Hola, soy Ronald tengo 32 aƱos de edad y les voy a contar una triste historia con moraleja. Todas las semanas entreno en el gimnasio y gracias a Ć©l (y otras sustancias), he logrado un cuerpo escultural, perfecto y fornido. Soy atractivo, una barba adorna mi moreno rostro, tengo el cabello negro, mis brazos son estrechos y decorados de mĆŗsculos. Mis pectorales son grandes y fuertes. Las piernas gruesas. Vivo muy cerca del gym por lo que al salir del establecimiento voy a mi casa, solo debo recorrer 4 cuadras, cruzar una avenida y por Ćŗltimo, recorrer un largo camino que, bueno, hubo un tiempo en el que fue peligroso, asaltaban, hacĆan arrebatones de bolsas a las mujeres y recuerdo que a un amigo, cuando Ć©ramos adolescentes lo asaltaron apuntĆ”ndole con un arma en la boca.
Pero todo quedó en el pasado, con el tiempo la policĆa se abocó a resolver el problema y la tasa de hurtos en el "paseo de la virgen", desapareció... desapareció igual que la estatua de la madre de JesĆŗs que colocaron en la entrada. Nunca volvieron a reemplazarla.
Aunque puedo tomar otras calles y avenidas para ir a cualquier lugar a muchos nos gusta recorrer esa gruta como mƩtodo de atajo. Lo hago muchas veces en las maƱanas para ir al trabajo, ir de compras y por supuesto al gimnasio.
Hasta que cierta noche a las 22:00 horas se me apareció un jovenzuelo que saltó de los matorrales en un lateral del paseo de la virgen.
āDame todo lo que tienes āme dijo. TenĆa un suĆ©ter puesto y con Ć©l, una capucha puesta que por lo menos le resguardaban frente y ojos. Estaba un poco oscuro, pero su complexión me mostraba que era delgado y su voz la de un joven, quizĆ”s 22 o 23 aƱos. TenĆa la mano dentro de su suĆ©ter donde posiblemente habĆa un arma con la que me estaba apuntando (o eso me hizo querer creer).
āDame todo lo que tienes, huevón āme dijo.
SentĆ que mi espĆritu me reclamaba, "si mi amigo Eliecer hubiese ido esa noche a entrenar nada de eso me estarĆa pasando", mi amigo me daba un aventón en su coche hasta mi residencia.
āEstĆ” bien, amigo, acĆ” tengo mi iphone y dinero en mi bolso. No mĆ”s, no me hagas nada.
āĀ”DĆ”melo todo, huevón!
Se sentĆa nervioso, quizĆ”s el muchacho no tenĆa mucha experiencia. ExtendĆ el brazo ofreciendo mi bolso, lo estaba mirando al camuflado rostro, Ć©l enfocó la vista en lo que le ofrecĆ, se acercó para tomarlo, entonce recogĆ mi brazo, doblando el codo y le lancĆ© una patada en los huevos con toda mi fuerza.
Acerté mi tibia en su entrepierna y sentà como su parte blanda cargada con balones en forma de huevos se estrellaban en su cuerpo.
El dio un salto, abriendo la boca y rugiendo, cayó de rodillas al suelo, gimiendo de dolor. ĀæQuieren saber quĆ© fue lo peor que pasó? Lo que estaba pensando, no tenĆa ningĆŗn arma bajo su ropa, estaba apuntando con sus propios dedos, el muy cabrón. Lo supe cuando se desvaneció en el suelo agarrĆ”ndose las bolas con ambas manos.
āĀ”Mamaste, hijo de puta! āle dije riĆ©ndome. AsĆ emprendĆ la huida a toda marcha. Mire hacia atrĆ”s y lo vi con la cabeza en el suelo y las manos en sus testĆculos. Me dio risa.
No volvĆ a aparecer por el paseo de la virgen en mucho tiempo, preferĆ tomar otras calles y avenidas para llegar a mi sitio objetivo.
