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Mi nombre es Juan Carlos Cordero Carranco, tengo veinticinco aƱos, actualmente soy el titular de la FiscalĆa de InvestigaciĆ³n de Delitos Sexuales en el Estado, mi predecesora fue ascendida a la CoordinaciĆ³n General de InvestigaciĆ³n de Delitos de gĆ©nero y atenciĆ³n a vĆctimas. Aunque en nuestra Ć”rea solemos lidiar con situaciones donde las vĆctimas son mujeres. Meses atrĆ”s, un caso muy sonado de abuso sexual a un luchador colombiano-japonĆ©s masculino, perpetrado por un campeĆ³n mundial de boxeo, tambiĆ©n masculino, me puso en la mira de la naciĆ³n. Yo resolvĆ el caso y puse tras las rejas a ese criminal. Como ya deben saber a estas alturas, el verdadero culpable de todo, era yo, ja, ja, ja... ja, ja, ja.
Me considero privilegiado, mi madre: Araceli Ćrsula Carranco Zabala, es la mujer mĆ”s rica del paĆs, heredera de un imperio cervecero, ella es de ascendencia espaƱola, por ello mi piel no es tan morena, a pesar de no ser propiamente rubio. Mi padre es uno de los polĆticos mĆ”s influyentes, de Ć©l heredĆ© mis rasgos turcos: cabello rizado y ojos azules, Ć©l actualmente es presidente del Senado, fue secretario de gobernaciĆ³n, y hace algunos aƱos, Ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la NaciĆ³n, su nombre es Juan Omar Cordero Arslan.
Diego BolĆvar |
—Fiscal Cordero, aunque te tome mĆ”s tiempo decirlo —respondo al instante.
—¡Uy! CuĆ”nta seriedad, mi Carlitos —comenta—. ¿Sabes quĆ© me trae por aquĆ?
—El caso de Enrique LĆ³pez, el boxeador —respondo. Estoy al tanto de lo que sucede en mi fiscalĆa.
—AsĆ es, Ć©l me contratĆ³, es mi cliente. Enrique asegura que el detective Alberto Toledo investigaba un caso serial de un presunto criminal que mide 1.70, pesa menos de setenta kilos y tiene ojos claros, que se dedica a violar a hombres grandes, como Ć©l. Afirma que JosĆ© Toledo, hijo de este detective, es esa persona y que para encubrirlo, la fiscalĆa a tu cargo, lo inculpĆ³ —comenta con una sonrisa coqueta que me revuelve el estĆ³mago.
—Enrique dirĆa cualquier cosa con tal de salir de la cĆ”rcel.
—Anteriormente, estuve hablando con el detective Toledo, Ć©l no quiso cooperar conmigo. ¿Por quĆ© lo hiciste, Carlos? Lo entiendo, Alberto Toledo es mĆ”s alto que yo, es mucho mĆ”s musculoso y muy guapo, pero, podrĆa ser tu papĆ”, o el mĆo ¿No te da asco?
Fiscal Cordero |
—¡Ay, por favor! Bien que lo gozaste, y ademĆ”s Ć©ramos novios. Aquello no fue violaciĆ³n —comenta con su misma sonrisa estĆŗpida. Yo siento ganas de voltearle la cara con un gancho, pero extraƱamente mis extremidades no me responden y me quedo paralizado.
—Soy activo, siempre lo he sido y tĆŗ no respetaste eso. Me sometiste, aprovechĆ”ndote de que eras mĆ”s grande que yo y me penetraste en contra de mi voluntad. El que fuĆ©ramos pareja, es irrelevante.
Siento que mi calor corporal se eleva y mis manos comienzan a temblar. Recordar lo que me ocurriĆ³ me altera muchĆsimo: la impotencia, la debilidad, la inutilidad. JurĆ© que jamĆ”s volverĆa a estar en la posiciĆ³n de vĆctima, yo no volverĆa a ser la presa de nadie, mucho menos, de hombres que fueran mĆ”s grandes que yo.
—No vas a negar que el caso de Enrique estuvo plagado de irregularidades, omisiones, inconsistencias y conveniencias —dice Diego para cambiar el tema—. Manipulaste la situaciĆ³n, no solo protegiste al hijo de tu amante. No creas que no sĆ© que ustedes dos tienen una relaciĆ³n, todos en esta oficina lo comentan. Si no que ademĆ”s sacaste ventaja para ascender.
Mi exnovio |
—Luego de que le ofrecieras un trato para reducir su condena a cinco aƱos —revira Diego.
—Me unĆ especĆficamente a esta fiscalĆa para meter presos a gente de tu calaƱa, Diego BolĆvar. Mientras haya hombres que abusen de su fuerza fĆsica para someter al dĆ©bil, yo trabajarĆ© para entregar justicia a las vĆctimas. Para eso es que me levanto todas las maƱanas —gran parte de este discurso es realidad. QuizĆ” sea algo hipĆ³crita de mi parte, pero realmente creo que el fuerte no debe aprovecharse del dĆ©bil… es el dĆ©bil quien debe someter al fuerte.
