Los hombres de Micaela (3/5) - Las Bolas de Pablo

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3 jun 2022

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Los hombres de Micaela (3/5)

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En mitad de la habitación Álvaro rodeó por la cintura a Micaela su todavía esposa y comenzó a besarle el cuello con lujuria, provocÔndole un gemido de placer mientras era conducida al lecho del amor. La mujer soltó otro gemido y se quedó de pie junto a la cama, esperando que el hombre tomara la iniciativa. El dueño de una tienda de accesorios de deportes se colocó junto a ella y se desabotonó la camisa para dejarla caer a sus pies, seguido se abrió el pantalón y lo deslizó por sus fuertes piernas.

 

Cuando vio aparecer la polla, dura y babeante, Micaela la agarró con la mano derecha y empezó a pajearla lentamente. Álvaro la detuvo y ella lo miró con cara de extrañeza.

 

—Deja que sea yo quien te lleve al placer. Como la reina que eres. Solo yo soy tu hombre, nadie mĆ”s que yo te provoca esos mĆŗltiples orgasmos.

 

La colocó a cuatro patas en un lateral de la cama, con el culo en pompa. Se arrodilló frente a ella, acercando su rostro a las nalgas, ofrecidas completamente. Metió la cabeza entre sus muslos y aspiró su aroma a mujer. Una descarga de pasión le recorrió todo el cuerpo observando el tremendo espectÔculo que tenía a escasos centímetros de cara. Le separó las nalgas y metió la lengua entre sus piernas. Al sentir la sensación Micaela soltó un alarido de placer y se agarró con las dos manos a las sÔbanas mientras notaba como su respiración se agitaba por momentos. Álvaro apoyó las manos en su trasero y empezó a lamerle entre los muslos, de arriba abajo, haciendo paradas en el clítoris y en el trasero. Solo en cuestión de segundos, la mujer empezó a destilar fluidos en tal cantidad que al marido le fue imposible tragar. Poco a poco se fueron resbalando por la barbilla y cayeron al suelo formando un pequeño charco junto a la saliva que iba soltando el varón. En menos de un minuto se dejó caer sobre la cama, apoyó las tetas en la almohada, ofreciendo su culo y coño.

 

Álvaro Rouco le chupó el clítoris lo mÔs rÔpido que pudo, también le metió un par de dedos en el chocho y empezó a follÔrselo a ritmo fuerte. Micaela no aguantó ni cinco segundos. De pronto se tensó, empezó a convulsionar y cayó derrengada sobre la cama, con las piernas abiertas y gritando como una loca que se corría.

 

Estuvo unos minutos temblando, jadeando y dando las gracias, suspirando y con los ojos cerrados.

 

Álvaro se acostó junto a ella y la abrazó por detrÔs mientras se recuperaba del orgasmo que había tenido. Se inclinó para susurrarle al oído.

 

—Solo yo soy el hombre que te ama. Solo yo soy quien te sabe llevar al placer. Yo, el padre de tus hijas. Yo conozco tu cuerpo, yo te amo… No como el turco ese de mierda. Que desapareció hace un mes sin explicaciones y no te dio la cara, es un cobarde. Solo yo soy el que te ama.

 

—No quiero hablar de Ć©l, no lo vuelvas a recordar y menos en este momento —se negó Micaela. Se dio la vuelta para besar a su esposo con lujuria—. Quiero mĆ”s —solo dijo mientras le cogĆ­a la polla y empezaba a pajearlo.

 

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Ɓlvaro suspiró y se tumbó despreocupado bocarriba, con la polla tiesa apuntando al techo. HabĆ­a sido un mes de victoria para Ć©l, despuĆ©s de haber secuestrado a HasĆ”n, el Ć”rabe huyo de un dĆ­a para el otro sin dar explicación a Micaela ni responder sus mensajes. El mayor de sus hijos quiĆ©n quedó al frente de la mueblerĆ­a alegó que su padre regresó al LĆ­bano y no sabĆ­a cuĆ”ndo iba a volver. Desconsolada en el amor, Micaela fue mĆ”s fĆ”cil de reconquistar. 