Aunque siempre hay un contratiempo y el lunes de la semana pasada tuve que atravesarlo. Eran las 8 de la maƱana e iba al trabajo, dos hombres caminaban delante de mĆ, asĆ que me aventurĆ© y atravesĆ© sano y salvo la gruta recordando con simpatĆa la noche que deje postrado a un bobo ladrón.
Lo mismo ocurrió el miĆ©rcoles de esa semana con tres amigos mĆ”s nos encontramos en la avenida y como somos vecinos, bueno, juntos cruzamos el paseo sin que nada ocurriese, era de noche y, estĆ” bien, entre todos nos podĆamos defender si algo imprevisto sucediese.
Y hoy martes, quise atravesar el camino.
«Que diablos, son las cuatro de la tarde, los ladrones no salen a esta hora» pensé. Y asà cometà mi error. Iba con prisa al gimnasio cuando alguien me salió al paso.
āPerro, dame todo lo que te tienes.
Era el mismo desgraciado pata en el suelo de la ocasión anterior. Mismo muchacho, mismo suĆ©ter, pero esta vez con una verdadera pistola en su mano. Gracias a la claridad de las nubes vi por completo su rostro, tiene una barba pobremente poblada y ojos hinchados, es posible que se estuviera fumando algo esperando su vĆctima, o sea yo. Por instinto de miedo subĆ mis manos.
āAsĆ que eres tĆŗ, perro āme dijo.
āĀæYo? No sĆ© de quĆ© hablas⦠āmentĆā, eh⦠soy nuevo por acĆ”.
āĀ”CĆ”llate y entrĆ©game todo lo que tienes!
āTranquilo, esperaā¦
āApĆŗrate, huevón. O te lleno el cuerpo de plomo āhizo sonar el arma para hacerme saber que estaba cargada. Me dio un frĆo mortal. SaquĆ© mi celular del bolsillo del pantalón y se lo entregue.
āEl bolso, perro.
āAhĆ solo tengo perfume y ropa.
āĀ”El bolso, hijo de puta!
āEstĆ” bien, estĆ” bien ādeslicĆ© el bolso por mi brazo y se lo entreguĆ©. Carajo, era un bolso carĆsimo que compre una vez que fui a Aruba. Con lĆ”stima me despedĆ de Ć©l.
āAhora la sudadera.
āĀæQuĆ©?
āEs una marca original. La quiero...
āPero...
Me quité la franela entregÔndosela, quien sabe cuando vuelva a comprar otra. El puto observó con envidia mi esculpido torso lleno de músculos.
El desgraciado ladrón se terció mi bolso en la espalda y se dio media vuelta para emprender la huida callejón arriba. Pero se detuvo en seco y se dio la vuelta mirÔndome.
āĀæQuĆ©? Te di todo. Mi billetera estĆ” ahĆ dentro.
āĀ”No! Ā”Esto es para que aprendas!
El desgraciado rufiÔn ha podido darme una ultra patada en las bolas que me deformó los huevos chocÔndolos entre su tibia y mi cuerpo.
El puto maleante me estortilló las gónadas con todo su odio.
āĀ”AAAAAAaaaaah! āgritĆ© cerrando los ojos y apretando los dientes. Me agarrĆ© las bolas con ambas manos y caĆ de rodillas jadeando por aire. Al menos ya tengo una hija porque estoy seguro de que ese patadón me dejó estĆ©ril.
El ladronzuelo se echó a reĆr y emprendió su fuga mientras yo me quedaba acongojado de dolor sobĆ”ndome las bolas. Me puse boca abajo con mis manos acunando mis maltratadas papas.
āAy, ay, ay āes todo lo que pude decir como un miserable mientras mis huevos palpitaban en mi ropa de deporte.
Ahora quedƩ lleno de dolor, robado y con los huevos revueltos.
¿La moraleja? Si no quieres sufrir el dolor de vuelta, no le pegues a otro hombre en las bolas, tus fuertes músculos no te servirÔn de nada. Porque carajos, como duele un golpe en los huevos.
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