—Caray, Nacho. No fue mi culpa. Fue el balĆ³n y el viento.
—¡NO FUE TU CULPA! —explotĆ³ Nacho cargado de furia. TenĆa 23 aƱos, de piel bronceada, cabellos castaƱos y estatura mediana. VestĆa todavĆa con su uniforme de fĆŗtbol, no era un equipo profesional ni mucho menos famoso por pertenecer a una liga de prestigio, pero Ć©l se lo tomaba en serio porque tenĆa muy elevado el nivel de competitividad—. ¡Por tu maldito movimiento regalaste el gol de la victoria a esos rotos! ¡Idiota de mierda! Ustedes no tienen lo que a mi me sobra y es fuerza. ¡Cabrones! —asegurĆ³ doblando su bicep.
—EstĆ” bien, Nacho. Lo acepto, pero bĆ”jale a tu nivel de intensidad, ya pasĆ³. En el prĆ³ximo juego nos volvemos a levantar.
—¡A levantar! Por palabras como esas, dignas de un perdedor como tĆŗ, es que no progresamos! Dignas de ti, hijo de puta, flojo.
—Nacho, esto no es el Real Madrid o la Juventus.
—¡Sigue! ¡Sigue hablando revolcĆ”ndote en tu miseria! Por tu culpa seremos la burla en las estaciones de radio deportivas.
—Nacho solo hay una estaciĆ³n de radio de ese tipo en el pueblo —indicĆ³ Lucho, un compaƱero de equipo ya harto de escuchar a Nacho—, no es para tanto.
—¡Es que en definitiva todos son unos mediocres! —dijo Nacho, luego apuntĆ³ con el dedo acusador a Yurem—, ¡comenzando por ti, hijo de puta. Que regalaste un gol a los del otro barrio.
—Escuchen, chicos —dijo otro compaƱero fastidiado de los gritos—. ¿Por quĆ© no nos calmamos y nos relajamos todos?
—¡NO! —rechazĆ³ Nacho dejando escapar un rocĆo de saliva—. ¡No hasta que aprendan las consecuencias de la derrota. Ustedes son muy estĆŗpidos. Par de cabrones todos, buenos para nada. Por culpa de ustedes nunca avanzamos en los juegos de fin de semana. ¡Por idiotas, flojos y pendejos!
Hasta el techo de todo aquello, el pie de Yurem subiĆ³ por las piernas abiertas de Nacho y chocĆ³ con sus huevos en una patada rĆ”pida, fuerte y furiosa que hizo que sus ojos perdieran el foco cuando sintiĆ³ el dolor explotar en sus testĆculos. DejĆ³ escapar un lamento cuando el dolor se extendiĆ³ por todo su cuerpo.
—Eres una mierda —gruĆ±Ć³ Nacho, agarrĆ”ndose la entrepierna mientras se deslizaba al suelo.
—Ya basta, Nacho —dijo Yurem levantĆ”ndose del banco—. Estamos obstinados de tus gritos e insultos. QuĆ©date en paz, huevĆ³n. No eres Messi ni Cristiano Ronaldo. Apenas te conocen en la calle de tu casa.
El pobre Nacho tosĆa y escupĆa, agarrĆ”ndose la entrepierna.
—¿Calmado? ¿Volvemos a ser amigos? —Yurem sonriĆ³ tendiĆ©ndole la palma de la mano.
Nacho la aceptĆ³ y le tomĆ³ de la mano para levantarse, pero recibiĆ³ una traicionera patada en las bolas otra vez de Yurem, que lo dejĆ³ sin aliento, doblado y colapsando en el suelo.
—Hijo de perra —gimiĆ³ Nacho arrastrĆ”ndose por el suelo, tenĆa lĆ”grimas en los ojos—. Te voy a matar.
—Cuando te puedas levantar —se burlĆ³ un compaƱero de equipo comenzando a aplaudir en seƱal de felicitaciĆ³n a Yurem.
El atrevido jugador que regalĆ³ un gol al otro equipo fue felicitado por su hazaƱa contra Nacho.
Nacho emitiĆ³ un gemido miserable, varias lĆ”grimas corrĆan por su varonil rostro. Lentamente se puso de pie sujetando su maltrecha hombrĆa. MirĆ³ con desaprobaciĆ³n a sus compaƱeros y a Yurem le dedicĆ³ un vistazo asesino. Los testĆculos le dolĆan muchĆsimo.
—Cuando te puedas mover bien, amigo —se echĆ³ a reĆr Yurem—. Ok, Nacho. Espero que con eso te calles y no nos sigas hostigando.
Pero Nacho no era persona que le ordenaran. Apretando los dientes corriĆ³ hacia Yurem y solo fue detenido cuando este subiĆ³ su pie entre sus muslos, machacando sus huevos por tercera vez en menos de cinco minutos. ¡Sus bolas se estrellaron quedando como acordeĆ³n!
Nacho se quedĆ³ paralizado. SintiĆ³ nĆ”useas. El dolor volviĆ³ a subir de sus testĆculos deformes a su estĆ³mago y abdomen.
Estaba inmĆ³vil sin poder hacer algo, por culpa del insostenible dolor.
Cuando finalmente pudo reaccionar, su mirada se encontrĆ³ con la de Yurem.
—Hijo de puta —susurrĆ³ antes de irse al suelo cubriĆ©ndose como un ovillo, agarrando sus bolas con ambas manos y gimoteando.
—¡Bravo!
—¡Se cayĆ³ un fuerte!
—Hurra.
Celebraban algunos miembros del equipo dichosos por la infelicidad de Nacho.
Yurem los mirĆ³ a todos con el rostro iluminado por una sonrisa.
—Chicos, vamos al bar Los Tulipanes. Les brindarĆ© una ronda de cerveza.
—¡Bravo!
—¡Viva!
Y asĆ en medio de la algarabĆa fueron saliendo del vestuario a excepciĆ³n de aquel que continuĆ³ en el suelo sobĆ”ndose las gĆ³nadas, pero que jugaba como un profesional de pueblo.
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