Han pasado unas horas desde que perdí mis poderes gracias a las patadas de la llamada “Minina”. Por muy poco he logrado salvar tanto mi vida como la de las personas que me han pedido auxilio. Lo peor es que también perdí el Chipote Chillón. Creo que oficialmente soy el peor Chapulín.
He estado en contacto con mi padre, él me dijo que la carta de mi madre que me dio la hermana del orfanato era un invento, que él la escribió para explicarme, luego del golpe que recibí de la pelota de Tenis, lo que estaba pasando conmigo. Desde hace diez años ha estado cuidando de mí desde las sombras. Hoy ha quedado de visitarme. Necesito que venga y que me explique algunas cosas, requiero soluciones.
La buena noticia es que Olivia Olivos me escribió. Se disculpó conmigo, dijo que lamentaba mucho haberse ido tan abruptamente de aquella fiesta, mientras yo iba al baño. Al no conocer mi identidad, como yo conozco la de ella; la chica asume que yo volví del sanitario y no la encontré. Ah que Minina tan traviesa. Quedamos en salir a cenar y al cine en un par de días.
El timbre de mi departamento suena, es mi padre: el anterior Chapulín Colorado. Él viste un pantalón gris de chándal y una playera color verde militar. Lo más notorio en su apariencia, además de que es calvo, es que ahora utiliza lentes. Yo lo recibo en ropa interior gris, últimamente ha estado haciendo mucho calor, y justo se me descompuso el aire acondicionado, son las once de la mañana del día siguiente: un sábado. Platico al señor Roberto lo que me ocurrió hace menos de veinticuatro horas con la Minina y el Cuajinais.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Cómo pudiste retozar con ese hombre? Puede ser tu hijo. ¿Eres gay? —cuestiono a mi padre. Él suspira y responde.
Mi papá |
—Sí, reconozco que es guapo, pero a mí me gustan las mujeres. ¿Por qué dices que soy un accidente?
—Hice una misión donde ayudé a un poblado a detener una obra que dañaría los mantos acuíferos de la región. Hubo una verbena en mi honor. En ella bebí mucho alcohol. Es entonces cuando…
—Ya mejor, cállate —respondo molesto—, no quiero saber más, no necesito saber más. ¿Cómo hacías, para cumplir misiones sin super poderes? Ya he hecho tres, y siento que la próxima no lo voy a lograr. De no ser por la percepción extrasensorial de mis antenitas de vinil, no estaríamos platicando tú y yo.
—¿Cómo que sin súper poderes? —pregunta mi padre—. Para eso están las pastillas de “Chiquitolina”... No, ¿no me digas que no sabías que la principal función de esas pastillas es restaurar nuestro poder? El hacerte pequeño o gigante es solo un efecto secundario.
—¿Cómo supones que lo voy a saber si no me lo dijiste? —pregunto molesto.
—Pues anda, tomate una y ya está —dice él.
—No tengo, me las acabé en la primera semana.
—Pues haz más —dice mi padre—. Solo tienes que eyacular y convertir tu semen en pastillas con un golpe del Chipote Chillón.
—No tengo al Chipote Chillón, lo perdí —comento—. ¿Cómo que están hechas de semen? Eso quiere decir que lo que me tragué durante la primera semana fue tu… —comienzo a tener espasmos de asco y se me revuelve el estómago.
—La magia del Chapulín está ligada a nuestros órganos masculinos —mi padre, despatarrado en un sillón, lleva su mano a su entrepierna y agarra sus bolas—. Esta vive en nuestro semen. O bueno, tu semen. ¿Cómo está eso de que perdiste el Chipote Chillón? ¿Eres estúpido, Filiberto? Pensé que al final lo habrías recuperado.
—No fue así, este no volvió a mí. Tal vez, si alguien no se hubiera dejado tocar las bolas desnudas por un guapo muchacho de dieciocho años de ojos verdes hace como diez años. Yo no lo hubiera perdido —respondo con sarcasmo—. El Cuajinais debió tomarlo desde que sus secuaces me dejaron inconsciente, después de la primera patada de la Minina y antes de amarrarme en aquella bodega.
—Para recuperar tus poderes, tienes que recuperar ese Chipote Chillón, sí o sí.
