Era una tarde lluviosa del mes de junio cuando Bastián
compartía una tarde de café con su hermano Marcos Chacón y Rafael (el nieto de
este). Bastián terminó su última galleta cuando dijo.
—Ciertamente papá no le hizo honor a su nombre. Era todo lo
contrario.
—¿De veras? —inquirió Rafael—. ¿Era malvado como Árgider
Tascón?
—No —reprochó Marcos Chacón como si le hubieran ofendido—,
para nada. Papá fue un hombre bueno y justo, solo que un poco travieso con las
féminas.
—¡Don Ángel Chacón fue un angelito travieso de la viña del
señor! —se rió Bastián—, tuvo muchos hijos. Fuera y dentro del matrimonio. Me
atreví a solo elaborar un diagrama de los hijos de la misma madre y no nuestros
otros medios hermanos. Aquí, Rafael, descubrirás solo a Rodrigo, Marcos,
Wilcar, Gaspar, Mónica y yo.
—Al menos —sonrió Rafael.
—El mayor de todos los hijos de papá es Beltrán —dijo
Marcos—, mi pobre hermano se ha llevado la peor parte. Papá nunca le dio su
apellido y lo dejó por fuera de toda herencia.
—Ah, que mal —dijo Rafael, conocía a Beltrán por ser el
padre del actor porno Douglas y porque participaba en el reto Farid.
Bastián hizo uso de su tablet y le mostró las fotografías
del finado señor Ángel Chacón, en muchas de ellas aparecía sonriente con sus
jóvenes hijos.
—¿Recuerdas cuando un día llegó con nuestro hermano Carlos a
casa? —sonrió Bastián—. Simplemente lo trajo y dijo que era su hijo. Mamá entró
en cólera y dejó de hablarle como un mes. Carlos era hijo de una de sus amigas.
—¡Que bárbaro! —se echó a reír Rafael.
—Pero, papá siempre fue osado. Se robó a la novia del altar.
—¿Qué?
Bastián se echó a reír y movió afirmativamente la cabeza
apoyando el comentario de su hermano mayor.
—Por aquellos años mamá iba a ser obligada a casarse con el
atontado hijo de no sé qué hacendado. Ella no lo quería, ya conocía a Ángel
Chacón y era a él a quien quería.
—Por supuesto que Ángel por venir del linaje de los Chacón
tenía muy mala fama —complementó Marcos—, proveniente de una familia de hombres
mujeriegos, con fama de ser unos súper toros en la cama con sus grandes
testículos, es decir, buenos amantes, pero traviesos esposos. Entonces los
padres de mi madre no querían eso para su única hija, así que le prepararon una
boda con el hijo bien portado de una familia.
—Pero Ángel Chacón no se quedó de brazos cruzados y llegó al
altar y se robó a la novia —declaró Bastián—. Y por supuesto que la novia no se
quedó de brazos cruzados y huyó con su galán.
Rafael se echó a reír.
—La confrontación vino semanas después cuando el novio
plantado, Moisés era su nombre quiso recuperar lo que le quedaba de orgullo
llegó a la residencia del secuestrador amoroso y lo encaró.
—Discutieron, sí —afirmó Marcos Chacón—. El pobrecito Moisés
quería recuperar su honor y a su prometida, pero tanto Ángel Chacón como la novia
no querían renunciar a su lecho, ya se habían unido por las leyes en un fugaz
matrimonio civil.
—Y cuenta la leyenda que enfrascados en una calurosa discusión, Ángel Chacón utilizó su arte de los testículos para ganar ventaja sobre el pobre y frágil Moisés.
Fastidiado de las repetidas frases del ex prometido para que
le devolviese su mujer, el obtuso Moises fue interrumpido por un poderoso
puñetazo en su abultada hombría.
Ángel sonrió con su intervención, era la primera vez que se
callaba desde su grosera llegada a la propiedad. Su nueva esposa estaba
escondida a escasos centímetros oyendo la intervención del necio.
Moisés parpadeó. Luego gimió y agarró con dolor su huevera.
