Peligro inminente (1/2) - Las Bolas de Pablo

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30 may 2022

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Peligro inminente (1/2)

Peligro


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El oficial Miguel JuÔrez conducía su motocicleta a través de los grandes bosques de Mazamitla. Su gran moto de policía encajaba firmemente entre sus muslos. Sus ojos de Ôguila estaban al acecho. Era un hermoso día de junio y los Ôrboles eran tan verdes como esmeraldas, pero ni siquiera los admiraba. Estaba buscando a su amigo, el oficial Gabriel Lira. Miguel no había aparecido durante horas, eso lo preocupaba. Miguel era un policía confiable y estricto. Si no había llamado, era porque algo le debió ocurrir.

 

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Llevaba un rato conduciendo cuando vio una camioneta delante. Estaba estacionada al borde de la carretera, con el capó levantado. Un hombre alto y de aspecto fuerte estaba sentado en un tronco cercano, fumando. Con cautela, Miguel se detuvo.

 

—Buenos dĆ­as oficial —dijo el hombre—. Dos policĆ­as en dos horas, parece que hoy tengo mucha suerte.

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Miguel decidió no decir nada sobre Gabriel, al menos todavía no.

 

—Buenos dĆ­as, seƱor, ĀæcuĆ”l parece ser el problema?

 

—La maldita camioneta se me averió. Es el gran problema, y ​​reciĆ©n la comprĆ© ayer.

 

Miguel se movió al frente de la camioneta. Miró adentro, parecía que todo estaba bien, aunque él no era mecÔnico.

 

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—Eh, dijo dos policĆ­as, seƱor...

 

—SĆ­, un tal policĆ­a Lira se detuvo aquĆ­ hace poco mĆ”s de una hora, trató de llamar a un mecĆ”nico, pero se dio cuenta de que su radio no funcionaba. Se fue en esa dirección, dijo que avisarĆ­a en el próximo poblado, no sĆ© quĆ© tan lejos es. Por cierto, mi nombre es CĆ©sar —le tendió la mano en un gesto amistoso. Miguel lo aceptó con un firme apretón de manos. Miró al hombre de arriba abajo: bien presentable, camisa apretada de color vino, sombrero estilo vaquero, jeans, botas. ParecĆ­a un tipo decente. Era consciente de que CĆ©sar tambiĆ©n lo estaba mirando.

 

César miró al policía. La insignia en su pecho decía JuÔrez. De la misma altura que él pero mÔs musculoso, debía hacer mucho ejercicio. Ese uniforme parecía encajarle perfectamente. Pensó que probablemente también le gustaban las artes marciales, el tipo de persona segura de sí misma que cree que puede manejarse solo en cualquier lugar. Estaba impresionado. Notó que el policía se preocupó cuando mencionó al otro policía, Lira.

 

Le ofreció un paquete de cigarrillos. —Prueba uno de estos, son de un nuevo tipo de mentol, como los normales, pero mĆ”s saludables.

 

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Miguel vaciló. Realmente le vendría bien uno, pero sabía que al teniente no le gustaba que sus muchachos fumaran cuando estaban de servicio. Oh, bueno, estaba bastante lejos de la estación de policías. Sacó un cigarrillo del paquete y se inclinó hacia delante mientras César manipulaba un encendedor.

 

Solo tomó un tirón para confirmar lo que César le había dicho.

 

—Es muy bueno —corroboró.

 

—SĆ­, y se pone mejor. Intenta aguantar el humo el mayor tiempo posible.

 

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Miguel tomó otra bocanada. Retuvo el humo el mayor tiempo posible en sus pulmones antes de comenzar a exhalar. Se tambaleó. Su mente estaba empezando a dar vueltas. No podĆ­a enfocar bien. Se sentĆ­a mareado, no podĆ­a pensar. Fue consciente de que CĆ©sar dio un paso adelante, pasando un brazo alrededor de su cintura, manteniĆ©ndolo erguido. PodĆ­a oĆ­r la voz de CĆ©sar, tranquilizadora, hablando: 

 

—SĆ­, asĆ­ es, inspĆ­ralo, inspĆ­ralo todo.

 

La mano de César estaba debajo de su propia mano guiÔndola de regreso a su rostro. AyudÔndolo a insertar el cigarrillo de nuevo en su boca. Sin saber lo que estaba haciendo, tomó otro tirón. Sintió que estaba flotando. Fue un sentimiento tan bueno y eufórico. Se sintió apoyÔndose en César. La mano del tipo se había movido hacia su pecho. Estaba pasando los dedos por el uniforme de Miguel. No entendía lo que estaba pasando, y no le importaba, se sentía tan bien.

