Los hombres de Micaela (1/5) - Las Bolas de Pablo

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19 may 2022

Los hombres de Micaela (1/5)


Micaela Valdivieso era una mujer que todavĆ­a a mĆ”s de sus 53 aƱos de edad, seguĆ­a aliada con la belleza, ademĆ”s de ciertas cirugĆ­as que la ayudaron, aunque que en lĆ­neas generales parecĆ­a que la mĆ”s celosa y divina de las diosas del Olimpo habĆ­a guardado en ella la eterna belleza. TenĆ­a una larga cabellera castaƱa, tez bronceada, senos grandes y carnosos, curvas agraciadas que se abrĆ­an hacia una generosa cadera. Durante aƱos estuvo casada con Ɓlvaro Rouco, un administrador de empresas que se aprovechĆ³ de los negocios familiares de Micaela para hacerse con su dinero. Tuvieron dos hijas y un matrimonio lleno de mentiras, infidelidades y maltratos por parte del caballero. La hermosa seƱora consiguiĆ³ reunir fuerzas y poner fin a sus muchos aƱos junto a Ɓlvaro. La separaciĆ³n fue inminente pese a las bravuconerĆ­as del seƱor.

 

Estando abrazada a su solterĆ­a, un hombre volviĆ³ a acercarse a ella, era HasĆ”n Abou-Keir, un empresario ligado a la venta de muebles y otros objetos de madera. HasĆ”n y ella habĆ­an tenido un romance en la adolescencia, pero por aquellos aƱos los padres del Ć”rabe se opusieron a que el joven tuviera algĆŗn tipo de romance con una mujer de occidente que no compartiese su religiĆ³n y costumbres. Obligaron a HasĆ”n a irse al LĆ­bano donde regresĆ³ con una mujer y dos hijos varones. A los aƱos la esposa de HasĆ”n muriĆ³ dejando a sus hijos adolescentes.

 

HasĆ”n siempre estuvo rondando a Micaela, tratĆ”ndola galantemente y recordando los bellos aƱos de retozo juvenil. Por esta razĆ³n cuando ella se separĆ³ de su esposo, fue la oportunidad de oro para el libanĆ©s de recuperar a la mujer a la que el pasado no lo dejĆ³ compartir su vida. 

 

Micaela por su parte no fue arisca ante los buenos tratos del todavĆ­a atractivo hombre.

 

HasƔn Abou-Keir tenƭa 55 aƱos, su tez era aceitunada como la de todos los hombres de su etnia, sus cabellos oscuros con ciertas canas y una barba que atravesaba de lado a lado su cara. Siempre vestƭa de traje lo que acentuaba su interƩs intelectual y su vivarachez para los negocios como buen moro.

 

Cierta noche compartieron una cena en un lujoso hotel de la ciudad y tocando la palma de la mano el Ć”rabe susurrĆ³ a la mujer que tambiĆ©n se habĆ­a tomado la modestia en solicitar una habitaciĆ³n en la parte del hotel de ese edificio.

 

—Solo tĆŗ tendrĆ”s la decisiĆ³n, si deseas subir o no… cuĆ”l sea tu sentencia, Micaela, la celebrarĆ©.

 

Micaela se echĆ³ a reĆ­r y respondiĆ³ con una respuesta afirmativa. DecidiĆ³ subir y entregarse al Ć”rabe. DespuĆ©s de todo ya eran mĆ”s de 20 aƱos sin recorrer su cuerpo.

 

Encerrados en la habitaciĆ³n, los besos comenzaron a ser apasionados. HasĆ”n comenzĆ³ con besos en el cuello y en la oreja, lo que puso a Micaela muy fogosa. El Ć”rabe con los aƱos conociĆ³ muchas de las costumbres paganas de occidente que en su paĆ­s no hubiesen sido muy bien vistas, como arregostar su miembro por encima de la ropa, lo que hizo que Micaela soltara algunas palabras soez que no se permitiera una dama de su sociedad, frases como: «Quiero que me la entierres lo mĆ”s pronto posible, no me hagas esperar, mĆ©tela» hubieran hecho que cualquier fĆ©mina de Arabia la mirase como una impĆŗdica. Ellos tomaron una breve distancia para desnudarse sin perder la pasiĆ³n del momento y siguieron restregando sus cuerpos, su delicado cuerpo femenino contra la tosca figura masculina. La vulva de Micaela contra el moreno pene de buenas proporciones de HasĆ”n, el seƱor tenĆ­a una morcilla entre las piernas. 