 

—A ver si eres una buena amazona y sabes cabalgar bien –le dijo Ɓlvaro mientras le daba una palmada en la nalga derecha.

 

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MirÔndolo con cara de desafío, Micaela aceptó el reto y, en un rÔpido movimiento, se colocó a horcajadas sobre su esposo, posando su sexo sobre su pubis. Estaba muy caliente y húmedo, dispuesto a recibir una nueva ración de pene. Ella se la cogió por la base y empezó a frotÔrsela por toda la raja, empapÔndola de sus jugos. Cuando la embadurnó con sus fluidos empezó a martillearse el clítoris con ella, dÔndose golpes con el glande y provocÔndose gemidos mientras suspiraba entrecortadamente.

 

—Es una buena polla —dijo Ɓlvaro—. Siempre te ha gustado clavĆ”rtela —le dio otra palmada en la nalga.

 

Micaela se mordió el labio inferior, dio un largo suspiro y, cerrando los ojos, apoyó una mano en el masculino pecho mientras con la otra colocaba la poderosa verga a la entrada de su coño. Si tenía que hacer comparación, la verga de Álvaro era mejor que la de HasÔn. Volvió a suspirar y se dejó caer lentamente sobre la gruesa estaca hasta que su abundante culo topó con los carnosos huevos. Se dio unos segundos para acostumbrarse al tamaño de lo que se había metido y empezó a subir y bajar con los ojos cerrados y la boca abierta, resoplando y gimiendo a gusto:

 

En cuestión de minutos, Micaela saltaba sobre la verga con violencia, pegando culazos sobre las pelotas de Álvaro. Destilaba tal cantidad de jugos que chorreaban por los huevos produciendo un ruido de chapoteo cada vez que se dejaba caer empalada en la barra de carne de su marido.

 

Aumentado el ritmo de sus saltos sobre la polla y, viendo que estaba completamente desatada, Ɓlvaro acompañó sus subidas y bajadas con movimientos de cadera clavĆ”ndole al mĆ”ximo la verga en cada embestida. En unos segundos notó como los mĆŗsculos de su coƱo se adherĆ­an al pene y que un rĆ­o de fluidos bajaba por ella y empapaba sus testĆ­culos. Se corrió de una manera animal, convulsionando y dĆ”ndole manotazos en el pecho mientras gritaba de pasión. 

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Se dejó caer sobre el torso de Ɓlvaro, empalada y temblando mientras buscaba aire para recuperar la respiración. Sin darle tiempo a recobrar el aliento su macho sacó el pene dentro de ella y con la polla chorreando jugos de placer, la colocó a cuatro patas al borde de la cama. Ɖl se puso de pie frente a su culo, y colocó el pene en la entrada de su coƱo y se lo clavó de un solo golpe hasta que sus colgantes cojones chocaron con las nalgas. Micaela dio un alarido de placer que resonó en todo la habitación y se dejó empotrar. Ɓlvaro taladraba con su polla el coƱo de su mujer, estaba estrecho, hĆŗmedo y caliente. Cuando estuvo al borde del clĆ­max, la sujetó del cabello, moviĆ©ndolo como si usara unas riendas.

 

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—Soy el hombre que mĆ”s te ama, Micaela —le susurró al oĆ­do—. AsĆ­ me gusta follarte, haciendo que te corras como una perra, Āælo estĆ”s disfrutando?

 

—Sƍ, Sƍ, Sƍ, ”””Sƍ!!! FƓLLAME, ”””FƓLLAMEEEEE!!!!

 

Álvaro la tomó de la cadera y aceleró el ritmo todo lo que el cuerpo le permitió, taladrÔndola mientras le daba palmadas en las nalgas alternativamente.

 

Con un par de bombeos mÔs, derramó una corrida bestial y salvaje. El cuerpo se le erizó y gritó mientras emitía varios trallazos de leche caliente en dentro de Micaela.

