Bastián Chacón sonrió de simpatía cuando ingresó a su oficina y descubrió a Rafael revisando algunos libros y el árbol genealógico de la familia. Lo palmeó en el hombro y dijo:
—Me gusta tu
iniciativa de conocer de dónde venimos y hacia dónde vamos, muchacho. Creo que
tú seguirás mi legado cuando yo no esté.
—Es interesante —declaró Rafael. Siguiendo la línea del fundador de que todos los hombres de la familia tuvieran los testículos grandes, por ello miraba la fotografía en escala de grises de un hombre de aspecto bueno y cuerpo bastante trabajado.
—Valdemar Augusto Chacón —declaró Bastián—, nació en 1895. Fue a la 1ra guerra mundial. Cuando se fue de Venezuela, salió con los testículos del tamaño promedio de cualquier mortal y regresó de la guerra con los huevos de un avestruz. Hecho que a su esposa Amalia Burgos le fascinó. Su primera hija antes de la guerra fue Antonia, a su regresó nuestro querido Valdemar regaló sus genes de súper testículos a sus hijos Leónidas y Eliécer que eran gemelos y a otros 10 más.
—Un semental
—sonrió Rafael—, seguramente a su esposa Amalia le gustaba que se la metiera.
Bastián se echó a reír, pero también le dio una palmada en la espalda como reprimenda.
—No seas
grosero.
Rafael
sonrió.
—Y como todo
varón Chacón —comunicó Bastián—, sufrió de golpes a los huevos.
—Y todo por
culpa de su padre Asgard.
Bastián
dobló los labios y meneo la cabeza. Luego, ocupó un asiento.
—Sí, pero
nuestro querido Valdemar era todo lo contrario a su padre: muy buen amigo,
esposo, ciudadano ejemplar. Un 10 de persona. Pero cierto día sufrió la envidia
de su hermano Teodoro.
—¿Por qué?
Bastián
revisó las notas de un viejo diario, que fue propiedad de Amalia Burgos,
entregó la página a Rafael que se dedicó a leer. Mientras él lee resumidamente
y de forma escueta la paliza en los testículos que sufrió Valdemar de parte de
su hermano, procederemos a relatar de primera mano cómo ocurrieron los hechos.
Valdemar
cierta tarde visitó el espacio de tierra de su hermano Teodoro, se decía que
atravesaba un mal momento y que las cosechas se le estaban pudriendo. A su
regreso de la guerra, Valdemar era exitoso, había comprado un espacio de finca
más grande y contrató algunos empleados para que laboraran la tierra. El famoso
hermano se sentó en la humilde sala de Teodoro vistiendo una camisa blanca y
pantalón marrón.
—Así que veo
que todo lo que se dice es cierto —comentó Teodoro. Siendo mayor que Valdemar,
siempre le profesó una fuerte envidia que en los últimos meses se multiplicó.
Valdemar durante año ocupó lo mejor, las mejores mujeres, el cariño de su
madre, el cariño de la gente del pueblo, el amor de Amalia, una suerte de
locos, más dinero y ahora, por el incontenible bulto que se marcaba en su
pantalón, parecía tener genitales bastante grandes.Teodoro
—¿Qué de
cierto, hermano? —quiso saber Valdemar.
—Las
muchachas de la taberna de Mary dicen que no eres el mismo que se fue a los
Europa —con determinación Teodoro desvió su mirada a la entrepierna de
Valdemar.
El aludido
se sonrojó y cerró las piernas.
—Ja, ja, ja.
Hermano no vayas a decirle a Amalia que de vez en cuando me escapo para ver a
las muchachas de la taberna.
—Las putas
de la taberna hablan mucho, Amalia puede enterarse en cualquier momento. Me
parece que es cierto de lo que dicen sobre los que te cuelgan. Que tienes unas
campanas en medio de las piernas muy grandes y pesadas. Yo nunca lo creí, no
recuerdo haberte visto con unas huevas de semejante tamaño.
—Sí,
hermano. Fue algo horrible lo que viví en aquel maldito laboratorio oscuro.
Hicieron experimentos con mi cuerpo esos locos. Me hicieron crecer las huevas.
—¿Puedo ver
que tanto?
Valdemar con
toda confianza afirmó con la cabeza. El gran hombre se puso de pie y procedió a
abrirse el pantalón. Incluso con el calzoncillo que tenía puesto su virilidad
se observaba imponente y como la de una colosal pitón siendo cubierta por la
tela y unos colgantes testículos. Valdemar se llevo la mano a la tela de su
ropa interior y la deslizó por sus piernas.
Teodoro contuvo el aliento ante la desnudez de su hermano. Valdemar tenía una gruesa polla, pero lo que más llamaba la atención era el par de esféricas bolas que le colgaban pesadas entre las piernas. Eran grandes y muy carnosas.
