CAZADOR DE GIGANTES II (1/9): "Corderito" - Las Bolas de Pablo

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17 jun 2022

CAZADOR DE GIGANTES II (1/9): "Corderito"




“AhĆ­ vas de nuevo, a contarme, otra vez, la historia de Reuzenjager”.

“Por supuesto, es una buena historia, Gerrit”.

“Ya me la sĆ© de memoria, tĆ­o”.

“Solo una Ćŗltima vez, para que no la olvides: Hubo hace mucho tiempo, un cruel prĆ­ncipe, alto y musculoso, que se divertĆ­a maltratando a los jĆ³venes delgados y de menor estatura del pueblo. Todos ellos muchachos. Cierto dĆ­a, de un reino muy lejano, cruzando el ocĆ©ano, un hĆ©roe llegĆ³; Ć©l era como tĆŗ, y como todos los jĆ³venes que habĆ­an sido humillados, no era alto, ni musculoso, tampoco fuerte, a cambio, era hĆ”bil e inteligente. Pero sobre todo, este valiente caballero contaba con un arma secreta; una espada enorme, que desenvainaba y utilizaba para ensartar y acabar con todos los gigantes. 

Lo que nadie sabĆ­a, era que el valiente hĆ©roe ya se habĆ­a enfrentado y perdido ante el prĆ­ncipe con anterioridad. Cuando este Ćŗltimo invadiĆ³ y perturbĆ³ la paz del reino de nuestro caballero; Ć©l tambiĆ©n era un prĆ­ncipe. Perder no desmotivĆ³ al gallardo muchacho, al contrario. Ɖl jurĆ³ que cobrarĆ­a venganza contra el malvado soberano y que lo harĆ­a pagar por sus crĆ­menes. Reuzenjager era el nombre de nuestro hĆ©roe. Luego de triunfar sobre el malĆ©volo monarca, lo despojĆ³ de sus joyas mĆ”s valiosas, liberando a todos los pobres muchachos que habĆ­an sido vĆ­ctimas de su tiranĆ­a”. 

“Me gusta la historia, tĆ­o. Pero no soy un niƱo, sĆ© que no es un cuento. No te lo habĆ­a dicho, pero yo estuve ahĆ­, lo vi todo… No, esperen. ¿QuĆ© hacen? ¿A dĆ³nde se llevan a mi tĆ­o? ¡DĆ©jenlo! Malditos, cabrones. No, por favor, no le hagan nada. ¡Nooo!…”

.......


       Mi nombre es Juan Carlos Cordero Carranco, tengo veinticinco aƱos, actualmente soy el titular de la FiscalĆ­a de InvestigaciĆ³n de Delitos Sexuales en el Estado, mi predecesora fue ascendida a la CoordinaciĆ³n General de InvestigaciĆ³n de Delitos de gĆ©nero y atenciĆ³n a vĆ­ctimas. Aunque en nuestra Ć”rea solemos lidiar con situaciones donde las vĆ­ctimas son mujeres. Meses atrĆ”s, un caso muy sonado de abuso sexual a un luchador colombiano-japonĆ©s masculino, perpetrado por un campeĆ³n mundial de boxeo, tambiĆ©n masculino, me puso en la mira de la naciĆ³n. Yo resolvĆ­ el caso y puse tras las rejas a ese criminal. Como ya deben saber a estas alturas, el verdadero culpable de todo, era yo, ja, ja, ja... ja, ja, ja.


    Me considero privilegiado, mi madre: Araceli ƚrsula Carranco Zabala, es la mujer mĆ”s rica del paĆ­s, heredera de un imperio cervecero, ella es de ascendencia espaƱola, por ello mi piel no es tan morena, a pesar de no ser propiamente rubio. Mi padre es uno de los polĆ­ticos mĆ”s influyentes, de Ć©l heredĆ© mis rasgos turcos: cabello rizado y ojos azules, Ć©l actualmente es presidente del Senado, fue secretario de gobernaciĆ³n, y hace algunos aƱos, Ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la NaciĆ³n, su nombre es Juan Omar Cordero Arslan.