—Al fin te callas, hermano —dijo Ángel—, tienes que
entenderlo. Tú no conoces a Alicia tanto como yo. Simplemente fuiste un comodín
santurrón de sus padres que no me quieren como hombre para ella. Ten por seguro
que la haré muy feliz.
Moisés se mordió los labios y trató de ignorar el dolor.
Reunió fuerzas y como todo un caballero, prefirió encestar un puñetazo en el
estómago de Ángel, arrancándole un sorprendente gruñido.
—¡Alicia Aldana, dónde estás? —dijo Moisés atreviéndose a
entrar a la residencia Chacón—. Sal de dónde estés. Vamos a hablar, no tengo
ningún rencor. Yo sé que estás manipulada por este galán de pacotilla. Ven
conmigo, ¿sabes lo que se dice en el pueblo? Que el hijo de Cecilita Camacho es
de él y no le quiso dar su apellido. Ven conmigo, Alicia.
Ángel gruñó de molestia por la intromisión en su hogar y
vida privada de Moisés, por lo que se abalanzó sobre él.
Los dos jóvenes rodaron por el suelo, cada uno tratando de
tomar la delantera.
De repente, Ángel gritó con los ojos muy abiertos y las
venas marcándose en su cuello.
Moisés se rio a placer. Había agarrado de los huevos a Ángel
Chacón con su mano derecha. Haciendo un gran esfuerzo apretó con fuerza las
grandes pelotas y comprobó que era verdad lo que se decía en el pueblo de esos
magníficos hombres de la familia y el tamaño de sus gónadas, sintiendo un
profundo dolor desde su entrepierna que le recorría todo el cuerpo, Ángel gritó
aún más fuerte.
Como un método de escape, Ángel levantó la rodilla,
golpeando a Moisés en el estómago, logrando que aflojara el agarre en sus
testículos, que de por sí, estaban casi vacíos después de una placentera mañana
de sexo con Alicia.
—¡Hijo de puta! —lo insultó Ángel, acurrucándose y
acariciando su exuberante huevera.
—Alicia, ¿dónde estás? —preguntó Moisés al aire levantándose
del suelo. Tenía pensado recorrer la casa para buscar a su prometida—. Ven
conmigo, vengo a rescatarte de este manipulador.
—¡Detente ahí, mariposón! —gritó Ángel Chacón. Corrió detrás
de Moisés y lo hizo girar a 180°, cuando lo tuvo de frente, levantó la pierna,
golpeando a Moisés justo en sus bolas, aplanando los dos delicados testículos
en su pelvis.
Moisés chilló.
—¡Fuera de mi casa! —gritó Ángel y volvió a levantar la pierna.
Moisés gimió de dolor. Pero estaba decidido a no rendirse,
era su turno de irse sobre Ángel y quería atacarlo. Pero el descendiente de
Árgider Tascón tenía la ventaja y volvió a patear los testículos de Moisés.
El desafortunado pobre novio cayó de rodillas con ambas
manos metidas en su entrepierna, tenía los ojos llorosos y los labios apretados
conteniendo el llanto.
—Ahora, amigo —dijo Ángel acercándose a Moisés para hacerlo
levantar—. Será mejor que te vayas. La verdad ya estoy casado con Alicia y vamos
a ser felices, te lo aseguro.
Moisés gimió de dolor. Pero decidido a no dejarse ganar la
pelea. Agarró el pie de Ángel y lo torció, causando que Ángel gritara y cayera.
Inmediatamente, Moisés saltó sobre él, sujetando el codo de
su brazo izquierdo debajo de la barbilla de Ángel y colocando su rodilla sobre
el brazo derecho del cautivo.
Ángel tosió. Susurró con voz ronca. —¡Me estás asfixiando!
—Sí —gruñó Moisés.
Apretó su puño derecho y lanzó un poderoso golpe al paquete
de Ángel.
El hombre gritó de dolor.
Moisés siguió con otro golpe.
Ángel se desesperó. Trató de agarrar las gónadas entre las
piernas de Moisés con su brazo izquierdo, pero no pudo alcanzarlas.
