No contaban con mi astucia (4/4): Un poder más grande que el Chapulín - Las Bolas de Pablo

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10 jun 2022

No contaban con mi astucia (4/4): Un poder más grande que el Chapulín


     Despierto horas después en el departamento de Olivia. Todavía estoy vestido como el Chapulín Colorado, con mi capucha puesta. Al preguntar a la chica cuánto tiempo había pasado, ella dice que dieciocho horas, que yo parecía no despertar. Debió ser mucha la energía consumida o mi desgaste físico, como para que el Chapulín me permitiera descansar tanto tiempo sin acudir a un llamado, eran las diez de la mañana del día domingo. Al preguntar por el Chipote Chillón, ella me lo señala en una esquina de la habitación. Usó la misma estrategia que yo con mi padre: presionó mi mano alrededor del mango para poder levantarlo.


    La Minina viste con ropa cómoda y holgada, puedo notar que es amante de los gatos, pues posee tres, comprendo entonces el porqué de su apelativo. Finalmente, llega el momento en que pregunto sobre ella y su hermano, el Cuajinais.


    —Ah, eso —dice suspirando, sentada a mi lado en un sofá—. Leonardo posee un ego muy grande, es un mediocre con ínfulas de grandeza. A pesar de ser un hombre, y el mayor, nuestro padre pensaba heredarme el imperio criminal, a mí. Yo siempre fui la más astuta, espabilada y con el carácter más fuerte. Eso le dio mucha envidia. Por eso te engañó, hace diez años, para que capturaras a nuestro padre y desmantelaras sus operaciones. Si él no podía heredar el poder e influencia del Cuajinais, nadie más lo haría.

    —Entiendo —comento.

    —Por lo que pude escuchar, a ti te atrae él, ¿cierto? Mi hermano te gusta, no te culpo, él es muy guapo.

    —No, tú eres más guapa, tú me gustas —digo a la Minina, tomándola de la mano y sujetando su barbilla para mirarla y acercar su rostro al mío.  

     Ella corresponde el gesto y une sus labios a los míos, frotando mi pecho y pierna. Es un largo beso, mi pene comienza a despertarse, pero un dolor insoportable y súbito en mi cabeza nos interrumpe. Presiono mi cráneo con fuerza en busca de alivio, quisiera poder arrancarme la cabeza. Ella se levanta, me trae agua y una pastilla analgésica que me tomo.

    —Hace cinco años, mi hermano decidió levantar su propio imperio utilizando los escombros del anterior. Yo me le uní, fingí estar de su lado y apoyarlo. Hasta que descubrí que él me ocultaba muchas cosas, no confiaba en mí. Fue entonces cuando dije: ¿Qué necesidad tengo de fingir? Desde entonces hemos estado en una guerra abierta —ella me cuenta mientras el dolor se reduce.

La Minina y sus mininos

     —¿Sabes cuáles son sus planes? ¿Para qué quiere reclutar secuaces?

     —Lo desconozco, lo único que sé, Chapulín, es que él, mi padre y mi abuelo, han estado obsesionados con encontrar un poder más grande que el Chapulín. En conjunto han dedicado unos setenta años, quizá, a investigar sobre el origen de tus poderes. Ellos suponen que te posee alguna entidad superior. Antes de volver para alzar su imperio criminal. Leonardo estuvo de viaje por diferentes culturas y países, tratando de encontrar un poder como el tuyo. Buscó entre dioses y héroes, egipcios, griegos, hindús, asiáticos, nórdicos y mesopotámicos. Al parecer no tuvo éxito y regresó con la cola entre las patas.

     —¿Tienes tú idea de quién es la entidad que me otorga mis poderes? —pregunto con verdadera curiosidad, pues yo tampoco comprendo el poder que tengo.

     —Eres un superhéroe mexicano, dedicado a cuidar exclusivamente a México. Eres criticado a nivel mundial por eso, sin embargo, nadie puede hacer nada al respecto. Según su investigación, eres un héroe prehispánico, que con solo piedras, gran nobleza y un corazón fuerte, logró ahuyentar a un ejército de españoles. Un Tlatelolca llamado Tzilacatzin.

