Felipe Corona se agachó y le dió un gran lametón al clítoris desnudo ante su cama, se agarró la polla, dura y grande empezándola a meter muy despacio en la mujer de turno.
—Ah, ah, ah, oh, oh, ah —eran los sonidos placenteros de la audaz morena. Su coño palpitaba absorbiendo al turista carnal que entraba dentro de ella.
El popular bolas de toro gruñó mientras su polla enorme entraba por el estrecho coño. Sus glúteos redondos se endurecían con cada embestida y provocaban que su miembro creciese para llegar más hondo.
La dichosa mujer, golosa de probar a ese fornido semental tenía el clítoris tan hinchado que solo el golpeteo de los grandes huevos a ritmo de cada embestida la masturbaban.
Enseguida le llegó el primer orgasmo fruto del espectáculo que estaba viviendo y disfrutando.
Su flujo salía resbalando por la polla y goteaba por sus huevos.
Felipe extrajo su pene mojado y lo restregó por todo el coño.
Con un ligero empujón volvió a follarla.
Le sujetaba las piernas en alto inclinadas a un lado mientras de rodillas movía la cadera frenéticamente y su polla entraba y salía en movimientos rítmicos.
Paró un segundo para colocarse en cuclillas con la polla aún metida en su mujer con las piernas sobre sus hombros y siguió metiéndosela de arriba a abajo.
La mujer gimió a gritos. Sentía la macana del luchador profesional entrar y salir. Se corrió otra vez entre gritos agarrándose se la cama y retorciéndose de placer.
Unos segundos después, la mirada lasciva del luchador sobre el femenino cuerpo, sus músculos poniéndose rígidos y sus dientes apretados indicaron que estaba a punto de eyacular.
Gimió mientras seguía moviéndose despacio y empapó el interior de la chica con su caliente y abundante semen.
Ella quedó exhausta y satisfecha del placer sexual. Felipe se sentó en la cama con el pene todavía tieso y duro.
Su experimentada y efímera amante se levantó poniéndose frente a él.
—La quiero dentro otra vez —insistió.
Se sentó en su verga y empezó a moverse despacio. Felipe se dejó caer en la cama y la dama empalada se dispuso a disfrutar habida de polla.
Tenía ese miembro por completo dentro de ella, movía la cadera en movimiento circulares.
Felipe le agarró las tetas, fuerte, pellizcándole dulcemente la punta de los pezones.
—Así, así, preciosa… ooooh.
De repente se le puso más dura y su expresión cambió. Se mordía los labios y miraba con ojos de depredador. Ya no había retorno en la ruta del orgasmo.
La mujer se inclinó para besarlo mientras movía su pelvis arriba y abajo.
Su polla resbalaba entrando y saliendo unas veces solo la punta y otras hasta el final.
Su cuerpo empezó a ponerse más duro al mismo tiempo ella se quedaba sin respirar.
Los dos se movían con fuerza, parecían uno. Los gemido de ella eran cada vez más rápidos. Se tocaba para acentuar el placer.
De esa manera los dos estallaron en un único orgasmo.
Ella se derrumbó sobre el macho con su polla aún dentro de ella mientras su coño chorreaba los flujos calientes resultados del placer.
Ambos estaban empapados de sudor.
Así tumbada le acarició uno de sus pechos y Felipe se sacudió de placer.
Ella se echó a reír por la situación de espasmo.
—Me alegra comprender que eres tan bueno como muchas aseguran... un auténtico toro en la cama. El gran bolas de toro.
Felipe hizo un sonido con su garganta.
—Estoy súper satisfecha. Ha sido muy especial este encuentro. Ojalá lo repitamos a futuro, ¿sí? —le dio un beso en el cuello—. Ahora… hay algo que te quiero decir —Felipe se vanaglorió, seguramente iba a engrandecerlo por el estupendo sexo—, se trata de tus bolas —el hombre cambió de postura, incluso se sentó en la cama cubriéndose por instinto sus gónadas—, conoces mi cercanía con Vandor y Enzo —su efímero amante afirmó con la cabeza— pues ellos se están burlando de ti. Entre risas me contaron sobre tu peculiar entrenamiento testicular. Todo es una farsa, ni ellos tienen los cocos tan fuertes como te hacen creer, se ponen protectores cuando están junto a ti.
—¿Cómo?
—Sí, entre risas me lo contaron. Tú no mereces eso —la mujer se inclinó y besó con delicadeza al macho hasta bajar a sus huevos y meterlos en su boca—, ellos no merecen ser lastimados así —dijo cuando pudo— Enzo y Vandor al parecer están aliados con Danilo Rey, y todo para hundir tu carrera en la lucha.
—¡Hijos de puta! —Felipe dio un golpe con el puño cerrado a la cama.
…
La situación no iba a quedarse así, Felipe Corona también era bastante vengativo y se iba a cobrar la mala experiencia que aquellos patéticos le hicieron pasar. A la mañana siguiente acudió temprano al gimnasio.
