Peligro inminente (2/2) - Las Bolas de Pablo

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1 jun 2022

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Peligro inminente (2/2)

Peligro


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El oficial Miguel JuÔrez abrió los ojos y demoró en darse cuenta de su entorno. Estaba en una habitación con poca luz. Una sola bombilla arrojaba una luz pÔlida sobre las paredes grises de la habitación. Intentó sentarse, pero no tenía fuerzas, al menos todavía no. Una punzada en los testículos y el recuerdo de lo sucedido le hizo cerrar los ojos con ira.

 

—Ese hijo de puta me drogó, Ā”mierda!

 

Cuando sus sentidos se despejaron, se percató de que estaba acostado sobre un colchón en el suelo, y estaba desnudo.

 

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—Me quitó el maldito uniforme, el teniente se va a volver loco cuando lo sepa.

 

Se sintió lo suficientemente fuerte como para sentarse. Al hacerlo, supo que no estaba solo. En otro colchón yacía una forma dormida, el cuerpo desnudo de otro musculoso hombre. Reconoció al espécimen, lo había visto muchas veces en las duchas de la estación policial.

 

—”Gabriel! —se apresuró hacia adelante. Se sintió aliviado al descubrir que su amigo estaba vivo. Golpeó suavemente la cara del policĆ­a—. Gabriel, Gabriel, ĀæestĆ”s bien?

 

No hubo respuesta. Miguel se recostó, miró a su alrededor. No había ventanas. Comprobó la puerta. Estaba firmemente cerrada desde el exterior. Volvió con Gabriel. Siempre había admirado a su amigo. Gabriel era un buen policía, y Miguel iba a rescatarlo del infierno en el que se encontraban. Miró a la forma dormida. No pudo resistir el impulso de acariciar suavemente con su mano el físico con músculos suaves de Gabriel Lira. Siempre había soñado con patrullar las calles con Gabriel como compañero. De repente se dio cuenta de que su mano se había detenido sobre el pezón de Gabriel. Apartó la mano, sintiéndose avergonzado.

 

Los pĆ”rpados de Gabriel revolotearon. Miguel lo sujetó por los hombros y lo sacudió suavemente. —Gabriel, Gabriel, despierta.

 

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Gabriel abrió los ojos. —¿QuĆ©... quĆ© diablos, Miguel?

 

—SĆ­ amigo, despierta, estamos en problemas.

 

Gabriel ya estaba despierto, aturdido se obligó a sentar.

 

—Mi uniforme, Āædónde estĆ” mi maldito uniforme?

 

—Supongo que ese tipo lo tomó. Nos robó a ambos mientras estĆ”bamos drogados.

 

—Oh, mierda. Ā”El tipo de la camioneta con los cigarrillos mentolados!

 

Miguel ayudó a su amigo a ponerse de pie y ambos exploraron la pequeña celda. Muro, piso y techo de concreto. Y una única puerta de metal que no quería moverse ni un centímetro.

 

—Me imagino que no iremos a ninguna parte hasta que ese tipo nos deje salir.

 

—CĆ©sar.

 

—SĆ­, CĆ©sar, ese es el nombre del hijo de puta.

 

Se sentaron en los colchones hablando en voz baja. Haciendo planes para dominar a CƩsar cuando entrara, escaparƭan del lugar arrastrando el trasero de su captor a la cƔrcel.

 

Pasó el tiempo y no ocurrió nada. Tal vez César los había abandonado. Tal vez los dejaría morir de hambre, o peor, tal vez llamó a la estación y le dijo al teniente dónde estaban encerrados como amantes. El próximo tipo que cruzara esa puerta podría ser un furioso teniente. Si fuera así, iban a despedirse de sus carreras.

 

No sabƭan quƩ hora era, ni siquiera cuƔnto tiempo habƭa pasado desde que fueron secuestrados. Finalmente se quedaron en silencio, sin darse cuenta del suave silbido del escape de gas que entraba por un pequeƱo agujero en la puerta.

 

—Gabriel, ĀæestĆ”s dormido? —susurró Miguel.

 

Gabriel se sentó. —No.

 

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—Caramba, Gabriel, lamento mucho no haberme dado cuenta de lo que estaba haciendo ese tipo —Miguel agachó la cabeza avergonzado. Realmente querĆ­a ser el hĆ©roe, el tipo que rescató a su amigo del malvado secuestrador.

 

Gabriel se acercó al colchón de Miguel. —Oye amigo, no te preocupes. No debĆ­... haber dejado que me atrapara asĆ­. Ponerte en peligro, esa no es forma de actuar —puso su brazo alrededor de los hombros de Miguel, como lo harĆ­a cualquier amigo. Sintió un escalofrĆ­o atravesar el cuerpo de Miguel. Era consciente de la fuerte musculatura de la espalda de su amigo. Se sentĆ­a extraƱo, cachondo.

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Miró hacia abajo a su pene cada vez mÔs grueso. Miró al otro lado. La polla de Miguel estaba erecta, sólida. Quería sumergir su boca sobre esa gran y gorda barra de carne. Miguel levantó la cabeza y se volvió hacia él. Hubo una breve pausa mientras cada uno observaba la mirada del otro.

 

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Fuera de la puerta, César observaba cada movimiento a través de la mirilla. Sus hombres estaban en medio de un absoluto silencio. Apagó el cilindro de gas afrodisíaco, luego se agachó e hizo activar un sonido que activaría una grabación dentro de la habitación.

