En mitad de la habitaciĆ³n Ćlvaro rodeĆ³ por la cintura a Micaela su todavĆa esposa y comenzĆ³ a besarle el cuello con lujuria, provocĆ”ndole un gemido de placer mientras era conducida al lecho del amor. La mujer soltĆ³ otro gemido y se quedĆ³ de pie junto a la cama, esperando que el hombre tomara la iniciativa. El dueƱo de una tienda de accesorios de deportes se colocĆ³ junto a ella y se desabotonĆ³ la camisa para dejarla caer a sus pies, seguido se abriĆ³ el pantalĆ³n y lo deslizĆ³ por sus fuertes piernas.
Cuando vio
aparecer la polla, dura y babeante, Micaela la agarrĆ³ con la mano derecha y
empezĆ³ a pajearla lentamente. Ćlvaro la detuvo y ella lo mirĆ³ con cara de
extraƱeza.
—Deja que
sea yo quien te lleve al placer. Como la reina que eres. Solo yo soy tu hombre, nadie
mĆ”s que yo te provoca esos mĆŗltiples orgasmos.
La colocĆ³ a
cuatro patas en un lateral de la cama, con el culo en pompa. Se arrodillĆ³
frente a ella, acercando su rostro a las nalgas, ofrecidas completamente. MetiĆ³
la cabeza entre sus muslos y aspirĆ³ su aroma a mujer. Una descarga de pasiĆ³n le
recorriĆ³ todo el cuerpo observando el tremendo espectĆ”culo que tenĆa a escasos
centĆmetros de cara. Le separĆ³ las nalgas y metiĆ³ la lengua entre sus piernas.
Al sentir la sensaciĆ³n Micaela soltĆ³ un alarido de placer y se agarrĆ³ con las
dos manos a las sĆ”banas mientras notaba como su respiraciĆ³n se agitaba por
momentos. Ćlvaro apoyĆ³ las manos en su trasero y empezĆ³ a lamerle entre los
muslos, de arriba abajo, haciendo paradas en el clĆtoris y en el trasero. Solo
en cuestiĆ³n de segundos, la mujer empezĆ³ a destilar fluidos en tal cantidad que
al marido le fue imposible tragar. Poco a poco se fueron resbalando por la
barbilla y cayeron al suelo formando un pequeƱo charco junto a la saliva que
iba soltando el varĆ³n. En menos de un minuto se dejĆ³ caer sobre la cama, apoyĆ³
las tetas en la almohada, ofreciendo su culo y coƱo.
Ćlvaro Rouco
le chupĆ³ el clĆtoris lo mĆ”s rĆ”pido que pudo, tambiĆ©n le metiĆ³ un par de dedos
en el chocho y empezĆ³ a follĆ”rselo a ritmo fuerte. Micaela no aguantĆ³ ni cinco
segundos. De pronto se tensĆ³, empezĆ³ a convulsionar y cayĆ³ derrengada sobre la
cama, con las piernas abiertas y gritando como una loca que se corrĆa.
Estuvo unos
minutos temblando, jadeando y dando las gracias, suspirando y con los ojos
cerrados.
Ćlvaro se
acostĆ³ junto a ella y la abrazĆ³ por detrĆ”s mientras se recuperaba del orgasmo
que habĆa tenido. Se inclinĆ³ para susurrarle al oĆdo.
—Solo yo soy el hombre que te ama. Solo yo soy quien te sabe llevar al placer.
Yo, el padre de tus hijas. Yo conozco tu
cuerpo, yo te amo… No como el turco ese de mierda. Que desapareciĆ³ hace un
mes sin explicaciones y no te dio la cara, es un cobarde. Solo yo soy el que te ama.
—No quiero hablar de Ć©l, no lo vuelvas a
recordar y menos en este momento —se
negĆ³ Micaela. Se dio la vuelta para besar a su esposo con lujuria—. Quiero mĆ”s
—solo dijo mientras le cogĆa la polla y empezaba a pajearlo.
Ćlvaro suspirĆ³ y se tumbĆ³ despreocupado bocarriba, con la polla tiesa apuntando al techo. HabĆa sido un mes de victoria para Ć©l, despuĆ©s de haber secuestrado a HasĆ”n, el Ć”rabe huyo de un dĆa para el otro sin dar explicaciĆ³n a Micaela ni responder sus mensajes. El mayor de sus hijos quiĆ©n quedĆ³ al frente de la mueblerĆa alegĆ³ que su padre regresĆ³ al LĆbano y no sabĆa cuĆ”ndo iba a volver. Desconsolada en el amor, Micaela fue mĆ”s fĆ”cil de reconquistar.
