Las presas del cazador (7/7): gas somnífero - Las Bolas de Pablo

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14 may 2022

Las presas del cazador (7/7): gas somnífero

La puerta de acero se cerró de golpe cuando los gemelos salieron de la sala. Risas resonaron por el pasillo, desvaneciéndose mientras regresaban a la sala de estar en la casa de Chemo.

 

A medida que los sonidos disminuyeron,  Emilio siempre cauteloso abrió lentamente un ojo en caso de que todavía hubiese alguien en la habitación. Convencido de que él y Jairo finalmente se quedaron solos, se esforzó en abrir ambos ojos. Sin que los gemelos lo supieran,  Emilio torció la vía intravenosa y no logró el efecto deseado, aunque suficiente sedante se había filtrado en su cuerpo y estaba ligeramente desorientado. Sabía que tenía que mantener el control o todo estaría perdido. No volvería a tener esa oportunidad otra vez.

 

Debía escapar junto a Jairo de ese infierno, pero también vengarse de Chemo y sus maliciosos amigos. Esos propósitos alimentaron la fuerza debilitada de  Emilio. Respiró profundamente en un intento de aclarar su mente. Para mantener el enfoque, miró hacia arriba para ver la forma inerte de Jairo asegurada a la cruz en X. Jairo estaba profundamente inconsciente.

 

La ira de Emilio creció dentro de él mientras revivía los tormentos de Chemo en su mente. «Pagará por lo que nos ha hecho.» juró.

 

La cabeza de Emilio se aclaraba con cada respiración. Poco después pudo sentir que algo de fuerza volvía a sus músculos maltratados y atados. Los dedos de su mano izquierda estaban empezando a tener calambres por sostener la vía intravenosa. Comenzó a tirar en un intento de detener el soporte de la vía y detener el flujo de sedante. Pero se dio cuenta de que el sonido que hacía podía alertar a sus captores.

 

Una idea surgió de su mente cansada. Comenzó a tirar del tubo que se insertaba en la vena de su mano. Después de unos momentos, se quitó con éxito la aguja y el tubo de la mano. Sangre comenzó a gotear por su brazo y cayó al suelo, aún así ignoró el dolor.

 

Afortunadamente, la honda en la que colgaba Emilio no estaba destinada a sujetar a un hombre tan fuerte como él. Con un poco de esfuerzo, pudo arrancar las ataduras de su muñeca derecha. Con una mano libre, en poco tiempo completó su liberación y aterrizó sobre sus pies en el piso. Enseguida saltó hacia la cruz en X y quitó con cuidado la vía intravenosa de la mano de Jairo. Primero desató los tobillos de su compañero y luego sus muñecas.

 

El cuerpo inconsciente de Jairo cayó en los brazos de Emilio. Cuando lo sujetó, lo abrazó con cariño, disfrutando la sensación de los músculos del joven. A pesar de las circunstancias, Emilio se puso erecto.

 

—Ya tendremos tiempo después —susurró. Seguidamente colocó el cuerpo de Jairo en el suelo. Lo contempló respirar regularmente y con fuerza.

 

Aunque no deseaba dejar a Jairo ni por un momento, Emilio tenía preciso que necesitaba un plan de escape. El primer paso consistía en asegurarse de que no hubiese nadie cerca. Se movió en silencio hacia la puerta y escuchó el pasillo.

 

Al no distinguir ningún sonido del otro lado, probó la manija y se sorprendió de encontrarla abierta. «Supongo que no esperan que los cautivos dormidos y drogados puedan escapar.» pensó Emilio.

 

Abriendo la puerta de acero lo más suavemente posible, se asomó a un largo pasillo y no encontró guardias apostados. Satisfecho de su suerte, cerró la puerta y regresó al lado de Jairo. Miró hacia el rostro pacífico de su compañero. Emilio se inclinó y besó a Jairo mientras su mano acariciaba el musculoso pecho del semental. 

 

—Te prometo que te sacaré de aquí sano y salvo —le juró.