Diego BolĆ­var
     Si tuviera que definir el momento que cambiĆ³ mi vida y que me convirtiĆ³ en el infame Cazador de Gigantes que ahora soy. DirĆ­a que ese momento tiene nombre y apellido, es mĆ”s, ese momento camina directo hacia mĆ­ en la fiscalĆ­a, vestido de manera elegante, con un pantalĆ³n formal y camisa  arremangada, ceƱida a su musculoso cuerpo, tiene tatuajes en los brazos, pecho y cuello. Es un joven abogado penal de mi edad, mide 1.82 y debe pesar 85 kilos, su piel es blanca, su cabello es negro y sus ojos color cafĆ©. El hombre que se encuentra parado en estos momentos frente a mĆ­, se llama Diego Emilio BolĆ­var Montalvo, es hijo Ćŗnico del actual Ministro Presidente de la Suprema Corte de la NaciĆ³n. NingĆŗn otro hombre con el cuerpo tan "rayoneado", podrĆ­a ser tomado en serio como abogado, solo alguien con su estatus y cuna. 

     En algĆŗn momento, durante la universidad, Diego fue el dueƱo de mis afectos. Por cierto, yo tambiĆ©n poseo una licenciatura en derecho, una maestrĆ­a en derecho penal y varias especialidades, el prĆ³ximo aƱo planeo comenzar un doctorado.

    —Carlitos. ¡QuĆ© gusto verte! —dice tratando de colocar su asquerosa mano sobre mi hombro, instintivamente me alejo de Ć©l.

    —Fiscal Cordero, aunque te tome mĆ”s tiempo decirlo —respondo al instante.

    —¡Uy! CuĆ”nta seriedad, mi Carlitos —comenta—. ¿Sabes quĆ© me trae por aquĆ­?

     —El caso de Enrique LĆ³pez, el boxeador —respondo. Estoy al tanto de lo que sucede en mi fiscalĆ­a.

     —AsĆ­ es, Ć©l me contratĆ³, es mi cliente. Enrique asegura que el detective Alberto Toledo investigaba un caso serial de un presunto criminal que mide 1.70, pesa menos de setenta kilos y tiene ojos claros, que se dedica a violar a hombres grandes, como Ć©l. Afirma que JosĆ© Toledo, hijo de este detective, es esa persona y que para encubrirlo, la fiscalĆ­a a tu cargo, lo inculpĆ³ —comenta con una sonrisa coqueta que me revuelve el estĆ³mago.

    —Enrique dirĆ­a cualquier cosa con tal de salir de la cĆ”rcel.

    —Anteriormente, estuve hablando con el detective Toledo, Ć©l no quiso cooperar conmigo. ¿Por quĆ© lo hiciste, Carlos? Lo entiendo, Alberto Toledo es mĆ”s alto que yo, es mucho mĆ”s musculoso y muy guapo, pero, podrĆ­a ser tu papĆ”, o el mĆ­o ¿No te da asco?


Fiscal Cordero
      —El Ćŗnico ser humano que me da asco, eres tĆŗ, Diego. ¿Sabes? No me extraƱa para nada: un violador, defendiendo a otro violador, bravo —aplaudo dos veces a manera de burla.

     —¡Ay, por favor! Bien que lo gozaste, y ademĆ”s Ć©ramos novios. Aquello no fue violaciĆ³n —comenta con su misma sonrisa estĆŗpida. Yo siento ganas de voltearle la cara con un gancho, pero extraƱamente mis extremidades no me responden y me quedo paralizado.

    —Soy activo, siempre lo he sido y tĆŗ no respetaste eso. Me sometiste, aprovechĆ”ndote de que eras mĆ”s grande que yo y me penetraste en contra de mi voluntad. El que fuĆ©ramos pareja, es irrelevante.

     Siento que mi calor corporal se eleva y mis manos comienzan a temblar. Recordar lo que me ocurriĆ³ me altera muchĆ­simo: la impotencia, la debilidad, la inutilidad. JurĆ© que jamĆ”s volverĆ­a a estar en la posiciĆ³n de vĆ­ctima, yo no volverĆ­a a ser la presa de nadie, mucho menos, de hombres que fueran mĆ”s grandes que yo.

