El oficial Miguel JuĆ”rez conducĆa su motocicleta a travĆ©s de los grandes bosques de Mazamitla. Su gran moto de policĆa encajaba firmemente entre sus muslos. Sus ojos de Ć”guila estaban al acecho. Era un hermoso dĆa de junio y los Ć”rboles eran tan verdes como esmeraldas, pero ni siquiera los admiraba. Estaba buscando a su amigo, el oficial Gabriel Lira. Miguel no habĆa aparecido durante horas, eso lo preocupaba. Miguel era un policĆa confiable y estricto. Si no habĆa llamado, era porque algo le debió ocurrir.
Llevaba un rato conduciendo cuando vio una camioneta delante. Estaba estacionada al borde de la carretera, con el capó levantado. Un hombre alto y de aspecto fuerte estaba sentado en un tronco cercano, fumando. Con cautela, Miguel se detuvo.
āBuenos dĆas oficial ādijo el hombreā. Dos policĆas en dos horas, parece que hoy tengo mucha suerte.
Miguel
decidió no decir nada sobre Gabriel, al menos todavĆa no.
āBuenos
dĆas, seƱor, ĀæcuĆ”l parece ser el problema?
āLa maldita
camioneta se me averió. Es el gran problema, y āāreciĆ©n la comprĆ© ayer.
Miguel se
movió al frente de la camioneta. Miró adentro, parecĆa que todo estaba bien, aunque
Ʃl no era mecƔnico.
āEh, dijo dos policĆas, seƱor...
āSĆ, un tal
policĆa Lira se detuvo aquĆ hace poco mĆ”s de una hora, trató de llamar a un
mecƔnico, pero se dio cuenta de que su radio no funcionaba. Se fue en esa
dirección, dijo que avisarĆa en el próximo poblado, no sĆ© quĆ© tan lejos es. Por
cierto, mi nombre es CĆ©sar āle tendió la mano en un gesto amistoso. Miguel lo
aceptó con un firme apretón de manos. Miró al hombre de arriba abajo: bien presentable,
camisa apretada de color vino, sombrero estilo vaquero, jeans, botas. ParecĆa un tipo decente. Era consciente de que
CƩsar tambiƩn lo estaba mirando.
César miró
al policĆa. La insignia en su pecho decĆa JuĆ”rez. De la misma altura que Ć©l
pero mĆ”s musculoso, debĆa hacer mucho ejercicio. Ese uniforme parecĆa encajarle
perfectamente. Pensó que probablemente también le gustaban las artes marciales,
el tipo de persona segura de sĆ misma que cree que puede manejarse solo en
cualquier lugar. Estaba impresionado. Notó que el policĆa se preocupó cuando
mencionó al otro policĆa, Lira.
Le ofreció
un paquete de cigarrillos. āPrueba uno de estos, son de un nuevo tipo de
mentol, como los normales, pero mƔs saludables.
Miguel vaciló. Realmente le vendrĆa bien uno, pero sabĆa que al teniente no le gustaba que sus muchachos fumaran cuando estaban de servicio. Oh, bueno, estaba bastante lejos de la estación de policĆas. Sacó un cigarrillo del paquete y se inclinó hacia delante mientras CĆ©sar manipulaba un encendedor.
Solo tomó un
tirón para confirmar lo que CĆ©sar le habĆa dicho.
āEs muy
bueno ācorroboró.
āSĆ, y se
pone mejor. Intenta aguantar el humo el mayor tiempo posible.
Miguel tomó otra bocanada. Retuvo el humo el mayor tiempo posible en sus pulmones antes de comenzar a exhalar. Se tambaleó. Su mente estaba empezando a dar vueltas. No podĆa enfocar bien. Se sentĆa mareado, no podĆa pensar. Fue consciente de que CĆ©sar dio un paso adelante, pasando un brazo alrededor de su cintura, manteniĆ©ndolo erguido. PodĆa oĆr la voz de CĆ©sar, tranquilizadora, hablando:
āSĆ, asĆ es, inspĆralo, inspĆralo todo.
La mano de
CƩsar estaba debajo de su propia mano guiƔndola de regreso a su rostro.
AyudƔndolo a insertar el cigarrillo de nuevo en su boca. Sin saber lo que
estaba haciendo, tomó otro tirón. Sintió que estaba flotando. Fue un
sentimiento tan bueno y eufórico. Se sintió apoyÔndose en César. La mano del tipo
se habĆa movido hacia su pecho. Estaba pasando los dedos por el uniforme de
Miguel. No entendĆa lo que estaba pasando, y no le importaba, se sentĆa tan
bien.
CƩsar lo
ayudó a tomar otro tirón de cigarro, luego otro. Miguel no podĆa mantener los
ojos abiertos, el cigarrillo se le cayó de los dedos entumecidos. Apenas fue
consciente de que CĆ©sar lo sostenĆa cerca, bajĆ”ndolo suavemente al suelo. Solo
fue vagamente consciente del sonido de CƩsar caminando hacia la camioneta.