 

Mientras estaban abrazados le metiĆ³ la polla en la vagina y ambos soltaron un grito al unĆ­sono. ¡Plena satisfacciĆ³n! La sensaciĆ³n de como su pene se abrĆ­a camino en su estrecha vagina, fue delicioso. BombeĆ³ a Micaela suavemente con movimientos de cadera bien hechos, los dos jadeaban y se miraban a los ojos. HasĆ”n tomĆ³ una posiciĆ³n mĆ”s erguida mientras continuaba bombeando, y su pene, de tamaƱo considerable, chocaba contra la pared vaginal, una y otra vez, Micaela extasiada a mĆ”s no poder, no se contuvo y tuvo su primer orgasmo. GritĆ³, gimiĆ³ y se retorciĆ³ de gusto. QuizĆ” en el pasillo la escucharon y eso hizo que ambos se rieran, Ć©l le dio unos minutos de tregua.

 

HasĆ”n se tumbĆ³ en la cama y Micaela se montĆ³ encima de su bonito pene. EntrĆ³ directo, ya con todo su coƱo chorreando, los lĆ­quidos le resbalaban. La mujer comenzĆ³ a cabalgarlo.

 

—Me encanta ver esas tetas rebotar. Son bastante grandes, no abarcas con la mano.

 


Micaela se sintiĆ³ fogosa con el comentario y siguiĆ³ cabalgando como un potro salvaje. Y Ć©l para domarla la cogiĆ³ del pelo, tirando de su cabeza para atrĆ”s. Se escuchaba la cama, gruƱir a cada embestida y el jadeo de ambos casi sin respiraciĆ³n. Llegaron al orgasmo a la vez, gritando y gimiendo. Se regalaron unos minutos para saborear el orgasmo en el que estaban atrapados. El Ć”rabe tomĆ³ a Micaela de la cadera y con un movimiento rĆ”pido la puso cara abajo, totalmente estirada, de una manera un poco salvaje, le tomĆ³ las piernas y las puso entre las suyas. AsĆ­ con el chocho chorreando, aunque un poco apretado por la postura, metiĆ³ su polla por detrĆ”s. Micaela gimiĆ³ sintiendo el miembro entrando y saliendo.

 

La mujer gozaba con su cuerpo estirado, sintiendo la polla bien dura, haciendo babear su coƱo. HasĆ”n le dio un par de azotes en el culo que entre gemidos, ella dejĆ³ caer algĆŗn chillido de placer y sorpresa.

 

Su novio de la juventud y ahora de la edad madura continuĆ³ bombeando fuerte. Eso desatĆ³ en la mujer un nuevo nivel de orgasmo.

 

Ɖl llegaba al punto mĆ”ximo, y con el sudor goteando de su frente expulsĆ³ de su verga un torrencial riĆ³ de semen. Las cataratas de leche que Micaela tenĆ­a entre las piernas parecĆ­an de un parque natural. DespuĆ©s de ese colosal orgasmo HasĆ”n se quedĆ³ con la polla dentro de ella, tumbado encima, dĆ”ndole calor con su cuerpo y Micaela en actitud recĆ­proca. Terminaron agotados y Ć©l se acostĆ³ en la cama, a su lado, abrazĆ”ndola.

 

Siguieron dĆ”ndose mimos durante varios minutos, quizĆ”s horas. Era muy tarde en la noche cuando abandonaron el hotel, ella querĆ­a volver a casa, no deseaba que llegase el amanecer y sus hijas no la descubriesen. HasĆ”n condujo su vehĆ­culo hasta la residencia de Micaela. Ya en el frente de la vivienda el hombre de manera galante acudiĆ³ a ayudarla a bajar del vehĆ­culo. Al mismo tiempo la puerta de entrada de la casa se abrĆ­a y un hombre de estatura alta y cabellos canos cruzaba el jardĆ­n, se trataba de Ɓlvaro Rouco.

