La moraleja - Las Bolas de Pablo

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21 jul 2021

La moraleja

Hola, soy Ronald tengo 32 aƱos de edad y les voy a contar una triste historia con moraleja. Todas las semanas entreno en el gimnasio y gracias a Ć©l (y otras sustancias), he logrado un cuerpo escultural, perfecto y fornido. Soy atractivo, una barba adorna mi moreno rostro, tengo el cabello negro, mis brazos son estrechos y decorados de mĆŗsculos. Mis pectorales son grandes y fuertes. Las piernas gruesas. Vivo muy cerca del gym por lo que al salir del establecimiento voy a mi casa, solo debo recorrer 4 cuadras, cruzar una avenida y por Ćŗltimo, recorrer un largo camino que, bueno, hubo un tiempo en el que fue peligroso, asaltaban, hacĆ­an arrebatones de bolsas a las mujeres y recuerdo que a un amigo, cuando Ć©ramos adolescentes lo asaltaron apuntĆ”ndole con un arma en la boca.


Pero todo quedĆ³ en el pasado, con el tiempo la policĆ­a se abocĆ³ a resolver el problema y la tasa de hurtos en el "paseo de la virgen", desapareciĆ³... desapareciĆ³ igual que la estatua de la madre de JesĆŗs que colocaron en la entrada. Nunca volvieron a reemplazarla.

Aunque puedo tomar otras calles y avenidas para ir a cualquier lugar a muchos nos gusta recorrer esa gruta como mƩtodo de atajo. Lo hago muchas veces en las maƱanas para ir al trabajo, ir de compras y por supuesto al gimnasio.

Hasta que cierta noche a las 22:00 horas se me apareciĆ³ un jovenzuelo que saltĆ³ de los matorrales en un lateral del paseo de la virgen.

—Dame todo lo que tienes —me dijo. TenĆ­a un suĆ©ter puesto y con Ć©l, una capucha puesta que por lo menos le resguardaban frente y ojos. Estaba un poco oscuro, pero su complexiĆ³n me mostraba que era delgado y su voz la de un joven, quizĆ”s 22 o 23 aƱos. TenĆ­a la mano dentro de su suĆ©ter donde posiblemente habĆ­a un arma con la que me estaba apuntando (o eso me hizo querer creer).

—Dame todo lo que tienes, huevĆ³n —me dijo.

SentĆ­ que mi espĆ­ritu me reclamaba, "si mi amigo Eliecer hubiese ido esa noche a entrenar nada de eso me estarĆ­a pasando", mi amigo me daba un aventĆ³n en su coche hasta mi residencia.

—EstĆ” bien, amigo, acĆ” tengo mi iphone y dinero en mi bolso. No mĆ”s, no me hagas nada.

—¡DĆ”melo todo, huevĆ³n!

Se sentĆ­a nervioso, quizĆ”s el muchacho no tenĆ­a mucha experiencia. ExtendĆ­ el brazo ofreciendo mi bolso, lo estaba mirando al camuflado rostro, Ć©l enfocĆ³ la vista en lo que le ofrecĆ­, se acercĆ³ para tomarlo, entonce recogĆ­ mi brazo, doblando el codo y le lancĆ© una patada en los huevos con toda mi fuerza.

AcertƩ mi tibia en su entrepierna y sentƭ como su parte blanda cargada con balones en forma de huevos se estrellaban en su cuerpo.

El dio un salto, abriendo la boca y rugiendo, cayĆ³ de rodillas al suelo, gimiendo de dolor. ¿Quieren saber quĆ© fue lo peor que pasĆ³? Lo que estaba pensando, no tenĆ­a ningĆŗn arma bajo su ropa, estaba apuntando con sus propios dedos, el muy cabrĆ³n. Lo supe cuando se desvaneciĆ³ en el suelo agarrĆ”ndose las bolas con ambas manos.

—¡Mamaste, hijo de puta! —le dije riĆ©ndome. AsĆ­ emprendĆ­ la huida a toda marcha. Mire hacia atrĆ”s y lo vi con la cabeza en el suelo y las manos en sus testĆ­culos. Me dio risa. 

No volvĆ­ a aparecer por el paseo de la virgen en mucho tiempo, preferĆ­ tomar otras calles y avenidas para llegar a mi sitio objetivo.

