Estoy molido, la noche anterior trabajĆ© mucho, aunque debo reconocer, que muy al inicio, la pasĆ© muy bien. AsistĆ a una fiesta y conocĆ a esta chica, llamada Olivia Olivos, tiene mi misma edad. Se dedica al Dropshipping, posee varias tienda en lĆnea que envĆan los productos desde China, hasta las puertas de las casas de sus compradores. Ella factura cientos de miles de dĆ³lares al aƱo en ganancias.
Bailamos y reĆmos mucho, es una mujer que posee un cuerpo escultural, lo que mĆ”s destaca de su anatomĆa, son sus piernas y trasero, por supuesto su piel morena, cejas pobladas y ojos verdes tambiĆ©n la hacen increĆblemente atractiva. En el momento en que ella sintiĆ³ que mi espada se desenfundaba con el frote y contoneo de su trasero, al compĆ”s de “un perreito en la pared”. Me sujetĆ³ del pene y de la mano para llevarme a un balcĆ³n, donde estuvimos conversando, coqueteando y tocando nuestros cuerpos. Yo vestĆa una camisa blanca y un pantalĆ³n de vestir, ella un ceƱido vestido de tela muy ligera.
Justo en el momento en que estĆ”bamos por ir a un lugar privado y tener acciĆ³n. EscuchĆ© dentro de mi cabeza la frase que a estas alturas ya me tiene harto: “¡Oh! Y ahora, ¿quiĆ©n podrĆ” defendernos?”. El portal no aparece hasta que estoy solo, esto, para proteger mi identidad. A partir de que recibo el llamado, tengo media hora para acudir, pues ese es el tiempo mĆ”ximo que puedo tolerar un creciente dolor de cabeza si me niego. La magia del ChapulĆn funciona de forma extraƱa, no importa que demore treinta minutos en buscar un sitio solitario y cruzar el portal, siempre llego en el momento inmediato de que alguien solicita mi ayuda. Es un tipo de magia similar a la que debe usar Santa Claus. En mi mundo Ć©l es real, y entrega juguetes a los niƱos en Navidad, por cierto.
Con mi cara de pendejo y el pene palpitante, me vi forzado a disculparme con Olivia, le dije que iba al baƱo, que enseguida regresaba, la realidad es que no regresĆ©. Seguramente quedĆ© como un patĆ”n, poco hombre. Ya ni modo. AtendĆ siete llamados consecutivos, lleguĆ© a mi departamento a las siete de la maƱana, ahora mismo me preparo para ir al trabajo sin haber dormido. JamĆ”s habĆa tenido tantos quehaceres en una noche, aquello pareciera que fuera un castigo del ChapulĆn, por atreverme, siquiera, a considerar coger con una mujer. ¿Es que acaso debo ser cĆ©libe? ¿CĆ³mo se supone que engendre al hijo que me partirĆ” las bolas y tomarĆ” mis poderes dentro de algunos aƱos?Poco despuĆ©s de llegar al trabajo: soy curador asistente en el museo de arte contemporĆ”neo de la ciudad. En el baƱo de mi oficina, sujeto mi grueso pene erecto de 24 centĆmetros y lo froto mientras imagino lo que hubiera hecho con Olivia. Recuerdo sus pechos, su trasero sacudiĆ©ndose en mi entrepierna y sus enormes muslos. No sĆ© por quĆ©, pero la idea de estar en el piso, ella parada sobre mĆ, con las piernas abiertas, posando una de sus zapatillas en mi pecho, con ese vestido corto y sin ropa interior me es muy estimulante. SĆ© que pondrĆa en riesgo mi labor como ChapulĆn Colorado al perder mis poderes, pero, no me molestarĆa que ella me golpeara en las bolas, me hiciera arrodillar y me forzara a beber sus jugos. Hace poco vi un video corto de una mujer que aplaude sacudiendo las nalgas, imagino que Olivia podrĆa hacer lo mismo, imagino que lo intente cuando mi trozo de carne estĆ© dentro de ella. Sin poderme controlar, mi miembro comienza a moverse por su cuenta y a expulsar sobre el lavamanos mi semen. Enjuago rĆ”pido tanto el lavanos como mi pene, aunque sĆ© que este Ćŗltimo permanecerĆ” baboso un rato. Finalmente, vuelvo a mis actividades.