 

En aƱos de la juventud Ɓlvaro prĆ”ctico deportes, por esa razĆ³n logrĆ³ desarrollar su cuerpo en grandes proporciones musculares. ConsiguiĆ³ trabajar para el padre de Micaela en sus empresas y enamorĆ³ a la muchacha. Con el control de las zapaterĆ­as logrĆ³ hacerse de un dinero y abriĆ³ sus propios almacenes deportivos. En la actualidad lucĆ­a cabello cano, una barba cubierta de canas y amplio torso. SeguĆ­a siendo muy atractivo. VestĆ­a de jeans y simple camiseta.

 

—¿QuĆ© horas son estas de llegar, Micaela? —preguntĆ³ abriendo la reja de entrada—. ¿Para esto te separaste de mĆ­? ¿Para irte como una puta con este marica?

 

—¡Baja la voz porque no quiero despertar a los vecinos! —Micaela apretĆ³ los dientes con furia.

 

—MĆ”s respeto para Micaela, hombre —HasĆ”n dio un paso adelante, plantĆ”ndose muy seguro de sĆ­ mismo.

 

Micaela se sintiĆ³ feliz y protegida. Sin embargĆ³ se quejĆ³:

 

—¿QuĆ© haces en mi casa a esta hora? ¡LĆ”rgate!

 

—Sigue siendo mi casa —dijo Ɓlvaro—, te recuerdo que tĆŗ y yo no nos hemos divorciado, Micaela. AdemĆ”s es la casa de mis hijas y estaba aquĆ­ cuidĆ”ndolas mientras tĆŗ te ibas a revolcar como puta con este afeminado.

 

—¡Oye bien, huevĆ³n! ¡Una falta de respeto mĆ”s para Micaela y te parto la cara! —seƱalaba HasĆ”n amenazador con el dedo Ć­ndice.

 

Ɓlvaro se echĆ³ a reĆ­r. Micaela contuvo a HasĆ”n.

 

—Mi amor, muchas gracias por la noche que me has hecho pasar —le dijo—. Ya todo estĆ” bien. MaƱana temprano te llamo —tomĆ³ la mejilla de HasĆ”n y le dio un beso en los labios.

 

Ɓlvaro se echĆ³ a reĆ­r.

 

—¡Que patĆ©tica, Micaela! —dijo—. ¿Te estĆ”s viendo? Actuando como una quinceaƱera. ¿A caso no te ves? Ya tu tiempo pasĆ³, eres una vieja patĆ©tica. EstĆŗpida. Te ves ridĆ­cula actuando asĆ­. Como una puta barata y ridĆ­cula.

 

—Basta ya, huevĆ³n —gritĆ³ HasĆ”n plantando un sĆ³lido puƱetazo en el rostro de Ɓlvaro que lo hizo resbalar y sacar un hilillo de sangre de la comisura del labio.

 

Micaela retrocediĆ³ impactada, apartando a HasĆ”n tomĆ”ndolo de los brazos.

 

—No, HasĆ”n. No caigas en las provocaciones de este hombre.

 

Ɓlvaro se enfureciĆ³ al levantarse, estaba envalentonado y con una mirada mĆ”s pesada que la del principio.

 

—¡Esta no te la dejo pasar, turco de mierda!

 

Los dos hombres comenzaron a intercambiar varios puƱetazos enfrascados el uno contra el otro. Micaela se llevĆ³ las manos a la boca y gritĆ³ pidiendo que se detuviesen. VergĆ¼enza sentĆ­a de que los vecinos probablemente estuvieran tras la ventana de sus casas contemplando el show de autĆ©ntico barrio de clase baja.

 

Ɓlvaro recibiĆ³ varios impactos en la costilla y HasĆ”n otros en su cara. Como uno que recibiĆ³ cuando Ɓlvaro lo sujetĆ³ de su nuca y estampĆ³ la frente contra su rostro.