 

Sintiendo el líquido caliente dentro de su cuerpo, la dama se dejó caer sobre la cama, teniendo un orgasmo y mezclando sus fluidos con los abundantes de su marido.

 

Ɓlvaro no extrajo su polla hasta pasado un rato. Cuando lo hizo, de la vagina

salió una catarata de jugos que le resbalaron por los muslos hasta empapar la sÔbana. Se acostó a su lado donde los dos jadearon, sudorosos y exhaustos. La besó dulcemente y se quedaron abrazados.

 

—Soy el hombre que mĆ”s te ama, Micaela —repitió Ɓlvaro—. Ese Ć”rabe de mierda no te merecĆ­a. FĆ­jate como te abandonó, se fue asĆ­, sin ton ni son. Es un cobarde por abandonar a semejante mujer. Pero me alegro de que lo hiciera; solo asĆ­ te puede recuperar.

 

Micaela volvió a disgustarse.

 

—Ya te dije que no quiero hablar del tema. Y a propósito de volver… Se estĆ” haciendo tarde, no quiero que las chicas regresen de la discoteca y te consigan aquí… asĆ­.

 

—¿Pero Micaela por quĆ©? Eres mi esposa, podemos volver. Siempre fuimos felices.

 

—Felices con cuĆ”nta amante tuviste en tu camino.

 

—Micaela no eches a perder este sagrado momento de amor que tuvimos entre los dos.

 

—No quiero que las chicas te consigan aquĆ­ tan tarde, he dicho.

 

Álvaro suspiró, estaba seguro de que tenía a Micaela en la palma de su mano y lo mejor era no contradecirla y que creyese que tenía el control de la situación. Simplemente la abrazó y le dijo dulcemente.

 

—Al amanecer llegarĆ© a primera hora y desayunaremos todos juntos como la familia que somos.

 

Se besaron en los labios.

 

Veinte minutos mÔs tarde Álvaro subía a su camioneta, antes de empezar a conducir revisó el celular, se puso al día con algunas actualizaciones y le interesó un mensaje que muchas horas antes tenía de Mauricio, su empleado de confianza en la tienda principal de artículos deportivos, le notificaba que el contrato de una de las empleadas iba a vencer. Álvaro le respondió con una nota de voz:

 

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—No te preocupes por eso, Mauricio. Luego de oĆ­r este mensaje encĆ”rgate de citar a Ingrid a mi oficina. Ya me encargarĆ© de hablar con ella, sĆ© que su desempeƱo no ha sido del todo bueno, olvidadiza la muchacha.

 

Envío la nota y se echó a reír, depositó el celular a un lado y se recordó de Ingrid, joven, simpÔtica y se le olvidaban los precios de los productos. Cuando se citara con ella iba a decirle que si quería conservar el trabajo debía tener sexo con él. Sabía que la muchacha estaba corta de dinero y ayuda familiar, quedó satisfecho de saber que a primeras horas de la mañana esa Ingrid le iba a dar un rato de placer. Encendió el vehículo y puso dirección a su residencia.

 

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Al llegar a casa y subir a su habitación se comenzó a desvestir, dejó la ropa desordenada y se metió en la cama, su cuerpo todavía olía a Micaela, así que no quería desperdiciar el aroma de su mujer después de tan satisfactoria jornada sexual.

 

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«Micaela sigue siendo una potra» pensaba, «volverÔ a ser mía».

 

Durante toda su vida prefirió dormir con todas las habitaciones de su vivienda a oscuras, sin un rastro de luz eléctrica, la penumbra lo ayudaba a conciliar el sueño. Envuelto en las colchas, se dio media vuelta en la cama dispuesto a dormir con el olor de Micaela o de sexo penetrando en su olfato.

 

Lamentablemente comenzaba a ceder a las disposiciones de Morfeo cuando el gatillo de una pistola se posó sobre su nuca.

 

—¿QuĆ©? ĀæQuĆ© mierda? —dijo Ɓlvaro un poco somnoliento.

 

El gatillo le movió la cabeza, cuando la mente le hizo salir de su trance para alertarlo de la situación, saltó en la cama.