—¿Y si solo me trago mi semen? —pregunto. Mi padre hace una mueca de asco, yo entrecierro los ojos e inclino mi cabeza hacia un lado. Que no sea hipócrita.
—Necesitas el martillo, este es un canalizador. La magia está ahí, pero lo que la activa es el Chipote Chillón. ¿Recuerdas que así fue como te transmití mis poderes? No te preocupes, la magia del Chapulín no te llevará a misiones que no seas capaz de cumplir. Sigue acudiendo con confianza.
En aquel momento, recibo un misterioso mensaje en mi celular, proviene de un número desconocido. El mensaje dice que saben que soy un terrorista, que si me interesa un trabajo, vaya a una ubicación en una hora. Seguramente es porque me uní a aquel grupo extremista que iba a detonar una bomba en los juzgados. Pero, ¿cómo consiguieron este número? Mi número personal, el de Filiberto Raffaelo Guglielmi. “Ve” una voz susurra en mi cabeza.
Despido a mi padre y me dirijo hacia aquella ubicación. Es un edificio aparentemente abandonado, hay una puerta gruesa de metal con rejilla, toco, un hombre rudo se asoma, yo le muestro el SMS que recibí, me concede el acceso. Bajo unas escaleras hacia un amplio sótano donde miles de personas están reunidas. Reconozco a algunos compañeros del grupo extremista y a los antiguos líderes. Ellos me explican que un nuevo capo está reclutando secuaces, me confiesan que ellos averiguaron todo de mí, desde que me uní, por eso contactarme fue algo fácil.
Nuestra charla se ve interrumpida cuando un hombre hace sonar fuertemente el hierro en una especie de escenario improvisado al fondo del lugar. Todos guardamos silencio y miramos en aquella dirección para conocer a quien nos ha convocado.
—Hice una misión donde ayudé a un poblado a detener una obra que dañaría los mantos acuíferos de la región. Hubo una verbena en mi honor. En ella bebí mucho alcohol. Es entonces cuando…
—Ya mejor, cállate —respondo molesto—, no quiero saber más, no necesito saber más. ¿Cómo hacías, para cumplir misiones sin super poderes? Ya he hecho tres, y siento que la próxima no lo voy a lograr. De no ser por la percepción extrasensorial de mis antenitas de vinil, no estaríamos platicando tú y yo.
—¿Cómo que sin súper poderes? —pregunta mi padre—. Para eso están las pastillas de “Chiquitolina”... No, ¿no me digas que no sabías que la principal función de esas pastillas es restaurar nuestro poder? El hacerte pequeño o gigante es solo un efecto secundario.
—¿Cómo supones que lo voy a saber si no me lo dijiste? —pregunto molesto.
—Pues anda, tomate una y ya está —dice él.
—No tengo, me las acabé en la primera semana.
—Pues haz más —dice mi padre—. Solo tienes que eyacular y convertir tu semen en pastillas con un golpe del Chipote Chillón.
—No tengo al Chipote Chillón, lo perdí —comento—. ¿Cómo que están hechas de semen? Eso quiere decir que lo que me tragué durante la primera semana fue tu… —comienzo a tener espasmos de asco y se me revuelve el estómago.
—La magia del Chapulín está ligada a nuestros órganos masculinos —mi padre, despatarrado en un sillón, lleva su mano a su entrepierna y agarra sus bolas—. Esta vive en nuestro semen. O bueno, tu semen. ¿Cómo está eso de que perdiste el Chipote Chillón? ¿Eres estúpido, Filiberto? Pensé que al final lo habrías recuperado.
—No fue así, este no volvió a mí. Tal vez, si alguien no se hubiera dejado tocar las bolas desnudas por un guapo muchacho de dieciocho años de ojos verdes hace como diez años. Yo no lo hubiera perdido —respondo con sarcasmo—. El Cuajinais debió tomarlo desde que sus secuaces me dejaron inconsciente, después de la primera patada de la Minina y antes de amarrarme en aquella bodega.
—Para recuperar tus poderes, tienes que recuperar ese Chipote Chillón, sí o sí.
—¿Y si solo me trago mi semen? —pregunto. Mi padre hace una mueca de asco, yo entrecierro los ojos e inclino mi cabeza hacia un lado. Que no sea hipócrita.