Mientras tanto, Moisés impulsó golpe tras golpe en las
pobres bolas de Ángel. El sonido de su puño golpeando el suave paquete de los
genitales de Ángel resonó en la habitación y Alicia asustada se asomó de manera
cauta detrás de una pared, se llevó la mano a la boca completamente sorprendida
de ver como atacaban la fuente de su felicidad.
Ángel gimió, estaba a punto de vomitar. Su cara estaba
pálida y sudaba profusamente con los ojos llenos de lágrimas.
Finalmente, Moisés tuvo piedad. —¿Te das por vencido?
Ángel tosió.
Un puñetazo golpeó su abultada entrepierna.
—¿Te das por vencido? —insistió Moisés.
Ángel gimió débilmente.
—Lo tomo como un sí —dijo Moisés. Lánguidamente, se levantó,
frotándose las bolas doloridas y descubriendo a Alicia tras la pared mientras
Ángel se acurrucaba en el suelo.
Moisés sonrió.
—Alicia, ven conmigo. No voy a permitir que me dejes en
ridículo ante el pueblo. Además tú sabes la mala fama que tienen los Chacón,
son unos mujeriegos. Tú estás hechizada por este tipo. A mi lado tú…
Fue interrumpido por un poderoso puñetazo por detrás.
El puño de Ángel chocó con las bolas de Moisés
estrellándolas contra su pelvis.
Moisés parpadeó. Luego, muy lentamente, sus ojos se
cruzaron. Sus cejas se levantaron y sus párpados se crisparon.
El golpe de Ángel había dado justo en el blanco.
La boca de Moisés se abrió y dejó escapar un largo, suave y
miserable gemido.
Luego cayó de rodillas y rodó hacia un lado.
Ángel lo miró, haciendo una mueca de dolor, su rostro era
una máscara de odio. —Deja en paz a mi mujer, perdedor —susurró.
Estaba de pie doblado, sus manos masajeaban su maltratada
hombría. Observó a Moisés un par de segundos.
Moisés gimió. Tenía los ojos cerrados.
Ángel lo miro. Luego metió la mano dentro de su pantalón y
lo abrió, con la mano dentro del calzoncillo sacó su polla y sus enormes
testículos, dejándolos colgar sobre la cintura. Hizo una mueca leve cuando los
soltó, pero su rostro rápidamente se transformó en una sonrisa de orgullo
cuando se dirigió a Moisés —¿Ves estas bolas?
Moisés lo miró, la humillación coronó su rostro.
—¡Tus patéticos huevos no son nada comparados con mis
poderosos testículos!
…
En la actualidad
todavía se escuchaba el sonido de la lluvia, en la sala seguían Marcos, Bastián
y Rafael que escuchaba el cuento con atención.
—Fue la última vez que Moisés se atrevió a entrar a la casa
de mi padre —dijo Bastián—. Le tuvo una especie de miedo.
—¿Y de esa manera Moisés más nunca se acercó a mi bisabuela?
—Exactamente —afirmó Marcos.
Bastián afirmó con la cabeza.
—Ángel Chacón fue nuestro querido padre. De esta manera
llegamos a la generación de Marcos Chacón y todos sus adorables hermanos como
yo.
Rafael se echó a reír y se acomodó de forma relajada en el
asiento.
—Ok, abuelo. ¿Tendrás una anécdota que involucre a tus
testículos dentro de la tradición familiar?
Marcos Chacón abrió los ojos y se cubrió los genitales con
una mano.
—No —se apresuró a decir.
—¿Cómo no, hermano? —dijo Bastián—. El hombre con los huevos
más grandes de su generación tiene algo que contar de ellos.
—No, por supuesto que no.
Bastián suspiró y Rafael se dio por vencido. Entonces de
manera sorpresiva, Bastián apretó el puño y golpeó las bolas de Marcos.
—¡¡¡AAAAAAH!!! —Marcos gritó sorprendido y se acurrucó
agarrando con ambas manos su enorme ingle.
Bastián se echó a reír.
—Ahí está, hermano. Ya tienes que contar algo a tu nieto.
—Ay, ay, ay… ¡Mis bolas!
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