—A ver si
eres una buena amazona y sabes cabalgar bien –le dijo Ćlvaro mientras le daba
una palmada en la nalga derecha.
MirĆ”ndolo con cara de desafĆo, Micaela aceptĆ³ el reto y, en un rĆ”pido movimiento, se colocĆ³ a horcajadas sobre su esposo, posando su sexo sobre su pubis. Estaba muy caliente y hĆŗmedo, dispuesto a recibir una nueva raciĆ³n de pene. Ella se la cogiĆ³ por la base y empezĆ³ a frotĆ”rsela por toda la raja, empapĆ”ndola de sus jugos. Cuando la embadurnĆ³ con sus fluidos empezĆ³ a martillearse el clĆtoris con ella, dĆ”ndose golpes con el glande y provocĆ”ndose gemidos mientras suspiraba entrecortadamente.
—Es una
buena polla —dijo Ćlvaro—. Siempre te ha gustado clavĆ”rtela —le dio otra
palmada en la nalga.
Micaela se
mordiĆ³ el labio inferior, dio un largo suspiro y, cerrando los ojos, apoyĆ³ una
mano en el masculino pecho mientras con la otra colocaba la poderosa verga a la
entrada de su coƱo. Si tenĆa que hacer comparaciĆ³n, la verga de Ćlvaro era mejor que la de HasĆ”n. VolviĆ³ a suspirar y
se dejĆ³ caer lentamente sobre la gruesa estaca hasta que su abundante culo topĆ³
con los carnosos huevos. Se dio unos segundos para acostumbrarse al tamaƱo de
lo que se habĆa metido y empezĆ³ a subir y bajar con los ojos cerrados y la boca
abierta, resoplando y gimiendo a gusto:
En cuestiĆ³n
de minutos, Micaela saltaba sobre la verga con violencia, pegando culazos sobre
las pelotas de Ćlvaro. Destilaba tal cantidad de jugos que chorreaban por los
huevos produciendo un ruido de chapoteo cada vez que se dejaba caer empalada en
la barra de carne de su marido.
Aumentado el ritmo de sus saltos sobre la polla y, viendo que estaba completamente desatada, Ćlvaro acompaĆ±Ć³ sus subidas y bajadas con movimientos de cadera clavĆ”ndole al mĆ”ximo la verga en cada embestida. En unos segundos notĆ³ como los mĆŗsculos de su coƱo se adherĆan al pene y que un rĆo de fluidos bajaba por ella y empapaba sus testĆculos. Se corriĆ³ de una manera animal, convulsionando y dĆ”ndole manotazos en el pecho mientras gritaba de pasiĆ³n.
Se dejĆ³ caer sobre el torso de Ćlvaro, empalada y temblando mientras buscaba aire para recuperar la respiraciĆ³n. Sin darle tiempo a recobrar el aliento su macho sacĆ³ el pene dentro de ella y con la polla chorreando jugos de placer, la colocĆ³ a cuatro patas al borde de la cama. Ćl se puso de pie frente a su culo, y colocĆ³ el pene en la entrada de su coƱo y se lo clavĆ³ de un solo golpe hasta que sus colgantes cojones chocaron con las nalgas. Micaela dio un alarido de placer que resonĆ³ en todo la habitaciĆ³n y se dejĆ³ empotrar. Ćlvaro taladraba con su polla el coƱo de su mujer, estaba estrecho, hĆŗmedo y caliente. Cuando estuvo al borde del clĆmax, la sujetĆ³ del cabello, moviĆ©ndolo como si usara unas riendas.
—Soy el hombre que mĆ”s te ama, Micaela —le susurrĆ³ al oĆdo—. AsĆ me gusta follarte, haciendo que te corras como una perra, ¿lo estĆ”s disfrutando?
—SĆ, SĆ, SĆ, ¡¡¡SĆ!!! FĆLLAME,
¡¡¡FĆLLAMEEEEE!!!!
Ćlvaro la
tomĆ³ de la cadera y acelerĆ³ el ritmo todo lo que el cuerpo le permitiĆ³,
taladrƔndola mientras le daba palmadas en las nalgas alternativamente.
Con un par
de bombeos mĆ”s, derramĆ³ una corrida bestial y salvaje. El cuerpo se le erizĆ³ y
gritĆ³ mientras emitĆa varios trallazos de leche caliente en dentro de Micaela.