Aunque siempre hay un contratiempo y el lunes de la semana pasada tuve que atravesarlo. Eran las 8 de la maƱana e iba al trabajo, dos hombres caminaban delante de mĆ­, asĆ­ que me aventurĆ© y atravesĆ© sano y salvo la gruta recordando con simpatĆ­a la noche que deje postrado a un bobo ladrĆ³n.

Lo mismo ocurriĆ³ el miĆ©rcoles de esa semana con tres amigos mĆ”s nos encontramos en la avenida y como somos vecinos, bueno, juntos cruzamos el paseo sin que nada ocurriese, era de noche y, estĆ” bien, entre todos nos podĆ­amos defender si algo imprevisto sucediese.

Y hoy martes, quise atravesar el camino.

«Que diablos, son las cuatro de la tarde, los ladrones no salen a esta hora» pensĆ©. Y asĆ­ cometĆ­ mi error. Iba con prisa al gimnasio cuando alguien me saliĆ³ al paso.

—Perro, dame todo lo que te tienes.

Era el mismo desgraciado pata en el suelo de la ocasiĆ³n anterior. Mismo muchacho, mismo suĆ©ter, pero esta vez con una verdadera pistola en su mano. Gracias a la claridad de las nubes vi por completo su rostro, tiene una barba pobremente poblada y ojos hinchados, es posible que se estuviera fumando algo esperando su vĆ­ctima, o sea yo. Por instinto de miedo subĆ­ mis manos.

—AsĆ­ que eres tĆŗ, perro —me dijo.

—¿Yo? No sĆ© de quĆ© hablas… —mentĆ­—, eh… soy nuevo por acĆ”.


—¡CĆ”llate y entrĆ©game todo lo que tienes!

—Tranquilo, espera…

—ApĆŗrate, huevĆ³n. O te lleno el cuerpo de plomo —hizo sonar el arma para hacerme saber que estaba cargada. Me dio un frĆ­o mortal. SaquĆ© mi celular del bolsillo del pantalĆ³n y se lo entregue.

—El bolso, perro. 

—AhĆ­ solo tengo perfume y ropa.

—¡El bolso, hijo de puta!

—EstĆ” bien, estĆ” bien —deslicĆ© el bolso por mi brazo y se lo entreguĆ©. Carajo, era un bolso carĆ­simo que compre una vez que fui a Aruba. Con lĆ”stima me despedĆ­ de Ć©l.

—Ahora la sudadera.


—¿QuĆ©?


—Es una marca original. La quiero...


—Pero...


Me quitĆ© la franela entregĆ”ndosela, quien sabe cuando vuelva a comprar otra. El puto observĆ³ con envidia mi esculpido torso lleno de mĆŗsculos.


El desgraciado ladrĆ³n se terciĆ³ mi bolso en la espalda y se dio media vuelta para emprender la huida callejĆ³n arriba. Pero se detuvo en seco y se dio la vuelta mirĆ”ndome.

—¿QuĆ©? Te di todo. Mi billetera estĆ” ahĆ­ dentro.

—¡No! ¡Esto es para que aprendas!

El desgraciado rufiĆ”n ha podido darme una ultra patada en las bolas que me deformĆ³ los huevos chocĆ”ndolos entre su tibia y mi cuerpo.

El puto maleante me estortillĆ³ las gĆ³nadas con todo su odio.

—¡AAAAAAaaaaah! —gritĆ© cerrando los ojos y apretando los dientes. Me agarrĆ© las bolas con ambas manos y caĆ­ de rodillas jadeando por aire. Al menos ya tengo una hija porque estoy seguro de que ese patadĆ³n me dejĆ³ estĆ©ril.

El ladronzuelo se echĆ³ a reĆ­r y emprendiĆ³ su fuga mientras yo me quedaba acongojado de dolor sobĆ”ndome las bolas. Me puse boca abajo con mis manos acunando mis maltratadas papas.

—Ay, ay, ay —es todo lo que pude decir como un miserable mientras mis huevos palpitaban en mi ropa de deporte.

Ahora quedƩ lleno de dolor, robado y con los huevos revueltos.

¿La moraleja? Si no quieres sufrir el dolor de vuelta, no le pegues a otro hombre en las bolas, tus fuertes mĆŗsculos no te servirĆ”n de nada. Porque carajos, como duele un golpe en los huevos

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