 

«Oficiales, me encuentro en la residencia, observÔndolos. A estas alturas sé que estÔn confundidos, queriendo salir. Y sí, hay una manera de escapar. Una única puerta que se abrirÔ. Solamente cuando uno derrote a su compañero en una férrea pelea cuerpo a cuerpo. Vamos, comiencen, los quiero ver luchar».

 

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Miguel y Gabriel se habían puesto de pie. Miraban alrededor como queriendo descifrar desde qué lugar minúsculo salía esa voz.

 

—¿Lo oĆ­ste? —preguntó Miguel.

 

—SĆ­, este tipo estĆ” loco.

 

—Gabriel, no quiero luchar contigo.

 

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—Ya lo oĆ­ste. Yo quiero salir de aquĆ­. Y esa es la Ćŗnica forma de huir. No pierdo nada con intentar.

 

Miguel se quedó estÔtico mirando la determinación en los ojos de Gabriel. De repente su admirado compañero se abalanzó hacia él y el fuerte policía Miguel JuÔrez lo agarró de la cabeza, envolvió su brazo alrededor de su cuello, giró su cuerpo e hizo caer a Gabriel de cara al suelo.

 

Gabriel se quejó de dolor. Quedó tendido en el suelo, boca abajo y dolorido.

 

Miguel se acercó a él, lo ayudó a levantar poniéndolo de pie, estaba detrÔs de Gabriel, llevó su mano entre las piernas y agarro con firmeza sus testículos. Con la otra mano la llevó por su garganta, arrastrando el cuerpo de Gabriel hacia el suyo.

 

—No quiero hacerte daƱo, Miguel. Solo quiero… —estrujó sus testĆ­culos.

 

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—AAAAARGH. NOOOOO POR FAVOR, NOOOOO —Gabriel sufrĆ­a sintiendo un fuerte dolor en sus bolas. Levantó las manos y pellizcó los ojos de Miguel.

 

—”AAAAAAARGH! —gimió Miguel sintiendo como sus ojos se llenaban de lĆ”grimas, instantĆ”neamente liberó a Gabriel, mientras se frotaba la vista. 

 

Gabriel ejecutó el contraataque, entregando varios golpes a puño cerrado contra el fuerte y resistente cuerpo de Miguel, tenía bastante ventaja sobre el alto policía, era el momento final y de gloria, Gabriel estiró su mano y se apoderó de los testículos de Miguel JuÔrez, envolviéndolos y cerrÔndolos en su palma. Allí los apretó con bastante saña.

 

—”AAAAAAAAAH! —gritó Miguel, haciendo una mueca horrible y doblando su cuerpo hacia adelante. Su grito se prolongó mientras sentĆ­a como si le estuvieran arrancando los huevos del cuerpo.

 

Miguel apretó sus dientes mientras sentía exprimirse la vida de sus testículos. La mirada de Gabriel estaba fija en la mueca dolorosa de su amigo policía. Harto de infligir tanta agonía testicular, lo soltó y Miguel cayó de rodillas.

 

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El cuerpo de Miguel estaba envuelto de dolor y agonía. Para su sorpresa, Gabriel se arrodilló a su lado y comenzó a pasar su lengua por su cuello, luego subió hasta su oreja y le mordió el lóbulo.

 

Miguel se desplomó en el suelo, bajo el peso de Gabriel que le saboreaba el pecho y le comía un pezón. Su polla se puso tiesa ante lo efectos sexuales y caricias que le regalaba al fornido policía.

 

Gabriel pasó su lengua por el torso lampiño y sudoroso, lamió un pezón, luego lo mordió, después paso su lengua por los abdominales marcados.

 

Miguel se dedicó a gemir influenciado por el roce de la lengua turista.

 

Gabriel aspiró el aroma viril de los genitales de Gabriel y le lamió las bolas, como si así quisiera acabar con el dolor que les causó.

 

Miguel continuó gimiendo sintiendo el cosquilleo en sus doloridos huevos. Su pene rezumaba mucho líquido pre seminal

 

—Oooooooooooooooh.

 

Gabriel abrió la boca metiéndose por completo el maltratado escroto. Chupó los testículos mientras que agarró la polla, larga y palpitante acariciÔndola con ambas manos.

 

A partir de ahí, los dos policías musculosos se follaron de todas las formas imaginables. Y cuando ya no pudieron tener mÔs sexo, cayeron de espaldas sobre el colchón, exhaustos. Sus brazos se envolvieron amorosamente uno alrededor del otro.

 

CĆ©sar miró a travĆ©s de la rendija de la puerta, habĆ­a visto todo y tambiĆ©n lo disfrutó, se habĆ­a masturbado mirando a los dos sementales darse placer. Incrustó un tubo por la abertura de la puerta y abrió un gas. 

 

Al poco tiempo se colocó una mÔscara antigÔs y cuando estuvo listo, abrió y entró en la celda. Los dos policías ni siquiera se habían dado cuenta de que César los volvió a dormir. Levantó el cuerpo inconsciente de Gabriel, cubierto de sudor y manchado de semen, y lo sacó. Luego volvió por Miguel y también lo liberó.

 

Dejó a los policías inconscientes en el bosque muy cerca de sus motocicletas. Sobre la majestuosidad de sus cuerpos desnudos dejó su uniforme policial perfectamente doblado.

 

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