En el trabajo |
Apenas pongo un pie, digo: “Yo”. Un hombre joven que no ubico dice: “el ChapulĆn Colorado”. A lo que respondo: “No contaban con mi astucia”. Un grupo de hombres rodean a otro, quien parece un motociclista, pues porta un casco; a lo lejos, puedo apreciar una moto Harley. Estamos a las afueras de una bodega industrial abandonada en una especie de bosque. No hay mucho que pensar, le estĆ”n echando montĆ³n a este pobre sujeto, eso, no es honorable. AsĆ que procedo a noquear a casi todos los criminales. Con mis habilidades de pelea, mi velocidad y el chipote chillĆ³n, no son rivales para mĆ. Es un trabajo estĆ”ndar, algo de rutina.
—¡Espera!, yo fui el que te llamĆ³, ChapulĆn Colorado —dice uno de ellos levantando las manos—. Su voz me es familiar, es quien exclamĆ³: “El chapulĆn Colorado” en el momento en que aparecĆ. Me detengo y observo la situaciĆ³n. El hombre solitario se dirige hacia su motocicleta—. Nos robĆ³ —dice el hombre que tiene las manos levantadas, seƱalando al motociclista, quien lleva una mochila negra.
El misterioso hombre |
—¡Hey, tĆŗ! Vuelve aquĆ —grito al misterioso hombre. Este me ignora y monta su vehĆculo.
Yo hago girar el mazo en mi mano y lo lanzo contra esta persona. Mi arma lo golpea directo en el costado, haciĆ©ndolo caer antes de que pueda encender la moto. El mazo vuelve a mĆ, lo sujeto en el aire y camino hacia esta persona.
—¿Es cierto que tĆŗ les robaste? —pregunto. Como respuesta, Ć©l se levanta y se pone en guardia para pelear conmigo.
Durante un par de minutos intercambiamos golpes, es muy hĆ”bil, pero mi velocidad me da la ventaja, lo aviento contra una estructura metĆ”lica y le quito el casco. Al hacerlo, descubro que lleva puesta una mĆ”scara que cubre su rostro, excepto el mentĆ³n. No hay duda, su cabello largo y la forma de su cuerpo, ahora que me fijo con detenimiento, es claro que la persona que tengo frente a mĆ, es mujer. Antes de que pueda reaccionar, siento un terrible dolor provenir de mi entrepierna y ascender por mi estĆ³mago.
Mi rival aprovechĆ³ la distracciĆ³n y confusiĆ³n que me provocĆ³ la revelaciĆ³n de su sexo para levantar su pierna con potencia, a pesar de ser veloz, la realidad es que no pude reaccionar. Arrodillado, caigo frente a ella y termino en posiciĆ³n fetal. La mujer monta su motocicleta y huye. ¡MaldiciĆ³n! SĆ© lo que acaba de ocurrir, acabo de perder temporalmente todos mis poderes. ¡Soy un imbĆ©cil! Me dejĆ© golpear en los huevos.
El grupo de hombres que me invocĆ³, me rodean y comienzan a patearme como represalia por dejar escapar a esta persona, uno de sus golpes me deja inconsciente. Despierto encadenado colgando de los brazos de una polea en un lugar completamente oscuro, solo una luz artificial directa, ilumina mi cuerpo.
—No pareces tan poderoso, ahora que por fin te veo, ChapulĆn —dice una voz masculina y joven.
—¿QuiĆ©n eres? —pregunto.
—Este no es nuestro primer encuentro. ¿A caso ya me olvidaste? —escucho unos pasos aproximĆ”ndose hacia mĆ. Lo primero que veo son unos zapatos de charol, negros. Frente a mĆ estĆ” un hombre joven, con un traje de corte moderno y ceƱido. De no mĆ”s de treinta aƱos, con cabellos oscuros, piel morena, ojos claros y muy apuesto.
