A medida que los sonidos disminuyeron, Emilio siempre cauteloso abrió
lentamente un ojo en caso de que todavía hubiese alguien en la habitación.
Convencido de que él y Jairo finalmente se quedaron solos, se esforzó en
abrir ambos ojos. Sin que los gemelos lo supieran, Emilio torció la vía
intravenosa y no logró el efecto deseado, aunque suficiente sedante se había
filtrado en su cuerpo y estaba ligeramente desorientado. Sabía que tenía que
mantener el control o todo estaría perdido. No volvería a tener esa oportunidad
otra vez.
Debía escapar junto a Jairo de ese infierno, pero también vengarse de Chemo
y sus maliciosos amigos. Esos propósitos alimentaron la fuerza debilitada
de Emilio. Respiró profundamente en un intento de aclarar su mente. Para
mantener el enfoque, miró hacia arriba para ver la forma inerte de Jairo
asegurada a la cruz en X. Jairo estaba profundamente inconsciente.
La ira de Emilio creció dentro de él mientras revivía los tormentos de
Chemo en su mente. «Pagará por lo que nos
ha hecho.» juró.
La cabeza de Emilio se aclaraba con cada respiración. Poco después pudo
sentir que algo de fuerza volvía a sus músculos maltratados y atados. Los dedos
de su mano izquierda estaban empezando a tener calambres por sostener la vía
intravenosa. Comenzó a tirar en un intento de detener el soporte de la vía y
detener el flujo de sedante. Pero se dio cuenta de que el sonido que hacía podía
alertar a sus captores.
Una idea surgió de su mente cansada. Comenzó a tirar del tubo que se
insertaba en la vena de su mano. Después de unos momentos, se quitó con éxito
la aguja y el tubo de la mano. Sangre comenzó a gotear por su brazo y cayó al
suelo, aún así ignoró el dolor.
Afortunadamente, la honda en la que colgaba Emilio no estaba destinada a
sujetar a un hombre tan fuerte como él. Con un poco de esfuerzo, pudo arrancar
las ataduras de su muñeca derecha. Con una mano libre, en poco tiempo completó
su liberación y aterrizó sobre sus pies en el piso. Enseguida saltó hacia la
cruz en X y quitó con cuidado la vía intravenosa de la mano de Jairo. Primero
desató los tobillos de su compañero y luego sus muñecas.
El cuerpo inconsciente de Jairo cayó en los brazos de Emilio. Cuando lo
sujetó, lo abrazó con cariño, disfrutando la sensación de los músculos del
joven. A pesar de las circunstancias, Emilio se puso erecto.
—Ya tendremos tiempo después —susurró. Seguidamente colocó el cuerpo de Jairo en el suelo. Lo contempló respirar regularmente y con fuerza.
Aunque no deseaba dejar a Jairo ni por un momento, Emilio tenía preciso que
necesitaba un plan de escape. El primer paso consistía en asegurarse de que no
hubiese nadie cerca. Se movió en silencio hacia la puerta y escuchó el pasillo.
Al no distinguir ningún sonido del otro lado, probó la manija y se
sorprendió de encontrarla abierta. «Supongo
que no esperan que los cautivos dormidos y drogados puedan escapar.» pensó
Emilio.
Abriendo la puerta de acero lo más suavemente posible, se asomó a un largo
pasillo y no encontró guardias apostados. Satisfecho de su suerte, cerró la
puerta y regresó al lado de Jairo. Miró hacia el rostro pacífico de su
compañero. Emilio se inclinó y besó a Jairo mientras su mano acariciaba el
musculoso pecho del semental.
—Te prometo que te sacaré de aquí sano y salvo —le juró.
En el momento en que hacía la promesa, una idea diabólica se coló en su
mente. Supo lo que tenía que hacer para poder salir con Jairo de las garras de
Chemo de forma segura. Se acercó al botiquín y descubrió varias granadas
etiquetadas como gas somnífero.
«Esto debería funcionar perfectamente.» pensó Emilio. «Pero, ¿qué me
protegerá del gas? —miró alrededor de la habitación y vio máscaras que colgaban
de ganchos en la pared. Tomó una de ellas y regresó con Jairo.
—Parece que estarás dormido durante más tiempo, Jairo —dijo Emilio en voz
baja—. Lo siento. Pero cuando te despiertes, estaremos a salvo. Al menos puedo
hacerte sentir un poco más cómodo —colocó sus descubrimientos en el suelo y
levantó suavemente a Jairo hasta llevarlo a la cama. Besó suavemente a Jairo
una vez más antes de partir.
Recogió las granadas y la máscara de gas y salió en silencio al pasillo.
Mientras avanzaba, comenzó a escuchar risas y conversaciones en voz alta. Sus
músculos se tensaron, listos para atacar. Pero luego, a través de una puerta
entreabierta, vio a Chemo y los demás en una mesa larga comiendo y bebiendo.
Emilio entró sin ser visto. Rápidamente subió las escaleras hasta el segundo
piso del edificio.
Sabía que debía llegar al techo para que su plan funcionara. La solución más sencilla era deslizarse por una ventana y subirse al techo. Se acercó a la puerta más cercana. Estaba a punto de entrar a un dormitorio cuando escuchó un crujido detrás de él. Uno de los indígenas que había ayudado en su captura está allí parado, asombrado al ver que Emilio estaba despierto y tratando de escapar. El aborigen se lanzó sobre él, pero el guardabosque estaba decidido a no ser capturado nuevamente, especialmente por un solo hombre. Golpeó al nativo en un lado de la cabeza con la máscara de gas y luego lo pateó en la entrepierna, chillando de dolor el pequeño hombre cayó de rodillas. Después, Emilio envolvió sus musculosos brazos alrededor del cuello del indígena desde atrás y comenzó a apretar. El miembro de la tribu aturdido no pudo escapar del sueño en que Emilio lo hundió cayendo inconsciente.