—No te lo compro, esta farsa que intentas montar —dice colocando su mano sobre mi cabeza. Yo lo tomo con agresividad de la muƱeca y presionando con toda mi fuerza retiro su mano de mi cuerpo.
—No necesito su aprobaciĆ³n, abogado.
—¿Sabes quĆ© es curioso? —pregunta Diego, riendo y sobando su lastimada muƱeca; yo ignoro su pregunta, Ć©l prosigue—. Cuando Enrique describiĆ³ fĆsicamente a su agresor, sobre todo cuando me hablĆ³ de su pene de treinta centĆmetros, ¿sabes quiĆ©n fue el primero que me vino a la mente?
¡Maldita sea! ¡Lo sabe!... o por lo menos lo sospecha. Ćl conoce con detalle el tamaƱo de mi pene en erecciĆ³n, en incontables ocasiones se lo comiĆ³.
—No, no me parece curioso, me parece que Enrique miente —respondo mientras trato de recuperar la compostura.
—Me voy, solo quise saludarte antes de irme, “Corderito”. El dĆa de maƱana, viernes, me reunirĆ© con Alfonso “el Toro”, para platicar. En unos dĆas viajarĆ© a JapĆ³n, tambiĆ©n necesito conversar seriamente con ese ex luchador, el tal Yuki ItÅ, quien acusa a mi cliente. Incluso ya reservĆ© mi vuelo, me voy el lunes —dice Diego, y se aleja de mĆ en los pasillos de la fiscalĆa, sacudiendo su mano para despedirse descaradamente, mientras sonrĆe burlonamente.
Me duele la parte posterior |
Fue "Jerry", todos lo llaman asĆ, aunque su nombre verdadero es Gerrit MƤkinen. Un muchacho de 20 aƱos, muy guapo, alto y musculoso, mide 1.88, es un verdadero bombĆ³n, el Ćŗnico pero que puedo ponerle al sabrosĆsimo de Jerry, es que es mĆ”s joven que yo, y a mĆ me gustan mayores, sĆ© que parezco adolescente, con este cuepo delgado, pero no dejo de verlo como a un "niƱo".
Es mi reemplazo; al ascender a Fiscal, alguien tenĆa que tomar mi lugar como asistente de Alberto Toledo. Yo mismo lo entrevistĆ© y le di el puesto; de inmediato reconocĆ su nombre y sus apellidos. Aunque no nos habĆamos conocido previamente, Ć©l y yo tenemos una larga historia que se remonta a algunos aƱos, este chico europeo vino al Estado de Tlaxcala, solo para estar junto a mĆ. EstĆ” profundamente enamorado, cree que soy un hĆ©roe o caballero que de alguna forma le salvĆ³ la vida.
Despierto en el asiento de copiloto de mi propio auto, la cabeza todavĆa me duele y me siento muy mareado. El muchacho me lleva al Ć”rea de urgencias en un hospital. AhĆ me toman la presiĆ³n y descubren que la tengo alta, determinan que no necesito atenciĆ³n especializada, solamente me dan una pastilla y me piden esperar una hora para dar un seguimiento, me recetan revisar mi presiĆ³n diariamente durante diez dĆas y regresar a consulta pasado ese tiempo, para descartar alguna enfermedad seria.
—Me alegro mucho de que estĆ© bien, Jag… Fiscal Cordero —dice Gerrit con un peculiar acento europeo—, yo jurĆ© que darĆa mi vida por usted y que siempre lo protegerĆa —comenta mientras me mira de reojo al conducir.
—¿Por quĆ© no hablaste? Diego dijo que conversĆ³ contigo y no le dijiste nada. ¿Por quĆ©? —sin preambulos lo cuestiono.
—LlegĆ³ con la hipĆ³tesis de que Pepe era el culpable y que todo fue para protegerlo a Ć©l, obviamente reaccionĆ© con cautela. Si soy honesto, aun no tomo una decisiĆ³n. Creo que ese hombre podrĆa ser mi salvaciĆ³n; al parecer, hay un nuevo alfa en la ciudad.
El Detective Toledo |
—No olvides, que si yo quiero, puedo aĆŗn acusar a tu hijo Pepe. Eso es lo que Diego quiere tambiĆ©n, a Ć©l sĆ³lo le importa sacar a su cliente de prisiĆ³n —miento. Esto es personal, lo que Diego quiere, es joderme. Pero eso, Alberto no tiene por quĆ© saberlo. Y mientras Diego crea que Ć©l y yo somos amantes y que estamos del mismo lado, Ć©l tampoco se lo dirĆ”.
Yo bajo mi mano a su entrepierna y esculco para poder sujetar ambos testĆculos y los aplasto. El se incomoda, pero lo permite.
—Elija bien de quĆ© lado quiere estar, detective Toledo —lo amenazo para reiterar mi dominio.