—Necesitas el martillo, este es un canalizador. La magia está ahí, pero lo que la activa es el Chipote Chillón. ¿Recuerdas que así fue como te transmití mis poderes? No te preocupes, la magia del Chapulín no te llevará a misiones que no seas capaz de cumplir. Sigue acudiendo con confianza.
En aquel momento, recibo un misterioso mensaje en mi celular, proviene de un número desconocido. El mensaje dice que saben que soy un terrorista, que si me interesa un trabajo, vaya a una ubicación en una hora. Seguramente es porque me uní a aquel grupo extremista que iba a detonar una bomba en los juzgados. Pero, ¿cómo consiguieron este número? Mi número personal, el de Filiberto Raffaelo Guglielmi. “Ve” una voz susurra en mi cabeza.
Despido a mi padre y me dirijo hacia aquella ubicación. Es un edificio aparentemente abandonado, hay una puerta gruesa de metal con rejilla, toco, un hombre rudo se asoma, yo le muestro el SMS que recibí, me concede el acceso. Bajo unas escaleras hacia un amplio sótano donde miles de personas están reunidas. Reconozco a algunos compañeros del grupo extremista y a los antiguos líderes. Ellos me explican que un nuevo capo está reclutando secuaces, me confiesan que ellos averiguaron todo de mí, desde que me uní, por eso contactarme fue algo fácil.
Nuestra charla se ve interrumpida cuando un hombre hace sonar fuertemente el hierro en una especie de escenario improvisado al fondo del lugar. Todos guardamos silencio y miramos en aquella dirección para conocer a quien nos ha convocado.
Un hombre vestido elegantemente, delgado, de piel morena, cabello corto, rizado, hermosos ojos verdes y un peculiar hoyuelo en la barbilla camina por el escenario hasta ubicarse al centro.
—Los he reunido aquí, porque todos y cada uno de ustedes, criminales de “medio pelo”, han sido alguna vez derrotados por el Chapulín Colorado —grita el Cuajinais, algunos de los presentes se ofenden y pretenden salir—. Es tiempo de obtener lo que merecen. Si los he reunido es para darles una segunda oportunidad.
—¿Qué te hace pensar que esta vez tendremos éxito? Nadie ha vencido al Chapulín Colorado —grita uno de ellos.
No me veo tan pendejo, ¿o sí? |
—Yo, solamente usé su chicharra paralizadora contra él —respondo dubitativo.
—¡Lo ven! El Chapulín no es infalible, ni perfecto. Si un estúpido pusilánime cualquiera pudo vencerlo, aunque fuera por un corto periodo, eso significa que todos podemos hacerlo. ¿Alguno aquí cree que un idiota como Filiberto es mejor que ustedes? —el Cuajinais me utiliza como ejemplo para enardecer a la multitud, y funciona—. Miren nada más la cara de pendejo que tiene.
—Pero él tiene súper poderes, eso no va a cambiar —grito con todas mis fuerzas.
—Puedo asegurar que en este momento no los tiene —responde el criminal. De su abrigo saca un pequeño martillo de juguete, es el Chipote Chillón en estado durmiente—. La fuente de sus poderes proviene de esta arma. Si no la empuña, él es tan humano como cualquiera de nosotros. Mis hombres lo noquearon, y yo lo tuve atado apenas ayer.
¡Genial! El muy estúpido que se juzga sabelotodo, desconoce lo más importante: la verdadera fuente de mis poderes y mi mayor debilidad. ¿Quién es el pusilánime y pendejo ahora? ¿Eh, Cuajinais?
—Eso es un martillo de juguete —repela uno de los presentes—. ¿Cómo sabemos que es el verdadero Chipote Chillón?
El Cuajinais lanza el martillo de juguete contra una pared, este la atraviesa, extiende su mano, y el arma regresa como por arte de magia. Todos quedan sorprendidos, algunos aplauden. Yo, desearía interceptarlo, pero hacerlo revelaría mi identidad a la multitud. En ese momento, las luces se apagan, todo queda a oscuras, se escucha el ruido de unas latas en el suelo, un humo denso proveniente de ellas invade el lugar, es un gas para adormecer.