     Al pronunciar esta mujer aquel nombre, mis testículos palpitan

    —Tzilacatzin —repito para confirmar el nombre.  Nuevamente, siento mis testículos palpitar, los dos.

     —Dime, Chapulín. ¿Tienen razón, mi abuelo, mi padre y mi hermano? —ella pregunta.

     —No lo sé, ni yo mismo conozco el origen de mis habilidades —aquello era cierto.

    —Tampoco confías en mí, ¿verdad? Haces bien —dice poniéndose en pie. No le puedo decir que me palpitan los huevos con la mención de ese nombre.

Tzilacatzin

    —¿Qué hay entre tú y Filiberto? —pregunto para cambiar el tema—. El chico se enfrentó al Cuajinais a puño limpio y recibió un duro golpe de mi Chipote en su bolas, todo por tí.

    —¿Ese imbécil? Nadie se lo pidió. No necesito que nadie pelee por mí, ni que me cuide, menos ese pobretón —dice ella sirviéndose un vaso con leche.

    —Pensé que habría algo más entre ustedes. Que era tu novio.

    —No, que asco —mete su dedo a la boca como si quisiera vomitar—. Apenas y lo conozco. Digo, sí está guapo y alto, pero jamás tendría algo serio con un hombre como él, es muy poca cosa. Una mujer como yo, necesita a alguien como tú, Chapulín —dice agachándose para frotar mi pecho.

    —¿No crees que él es valiente y noble, como yo? —pregunto.

    —Es un pendejo cualquiera. La verdad es agradable tener a varios hombres como él a mi servicio, adorándome a la vez. Pero tú, Chapulín, tú sí que serías el único macho al que yo respetaría y amaría —dice para incitarme. Si supiera que sus palabras hacen lo opuesto.

    Hasta mis antenitas de vinil me indican que aunque está lejos de ser una villana perversa, no es del todo buena persona. Alguien que se expresa así de mí, no merece mi aprecio. Jamás podría entregarme a ella, mucho menos plantar mi semilla en su vientre. De pronto, ya no la considero tan irresistible o atractiva. Justo en ese momento, mi dolor de cabeza cede por completo. Ahora lo entiendo. El Chapulín sabía que esta mujer no era para mí.

    La chica va a su habitación a cambiarse de ropa, deja la puerta entre abierta para que yo la mire, no lo hago, perdí el interés. En su lugar enciendo el televisor. En un canal de noticias hay una mujer flaca de cabello largo y chino, con mechones morados, con lentes y un arracada en la nariz que despotrica contra el Chapulín Colorado.

    «Nos están desapareciendo, nos están matando. Es verdaderamente indignante que en un país que tiene a un superhéroe, el único del mundo, esto este sucediendo. ¿Qué hace el Chapulín Colorado, por nosotras las mujeres? Fuera de exhibirse como pirujo en un traje ceñido rojo que parece pintado. No necesitamos de hombres como el presidente, los funcionarios y ese payaso. A mí no me protege la policía ni el estado, a mí me protegen mis hermanas.

    Se me rompe el alma de ver a todas esas madres buscando a sus hijas, es horroroso saber que esto esté sucediendo. Cada día son más las mujeres desaparecidas, ya son cientos, y son niñas de entre doce y dieciocho años que no regresan a sus casas. Al paso que vamos, en una semana serán miles. Desde aquí hago un llamado a todas las niñas para que no pidan la ayuda de ese payaso vestido de rojo, opresor, exhibicionista, “machito”. #YoNoLlamoAlChapulinColorado»


     La boca se me seca y un escalofrío recorre mi cuerpo al escuchar tales declaraciones. Pero al mismo tiempo no comprendo cómo es que puedo estar tan ajeno a las problemáticas de este país. Durante los últimos tres meses me he dedicado a acudir a los llamados, y a cumplir, apenas, con mi trabajo en el museo. No me queda ni tiempo, ni energía para nada más. He estado completamente desconectado de medios de comunicación y redes sociales. Soy un ermitaño, secuestrado por este poder que ostento. Mi padre me dijo que yo no podría decidir a qué misiones acudir, que yo no tendría el poder para elegir, que era un mero esclavo. Por ello es mejor no saber la realidad, para no sentirme tan inútil e impotente. Mis ojos se humedecen con estos pensamientos. Quisiera hacer algo por esas niñas desaparecidas.