—No puede ser —comentó Teodoro impresionado. Lo que más furia le provocó fue la manera en la que Valdemar con una sonrisa se movió adelante y atrás haciendo balancear sus inmensas gónadas—. No puede ser —repitió consternado, esta vez cambiando su tono.
Una fracción
de segundo después, el dorso de la mano de Teodoro conectó con el par de
testículos de Valdemar.
—¡No puede
ser que también tengas esas bolas!
Valdemar
dejó escapar un grito ahogado de sorpresa y dolor, doblándose, llevando sus manos
a las rodillas y humedeciendo sus ojos.
Teodoro no
dijo una palabra, su rostro hablaba mucho y era que se mostraba furioso.
—No es justo
que tú siempre tengas lo mejor. Ahora un par de bolas grandes como las de una
bestia.
—Si supieras
lo mucho que sufrí para llegar a esto, no lo reclamarías.
El puño del
envidioso hermano se estrelló en la entrepierna de Valdemar, batiendo sus
huevos y haciendo que Valdemar soltara un grito ahogado cuando el dolor explotó
en su ingle.
—Pervertido —murmuró Teodoro—,
seguramente andas por todo Apure mostrando orgulloso tus bolas. Creándote la
fama de semental, no es para menos. Siempre has sido un presumido.
Cuando
Teodoro se puso de pie, notó que el pene de Valdemar había crecido
considerablemente, a un tamaño anormal y grosero. Miró la furiosa erección de
Valdemar con disgusto no disimulado, y articuló dicho disgusto con una patada
que hizo crujir las bolas de su hermano, haciendo que Valdemar gimiera de
agonía.
Otra patada
chocó en la entrepierna de Valdemar, provocando un chillido mientras la dura
polla de Valdemar latía y se retorcía.
—Además te
estás excitando con esto, enfermo de mierda —murmuró Teodoro con incredulidad
antes de darle otra fuerte patada a Valdemar.
—¡Ay, mis
bolas! —Valdemar chilló con una voz cómicamente aguda.
Una y otra
vez, Teodoro pateó los huevos de Valdemar, y Valdemar lo disfrutaba tanto que
ni siquiera trató de cubrirse. Su enorme polla seguía dura mientras sus bolas
eran golpeadas sin piedad por las patadas implacables del envidioso Teodoro.
De repente,
después de una docena de fuertes patadas a las preciosas gónadas de Valdemar,
sus ojos se pusieron en blanco y su cuerpo fue sacudido por un orgasmo que fue
mucho más intenso que cualquier cosa que hubiera experimentado jamás.
Su polla
bombeó su valiosa esperma por todo el suelo de la casa de Teodoro.
Valdemar
dejó escapar un gruñido gorgoteante seguido de un ataque de tos como si se
estuviera ahogando con su propio semen.
—Eres un
patético y un presumido —murmuró Teodoro antes de aplastar las pelotas de
Valdemar una vez más con una fuerte patada que aplastó los dos tanques de
esperma de lleno, provocando otro chorro de semen que voló por el aire y se
estampó con fuerza en el suelo.
Valdemar se
desmayó.
En el año
actual Rafael terminaba de leer como de forma escueta su tátara abuela
describía el ataque en la ingle de Valdemar por parte de su envidioso hermano,
el pobre Valdemar despertó con las bolas hinchadas y su mujer describió lo
mucho que se esforzó en atenderlo para que sus enormes huevos sanaran. El joven
se rió cuando leyó que pasaron varios días para que el semental volviese a
estar en funcionamiento. Más se echó a reír al descubrir que cuando sus
testículos estuvieron sanos, los esposos tuvieron una noche de placer que les
regaló en nueve meses después una nueva cría para la familia.
—Bastante
golosa esta mujer —declaró.
Bastián
afirmó con una sonrisa y de manera elegante le fue quitando el viejo diario de
sus manos para que no leyese las otras coquetas intimidades de los antañosos
esposos.
—En otro
momento te cuento otra anécdota de nuestra rama familiar —prometió Bastián—, de
Leónidas, el abuelo de Marcos Chacón, de cuando era un apuesto joven y una vieja
loca del pueblo le torturó los testículos por culpa de su hermano gemelo
Eliécer.
—¿Por qué lo
hizo?
—Te lo
contaré para la próxima vez. Tengo un trabajo que adelantar y ponerme en
acción.
Rafael lo
miro con reclamo.
—Eres
bastante aburrido, Bastián.
—¡Hey! —el
científico se alertó echando la cadera hacia atrás salvándose de un puño en las
bolas que le iba a dar su guapo sobrino nieto. Ambos se echaron a reír.
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