reinaldo se llevó la mano a la entrepierna. Su palma acunó sintiendo aquel par de pomelos guardados dentro de su ropa. 
El vaquero se quejaba y revolcaba en el suelo, a veces pataleaba como si con eso pudiera hacer algo.

José sintió un éxtasis de ver como la comisura del pantalón se combinaba con la forma de las nalgas de Reinaldo y pasaba a su perineo donde ambas manos acunaban los testículos.

—¿Pretende seguir, don Quiroga? —preguntó José con un tono de burla—. Toda su ropa está sucia, no debería presentarse al campo así.

—No es tu asunto —dijo desde el suelo el vaquero. Se sentó, apoyándose en su brazo y con la otra mano la mantenía en su entrepierna. Inhalaba con la boca torcida de dolor—. Eres un enfermo.

—¿Enfermo? ¿Yo? No. Enferma puede ser aquella persona que planea apagar la luz de la educación a otra que la necesita. Yo soy un profesional, educador, comprometido con todo lo que me propongan y, ah sí. Ganador del segundo lugar de la competencia roshambo de la universidad Santander en el 2014. Estoy preparado —separó muchísimo las piernas.
Reinaldo suspiró, se levantó torpemente. Aún frotando su maltrecha hombría. Se detuvo frente a José y le dio una floja patada que lo alcanzó a un lado en el muslo. José dio un quejido, pero a Reinaldo le dolió el simple movimiento de sus bolas a más no poder. Ya no lo acompañaba la fuerza del principio. 

—Ja, ja, ja —se burló José detallando como el vaquero se agarraba las gónadas, recibió una mirada cruel del hacendado—, no crea que se va a salvar, novillo. Abra sus piernas para mí.

—No —rogó Reinaldo—, podemos llegar a un acuerdo. Tú y yo podemos… ¡AAAAAAAAAAAAH!

No pudo terminar su propuesta al ser interrumpido. En su lugar recibió una colosal patada en los huevos que fácilmente se los pudo subir a la garganta. Dio un salto, sus ojos se pusieron blancos y cayó al suelo chillando y llorando. Moviéndose como una alfombra enrollada mano en los huevos.

—¿Quiroga, está bien? —José lo detuvo colocando una mano en su hombro y dejándolo de costado.

Reinado apoyo la cabeza en el suelo, lloró sin apartar las manos de sus huevos.

—No, no, no. Usted gana, imbecil, me rindo. ¡Es usted un idiota! ¡Ay, mis bolas, mis bolas, mis bolas!

José se echó a reír mirando la actitud del hacendado. Lleno de felicidad se atrevió a decir:

—Usted no se preocupe, señor Quiroga. Germán recibirá la mejor educación.
Despues de ducharse y cambiar de ropa
nuestro vaquero quedó
con un fuerte dolor de bolas


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