    La Minina regresa, lleva unos jeans, blusa cómoda y tenis. Lleva también un pañuelo morado al cuello para cubrir su cara. Al mirar mi rostro de desconcierto, ella me dice:
 
     —Voy a la marcha, es hoy, domingo. Exigiremos al gobierno que haga algo. Si es necesario vandalizaremos y quemaremos algunos monumentos —ella afirma.

     —Esta mujer en la tele, está pidiendo a las niñas que no me llamen. ¿Sí entiendes que yo acudo al llamado de la gente? Si no me llaman, no puedo hacer nada por ellas —comento con preocupación.

    —No es que hayas hecho mucho los últimos meses y años, ¿verdad? —dice Olivia con una sonrisa condescendiente—. Yo lo entiendo y lo respeto, hay otros problemas y no eres un Dios omnipresente, ni omnisciente, eres bastante humano.

   Olivia me despide de su departamento, pero antes me dice algo:

     —Una última cosa sobre mi hermano, él ha comprado un rancho con varias hectáreas cerca de la carretera a Pachuca. Su organización no posee grandes riquezas. Según mis fuentes, él ocupó casi todos sus recursos financieros en ello. Eso es muy sospechoso, lo investigaré durante los siguientes días.

     —Cualquier cosa, si me necesitas, llámame —digo solemnemente, con seriedad.

     —Sí mi vida, sí mi cielo, sí mi rey —dice, aproximando sus labios a los míos, yo giro mi rostro para que sea solo un beso en la mejilla.

     Durante algunos días, en mi poco tiempo libre, me dedico a investigar sobre la situación de la desaparición de mujeres. Es muy grave, todas son niñas, la mayoría entre quince y dieciocho, pero algunas son más jóvenes, hasta de doce. El incremento exponencial abarca a todo el país, es alarmante. Grito con rabia en mi departamento, demandando respuestas a Tzilacatzin, pero este no me responde, solo mis huevos palpitan con su mención, y yo, tengo ganas de golpeármelos, perder mis poderes y dejar de acudir a insulsos llamados.

Investigo por mi cuenta

      Exactamente, una semana después de ver a la Minina, día domingo también, por la noche. Recibo un llamado muy extraño. Es el susurro casi ininteligible de una niña o niño que parece estar amordazada o amordazado. “O iao-a ken po-a de-ende-e”. El portal se abre, y por primera vez en días, siento que mi existencia tiene alguna utilidad, espero que sea el llamado que tanto he esperado. Con la sangre hirviendo, cruzo el portal. Tal vez es porque la situación que encuentro es demasiado bizarra, o quizá es porque el llamado fue hecho de forma diferente, el caso es que no aparezco diciendo el acostumbrado “yo”, es más, ni siquiera estoy vestido como el Chapulín Colorado, sigo siendo, Filiberto.

     Me encuentro en un bosque a orillas de una amplia llanura, parece un rancho. A lo lejos veo un enorme círculo de cerca de un kilómetro de radio, tapizado de niñas amarradas y amordazadas. Son miles, todas están recostadas en la hierba. Al lado de cada una, hay un hombre con un cuchillo. En el centro hay una especie de altar improvisado con piedras. No distingo bien lo que sucede. Pero me da la idea de que se va a llevar a cabo un sacrificio masivo.

     Camino hacia este círculo con velocidad, antes de darme cuenta estoy corriendo. Una energía me recorre desde la planta de los pies hasta la coronilla, como si el portal fuera el que estuviera cruzando por mi cuerpo. Al hacerlo me transformo en el Chapulín Colorado. Cuando llego al borde, hago un gran salto, me elevo cincuenta  metros en el aire, coloco la chicharra paralizadora en la palma de mi mano y la golpeo con el Chipote Chillón. El sonido del objeto es potenciado como si se tratara de bafles. Las niñas y los hombres con los cuchillos en las manos se quedan paralizados en todo el círculo. Yo aterrizo al centro, frente al altar, donde el Cuajinais tiene a la Minina atada de pies a cabeza con la boca completamente tapada y digo: “Yo”.