Sintiendo el
lĆquido caliente dentro de su cuerpo, la dama se dejĆ³ caer sobre la cama,
teniendo un orgasmo y mezclando sus fluidos con los abundantes de su marido.
Ćlvaro no
extrajo su polla hasta pasado un rato. Cuando lo hizo, de la vagina
saliĆ³ una
catarata de jugos que le resbalaron por los muslos hasta empapar la sƔbana. Se
acostĆ³ a su lado donde los dos jadearon, sudorosos y exhaustos. La besĆ³
dulcemente y se quedaron abrazados.
—Soy el hombre que mĆ”s te ama, Micaela —repitiĆ³
Ćlvaro—. Ese Ć”rabe de mierda no te merecĆa. FĆjate como te abandonĆ³, se fue
asĆ, sin ton ni son. Es un cobarde por abandonar a semejante mujer. Pero me
alegro de que lo hiciera; solo asĆ te puede recuperar.
Micaela volviĆ³
a disgustarse.
—Ya te dije
que no quiero hablar del tema. Y a propĆ³sito de volver… Se estĆ” haciendo tarde,
no quiero que las chicas regresen de la discoteca y te consigan aquĆ… asĆ.
—¿Pero
Micaela por quƩ? Eres mi esposa, podemos volver. Siempre fuimos felices.
—Felices con
cuƔnta amante tuviste en tu camino.
—Micaela no
eches a perder este sagrado momento de amor que tuvimos entre los dos.
—No quiero
que las chicas te consigan aquĆ tan tarde, he dicho.
Ćlvaro
suspirĆ³, estaba seguro de que tenĆa a Micaela en la palma de su mano y lo mejor
era no contradecirla y que creyese que tenĆa el control de la situaciĆ³n.
Simplemente la abrazĆ³ y le dijo dulcemente.
—Al amanecer llegarĆ© a primera hora y
desayunaremos todos juntos como la familia que somos.
Se besaron
en los labios.
Veinte
minutos mĆ”s tarde Ćlvaro subĆa a su camioneta, antes de empezar a conducir
revisĆ³ el celular, se puso al dĆa con algunas actualizaciones y le interesĆ³ un
mensaje que muchas horas antes tenĆa de Mauricio, su empleado de confianza en
la tienda principal de artĆculos deportivos, le notificaba que el contrato de
una de las empleadas iba a vencer. Ćlvaro le respondiĆ³ con una nota de voz:
—No te preocupes por eso, Mauricio. Luego de oĆr este mensaje encĆ”rgate de citar a Ingrid a mi oficina. Ya me encargarĆ© de hablar con ella, sĆ© que su desempeƱo no ha sido del todo bueno, olvidadiza la muchacha.
EnvĆo la
nota y se echĆ³ a reĆr, depositĆ³ el celular a un lado y se recordĆ³ de Ingrid, joven,
simpƔtica y se le olvidaban los precios de los productos. Cuando se citara con
ella iba a decirle que si querĆa conservar el trabajo debĆa tener sexo con Ć©l. SabĆa que la muchacha estaba corta de
dinero y ayuda familiar, quedĆ³ satisfecho de saber que a primeras horas de la
maƱana esa Ingrid le iba a dar un rato de placer. EncendiĆ³ el vehĆculo y puso
direcciĆ³n a su residencia.
Al llegar a casa y subir a su habitaciĆ³n se comenzĆ³ a desvestir, dejĆ³ la ropa desordenada y se metiĆ³ en la cama, su cuerpo todavĆa olĆa a Micaela, asĆ que no querĆa desperdiciar el aroma de su mujer despuĆ©s de tan satisfactoria jornada sexual.
«Micaela sigue siendo una potra» pensaba, «volverĆ” a ser mĆa».
Durante toda
su vida prefiriĆ³ dormir con todas las habitaciones de su vivienda a oscuras,
sin un rastro de luz elƩctrica, la penumbra lo ayudaba a conciliar el sueƱo.
Envuelto en las colchas, se dio media vuelta en la cama dispuesto a dormir con
el olor de Micaela o de sexo penetrando en su olfato.
Lamentablemente
comenzaba a ceder a las disposiciones de Morfeo cuando el gatillo de una
pistola se posĆ³ sobre su nuca.
—¿QuĆ©? ¿QuĆ©
mierda? —dijo Ćlvaro un poco somnoliento.
El gatillo
le moviĆ³ la cabeza, cuando la mente le hizo salir de su trance para alertarlo
de la situaciĆ³n, saltĆ³ en la cama.
—¿QuĆ© es?
¿QuĆ© es?