 

En el momento en que hacía la promesa, una idea diabólica se coló en su mente. Supo lo que tenía que hacer para poder salir con Jairo de las garras de Chemo de forma segura. Se acercó al botiquín y descubrió varias granadas etiquetadas como gas somnífero.

 

«Esto debería funcionar perfectamente.» pensó Emilio. «Pero, ¿qué me protegerá del gas? —miró alrededor de la habitación y vio máscaras que colgaban de ganchos en la pared. Tomó una de ellas y regresó con Jairo.

 

—Parece que estarás dormido durante más tiempo, Jairo —dijo Emilio en voz baja—. Lo siento. Pero cuando te despiertes, estaremos a salvo. Al menos puedo hacerte sentir un poco más cómodo —colocó sus descubrimientos en el suelo y levantó suavemente a Jairo hasta llevarlo a la cama. Besó suavemente a Jairo una vez más antes de partir.

 

Recogió las granadas y la máscara de gas y salió en silencio al pasillo. Mientras avanzaba, comenzó a escuchar risas y conversaciones en voz alta. Sus músculos se tensaron, listos para atacar. Pero luego, a través de una puerta entreabierta, vio a Chemo y los demás en una mesa larga comiendo y bebiendo. Emilio entró sin ser visto. Rápidamente subió las escaleras hasta el segundo piso del edificio.

 

Sabía que debía llegar al techo para que su plan funcionara. La solución más sencilla era deslizarse por una ventana y subirse al techo. Se acercó a la puerta más cercana. Estaba a punto de entrar a un dormitorio cuando escuchó un crujido detrás de él. Uno de los indígenas que había ayudado en su captura está allí parado, asombrado al ver que Emilio estaba despierto y tratando de escapar. El aborigen se lanzó sobre él, pero el guardabosque estaba decidido a no ser capturado nuevamente, especialmente por un solo hombre. Golpeó al nativo en un lado de la cabeza con la máscara de gas y luego lo pateó en la entrepierna, chillando de dolor el pequeño hombre cayó de rodillas. Después, Emilio envolvió sus musculosos brazos alrededor del cuello del indígena desde atrás y comenzó a apretar. El miembro de la tribu aturdido no pudo escapar del sueño en que Emilio lo hundió cayendo inconsciente.

 

Emilio vio una ventana y en un instante ya estaba subiendo al techo.

 

Una vez allí vio lo que estaba buscando: el sistema de toma de aire de la unidad de aire acondicionado de la casa de Chemo. Se arrastró hacia el respiradero y sonrió.

 

Se sintió complacido con la ironía de lo que estaba a punto de suceder. Sin embargo estaba al tanto de que no tenía mucho tiempo que perder.

 

Debía cumplir su tarea antes de que se descubriese al indígena adormecido.

 

Emilio arrancó las clavijas de las dos granadas de gas y las arrojó por el orificio de entrada de aire.

 

En cuestión de segundos, las oleadas de gas comenzaron a verterse en el respiradero. Así el gas se introdujo en las áreas de la casa, poniendo a dormir a todos los que estuviesen dentro.

 

Mientras tanto, Chemo y sus amigos relataban sus experiencias de violación a los dos guardabosques. Los hombres, todavía desnudos mantenían furiosas erecciones mientras escuchan las historias. La punta de cada pene goteaba líquido preseminal. Ninguno notó alguna diferencia en el aire.

 

Chemo
Sin embargo, después de que pasaron unos diez minutos, Chemo comenzó a sentirse un poco cansado. —Supongo que he tenido demasiado esfuerzo por un día —anunció al grupo—. En realidad podría ser hora de acostarme —intentó ponerse de pie, pero inmediatamente volvió a caer en su silla—. ¿Qué está sucediendo? —preguntó mientras se sentía desorientado.