     Lo más extraño es que Leonardo está casi desnudo, solo un elegante taparrabo, algunos adornos corporales  y un hermoso penacho cubren su cuerpo. Él es el único que no resultó paralizado por la chicharra, incluso su hermana lo está.

      —Chapulín Colorado, no tienes nada que hacer aquí —dice Leonardo.  

      —No contabas con mi astucia —respondo—. Así que eres tú. Es por eso que reclutabas secuaces, para que hicieran desaparecer masivamente a niñas por todo el país. Por eso compraste este rancho.

     —Me declaro culpable —dice con una sonrisa perversa.

     Hago girar mi Chipote Chillón y lo lanzo contra él. El hombre esquiva el arma, lo detiene en el aire, y girando su cuerpo mientras lo sostiene, me lo devuelve a gran velocidad. Su contraataque es tan inesperado y súbito, que aún con mi súper velocidad no puedo esquivarlo. Mi propio martillo me golpea en el estómago y volando me arrastra por los aires hasta el bosque, donde comencé. Caigo entre la hierba, jadeando y tosiendo, el Chipote se encuentra a unos metros de mí. Recién recupero la noción de donde me encuentro, cuando mis antenitas de vinil me previenen de un inminente peligro. Ruedo mi cuerpo y con una maroma me levanto. 

     El Cuajinas desciende desde el aire, tenía la intención de aterrizar con sus pies sobre mí. El impacto provoca un cráter y que algunos árboles alrededor se arranquen. La onda expansiva me arrastra varios metros. Extiendo mi mano y el Chipote Chillón vuelve a mí.

Ahuízotl "El Rey Guerrero"

      —Un poder más grande que el Chapulín, eso es lo que poseo —dice Leonardo, quien levita y además sostiene un cetro de madera decorado con plumas y un par de cascabeles—. Yo no soy un guerrero de poca monta. Soy un monarca, el más feroz y cruel guerrero. Bendecido por el mismo Dios Huitzilopochtli. Soy: Ahuízotl, el Rey Guerrero. Inclínate ante mí, Tzilacatzin.

    Desconozco el motivo, pero la revelación, lejos de sorprenderme, me hace reír. No soy yo quien ríe, es el Chapulín dentro de mí.

     —No me hagas reír. Ahuízotl, Rey Guerrero, ¡qué gran chiste! ¿Dónde estabas cuando el imperio cayó, eh? ¡Oh sí! Muerto por tu propio ego y estupidez. ¿Quién defendió a nuestro pueblo? ¿Quién luchó contra los invasores? ¿Tú? —respondo, pero no soy yo quien lo hace. Es más, estoy seguro de que lo hago en un dialecto antiguo.

     —Cuando acabe contigo, terminaré el ritual y alcanzaré mi máximo poder: el de un Dios. Los corazones, arrancados del pecho de todas estas mujeres, vírgenes, ofrendados al Dios Huitzilopochtli, me otorgarán el poder que merezco. Seré invencible. Yo gobernaré sobre esta tierra —responde el Cuajinais en el mismo dialecto, que temporalmente soy capaz de entender.

     Ahora me queda claro, el porqué del rango de edad de estas niñas, él necesitaba asegurarse de que la mayoría fueran vírgenes. ¡Qué asco! Leonardo no solo es un demente, es un hombre muy desagradable. No sé hasta qué punto él esté familiarizado con el origen de las habilidades que ahora posee. Es más, tal vez desde nuestro encuentro en aquel edificio, él ya poseía este poder, por eso tan confiadamente lo demolió. Pero si su poder es similar al mío, yo deberé golpearlo en las bolas para que pierda sus habilidades.

    Durante algunos minutos, peleamos, él usa su cetro, y yo, mi Chipote Chillón. Cada que estoy por atinar un golpe a sus genitales, él se mueve flotando en el aire, aprovechando su habilidad para levitar y se aleja, tanto mis pies como puños se quedan golpeando al aire. Tomo una pastilla de chiquitolina, la cual me hace diminuto, como la más pequeña de las hormigas, salto desde el pasto a su talón y por su pierna me trepo imperceptible. El hombre se queda desconcertado, mira a todos lados tratando de encontrarme.