Mi secuestrador |
—¡CĆ”llate! —dice, dĆ”ndome un revĆ©s con la mano derecha.
SĆ© que debe ser alguien que conociĆ³ mi padre, yo solamente llevo doce semanas siendo el ChapulĆn Colorado. La magia del ChapulĆn tambiĆ©n hace que mientras use la capucha, la gente no vea mi rostro, sino el de otra persona. Esta tampoco puede ser removida, yo puedo quitĆ”rmela, pero un enemigo jamĆ”s podrĆa arrebatĆ”rmela.
—Hace diez aƱos, tĆŗ llevaste a prisiĆ³n a mi padre, dĆ©cadas atrĆ”s hiciste lo mismo con mi abuelo. ¿No me reconoces? —pregunta nuevamente.
—Ah, ya, eres este… el criminal… se me fue tu nombre… lo tengo en la punta de la lengua… que tenĆas a tu padre y tu abuelo, tambiĆ©n criminales… casi me acuerdo —digo, aunque la verdad, lo desconozco.
—Deja de hacerte pendejo, Chapulin. Es cierto, he cambiado un poco, pero ya era un joven de dieciocho aƱos, un adulto cuando nos conocimos. ¿Recuerdas lo que hicimos, durante meses despuĆ©s de que llevaras preso a mi padre? —dice acariciando mi pecho con su mano, para enseguida recorrer mis abdominales con las yemas de sus dedos. Hasta detenerse a milĆmetros de mi pene.
—Soy Leonardo, el nieto del Cuajinais, o mejor dicho, el nuevo Cuajinais. Espero no decepcionarte. Hace algĆŗn tiempo me negaba a asumir este rol. Yo te llamĆ©, ¿recuerdas?, y juntos metimos a prisiĆ³n a mi padre, durante algunos meses, nos estuvimos conociendo mejor —al decir lo Ćŗltimo me guiƱa un ojo y me lanza un beso.
—Lo sospechĆ© desde un principio —respondo al revelarme su identidad.
Leonardo "El Cuajinais" |
—Recuerdo que eras mĆ”s poderoso y fuerte. MĆrate ahora, unas simples cadenas te mantienen preso. Debe ser por que no tienes cerca a tu Chipote ChillĆ³n.
—¿Has pensado que todo es parte de mi plan para llegar a ti y desmantelar tus operaciones, que por eso me dejĆ© capturar? —fanfarroneo.
—Muy bien, libĆ©rate —ordena el hombre, y se cruza de brazos.
—Lo harĆ© cuando sea mejor para mis objetivos —digo, la verdad es que no tengo modo de soltarme.
—¿QuĆ© te parece si mientras decides liberarte, jugamos un poco? —el hombre toma mi short amarillo y lo baja, exponiendo mis genitales, los cuales, sĆ son parecidos a los de mi padre, debo reconocerlo— ¡Oh, ChapulĆn! PodrĆa incluso decir que has rejuvenecido, tus dotes son del mismo tamaƱo, pero de cierta forma, lucen mĆ”s jĆ³venes, amo ver tu pene flĆ”cido con su “capuchita”, y ver cĆ³mo crece hasta duplicar su tamaƱo y grosor.
Sin previo aviso, el hombre me toma de los testĆculos, sin apretar, y comienza a estimularme con la boca. Con su lengua y labios, recorre cada rincĆ³n de mi virilidad. Yo soy heterosexual, pero tampoco soy de palo. Mi pene responde al estĆmulo, poniĆ©ndose firme. La manera en que traga hasta el fondo mis veinticuatro centĆmetros, me hace gemir de placer, el hombre es un experto. Ćl jala un banco de madera frente a mĆ, se trepa, baja su pantalĆ³n y ropa interior, para ensartarse en mi pene erecto.
—¡TĆŗ, maldita gata! —grita el Cuajinais muy molesto. Yo trato de recuperar el aliento—. Tienes el descaro de venir aquĆ, luego de robarme —el hombre saca un arma y comienza a disparar al barandal superior, esperando dar en el blanco.