Emilio vio una ventana y en un instante ya estaba subiendo al techo.
Una vez allí vio lo que estaba buscando: el sistema de toma de aire de la
unidad de aire acondicionado de la casa de Chemo. Se arrastró hacia el
respiradero y sonrió.
Se sintió complacido con la ironía de lo que estaba a punto de suceder. Sin
embargo estaba al tanto de que no tenía mucho tiempo que perder.
Debía cumplir su tarea antes de que se descubriese al indígena adormecido.
Emilio arrancó las clavijas de las dos granadas de gas y las arrojó por el
orificio de entrada de aire.
En cuestión de segundos, las oleadas de gas comenzaron a verterse en el
respiradero. Así el gas se introdujo en las áreas de la casa, poniendo a dormir
a todos los que estuviesen dentro.
Mientras tanto, Chemo y sus amigos relataban sus experiencias de violación a
los dos guardabosques. Los hombres, todavía desnudos mantenían furiosas
erecciones mientras escuchan las historias. La punta de cada pene goteaba
líquido preseminal. Ninguno notó alguna diferencia en el aire.
Sin embargo, después de que pasaron unos diez minutos, Chemo comenzó a
sentirse un poco cansado. —Supongo que he tenido demasiado esfuerzo por un día
—anunció al grupo—. En realidad podría ser hora de acostarme —intentó ponerse
de pie, pero inmediatamente volvió a caer en su silla—. ¿Qué está sucediendo? —preguntó
mientras se sentía desorientado.Chemo
Sus otros invitados estaban experimentando los mismos síntomas. Los hombres
intentaron llegar a la puerta del comedor para averiguar qué sucedía, pero no
la alcanzaron. El primero en caer fue Renato, que se fue al suelo con un ruido
sordo. Los gemelos lograron acercarse un poco más a la puerta, pero también
sucumbieron ante el efecto somnífero del gas en la habitación. Se volvieron el
uno al otro con ojos llorosos y drogados, se abrazaron mutuamente rindiéndose
ante el sueño y cayendo al suelo enredados de brazos.
Chemo, sin embargo, llegó al vestíbulo fuera del comedor. Se tambaleaba
hacia el centro de la habitación, apenas capaz de formar un pensamiento
coherente. A través de ojos adormecidos y borrosos, vio una figura solitaria de
pie a unos metros de distancia. No sabía quién era esa persona, pero parecía
que usaba algo anormal en su rostro. Dio unos pasos más hacia la figura. Una
forma perfecta de hombre se enfocó nítidamente.
—¡Emilio! ¿Pero cómo?
—Espero que disfrutes tu siesta, Chemo. Cuando te despiertes, estarás de
vuelta en una cárcel de la que ni siquiera tú podrás salir. Déjame ayudarte a
conciliar el sueño —Emilio embistió una letal patada en las bolas de Chemo.
El cazador abrió los ojos en estado de shock mientras un chorro de baba emergió de su boca. Se llevó las manos a las bolas y lentamente se desplomó en el suelo mirando a Emilio con ojos vidriosos.
A través de la máscara de gas que lo protegía de los vapores, Emilio
observó triunfante a sus derrotados enemigos.
Rápidamente se apresuró en regresar a la mazmorra y buscar al joven.
Naturalmente, Jairo todavía estaba en la cama donde lo dejó. Emilio vio cómo el
varonil pecho de Jairo subía y bajaba con cada respiración. Pudo disfrutar
mirando la forma de Jairo, sabiendo que ambos finalmente estaban a salvo.
Epílogo
Los ojos de Jairo se abrieron observando una mañana hermosa y soleada.
Lentamente estiró sus doloridos músculos que brillaban bajo los rayos del sol.
Sin embargo, después de un momento, todos los recuerdos de lo que les había
sucedido a él y a Emilio volvieron a su mente. Le gritó a Emilio, quien corrió
a su lado.
—Está bien, Jairo. Los dos estamos a salvo —Emilio abrazó a Jairo,
apretándolo con fuerza.
Jairo estaba abrumado pero inmediatamente respondió al abrazo de Emilio.
Las pollas de ambos también respondieron a las sensaciones físicas del
increíble cuerpo del otro.
Sin soltar a Emilio, Jairo preguntó:
—Pero, ¿qué pasó, Emilio? Lo último que recuerdo es a esos gemelos que nos
volvieron a dormir. Pensé que nunca podríamos escapar.
Emilio le explicó la historia de la fuga y arresto de Chemo y sus
cómplices.
—¿Volverá Chemo algún día, Emilio? —quiso saber Jairo lleno de temor.
—Puede que vuelva, Jairo —respondió Emilio—. Pero no creo que eso suceda en
mucho tiempo. Está en una prisión de máxima seguridad sin ningún acceso al
mundo exterior. Sus amigos están todos en diferentes cárceles. No creo que los
volvamos a ver en mucho tiempo.
—Esas son buenas noticias, Emilio. Pero supongo que de ahora en adelante
deberíamos estar más en guardia —dijo el joven.
—Sí, es un buen consejo, Jairo. Pero no nos preocupemos por ellos en este
momento. Aprovechemos el día que se nos muestra y que estamos el uno con el
otro. ¿Quieres nadar?
—Eso parece genial, Emilio. Pero, ¿qué tal un poco de ejercicio antes?
—respondió Jairo con una sonrisa traviesa.
Emilio le devolvió la sonrisa. Los dos hombres se abrazaron una vez más y
se regalaron unos minutos de intenso placer disfrutando de sus cuerpos en
celebración de su libertad.
FIN
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