Yo escalo por su pierna

    En este momento, para mí, los pelos de sus piernas son como gruesas lianas, de las cuales me columpio para ascender, estoy en su rodilla, continuo trepando por su prominente muslo hacia su ingle, me meto debajo de su taparrabo, noto que está desnudo. Su masculino olor invade la zona, debo decir que no me desagrada. Localizo su escroto, con mi Chipote Chillón lo golpeo. Debido a mi tamaño actual, aun con el poder potenciado en mi arma, el impacto debe asemejar a un golpe normal.

    Lo escucho emitir un sonido gutural, pero no recibo la reacción esperada. Ahora que me fijo, su escroto luce demasiado arrugado, como un saco de piel vacía, pareciera que sus bolas estuvieran contraídas al interior de su cuerpo, no golpeé nada valioso. Él se ha puesto alerta, sacude su taparrabos y se esculca palpando su area genital. Yo consigo, por muy poco, esquivar su mano. Tomo otra pastilla de Chiquitolina que tendrá el efecto contrario. Al recuperar mi tamaño normal, yo broto de su entrepierna, de debajo de su taparrabo, pero  me aseguro de apoyarme en su escroto con ambos pies para patearlo una vez más.

    Con una maroma, rodando en el suelo, me pongo de pie frente a él. Dos fueron los golpes que conseguí darle, ninguno surtió efecto. Él ríe a carcajadas enfrente de mí.

    —Vaya Chapulín, no pensé que pelearas de una forma tan ruin y baja, mira que ir a por las bolas de tu oponente, eso no es muy honorable. ¿Seguro que eres un héroe? Es lo que has intentado desde que nuestro enfrentamiento comenzó. ¿Acaso extrañas mis pene y huevos?

    Es claro que sus poderes funcionan de diferente manera. Es entonces cuando recuerdo que él pensó que mi poder provenía del Chipote Chillón, eso quiere decir que su poder proviene de un objeto; mi atención se centra en el cetro de madera que sostiene y en el par de cascabeles que cuelgan de la punta 

     —¿Qué hiciste, Leonardo? Estás loco —digo señalando con la mirada el par de cascabeles.

     —Eres listo, Chapulín. Para ser digno recipiente del Rey Guerrero, este demanda un pequeño sacrificio —comenta el Cuajinais.


     —Tu ambición no conoce límites —le respondo. He confirmado que ese par de cascabeles, son sus testículos. ¡Dios! Lo que es capaz de hacer la gente por obtener poder.

    Él sacude su cetro, hace sonar los cascabeles y yo quedo paralizado. Con un ademán, él me eleva del suelo extendiendo mis brazos y piernas para colocarme frente a él sin ninguna defensa. De su penacho saca una esfera, la cual quiebra entre sus manos, de esta brota una muy poderosa energía color azul. Él la manipula durante un corto periodo antes de lanzar todo ese poder contra mí.

     Yo siento como si me electrocutaran y mi cuerpo fuera desmembrado, todo al mismo tiempo. Grito con mucho dolor, creo que he sido vencido. Este, realmente es un poder superior al del Chapulín. “Su escudo es un corazón”. Escucho una voz en mi cabeza, pero no hace ninguna diferencia, la tortura es intolerable y parece no terminar. “Su escudo es un corazón”, repite la misma voz masculina en mi cabeza, yo la ignoro. “Su escudo es un corazón”, escucho por tercera vez, es entonces cuando recuerdo que no puedo perder, miles de niñas dependen de mí, si yo pierdo, les arrancarán violentamente su… corazón. 


    No, no es momento para rendirse, ese es un lujo que no puedo permitirme, aunque sus cuerpos estén paralizados, sus corazones laten, y el mío también, mientras esto suceda, nada, ni nadie, podrá detenerme. Es por eso que Tzilacatzin salía victorioso en todas sus batallas, a pesar de tener todo en contra: por su gran corazón, que no es otra cosa que la voluntad de proteger a su pueblo. Yo soy un héroe, un protector, estas niñas son mi pueblo, mi gente, mi corazón late por ellas.

     El escudo amarillo en mi traje comienza a brillar, emitiendo una poderosa energía luminosa, que poco a poco va extinguiendo a la luz azul, hasta hacerla desaparecer. No puedo verlo, pero sé que mis ojos están encendidos, estoy volando al igual que Ahuízotl y relámpagos de energía viajan alrededor de todo mi cuerpo. 