 

—¿QuĆ© es? ĀæQuĆ© es?

 

El posible ladrón que estaba en la habitación retrocedió, todavía lo apuntaba con su arma. Álvaro Rouco se sentó en la cama apoyÔndose en el espaldar, estiró el brazo y encendió la lÔmpara una tenue luz ayudó a su vista y descubrió al supuesto ladrón.

 

La vista de Álvaro primero fue de sorpresa, después emitió una risa llena de burla.

 

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—¿QuĆ© haces aquĆ­, turco de mierda? ĀæVienes a matarme? Ā”Ja, ja, ja! La pose te queda muy grande, afeminado.

 

—Vengo a saldar una cuenta contigo, huevón.

 

—¿QuĆ© haces aquĆ­, hijo de puta? Te hacĆ­a en tu desierto de paĆ­s. ĀæCómo entraste a mi casa, maldito ladrón? Te voy a denunciar —a continuación sonrió con descaro—. ĀæQuieres saber de dónde vengo? De casa de mi mujer. Me cojĆ­ a Micaela, ven y huele mi pecho. Follamos como los animales y la dejĆ© rendida de placer. Yo creo que al amanecer no va a poder caminar. Quedaste al descubierto como el autĆ©ntico cobarde que eres cuando te fuiste sin decirle nada, que poco hombre eres, ja, ja, ja. Ā”Te faltan huevos! Ā”Y a mĆ­ me sobran!

 

—”CĆ”llate, huevón! —rugió Hasan—. No se te olvides que me secuestraste y me amenazaste.

 

—SĆ­ —la sonrisa burlona de Ɓlvaro no salĆ­a de su rostro—. Tampoco se me olvida que me chupaste la polla. Eres toda una perra. Ven, chĆŗpamela de nuevo. TodavĆ­a guardo un poco de leche para ti.

 

—CĆ”llate, maldito maricón. Sal de la cama, bastardo.

 

Ɓlvaro continuaba muy mordaz sin inmutarse.

 

—No te tengo miedo, arabito.

 

—Que salgas de la cama o te vuelo los sesos.

 

—Hazlo, turco de mierda. Al menos morirĆ© feliz de saber que me cojĆ­ a mi esposa esta noche.

 

HasÔn apretó los labios. Sin un dejo de nervio en sus manos preparó su arma. Álvaro sonrió y con total normalidad salió de la cama. Dormía casi desnudo a excepción del calzoncillo que vestía. Se puso a jugar:

 

—¿Dónde dejĆ© mis pantuflas? ĀæDónde? —como si fuera una recreación, ignoró a Hasan buscando las zapatillas en el suelo, incluso le dio la espalda y comenzó a buscarlas bajo la cama.

 

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Una fugaz alerta surgió en la mente de HasÔn, posiblemente lo que buscaba era un arma debajo del colchón. Mirando las piernas semiabiertas de Álvaro, decidió incrustar su mano entre las piernas del hombre y le trituró los huevos.

 

Álvaro gritó y enseguida se intentó soltar. Hasan se adelantó a su plan y simplemente golpeó la cacha de la pistola contra la nuca de Álvaro y todo el dolor de huevos que sintió desapareció al perder la consciencia.

 

Cuando Álvaro volvió en sí por efectos de un líquido que Hasan acercó a su nariz, se descubrió acostado en su propia cama. Simplemente estaba boca abajo con las manos y pies atados a cada extremo de la misma. Sus ojos observaron la pistola de Hasan descansar tranquila sobre la mesa de noche. Si tan solo la pudiera alcanzar, se lamentó Álvaro.

 

HasÔn apareció ante su vista.

 

—Mi deseo no es matarte —dijo—, no voy a manchar mis manos con tu sucia sangre. Mi arma es solo de defensa personal.

 

—¿Defensa personal? Ja, ja, ja. No te sirvió de nada aquĆ©l dĆ­a que me chupaste la polla.