    —No vas a negar que el caso de Enrique estuvo plagado de irregularidades, omisiones, inconsistencias y conveniencias —dice Diego para cambiar el tema—. Manipulaste la situaciĆ³n, no solo protegiste al hijo de tu amante. No creas que no sĆ© que ustedes dos tienen una relaciĆ³n, todos en esta oficina lo comentan. Si no que ademĆ”s sacaste ventaja para ascender.


Mi exnovio
    —¿Celoso? —pregunto acercĆ”ndome hacia Ć©l con el mentĆ³n levantado, mi corazĆ³n late aceleradamente, y no es por amor o deseo—. UbĆ­quese, abogado BolĆ­var. Yo soy un Cordero Carranco, no necesito sacar ventaja de nada, si quiero algo, simplemente lo tomo. 


     —Te conocĆ­ antes de que tus apellidos representaran todo lo que hoy representan, ¿ya lo olvidaste, "Corderito"? 

      —Soy un profesional —sembrando pruebas—. SĆ© hacer mi trabajo, la evidencia apuntĆ³ hacia Enrique LĆ³pez, Ć©l incluso confesĆ³.

    —Luego de que le ofrecieras un trato para reducir su condena a cinco aƱos —revira Diego.

    —Me unĆ­ especĆ­ficamente a esta fiscalĆ­a para meter presos a gente de tu calaƱa, Diego BolĆ­var. Mientras haya hombres que abusen de su fuerza fĆ­sica para someter al dĆ©bil, yo trabajarĆ© para entregar justicia a las vĆ­ctimas. Para eso es que me levanto todas las maƱanas —gran parte de este discurso es realidad. QuizĆ” sea algo hipĆ³crita de mi parte, pero realmente creo que el fuerte no debe aprovecharse del dĆ©bil… es el dĆ©bil quien debe someter al fuerte.

     —No te lo compro, esta farsa que intentas montar —dice colocando su mano sobre mi cabeza. Yo lo tomo con agresividad de la muƱeca y presionando con toda mi fuerza retiro su mano de mi cuerpo.

     —No necesito su aprobaciĆ³n, abogado.
 
   —¿Sabes quĆ© es curioso? —pregunta Diego, riendo y sobando su lastimada muƱeca; yo ignoro su pregunta, Ć©l prosigue—. Cuando Enrique describiĆ³ fĆ­sicamente a su agresor, sobre todo cuando me hablĆ³ de su pene de treinta centĆ­metros, ¿sabes quiĆ©n fue el primero que me vino a la mente?

     ¡Maldita sea! ¡Lo sabe!... o por lo menos lo sospecha. Ɖl conoce con detalle el tamaƱo de mi pene en erecciĆ³n, en incontables ocasiones se lo comiĆ³.

      —No, no me parece curioso, me parece que Enrique miente —respondo mientras trato de recuperar la compostura.

      —Me voy, solo quise saludarte antes de irme, “Corderito”. El dĆ­a de maƱana, viernes, me reunirĆ© con Alfonso “el Toro”, para platicar. En unos dĆ­as viajarĆ© a JapĆ³n, tambiĆ©n necesito conversar seriamente con ese ex luchador, el tal Yuki Itō, quien acusa a mi cliente. Incluso ya reservĆ© mi vuelo, me voy el lunes —dice Diego, y se aleja de mĆ­ en los pasillos de la fiscalĆ­a, sacudiendo su mano para despedirse descaradamente, mientras sonrĆ­e burlonamente.

Me duele la parte posterior
      Yo no me siento bien. Mi corazĆ³n late con fuerza, estoy muy alterado. Me siento mareado, me retumba la cabeza y me duele en la parte posterior, siento que me falta el aire, camino torpemente hacia mi oficina que tiene un balcĆ³n. Necesito aire fresco, debo respirar y pensar. Este maldito Diego, hijo de puta, no solamente viene a remover mi pasado, tambiĆ©n a arruinar mi futuro.

