—¿Y por qué tengo que contar una anécdota donde me hayan golpeado en las bolas? —preguntó Marcos Chacón. Era una tarde lluviosa y compartía asiento en la sala de estar con Bastián y Rafael. El guapo abuelo amasaba sus testículos luego de un puñetazo juguetón de su hermano minutos antes.
Bastian |
Marcos
Chacón dobló los labios como si se negara a ello. El rubio Rafael simplemente
sonrió.
—¿Quieres oír una anécdota, Rafa? —le preguntó.
El joven desvió la mirada hacia la abultada entrepierna del abuelo.
—Vaya, vaya,
viejo. Siempre he admirado la forma en la que llenas tus pantalones. Ojalá
cuando esté de tu edad, se me vea así y yo luzca tan joven.
—Igualmente
vas por buen camino, Rafa —afirmó Marcos—. En nuestra genética está vernos
jóvenes.
—Tu
entrepierna siempre fue colosal, hermano —se burló Bastián. Situó un archivo
que contenía los datos de su hermano—. Marcos José Chacón Aldana, 21 de agosto
de 1961. Arquitecto, padre de Israel, Simón, Pablo y Jenny… hermano, nos
estamos haciendo viejos esperando tu anécdota quiebra huevos.
Rafael y
Bastián se echaron a reír. Marcos se acomodó en su silla y clavó la vista al
suelo, en su vida había tenido tantas aventuras sexuales y placenteras gracias
a sus buenos dotes viriles como tragedias y dolor de huevos.
—Recuerdo una vez que estudiaba en la universidad. Recuerda que me fui del campo y papá me alquiló una residencia para estudiantes, la compartí con otros dos compañeros. Aníbal de la facultad de arquitectura, iba más adelantado que yo, y Gustavo de medicina.
—Muchas
veces viniste a la hacienda con esos dos locos —afirmó Bastián.
—Todavía
tengo contacto con ellos.
—¿Qué
sucedió, abuelo?
Marcos Chacón universitario |
—¡Ja, ja,
ja!
—¡No sabes
lo mucho que me dolió, Rafael! Mis pantalones eran de tela finísima, además de
lo costoso, estaban hechos de excelente calidad, se aferraban a mis piernas.
—Y no
dejaron protección para los melones que te cuelgan entre ellas —se burló
Bastián comenzando a sentir una erección.
—Aníbal me
estuvo esperando agachado, toda la tarde, en posición de ataque, con el puño
cerrado, listo para convertir mis huevos en puré de papas. Fue un ataque
furtivo, y muy eficiente en su propósito de provocarme dolor. Sentí como sus
nudillos chocaron con mis desprotegidas bolas. Lo recuerdo y hasta me vuelve a doler, je, je, je.
De Marcos
Chacón haber visto su reacción hubiese relatado con exactitud a su nieto como
sus ojos se cruzaron y dejaba escapar un gemido mientras se doblaba y caía de
rodillas aquella vez.
—Detrás de
Aníbal estaba Gustavo riéndose. El muy canijo seguía en la ventana donde toda
la tarde esperó que yo llegara en el auto para dar señal de aviso.
Marcos agarrándose los grandes huevos |
«—Marcos, estuviste toda la tarde de ayer estudiando. Te sabías las líneas y supiste como marearnos con tus explicaciones —respondió Aníbal—. Hasta tu reflejo en el espejo estaba harto de tu discurso. Seguramente lo hiciste para deleitar a esa tal Yenny a la que estás cortejando». Entonces el muy idiota comenzó a remedarme, yo por el dolor de bolas me había ido al suelo, estaba sentado sobre un muslo, acariciaba mi hombría, mientras Aníbal me imitaba en gestos y voz. Tenía su cadera a la altura de mi cabeza, no me costó mucho esfuerzo regalarle un puñetazo en los testículos.
Aníbal |
—Muy bien
dado, abuelo —dijo Rafael—. Yo hubiese hecho lo mismo.
«—OOOOOOOOOooouch» —se quejó Aníbal con
los ojos muy abiertos, nunca se esperó el regreso de mi golpe. Gustavo y yo nos
reímos mientras él caía de rodillas a mi frente. Llegado un momento no se
escuchaba más que nuestros gemidos y las risas de Gustavo. «—No vuelvas a hacer
eso, ¿Okey Makey?» —le pregunté a
Aníbal.
—¡Okey Makey! ¡Qué frase tan vieja!
—Bastián se echó a reír hasta secarse una lágrima.
—Intenté despabilarme —prosiguió Marcos—, y me puse de pie. Las bolas me dolían horribles. Le tendí la palma de mi mano a Aníbal como señal de amistad y compañerismo y en su lugar el muy desgraciado me lanzó un gancho entre los muslos, golpeándome las dos bolas de lleno. Aullé de dolor y me caí revolcándome al suelo, en la sala las risotadas de Gustavo y también la de Aníbal acallaron mis gemidos de dolor.
El Marcos
Chacón de la actualidad, maduro y fuerte arrugó la frente recordando aquel
terrible dolor que sintió años atrás en su juventud universitaria. Rafael
sonrió y le preguntó:
—¿Y después
qué?
—Absolutamente
nada. Fuimos revisados por Gustavo que se maravilló del soberano tamaño de mis
genitales y también disfrutó machacármelos.
—¿Sí? —dudó
Rafael.
—Yo no
quería que me los revisara. Pero insistió. Cuando me bajé los pantalones y el
calzón abrió los ojos de sorpresa. «—Hijole, Marcos, ahora entiendo porque se
te marca tanto el bolero en los pantalones» —dijo muy asombrado. Me agarré la
pija con una mano para apartarla y él con unos guantes me palpó las bolas
murmurando palabras de elogios a mis huevos.
—¡Que
maricón! —se burló Bastián.
—Rodó mis esféricas pelotas entre sus dedos y determinó que estaban muy bien. «—Son unos muchachones grandes y gordos —valoró—. Sin embargo…» Ahí fue cuando el hijo de puta me agarró cada huevo entre sus dos manos y los apretó y estiró. «—AAAAAAAAAh» —grité yo, mi mirada se perdió y hasta un hilo de baba solté. Retrocedí a un sillón donde me quedé acunando mis bolas. Aníbal tuvo mejor suerte, sus pequeños huevos no sufrieron tortura, fueron inspeccionados por Gustavo con el puño de Aníbal cerca de su rostro. Después de todo eso nos sentamos en el mueble. Nos quedamos en calzones Aníbal y yo, Gustavo nos entregó unas bolsas con hielos para nuestra entrepierna, también compró unas cervezas que redujo nuestros gemidos de dolor.
Bastián
afirmó con la cabeza.
—De esta manera concluimos el ciclo con el abuelo —dijo—. ¿Quieres saber quién sigue en la línea de anécdotas?
Rafael echó
un vistazo a la rama familiar de Marcos.
—¿Simón? —preguntó.
Bastián negó
moviendo la cabeza.
—Tu padre…
Israel.
Rafael
emitió una risa.
—No me
gustaría saber los golpes en las bolas de papá —declaró ruborizándose.
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