 

El pobre HasĆ”n retrocediĆ³ quejĆ”ndose llevĆ”ndose la mano a la nariz sintiendo la sangre, para su desafortunada suerte, dejĆ³ el compĆ”s de sus piernas abiertas y le brindĆ³ una oportunidad de oro a Ɓlvaro que sonriĆ³ de pura malicia. Se preparĆ³ en su postura como en los aƱos de entrenamiento de fĆŗtbol y enterrĆ³ una rotunda patada en los vacĆ­os testĆ­culos del Ć”rabe. FaltĆ³ el grito de ¡¡¡GOOOOL!!! Como sus adornos en la selecciĆ³n del estado aƱos atrĆ”s.

 

 

—¡¡¡AAAauuch!!! —aullĆ³ Hasan sintiendo un profundo dolor en su ingle ante el inesperado y cruel ataque. Sus ojos se abrieron como platos y se fue al suelo sintiendo el dolor en sus vacĆ­as bolas despuĆ©s del grandioso sexo con Micaela, enseguida comenzĆ³ a retorcerse del dolor cuando cayĆ³ de costado en la acera, revolcĆ”ndose como una insignificante lombriz.

 

—¿QuĆ© pasa, turco de mierda? —Ɓlvaro se acercĆ³ a Ć©l pateĆ”ndolo de costado—. ¿Se te acabĆ³ lo bravucĆ³n?

 

HasĆ”n estaba muy dolorido. Sin ningĆŗn tipo de fuerza. Continuaba en el suelo con ambas manos acunando sus gĆ³nadas sintiendo los puntapiĆ©s del otro hombre.

 

—¡Eres un canalla, Ɓlvaro! —gritĆ³ Micaela dando palmadas en la sĆ³lida espalda de su todavĆ­a marido—. ¡LĆ”rgate de mi casa! ¡LĆ”rgate!

 

Mientras arriba se producĆ­a un zarandeo e insultos, HasĆ”n continuaba en el suelo desesperado, cubriendo y sobando sus palpitantes testĆ­culos, con la vista nublada y un dolor que le palpitaba en la entrepierna y subĆ­a a su estĆ³mago. Estaba muy dolorido de las pelotas para poder acumular fuerzas y hacer frente a la situaciĆ³n, no en vano habĆ­a vaciado toda la leche de sus bolas en el coƱo de Micaela, eso debiĆ³ dejar sus testĆ­culos mĆ”s vulnerables al ataque canalla de Ɓlvaro.

 

Por suerte Micaela logrĆ³ empujar al marido que entre risas burlonas indicĆ³ que era su momento de irse.

 

—TĆŗ siempre serĆ”s mĆ­a, Micaela. Nunca te darĆ© el divorcio.

 

AbriĆ³ la reja de la casa y se dirigiĆ³ a la cochera donde en la oscuridad de la noche estaba su vehĆ­culo.

 

Micaela se inclinĆ³ y ayudĆ³ a HasĆ”n, le preguntĆ³ si estaba bien.

 

El dolorido semental se sentĆ³ en plena calle todavĆ­a con el dolor de bolas a millĆ³n, se sentĆ­a avergonzado y humillado. MirĆ³ con odio cuando el vehĆ­culo de Ɓlvaro con Ć©l todavĆ­a burlĆ”ndose atravesĆ³ el estacionamiento de salida.

El ex esposo de Micaela bajĆ³ la ventanilla y se mofĆ³ de Ć©l.

 

—Vamos a entrar —le dijo Micaela.

 

—No —se negĆ³ HasĆ”n suavemente. Acariciaba con la yema de los dedos los ovalados Ć³rganos que le colgaban entre las piernas guardados en su pantalĆ³n.

 

Minutos mĆ”s tarde cuando el popular moro de la avenida Las Torres llegĆ³ a su casa. Lo primero que hizo al cruzar la puerta fue desabotonarse la camisa. Caminar lentamente todavĆ­a sujetĆ”ndose las doloridas bolas, aĆŗn no lo sabĆ­a, pero a primera hora de la maƱana cuando viese sus huevos, notarĆ­a el ligero color pĆŗrpura y la hinchazĆ³n. Por lo pronto en la oscuridad de la sala de estar se tumbĆ³ en su asiento para descansar y poner una mano sobre sus doloridas joyas viriles.

 

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