    ¡Mierda! Si Ć©l descubre lo que hice, si Ć©l averigua quiĆ©n soy yo realmente. Yo… yo… Ć©l… Ć©l, Ć©l es tan influyente como yo, su padre tiene tambiĆ©n gran poder, no existe dinero o trato que pueda ofrecerle. Yo… yo… yo soy el Cazador de Gigantes, soy infalible, invencible, yo… yo… Me desplomo antes de llegar a mi oficina. Alguien evita mi estrepitosa caĆ­da, Ć©l me carga, y yo, pierdo la conciencia entre sus fuertes brazos.

     Fue "Jerry", todos lo llaman asĆ­, aunque su nombre verdadero es Gerrit MƤkinen. Un muchacho de 20 aƱos, muy guapo, alto y musculoso, mide 1.88, es un verdadero bombĆ³n, el Ćŗnico pero que puedo ponerle al sabrosĆ­simo de Jerry, es que es mĆ”s joven que yo, y a mĆ­ me gustan mayores, sĆ© que parezco adolescente, con este cuepo delgado, pero no dejo de verlo como a un "niƱo". 


    Es mi reemplazo; al ascender a Fiscal, alguien tenĆ­a que tomar mi lugar como asistente de Alberto Toledo. Yo mismo lo entrevistĆ© y le di el puesto; de inmediato reconocĆ­ su nombre y sus apellidos. Aunque no nos habĆ­amos conocido previamente, Ć©l y yo tenemos una larga historia que se remonta a algunos aƱos, este chico europeo vino al Estado de Tlaxcala, solo para estar junto a mĆ­. EstĆ” profundamente enamorado, cree que soy un hĆ©roe o caballero que de alguna forma le salvĆ³ la vida.


Gerrit MƤkinen

    Despierto en el asiento de copiloto de mi propio auto, la cabeza todavĆ­a me duele y me siento muy mareado. El muchacho me lleva al Ć”rea de urgencias en un hospital. AhĆ­ me toman la presiĆ³n y descubren que la tengo alta, determinan que no necesito atenciĆ³n especializada, solamente me dan una pastilla y me piden esperar una hora para dar un seguimiento, me recetan revisar mi presiĆ³n diariamente durante diez dĆ­as y regresar a consulta pasado ese tiempo, para descartar alguna enfermedad seria.


     —Me alegro mucho de que estĆ© bien, Jag… Fiscal Cordero —dice Gerrit con un peculiar acento europeo—, yo jurĆ© que darĆ­a mi vida por usted y que siempre lo protegerĆ­a —comenta mientras me mira de reojo al conducir.

     —Gerrit, no soy la persona que tĆŗ crees, deja ya de idealizarme. He hecho muchas cosas malas.

     —¿Se refiere a lo del Cazador de Gigantes y Enrique LĆ³pez? —comenta. Yo no respondo, Ć©l prosigue—. Lo sĆ© todo, he leĆ­do las notas del cuaderno del detective Toledo. Es peligroso, ¿sabe?, esa clase de informaciĆ³n. Lo tomĆ©, lo leĆ­ y lo quemĆ©, nadie jamĆ”s sabrĆ” lo que usted hizo. Espero tenga en buen resguardo las muestras de semen que colecciona. OjalĆ” algĆŗn dĆ­a, usted recolecte una muestra mĆ­a, con gusto se la darĆ­a. ¿Sabe? Yo tambiĆ©n soy un gigante —me guiƱa el ojo, extiende su mano y la posa cariƱosamente sobre mi rodilla, sonriendo.

     Yo ruedo los ojos hacia arriba al escuchar tan patĆ©tico intento de coqueteo. No tengo energĆ­a para oponerme, asĆ­ que permito que su mano repose en mi pierna y miro hacia la ventana, recargando mi cara en una mano.

     La admiraciĆ³n que este chico profesa por mĆ­, en ocasiones me deja con la boca abierta, otras mĆ”s, me pone los pelos de punta. No creo que Gerrit sea peligroso, su amor quizĆ” sea enfermizo, pero lo puedo manejar. 

    Llegando a la fiscalĆ­a, inmediatamente mando llamar a Alberto.