El posible
ladrĆ³n que estaba en la habitaciĆ³n retrocediĆ³, todavĆa lo apuntaba con su arma.
Ćlvaro Rouco se sentĆ³ en la cama apoyĆ”ndose en el espaldar, estirĆ³ el brazo y
encendiĆ³ la lĆ”mpara una tenue luz ayudĆ³ a su vista y descubriĆ³ al supuesto
ladrĆ³n.
La vista de
Ćlvaro primero fue de sorpresa, despuĆ©s emitiĆ³ una risa llena de burla.
—¿QuĆ© haces aquĆ, turco de mierda? ¿Vienes a matarme? ¡Ja, ja, ja! La pose te queda muy grande, afeminado.
—Vengo a
saldar una cuenta contigo, huevĆ³n.
—¿QuĆ© haces
aquĆ, hijo de puta? Te hacĆa en tu desierto de paĆs. ¿CĆ³mo entraste a mi casa,
maldito ladrĆ³n? Te voy a denunciar —a continuaciĆ³n sonriĆ³ con descaro—.
¿Quieres saber de dĆ³nde vengo? De casa de mi mujer. Me cojĆ a Micaela, ven y
huele mi pecho. Follamos como los animales y la dejƩ rendida de placer. Yo creo
que al amanecer no va a poder caminar. Quedaste al descubierto como el
autƩntico cobarde que eres cuando te fuiste sin decirle nada, que poco hombre
eres, ja, ja, ja. ¡Te faltan huevos! ¡Y
a mĆ me sobran!
—¡CĆ”llate,
huevĆ³n! —rugiĆ³ Hasan—. No se te olvides que me secuestraste y me amenazaste.
—SĆ —la
sonrisa burlona de Ćlvaro no salĆa de su rostro—. Tampoco se me olvida que me
chupaste la polla. Eres toda una perra. Ven, chĆŗpamela de nuevo. TodavĆa guardo
un poco de leche para ti.
—CĆ”llate,
maldito maricĆ³n. Sal de la cama, bastardo.
Ćlvaro
continuaba muy mordaz sin inmutarse.
—No te tengo
miedo, arabito.
—Que salgas
de la cama o te vuelo los sesos.
—Hazlo,
turco de mierda. Al menos morirĆ© feliz de saber que me cojĆ a mi esposa esta
noche.
HasĆ”n apretĆ³
los labios. Sin un dejo de nervio en sus manos preparĆ³ su arma. Ćlvaro sonriĆ³ y
con total normalidad saliĆ³ de la cama. DormĆa casi desnudo a excepciĆ³n del
calzoncillo que vestĆa. Se puso a jugar:
—¿DĆ³nde dejĆ©
mis pantuflas? ¿DĆ³nde? —como si fuera una recreaciĆ³n, ignorĆ³ a Hasan buscando
las zapatillas en el suelo, incluso le dio la espalda y comenzĆ³ a buscarlas bajo
la cama.
Una fugaz alerta surgiĆ³ en la mente de HasĆ”n, posiblemente lo que buscaba era un arma debajo del colchĆ³n. Mirando las piernas semiabiertas de Ćlvaro, decidiĆ³ incrustar su mano entre las piernas del hombre y le triturĆ³ los huevos.
Ćlvaro gritĆ³
y enseguida se intentĆ³ soltar. Hasan se adelantĆ³ a su plan y simplemente golpeĆ³ la cacha de
la pistola contra la nuca de Ćlvaro y todo el dolor de huevos que sintiĆ³
desapareciĆ³ al perder la consciencia.
Cuando
Ćlvaro volviĆ³ en sĆ por efectos de un lĆquido que Hasan acercĆ³ a su nariz, se
descubriĆ³ acostado en su propia cama. Simplemente estaba boca abajo con las
manos y pies atados a cada extremo de la misma. Sus ojos observaron la pistola
de Hasan descansar tranquila sobre la mesa de noche. Si tan solo la pudiera
alcanzar, se lamentĆ³ Ćlvaro.
HasƔn
apareciĆ³ ante su vista.
—Mi deseo no
es matarte —dijo—, no voy a manchar mis manos con tu sucia sangre. Mi arma es
solo de defensa personal.
—¿Defensa
personal? Ja, ja, ja. No te sirviĆ³ de nada aquĆ©l dĆa que me chupaste la polla.
—¡CĆ”llate!
—gritĆ³ HasĆ”n inclinĆ”ndose y apretando fuertemente la parte posterior del
cuello, el hombre gruĆ±Ć³. DejĆ³ de apretar y dijo—. Vengo a saldar una deuda
pendiente.