Automáticamente, se activan unas luces rojas de emergencia. Se me olvidó comentarlo, pero al entrar al lugar, me dieron una máscara anti-gases. Todos llevábamos una, el humo no surtió efecto. De alguna forma el Cuajinais logró anticiparse a esta situación.
—Sal de dondequiera que te encuentres, Minina —grita el Cuajinais raspando la voz—. Ven, Minina, Minina, psss, psss, psss, psss, psss. No seas tímida. Ya que te has autoinvitado, ten el valor de dar la cara.
La Minina |
En una situación normal, correría a buscar un lugar solitario para cruzar el portal, pero creo que debo aprovechar el momento para validar mi identidad secreta.
—Nos volvemos a encontrar, Filiberto —grita el Chapulín, señalándome.
La multitud me mira, incluido el Cuajinais. Yo me abro paso entre la gente simulando huir. El Chapulín salta sujetándose de una cadena para perseguirme. Su presencia causa un gran alboroto, todos los criminales lo atacan, él a su vez responde. Esto causa que unos se golpeen con otros, el lugar es un caos, para no ser derrotado por la diferencia numérica, el Chapulín se apoya en la chicharra paralizadora.
La Minina desciende de igual forma hasta caer en el escenario frente al Cuajinais. La chica enfrenta a cinco de sus hombres más cercanos, quienes hacen las veces de guaruras, a uno de ellos lo ha pateado en las bolas y a otro que se atrevió a sujetarla por detrás le aplastó los testículos con la mano para que la liberara. El combate provocó que ella fuera despojada de su máscara, su rostro es visible, ella voltea hacia donde estoy, dándose cuenta de que la he visto. Aunque la revelación no me sorprende, en vez de huir, decido regresar, rodeando por la orilla para llegar al escenario, mientras el Chapulín continúa creando un alboroto, distrayendo a los demás.
La cabeza me ha comenzado a doler ligeramente, es por negarme a acudir al llamado. Consigo llegar en auxilio de Olivia, no es que necesite mucho de mi ayuda, tres de los cinco hombres yacen encorvados en el piso inconsciente con las manos en su entrepierna. Entre los dos, fácilmente vencemos a los que faltan. En ese instante, uno de los presentes jala a Olivia por el pie, haciéndola caer y arrastrándola al desastre de pelea que se lleva a cabo bajo el escenario, ella termina peleando codo a codo junto al Chapulín Colorado. Yo me encuentro en guardia frente al mayor criminal que he enfrentado.
—No lo entiendo, ¿Por qué la ayudas? ¿No se supone que tú y el Chapulín Colorado son enemigos? —pregunta Leonardo.
—No permito que se metan con la chica que me gusta —respondo.
—Ah, entonces es eso, “cuñadito” —afirma el Cuajinais. Yo me quedo confundido—. ¿Olivia no te lo dijo? Ella y yo somos hermanos. Mi nombre es Leonardo Linares Olivos. A ella le gusta usar el apellido de nuestra madre. ¿Acaso no ves el parecido que tenemos? Digo… piel morena, ojos verdes, ceja poblada. Eres un imbécil, Filiberto, para mi hermana solamente eres un juguete.
—Juguete es lo que traes en ese abrigo —comento.
—Ah, cierto. —El Cuajinais saca el Chipote Chillón y se coloca en posición de pelea. Él es débil en combate cuerpo a cuerpo, me consta, su hermana lo venció fácilmente la última vez.
—Tú no sabes pelear, yo tengo años de entrenamiento, solamente golpeándome en los huevos, podrías vencerme, puto —digo con sobrada actitud al Cuajinais.
Ataco con una combinación de tres golpes que, sorprendentemente, él esquiva, moviendo su cabeza de izquierda a derecha y agachándose cuando yo lanzaba un gancho a su cara. Al hacerlo me sorprende con un golpe seco del Chipote Chillón en mi entrepierna. El dolor es insoportable, casi como si me las hubiera convertido en carne molida. Gritando caigo de rodillas al suelo y en posición fetal. Froto desesperadamente mi entrepierna en busca de alivio. Es entonces cuando palpo en mi ropa interior unos pequeños fragmentos sólidos.