 

Sus otros invitados estaban experimentando los mismos síntomas. Los hombres intentaron llegar a la puerta del comedor para averiguar qué sucedía, pero no la alcanzaron. El primero en caer fue Renato, que se fue al suelo con un ruido sordo. Los gemelos lograron acercarse un poco más a la puerta, pero también sucumbieron ante el efecto somnífero del gas en la habitación. Se volvieron el uno al otro con ojos llorosos y drogados, se abrazaron mutuamente rindiéndose ante el sueño y cayendo al suelo enredados de brazos.

 

Chemo, sin embargo, llegó al vestíbulo fuera del comedor. Se tambaleaba hacia el centro de la habitación, apenas capaz de formar un pensamiento coherente. A través de ojos adormecidos y borrosos, vio una figura solitaria de pie a unos metros de distancia. No sabía quién era esa persona, pero parecía que usaba algo anormal en su rostro. Dio unos pasos más hacia la figura. Una forma perfecta de hombre se enfocó nítidamente.

 

—¡Emilio! ¿Pero cómo?

 

—Espero que disfrutes tu siesta, Chemo. Cuando te despiertes, estarás de vuelta en una cárcel de la que ni siquiera tú podrás salir. Déjame ayudarte a conciliar el sueño —Emilio embistió una letal patada en las bolas de Chemo.

 

El cazador abrió los ojos en estado de shock mientras un chorro de baba emergió de su boca. Se llevó las manos a las bolas y lentamente se desplomó en el suelo mirando a Emilio con ojos vidriosos.

 

A través de la máscara de gas que lo protegía de los vapores, Emilio observó triunfante a sus derrotados enemigos.

 

Rápidamente se apresuró en regresar a la mazmorra y buscar al joven. Naturalmente, Jairo todavía estaba en la cama donde lo dejó. Emilio vio cómo el varonil pecho de Jairo subía y bajaba con cada respiración. Pudo disfrutar mirando la forma de Jairo, sabiendo que ambos finalmente estaban a salvo.

 

Epílogo

 

Los ojos de Jairo se abrieron observando una mañana hermosa y soleada. Lentamente estiró sus doloridos músculos que brillaban bajo los rayos del sol. Sin embargo, después de un momento, todos los recuerdos de lo que les había sucedido a él y a Emilio volvieron a su mente. Le gritó a Emilio, quien corrió a su lado.

 

—Está bien, Jairo. Los dos estamos a salvo —Emilio abrazó a Jairo, apretándolo con fuerza.

 

Jairo estaba abrumado pero inmediatamente respondió al abrazo de Emilio. Las pollas de ambos también respondieron a las sensaciones físicas del increíble cuerpo del otro.

 

Sin soltar a Emilio, Jairo preguntó:

 

—Pero, ¿qué pasó, Emilio? Lo último que recuerdo es a esos gemelos que nos volvieron a dormir. Pensé que nunca podríamos escapar.

 

Emilio le explicó la historia de la fuga y arresto de Chemo y sus cómplices.

 

—¿Volverá Chemo algún día, Emilio? —quiso saber Jairo lleno de temor.

 

—Puede que vuelva, Jairo —respondió Emilio—. Pero no creo que eso suceda en mucho tiempo. Está en una prisión de máxima seguridad sin ningún acceso al mundo exterior. Sus amigos están todos en diferentes cárceles. No creo que los volvamos a ver en mucho tiempo.

 

—Esas son buenas noticias, Emilio. Pero supongo que de ahora en adelante deberíamos estar más en guardia —dijo el joven.

 

—Sí, es un buen consejo, Jairo. Pero no nos preocupemos por ellos en este momento. Aprovechemos el día que se nos muestra y que estamos el uno con el otro. ¿Quieres nadar?

 

—Eso parece genial, Emilio. Pero, ¿qué tal un poco de ejercicio antes? —respondió Jairo con una sonrisa traviesa.

 

Emilio le devolvió la sonrisa. Los dos hombres se abrazaron una vez más y se regalaron unos minutos de intenso placer disfrutando de sus cuerpos en celebración de su libertad.

 

FIN

 

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