      A diferencia de Leonardo, yo no necesito ofrecer un sanguinario sacrificio para alcanzar mi máximo poder; este se ha venido haciendo durante cien años, procreando un hijo, el hijo masacrando las bolas del padre, una y otra vez, en cada ocasión, el Chapulin ha obtenido más poder. El hombre me mira con miedo e incredulidad, sé que puede sentir su inferioridad.

Tzilacatzin, el Chapulín Colorado

     A gran velocidad lo golpeó en la cara, haciéndolo aterrizar en la tierra, formando un camino y un pequeño cráter. Tomando impulso en el aire, lo golpeo en repetidas ocasiones, provocando que se hunda más en la tierra. Él cruza los brazos y crea protecciones de energía, pero nada funciona. Sujeto su muñeca y observo su cetro. Con mirada suplicante, mueve la cabeza de un lado a otro para decirme que no lo haga. Yo no hago caso, lo despojo del objeto.

     —No, por favor —dice él, poniéndose en pie con dificultad.

    Yo arranco el par de cascabeles, sosteniéndolos en la palma de mi mano, los golpeo con el Chipote Chillón. Leonardo grita y cae de rodillas sujetando su entrepierna, masajeando su vacío escroto. Yo repito la acción, lo que provoca que se encorve en posición fetal en la tierra. Coloco mi pie en su pecho, con mi mano en alto presiono ambos cascabeles con toda mi fuerza, debo quebrarlos entre mis dedos.

     —No, por lo que más quieras, no lo hagas. ¡Para! Por favor, Chapulín, haré lo que me pidas, ¡piedad! —Leonardo suplica.

     Yo continuo aplicando el castigo, e incremento la potencia ejercida sobre los cascabeles. Él se retuerce en el piso, grita, respira con dificultad y suda.

     —Ahuízotl, Rey Guerrero, tú y solo tú, eres el causante de la caída de Tenochtitlán —digo, pero no soy yo el que habla—. Tu hambre de poder y crueldad, expandieron el imperio; aterrorizaste y esclavizaste a otros pueblos; ofreciste en sacrificio a sus mujeres y sus guerreros capturados en batalla; a todos ellos les arrancaste el corazón. Tu legado de sangre y muerte, tuvo grandes consecuencias. Al llegar los invasores, nuestros hermanos se volvieron contra nosotros; pueblos y civilizaciones enteras nos dieron la espalda; provocaste una gran división y resentimiento. Tu sobrino, Moctezuma Xocoyotzin, poco pudo hacer. Feroz y cruel, rey guerrero, por todos estos crímenes, te condeno a regresar al Mictlán, de donde jamás deberás salir.



     Mi mano se cierra por completo y escucho crujir los cascabeles, una energía antropomorfa abandona el cuerpo de Leonardo, él queda desnudo e inconsciente. Dos esferas de luz yacen en mis manos, mismas que coloco dentro de su cuerpo, tocando y masajeando su vacío escroto, hasta que consigo palpar en él, sus dos testículos. Puedo percibir los abundantes y rizados vellos en su área genital y su suave pene durmiente.

     La misteriosa energía crea un remolino alrededor de mí, queriendo dañarme. La realidad es que sin un recipiente, esta no es más que “lucecitas”. Yo mando a volar mi Chipote Chillon en círculo, para que en espiral, uno tras otro golpee y noquee a cada uno de los hombres que sostienen un cuchillo. Sujeto con ambas manos el cetro de madera, y lo quiebro. Un estruendoso alarido resuena por todo el lugar y la maligna energía se desvanece. El chipote regresa a mi mano. Yo salto con él, golpeo a la chicharra paralizadora de la misma manera que hice al inicio y aterrizo en el centro del círculo.

     Los secuaces caen al suelo, inconscientes, y las niñas comienzan a gritar. Libero a una, quien ayuda a liberar a otra, ambas liberan a las demás, de a poco, todas encuentran la libertad. Me acerco hacia la Minina, le quito la mordaza de la boca y la desato. Varios helicópteros llegan, son el ejército y Guardia Nacional, también algunos medios de comunicación y reporteros. Una de ellas llama mi atención, yo la conozco, es Espergencia Valdés, es a la única a la que concedo una entrevista. 