Hasan se
subiĆ³ a la cama, ahĆ fue cuando Ćlvaro comenzĆ³ a sentirse incĆ³modo.
—¿QuĆ©
pretendes, turco? —su voz sonĆ³ con miedo.
Con un
movimiento rĆ”pido, Hasan levantĆ³ la pierna hacia atrĆ”s y empujĆ³ una patada con
su pie calzado en la ingle desprotegida de Ćlvaro.
El hombre se
echĆ³ a gritar.
HazƔn
levantĆ³ el pie, anotando otra patada en los testĆculos de Ćlvaro.
El empeine
de su zapato le pulverizĆ³ las bolas.
Un fuerte
grito indicĆ³ el dolor que sentĆa Ćlvaro. TenĆa el rostro tan pĆ”lido como las
cenizas y los ojos en blanco.
—Es
interesante —se limitĆ³ a decir HasĆ”n—, sĆ… es interesante como la venganza se
manifiesta en cada uno de nosotros —seguidamente pateĆ³ los testĆculos de
Ćlvaro, maltratando sus dos pobres albĆ³ndigas y provocando que Ćlvaro saltara
sobre la cama tras un grito de muerte—. Y eso no es lo Ćŗnico, Ćlvaro.
¿Recuerdas la aberraciĆ³n que me hiciste hacerte aquel dĆa?
Ćlvaro
estaba muy dolorido para poder hablar de aquel encuentro en el que le obligĆ³
chuparle la polla, sin embargo sintiĆ³ como HasĆ”n se bajaba de la cama, no
obstante un sonido metĆ”lico le congelĆ³ la sangre y le recorriĆ³ un escalofrĆo la
espalda. El Ć”rabe se estaba abriendo el cinturĆ³n, seguidamente escuchĆ³ el
sonido de los zapatos golpeados contra el suelo y el proceso de HasƔn
quitĆ”ndose el pantalĆ³n.
—¿QuĆ©? ¿QuĆ©
haces Ɣrabe de mierda?
HasĆ”n no dijo palabra alguna, se metiĆ³ en la cama y lentamente se fue acomodando sobre Ćlvaro, el esposo de Micaela comenzĆ³ a resistirse nervioso cuando sintiĆ³ la punta del miembro viril del Ć”rabe apuntando a su trasero:
—¡No, turco
de mierda! ¡No te atrevas! ¡No!
HasĆ”n apretĆ³
los labios y apunto su glande gordo en el culo de Ćlvaro, despacio fue haciendo
un poco de presiĆ³n para que fuera entrando, el otro hombre no cesaba de
quejarse, pero fue silenciado por el macho sobre Ć©l, en un momento sintiĆ³
dolor, pero a HasĆ”n no le importĆ³.
Ćlvaro
gimiĆ³, cuando el miembro de HasĆ”n atravesĆ³ su culo sintiĆ³ como si un botĆ³n
entrara a presiĆ³n, la sensaciĆ³n de la cabeza del miembro de HasĆ”n le estaba
molestado. Agitando la cara y moviendo su cuerpo en vano se resignĆ³ a lanzar un
pequeƱo quejido de dolor.
DespuƩs de
unos minutos, HasĆ”n acelerĆ³ sus embestidas y llenĆ³ de dolor, ira y humillaciĆ³n a
Ćlvaro, en especial cuando sintiĆ³ los chorros de semen en su interior. Exhausto
por la jornada sexual HasĆ”n quedĆ³ sobre Ćlvaro, extrajo la verga de su culo y
saliĆ³ de la cama, se moviĆ³ lo suficiente para que Ćlvaro (con los ojos llenos
de lƔgrimas), observara como se limpiaba la verga con una de sus camisas.
—¡Eres un
bastardo, hijo de puta! —rugiĆ³ Ćlvaro.
HasƔn se
echĆ³ a reĆr.
—Ojo por ojo y diente por diente —se limitĆ³ a decir, mientras recogĆa sus pertenencias—. Como me habĆas dicho tĆŗ… Si quieres me denuncias, pero le cuentas a los policĆas lo mucho que te hice gemir como perra mientras te cogĆa —se echĆ³ a reĆr y se dio la vuelta para marcharse.
—SuĆ©ltame de
aquĆ, bastardo —dijo Ćlvaro.
HasƔn se
detuvo en el umbral de la puerta.
—No te
soltarƩ. Que sean tus sirvientas al amanecer que lo hagan.
—¡Maldito!
—vociferĆ³ Ćlvaro furioso.
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