     —¿Por quĆ© no hablaste? Diego dijo que conversĆ³ contigo y no le dijiste nada. ¿Por quĆ©? —sin preambulos lo cuestiono.

     —LlegĆ³ con la hipĆ³tesis de que Pepe era el culpable y que todo fue para protegerlo a Ć©l, obviamente reaccionĆ© con cautela. Si soy honesto, aun no tomo una decisiĆ³n. Creo que ese hombre podrĆ­a ser mi salvaciĆ³n; al parecer, hay un nuevo alfa en la ciudad.


El Detective Toledo

    —No olvides, que si yo quiero, puedo aĆŗn acusar a tu hijo Pepe. Eso es lo que Diego quiere tambiĆ©n, a Ć©l sĆ³lo le importa sacar a su cliente de prisiĆ³n —miento. Esto es personal, lo que Diego quiere, es joderme. Pero eso, Alberto no tiene por quĆ© saberlo. Y mientras Diego crea que Ć©l y yo somos amantes y que estamos del mismo lado, Ć©l tampoco se lo dirĆ”.


    Yo bajo mi mano a su entrepierna y esculco para poder sujetar ambos testĆ­culos y los aplasto. El se incomoda, pero lo permite.

     —Elija bien de quĆ© lado quiere estar, detective Toledo —lo amenazo para reiterar mi dominio.

…….



      Por la noche, me encuentro en un ring de lucha libre, tengo a un enorme hombre de 1.88 y 120 kilos enredado en las cuerdas, mirando hacia el exterior. Su bulto es presionado por una de ellas. Yo lo sujeto del cabello, jalo su cabeza hacia atrĆ”s y con la otra mano sujeto, tambiĆ©n por detrĆ”s su par de bolas para aplastarlas. El gigantesco hombre manotea y grita de dolor. Yo lo empujo al frente, me arrodillo, con cada mano tomo una de sus pelotas y las aprieto. El indefenso gigante gime y aĆŗlla, hasta que me apiado y lo libero. Este hombre es Alfonso, apodado “el Toro”.

En esta posiciĆ³n tengo al Toro.

    Cuando lo libero de las cuerdas, Ć©l cae bocarriba, su puntiagudo pene casi hace saltar su calzĆ³n blanco. Yo lo giro en el suelo, lo despojo de su atuendo y lo penetro con mis treinta centĆ­metros. Mientras lo hago, comienzo a sentirme mareado y la cabeza comienza a doler. Creo que esto es un esfuerzo muy grande para mĆ­, considerando lo que ocurriĆ³ por la maƱana. Me desplomo bocarriba, mi pene se separa del trasero de este enorme semental. Con dificultad me agarro de las cuerdas y me pongo en pie, quiero dejarme caer al suelo del gimnasio para llegar a mi mochila. Me recetaron unas pastillas en el hospital.

     Alfonso lo entiende, rĆ”pidamente baja y me lleva la mochila, yo tomo mi medicina, sorbo de una botella con agua y me recuesto a orillas del ring. Ɖl se recuesta a mi lado, ambos estamos desnudos.

     —¿QuĆ© fue eso? ¿QuĆ© te pasĆ³? —pregunta, acariciando mi mejilla.

     Yo platico lo ocurrido durante la maƱana. Ɖl ya estĆ” al tanto de lo que Diego me hizo en el pasado; durante los Ćŗltimos meses nos hemos estado viendo. Sostenemos encuentros de lucha erĆ³tica donde Ć©l es dominado. Es realmente estimulante y me ayuda a controlar mis impulsos de cacerĆ­a. El hombre de 62 aƱos que yace junto a mĆ­, tiene toda mi confianza. A diferencia de Alberto, a quien tambiĆ©n frecuento en encuentros sexuales donde lo ato y lo torturo. Con Alfonso, en cada una de nuestras luchas, de a poco, ha surgido una amistad. Es un hombre muy protector y amable, un oso muy noble. Ahora mismo, Ć©l me estĆ” abrazando.

   —¿Por quĆ© no le cuentas al detective Toledo las cosas? Tal vez Ć©l lo entienda y se ponga de tu lado. Es tambiĆ©n un padre, y tĆŗ podrĆ­as ser su hijo.