De entre las sombras, columpiĆ”ndose de otra cadena, desciende la motociclista que habĆa huido. Con ambos pies patea por la espalda a Leonardo, haciĆ©ndolo caer de bruces. Provocando que suelte el arma y que su redondo trasero quede al aire. Este se pone en pie y saca otra arma. La chica sujeta su brazo, y con sus flexibles piernas lo patea en la cara de diversas formas, hasta aturdirlo. Le retira el arma, la arroja lejos, se abre de piernas hasta que su vagina casi toca el suelo y velozmente golpea en tres ocasiones al Cuajinais en sus todavĆa desnudos genitales, los golpes resuenan cuĆ”l aplausos por todo el vacĆo lugar. PrĆ”cticamente inconsciente y sujetando su hombrĆa, Leonardo cae al piso con los pantalones en los tobillos. Esta chica me ayuda a salir, estamos en una especie de bosque. Extiendo mi mano en un intento por llamar al Chipote ChillĆ³n, pero este no acude a mĆ.
—¿QuiĆ©n eres tĆŗ? —pregunto.
—No preguntes lo que no quieres saber, mi vida. No estĆ”s listo para saberlo, mi cielo. Es mejor que lo olvides, mi rey —responde en un tono muy amable y servicial. Su voz me es familiar y si miro con detenimiento, esos ojos verdes yo los he visto antes.
Olivia Olivos, "La Minina" |
Yo me detengo en seco, antes de que la mujer pueda reaccionar, le retiro la mĆ”scara. Al hacerlo compruebo mis sospechas, esta chica, experta peleadora y ladrona que me salvĆ³, es Olivia Olivos. Ella se cubre la cara y trata de ocultar su identidad con su largo cabello. Ella no sabe quiĆ©n soy yo, no deseo revelar mi identidad, asĆ que pretendo no conocer la suya.
—¿QuiĆ©n eres tĆŗ? —vuelvo a preguntar.
—Algunos me llaman: “La Minina”. Desde hace cinco aƱos que Leonardo decidiĆ³ reactivar las operaciones del Cartel, me infiltrĆ©. Durante aƱos trabajĆ© para Ć©l, aparentando ser su leal esclava. Hace unos meses revelĆ© mi verdadera naturaleza, desde entonces, Ć©l y yo hemos estado en guerra, yo no pienso permitir que su Cartel se vuelva a alzar. He estado haciendo robos estratĆ©gicos y sabotajes a sus pequeƱas operaciones desde entonces —explica la mujer.
—¿Por quĆ© lo haces? —pregunto.
—No preguntes lo que no quieres saber, mi vida. No estĆ”s listo para saberlo, mi cielo. Es mejor que lo olvides, mi rey —responde en el mismo tono amable y servicial.
Olivia procede a escapar. Yo la sujeto del brazo para evitarlo. Ella inmediatamente me patea entre las piernas, presionando contra mi pelvis el contenido de mi short amarillo, incluido mi pene semi-erecto, el cual estuvo a nada de expulsar su leche dentro de Leonardo. El golpe provoca que la carga, que ya estaba dispuesta, salga disparada, humedeciendo mi traje. Su patada, literal, exprimiĆ³ el jugo viril fuera de mi cuerpo. Yo caigo con las rodillas juntas, totalmente mojado, rodando en el suelo, gritando de dolor.
—Se aprovechan de mi nobleza —jadeo con voz casi inaudible. Ella huye.
Me exprimieron el jugo |
Pasados unos minutos, aparece el portal que me devolverĆ” al museo, en el momento exacto en que me fui. Lo cruzo arrastrĆ”ndome, mi ropa cambia, ahora traigo puesta la ropa con la que salĆ de casa: una camisa y un pantalĆ³n formal, la Ćŗnica diferencia es que mi bĆ³xer estĆ” empapado en una viscosa sustancia blanca. Me incorporo y me dirijo al baƱo para limpiar el desastre.
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