Mi doloroso plan funcionó. Mi padre creó una estrategia para mí, dijo que yo debía estar excitado, para tener húmedo mi bóxer, aunque fuera con lubricación. De esta forma, si se daba el caso de estar frente al Cuajinais, podría manipularlo para que me golpeara en las bolas, usando el Chipote Chillón. El choque produciría, automáticamente, pastillas de Chiquitolina.
Mi combinación de tres golpes fue débil, mi intención era abrir mi guardia para permitirle golpearme. Casi que yo lo guié a hacerlo. Mi padre me dijo también, que aunque no era muy sobresaliente, Leonardo tenía conocimientos de boxeo.
Con mucho dolor, saco las pastillas de mi ropa interior, las guardo en la bolsa de mi pantalón y trago una. El dolor cede y yo siento que he recuperado mis habilidades. Si ya tuviera mis poderes, el efecto que tendría en mí, sería modificar mi tamaño, al no tenerlos, solamente los restaura.
Retorciéndome, supuestamente, debido al dolor, me revuelco en el suelo, hasta caer del escenario. A toda velocidad me muevo debajo de dicha estructura, donde todo está solitario. En el suelo aparece un discreto portal, nadie me ve, yo salto dentro de él y aparezco en una estructura superior, minutos antes. Junto a mí está la Minina. “Yo”, respondo al llamado. “El Chapulín Colorado”, exclama ella. “No contaban con mi astucia” digo haciendo una pose. Ya lo había explicado: no importa cuanto tiempo tarde yo en cruzar el portal y acudir al llamado, el Chapulín siempre llega en el momento inmediato en que es convocado.
—Nos volvemos a encontrar, Filiberto —me grito a mí mismo, señalándome entre la multitud. Con mis poderes reestablecidos y la chicharra paralizadora, pelear contra estos tipos será pan comido—. "Síganme los buenos" —digo y salto para pretender perseguirme a mí mismo.
Todo ocurre de la misma manera que antes. Esquivo golpes con mi súper velocidad, los que atinan no me hacen daño, mantengo mis manos cubriendo mi entrepierna, ocasionalmente hago sonar la chicharra paralizadora. A los hombres que inmovilizo, sin falta, les doy una patada o golpe en los testículos.
Me doy cuenta de que nadie está cerca del escenario para jalar a la Minina del pie, así que yo mismo me traslado para allá, la sujeto del tobillo y tiro de su pierna para traerla al campo de batalla. Mi pene se comienza a levantar de solo mirarla pelear. Esa mujer disfruta castigando la hombría de los machos a los que se enfrenta: rodillazos, patadas, golpes, apretones. Saca fácilmente ventaja de nuestra mayor debilidad.
En este preciso momento, tiene sujetos a dos hombres de las bolas, por detrás, se las aprieta hasta hacerlos arrodillar y caer de cara al suelo con el trasero levantado. A uno que se acerca por detrás, lo recibe con un golpe de su talón, a otro que se acerca por enfrente, con el mismo pie, aprovechando el impulso, lo patea con el empeine. Camina para patear a otro en la cara, haciéndolo caer de espaldas, eleva su pie y lo estrella contra su entrepierna, pisándole las bolas y caminando encima de él como tapete, pateándolo en el mentón para noquearlo.
Me doy cuenta de que nadie está cerca del escenario para jalar a la Minina del pie, así que yo mismo me traslado para allá, la sujeto del tobillo y tiro de su pierna para traerla al campo de batalla. Mi pene se comienza a levantar de solo mirarla pelear. Esa mujer disfruta castigando la hombría de los machos a los que se enfrenta: rodillazos, patadas, golpes, apretones. Saca fácilmente ventaja de nuestra mayor debilidad.
En este preciso momento, tiene sujetos a dos hombres de las bolas, por detrás, se las aprieta hasta hacerlos arrodillar y caer de cara al suelo con el trasero levantado. A uno que se acerca por detrás, lo recibe con un golpe de su talón, a otro que se acerca por enfrente, con el mismo pie, aprovechando el impulso, lo patea con el empeine. Camina para patear a otro en la cara, haciéndolo caer de espaldas, eleva su pie y lo estrella contra su entrepierna, pisándole las bolas y caminando encima de él como tapete, pateándolo en el mentón para noquearlo.