 

—”CĆ”llate! —gritó HasĆ”n inclinĆ”ndose y apretando fuertemente la parte posterior del cuello, el hombre gruñó. Dejó de apretar y dijo—. Vengo a saldar una deuda pendiente.

 

Hasan se subió a la cama, ahí fue cuando Álvaro comenzó a sentirse incómodo.

 

—¿QuĆ© pretendes, turco? —su voz sonó con miedo.

 

Con un movimiento rÔpido, Hasan levantó la pierna hacia atrÔs y empujó una patada con su pie calzado en la ingle desprotegida de Álvaro.

 

El hombre se echó a gritar.

 

HazÔn levantó el pie, anotando otra patada en los testículos de Álvaro.

 

El empeine de su zapato le pulverizó las bolas. 

 

Un fuerte grito indicó el dolor que sentía Álvaro. Tenía el rostro tan pÔlido como las cenizas y los ojos en blanco.

 

—Es interesante —se limitó a decir HasĆ”n—, sí… es interesante como la venganza se manifiesta en cada uno de nosotros —seguidamente pateó los testĆ­culos de Ɓlvaro, maltratando sus dos pobres albóndigas y provocando que Ɓlvaro saltara sobre la cama tras un grito de muerte—. Y eso no es lo Ćŗnico, Ɓlvaro. ĀæRecuerdas la aberración que me hiciste hacerte aquel dĆ­a?

 

Álvaro estaba muy dolorido para poder hablar de aquel encuentro en el que le obligó chuparle la polla, sin embargo sintió como HasÔn se bajaba de la cama, no obstante un sonido metÔlico le congeló la sangre y le recorrió un escalofrío la espalda. El Ôrabe se estaba abriendo el cinturón, seguidamente escuchó el sonido de los zapatos golpeados contra el suelo y el proceso de HasÔn quitÔndose el pantalón.

 

—¿QuĆ©? ĀæQuĆ© haces Ć”rabe de mierda?

 

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HasÔn no dijo palabra alguna, se metió en la cama y lentamente se fue acomodando sobre Álvaro, el esposo de Micaela comenzó a resistirse nervioso cuando sintió la punta del miembro viril del Ôrabe apuntando a su trasero:

 

—”No, turco de mierda! Ā”No te atrevas! Ā”No!

 

HasĆ”n apretó los labios y apunto su glande gordo en el culo de Ɓlvaro, despacio fue haciendo un poco de presión para que fuera entrando, el otro hombre no cesaba de quejarse, pero fue silenciado por el macho sobre Ć©l, en un momento sintió dolor, pero a HasĆ”n no le importó. 

 

Álvaro gimió, cuando el miembro de HasÔn atravesó su culo sintió como si un botón entrara a presión, la sensación de la cabeza del miembro de HasÔn le estaba molestado. Agitando la cara y moviendo su cuerpo en vano se resignó a lanzar un pequeño quejido de dolor.

 

Después de unos minutos, HasÔn aceleró sus embestidas y llenó de dolor, ira y humillación a Álvaro, en especial cuando sintió los chorros de semen en su interior. Exhausto por la jornada sexual HasÔn quedó sobre Álvaro, extrajo la verga de su culo y salió de la cama, se movió lo suficiente para que Álvaro (con los ojos llenos de lÔgrimas), observara como se limpiaba la verga con una de sus camisas.

 

—”Eres un bastardo, hijo de puta! —rugió Ɓlvaro.

 

HasÔn se echó a reír.

 

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—Ojo por ojo y diente por diente —se limitó a decir, mientras recogĆ­a sus pertenencias—. Como me habĆ­as dicho tú… Si quieres me denuncias, pero le cuentas a los policĆ­as lo mucho que te hice gemir como perra mientras te cogĆ­a —se echó a reĆ­r y se dio la vuelta para marcharse.

 

—SuĆ©ltame de aquĆ­, bastardo —dijo Ɓlvaro.

 

HasƔn se detuvo en el umbral de la puerta.

 

—No te soltarĆ©. Que sean tus sirvientas al amanecer que lo hagan.

 

—”Maldito! —vociferó Ɓlvaro furioso.

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