Miguel comenzó a respirar normalmente, su mente se estaba aclarando. Lo que fuera que habĆa en ese cigarrillo era poderoso, pero no duró mucho. Luchó por pensar con claridad. Ā”CĆ©sar lo habĆa drogado! Sintió una oleada de ira, iba a encargarse de ese tipo, a darle una paliza. Eso le enseƱarĆa las consecuencias de meterse con uno de los mejores de Mazamitla.
Trató de
sentarse, pero todavĆa estaba mareado. PodĆa ver a CĆ©sar caminando de regreso,
con algo blanco en su mano.
AcercƔndose
a Miguel, César colocó su mano izquierda sobre su hombro y lo miró a los ojos.
āEsto va a doler ācon una precisión insuperable, clavó su rodila en las bolas
de Miguel.
Un fuerte
dolor atravesó el estómago del oficial, y lo obligó a quejarse, casi vomita, al
mismo tiempo la mano de CĆ©sar lo sostenĆa con firmeza. CĆ©sar movió su rótula como
si en los testĆculos apagara un maldito cigarrillo. Trituró las bolas de
Miguel, soltƔndolo por un momento.
Miguel
agarró sus bolas y se acurrucó en el suelo. Un dolor que no creĆa posible se extendió
por su abdomen y pareció envolverle las dos bolas en sus pantalones. Se
arrastró lentamente sobre su estómago y gradualmente se convirtió en un dolor
en reposo. Pero a pesar del sufrimiento, Miguel lucĆa una potente erección y
estaba mƔs excitado que nunca.
César se rió
y puso sus manos en sus caderas. āĀæQuieres pelear policĆa? Bueno, ponte de pie
y lucha por tu vida.
Miguel pudo
levantarse y reajustó su vergonzosa barra de carne apretada en su pantalón, sin
embargo cuando intentaba acomodar su erección, recibió una traicionera patada.
César balanceó su pierna hacia adelante entre los muslos abiertos de
Miguel.
El oficial fue levantado en el aire. Cuando sus pies tocaron tierra, la visión se oscureció y colapsó en el suelo.
El dolor del
pisotón a sus huevos, no fue nada en comparación con lo que sentĆa subiendo por
su estómago. QuerĆa gemir, pero todo lo que salió de su boca fue un sonido
inaudible. Se agarró la ingle y se quedó quieto, sintiendo el dolor. Era
horrible.
La polla de Miguel se retorció, lĆquido preseminal se filtró y humedeció sus calzoncillos. Por encima de Ć©l, CĆ©sar estaba de pie riĆ©ndose con las manos en las caderas.
āTe dije que
iba a doler.
Apretando
los dientes, Miguel se puso de rodillas, agarrando sus testĆculos todo el
tiempo.
āDespuĆ©s de un dolor como este. Oficial JuĆ”rez, creo que necesitas un buen sueƱo ācon cuidado colocó una tela blanca sobre la cara de Miguel cubriendo su boca y nariz. Miguel pudo sentir un olor dulce y empalagoso, era cloroformo. Intentó apartar la mano, pero no le quedaban fuerzas. Sintió que los vapores se filtraban en su cuerpo. Se relajó en el suelo, a la deriva, siempre a la deriva. El rostro de CĆ©sar se estaba desvaneciendo de su vista, luego el mundo entero se desvaneció cuando cedió al sueƱo.
César miró
al policĆa inconsciente. Pasó las manos arriba y abajo por su gran cuerpo
musculoso e indefenso. Sintiendo el fĆsico fuerte y firme bajo el uniforme
recién lavado. Sintió la necesidad de desabrochar el gran cinturón negro de la
pistola, abrir el pantalón del policĆa y envolver su boca caliente y hĆŗmeda
alrededor de la polla grande y gruesa del musculoso semental, pero se contuvo y
susurró.
āMĆ”s tarde.
Levantó
suavemente al policĆa para que se sentara, con la cabeza colgando hacia
adelante. Tiró de él hacia arriba y sobre su hombro lo cargó en un movimiento
suave y practicado. El policĆa era pesado, pero CĆ©sar era fuerte. Lo llevó
hasta la camioneta y con cuidado lo acostó en la parte de atrÔs.
Miró hacia
abajo, hacia la cara durmiente del guardia y sonrió, iba a ser un gran dĆa.
Se adentró
en el bosque empujando la motocicleta de Miguel hacia un lugar donde no pudiera
verse desde la carretera. Momentos despuĆ©s regresó con otro policĆa dormido
sobre su hombro. Acostó al nuevo policĆa junto al primero, la insignia en su
pecho decĆa Lira. Puso un gran trozo de lona sobre los dos hombres
inconscientes y cerró la puerta trasera.
āDos policĆas en dos horas, parece que hoy tengo mucha suerte.
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