Al primero que se encontró fue a Enzo, casualmente no tenía ropa para entrenar, estaba en la entrada pagando la cuota de la mensualidad con su tarjeta de débito. Vestía franela y jeans de color negro que se abrazaban a sus delgadas piernas.
—¡Felipe! ¿Qué onda, wey? —saludó tan pronto sus ojos lo encontraron.
En su lugar el bolas de toro le entregó una patada rápida y fuerte en la entrepierna.
Su bota chocó con el bulto en el pantalón del luchador levantando groseramente su protuberancia y arrancándole un gruñido estrangulado cuando el dolor explotó en el cuerpo de Enzo obligándolo a doblarse.
—¿Qué fue eso, amigo? —preguntó con voz tensa.
—¿Qué pasa, wey? ¿No que muy bolas de acero?
Enzo puso los ojos en blanco.
—¿Qué pasa? —Felipe tenía un dejo de burla—. ¿Te duelen los huevitos?
—Hijole, wey —Enzo se llevó la mano a la cadera respirando hondo.
Sin embargo la venganza de Felipe no culminó ahí, envío de nuevo una patada letal a las piernas abiertas de Enzo, lastimando sus manos y testículos.
Los ojos del guapo luchador se cruzaron y dejó escapar un gruñido cayendo al suelo adoptando posición fetal.
—Eres una mierda —dijo Felipe—, un maldito estafador, no eres para nada fuer…
Fue interrumpido cuando el pie de Vandor colisionó desde atrás en sus bolas, clavándolas en su cuerpo y aplastándolas, haciendo que la voz del destacado deportista se quebrara como niña.
—¡AAAAAAAAAyyyyyy! —chilló Felipe a todo pulmón, yéndose al suelo agarrando sus doloridos y rápidamente hinchados testículos. Gimiendo bastante fuerte y revolcándose.
—¿Qué es esto, man? —preguntó Vandor alzando una ceja.
—El hijo de puta me dio dos fuertes patadas —argumentó Enzo sentándose y acariciando sus fabricantes de bebé.
—¿Por qué, Felipe? —interrogó Vandor.
—Porque ustedes son unos pinches mentirosos —gritó Felipe. Comenzó a levantarse apoyándose entre manos y piernas. Momento oportuno de Vandor para patearle las bolas, esta vez frente a él.
Cuando sintió sus preciosas gónadas ser aplanadas, el bolas de toro gruñó con los dientes apretados.
Vandor sonrió con orgullo, pero su alegría duró poco.
Una fracción de segundo después, el pie de la mujer que pasó la noche con el luchador profesional se clavó en sus huevos con un golpe traicionero, de sorpresa y por detrás.
El rostro de Vandor se contrajo y soltó una tos seca, fracasando miserablemente en su intento de no dejar que se notara el dolor que experimentaba.
Gimió, frotándose los doloridos testículos. Sentía demasiado dolor desde sus testículos palpitantes. Se le humedecieron los ojos y se quedó boquiabierto. Luego dejó escapar un gemido miserable y se derrumbó en el suelo, agarrando sus bolas heridas.
—¿Estás bien? —la mujer se inclinó sobre Felipe.
—Sí —admitió afirmando con la cabeza y sosteniendo sus pelotas.
Por el contrario, Vandor repetía:
—¡Mis bolas, mis bolas! ¡Mis pobres bolas!
—Solo veo que estos estúpidos son peores que yo —afirmó Felipe levantándose aunque encorvado.
Enzo todavía no se podía ni parar.
Felipe dio unos pasos hacia Vandor.
—¿Todavía te duele, desgraciado?
Vandor dejó escapar un gemido.
—¿Todavía te duele, desgraciado? —repitió Felipe, agarrando los pies del pelirrojo, haciéndolo rodar sobre su espalda.
Vandor lo miró con el rostro contraído de agonía.
—¿Todavía te duele, desgraciado? —preguntó por tercera ocasión, abriendo las piernas de Vandor y pisoteando con fuerza sus huevos.
—¡Aaaaaaaay! —chilló Vandor cuando sus frágiles testículos quedaron aplastados.
–Te hice una pregunta —insistió Felipe, torciendo el pie y aplastando las bolas de Bandor como un insecto.
Vandor chilló.
Siguió retorciendo el pie.
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAY!
Y el pie no dejaba de moverse.
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAH!
El pie…
—¡AAAAAAAAAAAAAY!
Todo el peso de Felipe recaía en su pie.
—¡AAAAAAAAAAAH!
La voz de Vandor era ronca y gutural.
—Perdedor —dijo Felipe soltando sus piernas y permitiéndole acurrucarse en posición fetal. Amasando su triste hombría.
El bolas de toro miró con furia a Enzo, y el pobre desgraciado retrocedió asustado todavía con una mano en sus gónadas.
—Patético —dijo Felipe mostrándole el dedo medio. Se alejó del gimnasio agarrado de los brazos con Marisela, su mujer más fiel a partir de ese instante.
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