     La Minina huyó, lo último que hizo antes de ser capturada por su hermano fue marcar al 911, eso fue algo muy inteligente. Leonardo y todos sus secuaces fueron capturados y enfrentan un juicio. Un reportaje especial de Espergencia, reveló a todos que aquella activista feminista que hablaba en contra de mí, formaba parte de la nómina del Cuajinais.

      La noticia se hace viral, en redes sociales, televisión y radio, todos se enteran de que miles de mujeres desaparecidas, pudieron volver a casa, gracias a los actos heroicos del Chapulín Colorado. La confianza del pueblo de México en su superhéroe, se restaura; yo atiendo más llamados que nunca, pero eso, lejos de molestarme, me alegra. Mi padre tenía razón, este trabajo es tan demandante y agotador, como gratificante y enriquecedor. Sé que no soy un Dios, pero hago una diferencia, en la medida de mis posibilidades.

    Mientras compro un café para llevar, en una cafetería. Escucho una voz familiar, es la reportera que me entrevistó en el rancho del Cuajinais hace cuatro semanas.

    —¿Chavo? ¡Chavito! —dice ella.

    —¿Chilindrina? —digo con una gran sonrisa.

    —¡Chavo! Tanto tiempo sin verte —ella frota mi brazo y me abraza. No es una mujer muy alta, el maquillaje que usa cubre sus pecas, ella tiene piel morena clara, cabello largo y negro, ahora usa lentes de contacto. Viste con un hermoso y moderno vestido, de gabardina, color verde que llega hasta sus rodillas, y una chamarra corta roja, usa zapatillas de igual color.

No puedo dejar de sonreír.

    —Vi tu reportaje en la tele, con el Chapulín —comento.

   —Era tu héroe cuando niño, ¿recuerdas? Leías los cómics que Quico compraba, porque no tenías dinero.

    —Qué envidia, que pudiste estar junto a él —comento sonriendo. No sé el motivo, pero mi boca no puede dejar de sonreír—. ¿Qué has sabido de Federico? ¿Y tu padre? ¿Cómo está don Ramón? —pregunto, y ambos tomamos asiento en una mesa dentro de la cafetería.

    —Mi padre murió hace algunos años; y Federico, supe que trabaja en Sudamérica, es representante para Latinoamérica de una importante empresa. ¿Y tú, Chavito?

    —Lo siento mucho —comento sobre su padre, sujetando su mano con firmeza. Luego de un par de segundos de silencio, respondo a su pregunta—. Yo trabajo en el museo de arte contemporáneo. De hecho voy tarde —digo y me pongo en pie, esperando que ella tambien lo haga, para poder darle un fuerte abrazo.

   —Te puedo invitar un club sandwich o… una torta de jamón, seguro que aquí venden —me dice con una sonrisa. Yo río con su comentario.

   —No puedo decir que no a una buena torta de jamón —respondo volviéndome a sentar—. Supongo que un día que llegue tarde a trabajar, no hará daño.

   —Sí, estar frente al Chapulín es intimidante, Chavo. Pero la verdad, tú eres mucho más guapo. Mírate, te estiraste un buen, ya has de ser más alto que el profesor Jirafales.

   —Ta, ta, ta, ta ¡ta! —digo arremedando a nuestro antiguo profesor. Recordando como en el salón de clases, los alumnos guardaban silencio, y solo yo me quedaba diciendo algo inoportuno que lo hacía enojar. ¡Qué bellos tiempos!—. Sí, pero no, él debe seguir siendo muy alto, yo apenas mido 1.82.

   Durante más de dos horas, ella y yo nos ponemos al día. Le cuento que ya conocí a mi padre, que él era mi benefactor, el que me sacó de la vecindad. Ella me platica cómo llego a ser periodista y reportera. En todo momento, ninguno de los dos dejamos de sonreír, ni de mirarnos a los ojos fijamente y con atención. Ocasionalmente, yo relamo mis labios, no puedo evitarlo. Encontrarme de nuevo con esta mujer, siendo Filiberto, me hace muy feliz, lo siento en mi pecho, sin darme cuenta, suspiro. Aunque no es un llamado, sé que estoy en donde debo estar.


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