 

César lo ayudó a tomar otro tirón de cigarro, luego otro. Miguel no podía mantener los ojos abiertos, el cigarrillo se le cayó de los dedos entumecidos. Apenas fue consciente de que César lo sostenía cerca, bajÔndolo suavemente al suelo. Solo fue vagamente consciente del sonido de César caminando hacia la camioneta.

 

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Miguel comenzó a respirar normalmente, su mente se estaba aclarando. Lo que fuera que había en ese cigarrillo era poderoso, pero no duró mucho. Luchó por pensar con claridad. ”César lo había drogado! Sintió una oleada de ira, iba a encargarse de ese tipo, a darle una paliza. Eso le enseñaría las consecuencias de meterse con uno de los mejores de Mazamitla.

 

Trató de sentarse, pero todavía estaba mareado. Podía ver a César caminando de regreso, con algo blanco en su mano.

 

AcercĆ”ndose a Miguel, CĆ©sar colocó su mano izquierda sobre su hombro y lo miró a los ojos. —Esto va a doler —con una precisión insuperable, clavó su rodila en las bolas de Miguel. 

 

Un fuerte dolor atravesó el estómago del oficial, y lo obligó a quejarse, casi vomita, al mismo tiempo la mano de César lo sostenía con firmeza. César movió su rótula como si en los testículos apagara un maldito cigarrillo. Trituró las bolas de Miguel, soltÔndolo por un momento.

 

Miguel agarró sus bolas y se acurrucó en el suelo. Un dolor que no creía posible se extendió por su abdomen y pareció envolverle las dos bolas en sus pantalones. Se arrastró lentamente sobre su estómago y gradualmente se convirtió en un dolor en reposo. Pero a pesar del sufrimiento, Miguel lucía una potente erección y estaba mÔs excitado que nunca.

 

CĆ©sar se rió y puso sus manos en sus caderas. —¿Quieres pelear policĆ­a? Bueno, ponte de pie y lucha por tu vida.

 

Miguel pudo levantarse y reajustó su vergonzosa barra de carne apretada en su pantalón, sin embargo cuando intentaba acomodar su erección, recibió una traicionera patada. CĆ©sar balanceó su pierna hacia adelante entre los muslos abiertos de Miguel. 

 

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El oficial fue levantado en el aire. Cuando sus pies tocaron tierra, la visión se oscureció y colapsó en el suelo.

 

El dolor del pisotón a sus huevos, no fue nada en comparación con lo que sentía subiendo por su estómago. Quería gemir, pero todo lo que salió de su boca fue un sonido inaudible. Se agarró la ingle y se quedó quieto, sintiendo el dolor. Era horrible.

 

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La polla de Miguel se retorció, lĆ­quido preseminal se filtró y humedeció sus calzoncillos. Por encima de Ć©l, CĆ©sar estaba de pie riĆ©ndose con las manos en las caderas. 

 

—Te dije que iba a doler.

 

Apretando los dientes, Miguel se puso de rodillas, agarrando sus testĆ­culos todo el tiempo.

 

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—DespuĆ©s de un dolor como este. Oficial JuĆ”rez, creo que necesitas un buen sueƱo —con cuidado colocó una tela blanca sobre la cara de Miguel cubriendo su boca y nariz. Miguel pudo sentir un olor dulce y empalagoso, era cloroformo. Intentó apartar la mano, pero no le quedaban fuerzas. Sintió que los vapores se filtraban en su cuerpo. Se relajó en el suelo, a la deriva, siempre a la deriva. El rostro de CĆ©sar se estaba desvaneciendo de su vista, luego el mundo entero se desvaneció cuando cedió al sueƱo.

 

César miró al policía inconsciente. Pasó las manos arriba y abajo por su gran cuerpo musculoso e indefenso. Sintiendo el físico fuerte y firme bajo el uniforme recién lavado. Sintió la necesidad de desabrochar el gran cinturón negro de la pistola, abrir el pantalón del policía y envolver su boca caliente y húmeda alrededor de la polla grande y gruesa del musculoso semental, pero se contuvo y susurró.

 

—MĆ”s tarde.

 

Levantó suavemente al policía para que se sentara, con la cabeza colgando hacia adelante. Tiró de él hacia arriba y sobre su hombro lo cargó en un movimiento suave y practicado. El policía era pesado, pero César era fuerte. Lo llevó hasta la camioneta y con cuidado lo acostó en la parte de atrÔs.

 

Miró hacia abajo, hacia la cara durmiente del guardia y sonrió, iba a ser un gran día.

 

Se adentró en el bosque empujando la motocicleta de Miguel hacia un lugar donde no pudiera verse desde la carretera. Momentos después regresó con otro policía dormido sobre su hombro. Acostó al nuevo policía junto al primero, la insignia en su pecho decía Lira. Puso un gran trozo de lona sobre los dos hombres inconscientes y cerró la puerta trasera.

 

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—Dos policĆ­as en dos horas, parece que hoy tengo mucha suerte.

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