   —¿Y mostrar debilidad? No, no puedo hacerlo. Alberto es un alfa. Para dominarlo, tuve que mostrarme abrumadoramente superior. Ɖl cree que soy malĆ©volo, despiadado, cruel y calculador. Es la imagen que le vendĆ­ cuando le ofrecĆ­ aquel trato. Aunque bueno, inteligente y calculador, sĆ­ que soy, tambiĆ©n un poco malo, ja, ja.

    —Si Ć©l hubiera sabido que nunca fue tu intenciĆ³n meter a la cĆ”rcel a Richy, ni a Esteban, ni a Pepe, si no todo lo contrario. TĆŗ querĆ­as castigar al abusador de Enrique, ¿crees que te hubiera metido preso? —Alfonso pregunta.

    —Muy probablemente sĆ­, es un santurrĆ³n de la ley, entregĆ³ a su hijo por la menor sospecha —respondo—. Todo se saliĆ³ de control por mi calentura. Cuando Enrique confundiĆ³ las cosas y dominar a Alberto se convirtiĆ³ en una posibilidad. Fue cuando convertĆ­ todo en un tablero de ajedrez. Yo jamĆ”s iba a ser atrapado, ¿sabes?, jamĆ”s hubieran relacionado los casos, de no ser por mĆ­ mismo. Lo de Richy era solo un salvoconducto para alguna emergencia.

     AsĆ­ es, Alfonso “el Toro” no me ayudĆ³ a emboscar a Alberto, porque lo tuviera amenazado, lo hizo porque Ć©l confĆ­a en mĆ­. Sabe que yo jamĆ”s harĆ­a algo contra algĆŗn hombre de mi complexiĆ³n y estatura. El enemigo real, son los gigantes que abusan del dĆ©bil, y que se creen superiores por ser mĆ”s altos y mĆ”s grandes, gigantes como Diego o Enrique.

     —Si ese tatuado se aparece por aquĆ­, no le voy a decir nada, ni Richy, ni Esteban lo harĆ”n, te lo aseguro —dice el Toro—. No puedo creer que despuĆ©s de lo que te hizo, quiera hacerte mĆ”s daƱo.


    Media hora despuĆ©s, me visto y me despido de Alfonso. Me apena no habĆ©rmelo podido follar, creo que durante diez dĆ­as no deberĆ­a hacer ningĆŗn esfuerzo fĆ­sico muy grande. La relaciĆ³n que mantengo con Alfonso, me recuerda a algo que tuve en el pasado con mi vecino: Haruki Sato, cuando yo tenĆ­a diecisiete. Ɖl era un amable hombre japonĆ©s, mucho mayor que yo, en edad y en tamaƱo. Ɖl me mostrĆ³ que mi pene de treinta centĆ­metros era un arma que me permitirĆ­a dominar y someter a hombres mĆ”s grandes.

     Necesito ponerme en contacto con Ć©l cuanto antes, para resolver la situaciĆ³n con Yuki, ya que no me responde, Ć©l sĆ­ que me odia, con Ć©l me sobrepasĆ©, lo mandĆ© al hospital y terminĆ© con su carrera como luchador al daƱar permanentemente su espalda. Tuve que hacerlo, para que Alberto creyera que yo era vil y despiadado, un verdadero villano. Aunque quizĆ”, muy en el fondo sĆ­ lo sea, he cometido demasiadas atrocidades por una simple calentura. Lo mismo sucediĆ³ con Scott, fui muy agresivo y no me pude resistir.

     En fin, si todo sale bien, Haruki hablarĆ” con Yuki, ambos viven en JapĆ³n actualmente. Si todo sale mal, Diego hablarĆ” con Yuki, Ć©l le contarĆ” todo e irĆ© a prisiĆ³n. 


Como la nueva tendencia de streaming, donde las series estrenan mƔs de un capƭtulo al iniciar. Puedes desde ya, leer la parte dos de esta historia, y conocer a mi vecino Haruki.


»Leer el capĆ­tulo 2


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