Historia dedicada a Fabian Urbina, cuya idea para un dibujo, sirvió para estimular mi mente, y el formato de sus relatos cortos: "Supervulnerables", me inspiraron a escribir esta anécdota, también corta.
¿Cuándo fue que supe que era gay? En cierta forma, desde muy pequeño ya lo sabía, quizá no era del todo consciente de ello, pero ahora que tengo veinte años, pensando en retrospectiva, creo que siempre lo supe. Concretamente, ¿cuándo fue que me hice consciente de ello por primera vez? Lo tengo bastante claro, fue el día en que vi por primera vez a mi hermano, el mayor, en ropa interior. Él estaba en su habitación, vestía un pantalón de chándal negro y una playera azul. Dejó la puerta entreabierta, se encontraba recostado en la cama con una rodilla levantada y la otra pierna cruzada, apoyada sobre esta. Su vista estaba enfocada en el teléfono móvil, al parecer se mensajeaba con alguien.
Mi hermano era un hombre de treinta y cinco años, soltero; yo era solo un niño de doce. Él tenía su propio departamento, mi padre me llevaba cada fin de semana con él. Supongo que su objetivo era reforzar nuestro inexistente lazo familiar. Súbitamente, él se puso de pie y se dirigió al baño, yo seguí de largo y fui a la cocina a servirme un jugo. De regreso, al pasar por su habitación, decidí mirar nuevamente. Fue entonces cuando lo vi de espaldas en ropa interior, acomodaba una serie de envases sobre la cama y los miraba con cuidado, mientras mantenía las manos en la cintura.
Claramente, pude apreciar su cuerpo de hombre: su espalda ancha, torneados trapecios, fuertes brazos, piernas gruesas y diminuta cintura, el cuerpo perfecto. Aquel fue el momento en el que fui consciente, por primera vez, de que yo no era heterosexual. Lo admito, mi hermano fue mi primer crush, el tipo era un gimnasta y acróbata, dueño de un cuerpo esculpido por años de disciplina. Yo solo podía suspirar al verlo y aspirar a ser algún día como él.
Shampoo challenge |
Instantes después, inicio una videollamada con otro de mis hermanos, unos años menor que él; ninguno de los dos son realmente mis hermanos biológicos, por cierto. La testosterona en sus cuerpos de hombres adultos, les ordenaba competir para demostrar cuál de los dos era el mejor macho. Según pude entender, mi otro hermano había conseguido colocar tres envases, mientras que mi crush batallaba por mantener dos: un champú y una espuma de afeitar.
Mi intención al inicio era llegar sorpresivamente y preguntarle lo que hacía para incomodarlo, pero al abrir la puerta noté que esta no hizo ruido y que él no se percataba de mi presencia. Así que me acerqué furtivamente, evitando verlo reflejado en el espejo, pues si aquello pasaba, significaría que él también me veía. Mi hermano se encontraba con las piernas totalmente abiertas, con la cadera hacia adelante y el trasero apretado, para que los recipientes apoyados en su miembro se recargaran en su abdomen de lavadero. Con una mano sostenía el celular, mientras victorioso hacía saltar su poderoso bíceps, en el otro brazo.
En el momento en que la crema de afeitar cayó al suelo y rodó hacia mí, él se distrajo y bajó la mirada, yo salté detrás de él para patearlo con fuerza entre las piernas, mi pequeño pie impactó su par de testículos. Él gritó y se derrumbó de rodillas, la botella de champú cayó también y derramó su blanco y viscoso contenido por todo el piso. Mi hermano me miró molesto, cuando quiso ponerse en pie para perseguirme, resbaló con la sustancia jabonosa y aterrizó de bruces en el suelo. Riendo a carcajadas, me senté confiado en un sillón cercano, no hui. Él se volteó bocarriba, mirando al techo, frotando sus bolas, yo pude apreciar la protuberancia en su entrepierna, aquello parecía la carpa de un mini circo, sostenida por un grueso mástil. Me levanté del sillón, tomé su celular y saludé a mi otro hermano: Jason, le conté lo sucedido, ambos reímos.
Mi hermano, Grayson |
—Maldita sea, Damian —dijo mi hermano desde el suelo—. ¿Por qué siempre tienes que hacer este tipo de cosas?
—Deberías estar agradecido, si lo hago, significa que me siento en confianza contigo, yo no golpeo en las bolas a cualquiera, Grayson —respondí.
—Supongo que tienes razón, soy muy afortunado de que me golpees en las bolas —respondió con sarcasmo recostado en el suelo, sus manos habían dejado al descubierto su indefensa hombría.
Yo tomé la lata de crema de afeitar del suelo y sin previo aviso, la arrojé, estrellándola contra sus débiles testículos. Mi hermano gritó y se encogió en posición fetal, yo me coloqué confiado con las piernas abiertas a su lado, mientras lo grababa para que Jason viera, sabía que no me haría nada, yo era un niño, y Richard no es un abusivo.
Él miró hacia arriba y sonriendo burlonamente, señaló mi entrepierna. Yo bajé la mirada y noté que mi pene había crecido, era como una salchicha de supermercado, aquello jamás me había pasado, yo no estaba familiarizado con la sensación. De inmediato me cubrí y tiré el teléfono en la cama. Dick lo tomó y me persiguió por todo el departamento comentando con Jason cuan orgullosos estaban de que yo tuviera mi primera erección: “nuestro pequeño Damian ya es un hombre”, decían. Terminé encerrándome en la habitación que ocupaba cuando lo visitaba, me senté en el suelo, encogiendo mis piernas para, instintivamente, tratar de que mi pene volviera a su tamaño normal.
Yo, Damian Wayne, 20 años. |
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