Extiende un brazo y una pierna arqueando su ágil cuerpo para golpear en los huevos a dos hombres que pretendían atacarla al mismo tiempo. Se desliza por el suelo, entre las piernas de otro, golpeándolo al pasar por debajo.
Yo permanezco inmóvil, alelado, cubriendo mi entrepierna, con la chicharra en la mano. Estoy rodeado por decenas de hombres que me golpean con toda su fuerza, pero no me hacen daño. Ocasionalmente, hago sonar la chicharra para inmovilizar a uno que otro. Estoy completamente caliente. Quiero pelear con ella, y que me venza, quiero ser su tapete, quiero que me obligue a follarla. Mi short parece una carpa de circo.
El estruendo de un bulto azotando me saca de mis pensamientos, soy yo cayendo del escenario. Me pongo a pelear para distraer a los hombres que me rodean y que nadie preste atención a Filiberto.
Tras vencer a la mayoría de secuaces, de un salto, me trepo al escenario para enfrentar a Leonardo, por segunda vez, en este día.
—Entrega lo que no te pertenece —digo.
—¡Jamás! —exclama él.
—Ya lo has visto, tengo superpoderes, estos no provienen del Chipote Chillón —digo en tono amable—. Si me dejé capturar ayer, fue para llegar a ti. Si permití que me masturbaras, fue porque así lo quise, Leo, yo quería sentirme dentro de ti y llenarte con mi leche —miento—. No tienes escapatoria.
Extiendo mi brazo para llamar al Chipote Chillón, ahora que recuperé mis poderes, este responde a su amo. Leonardo lucha para mantenerlo, pero este se le resbala de las manos y llega a las mías. El hombre saca un detonador de la bolsa de su pantalón, antes de que yo, usando mi velocidad, pueda evitar que lo active. El hace explotar el edificio, provocando que se derrumbe con todos adentro.
No sé qué fue lo que me llevó a hacerlo, pero instintivamente, sin pensarlo, al ver al Chipote Chillón brillar, yo golpeé el piso y todos los presentes comenzaron a brillar también, siendo tele-transportados a cientos de metros del lugar. La mayoría pudimos observar de lejos al edificio convertirse en polvo.
Yo permanezco inmóvil, alelado, cubriendo mi entrepierna, con la chicharra en la mano. Estoy rodeado por decenas de hombres que me golpean con toda su fuerza, pero no me hacen daño. Ocasionalmente, hago sonar la chicharra para inmovilizar a uno que otro. Estoy completamente caliente. Quiero pelear con ella, y que me venza, quiero ser su tapete, quiero que me obligue a follarla. Mi short parece una carpa de circo.
El estruendo de un bulto azotando me saca de mis pensamientos, soy yo cayendo del escenario. Me pongo a pelear para distraer a los hombres que me rodean y que nadie preste atención a Filiberto.
Tras vencer a la mayoría de secuaces, de un salto, me trepo al escenario para enfrentar a Leonardo, por segunda vez, en este día.
—Entrega lo que no te pertenece —digo.
—¡Jamás! —exclama él.
—Ya lo has visto, tengo superpoderes, estos no provienen del Chipote Chillón —digo en tono amable—. Si me dejé capturar ayer, fue para llegar a ti. Si permití que me masturbaras, fue porque así lo quise, Leo, yo quería sentirme dentro de ti y llenarte con mi leche —miento—. No tienes escapatoria.
Extiendo mi brazo para llamar al Chipote Chillón, ahora que recuperé mis poderes, este responde a su amo. Leonardo lucha para mantenerlo, pero este se le resbala de las manos y llega a las mías. El hombre saca un detonador de la bolsa de su pantalón, antes de que yo, usando mi velocidad, pueda evitar que lo active. El hace explotar el edificio, provocando que se derrumbe con todos adentro.
No sé qué fue lo que me llevó a hacerlo, pero instintivamente, sin pensarlo, al ver al Chipote Chillón brillar, yo golpeé el piso y todos los presentes comenzaron a brillar también, siendo tele-transportados a cientos de metros del lugar. La mayoría pudimos observar de lejos al edificio convertirse en polvo.
El tipo es un demente. |
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