…….
Por la noche, me encuentro en un ring de lucha libre, tengo a un enorme hombre de 1.88 y 120 kilos enredado en las cuerdas, mirando hacia el exterior. Su bulto es presionado por una de ellas. Yo lo sujeto del cabello, jalo su cabeza hacia atrĆ”s y con la otra mano sujeto, tambiĆ©n por detrĆ”s su par de bolas para aplastarlas. El gigantesco hombre manotea y grita de dolor. Yo lo empujo al frente, me arrodillo, con cada mano tomo una de sus pelotas y las aprieto. El indefenso gigante gime y aĆŗlla, hasta que me apiado y lo libero. Este hombre es Alfonso, apodado “el Toro”.
En esta posiciĆ³n tengo al Toro. |
Cuando lo libero de las cuerdas, Ć©l cae bocarriba, su puntiagudo pene casi hace saltar su calzĆ³n blanco. Yo lo giro en el suelo, lo despojo de su atuendo y lo penetro con mis treinta centĆmetros. Mientras lo hago, comienzo a sentirme mareado y la cabeza comienza a doler. Creo que esto es un esfuerzo muy grande para mĆ, considerando lo que ocurriĆ³ por la maƱana. Me desplomo bocarriba, mi pene se separa del trasero de este enorme semental. Con dificultad me agarro de las cuerdas y me pongo en pie, quiero dejarme caer al suelo del gimnasio para llegar a mi mochila. Me recetaron unas pastillas en el hospital.
Alfonso lo entiende, rĆ”pidamente baja y me lleva la mochila, yo tomo mi medicina, sorbo de una botella con agua y me recuesto a orillas del ring. Ćl se recuesta a mi lado, ambos estamos desnudos.
—¿Por quĆ© no le cuentas al detective Toledo las cosas? Tal vez Ć©l lo entienda y se ponga de tu lado. Es tambiĆ©n un padre, y tĆŗ podrĆas ser su hijo.
—¿Y mostrar debilidad? No, no puedo hacerlo. Alberto es un alfa. Para dominarlo, tuve que mostrarme abrumadoramente superior. Ćl cree que soy malĆ©volo, despiadado, cruel y calculador. Es la imagen que le vendĆ cuando le ofrecĆ aquel trato. Aunque bueno, inteligente y calculador, sĆ que soy, tambiĆ©n un poco malo, ja, ja.
—Si Ć©l hubiera sabido que nunca fue tu intenciĆ³n meter a la cĆ”rcel a Richy, ni a Esteban, ni a Pepe, si no todo lo contrario. TĆŗ querĆas castigar al abusador de Enrique, ¿crees que te hubiera metido preso? —Alfonso pregunta.
—Muy probablemente sĆ, es un santurrĆ³n de la ley, entregĆ³ a su hijo por la menor sospecha —respondo—. Todo se saliĆ³ de control por mi calentura. Cuando Enrique confundiĆ³ las cosas y dominar a Alberto se convirtiĆ³ en una posibilidad. Fue cuando convertĆ todo en un tablero de ajedrez. Yo jamĆ”s iba a ser atrapado, ¿sabes?, jamĆ”s hubieran relacionado los casos, de no ser por mĆ mismo. Lo de Richy era solo un salvoconducto para alguna emergencia.
AsĆ es, Alfonso “el Toro” no me ayudĆ³ a emboscar a Alberto, porque lo tuviera amenazado, lo hizo porque Ć©l confĆa en mĆ. Sabe que yo jamĆ”s harĆa algo contra algĆŗn hombre de mi complexiĆ³n y estatura. El enemigo real, son los gigantes que abusan del dĆ©bil, y que se creen superiores por ser mĆ”s altos y mĆ”s grandes, gigantes como Diego o Enrique.
—Si ese tatuado se aparece por aquĆ, no le voy a decir nada, ni Richy, ni Esteban lo harĆ”n, te lo aseguro —dice el Toro—. No puedo creer que despuĆ©s de lo que te hizo, quiera hacerte mĆ”s daƱo.
Media hora despuĆ©s, me visto y me despido de Alfonso. Me apena no habĆ©rmelo podido follar, creo que durante diez dĆas no deberĆa hacer ningĆŗn esfuerzo fĆsico muy grande. La relaciĆ³n que mantengo con Alfonso, me recuerda a algo que tuve en el pasado con mi vecino: Haruki Sato, cuando yo tenĆa diecisiete. Ćl era un amable hombre japonĆ©s, mucho mayor que yo, en edad y en tamaƱo. Ćl me mostrĆ³ que mi pene de treinta centĆmetros era un arma que me permitirĆa dominar y someter a hombres mĆ”s grandes.
Como la nueva tendencia de streaming, donde las series estrenan mĆ”s de un capĆtulo al iniciar. Puedes desde ya, leer la parte dos de esta historia, y conocer a mi vecino Haruki.
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