EstĆ”s en la parte tres de esta historia. Si no has leĆdo la parte dos, la puedes encontrar dando clic aquĆ. TambiĆ©n puedes leer desde la parte uno.
Eran las ocho de la noche, Maribel se encontraba al interior de su vehĆculo en la cochera, la mujer se debatĆa entre asistir o no, a un evento privado del despacho de abogados, no tenĆa ganas de pasar la velada en compaƱĆa de aquellos hombres. Todos los aƱos sucedĆa lo mismo, con motivo del aniversario de la empresa, el socio principal ofrecĆa una cena en su lujosa casa en Polanco, ella se vestĆa elegantemente con vestidos ceƱidos de diseƱador. Los “licenciados” jĆ³venes, solteros o divorciados pasaban el rato intentando seducirla, algunos halagos sonaban misĆ³ginos, la mayorĆa patĆ©ticos, lo peor empezaba cuando el alcohol hacĆa de las suyas. El solo pensamiento de las horas de acoso por venir y el tener que sonreĆr como estĆŗpida, le revolvĆa el estĆ³mago. Sin embargo, la decisiĆ³n ya estaba tomada, estaba vestida y maquillada, solamente era cuestiĆ³n de arrancar el auto y partir.
Maribel Barranco |
Minutos despuĆ©s, la cena para celebrar el veinticinco aniversario del despacho, comenzĆ³. Todo transcurriĆ³ con normalidad hasta el momento del brindis. Cuando el seƱor Reyes Mena, principal socio del despacho hizo un anuncio importante. Ćl era un hombre de cincuenta aƱos, alto y embarnecido, musculoso y fuerte, su cabello plateado lucĆa perfectamente peinado y su barba de igual color, impecablemente recortada. Si se tuviera que comparar con algĆŗn animal, cualquiera dirĆa que Don Hilario era un poderoso toro o un gorila.
Don Hilario Reyes Mena |
Julio era talentoso, carismĆ”tico y encantador, a pesar de su corta edad, la mujer reconocĆa que ese muchacho era de los mejores abogados de la empresa y de los que mĆ”s trabajaba. A ella le caĆa bien, quizĆ” por ser homosexual era de los pocos en la oficina que no la miraba de forma lasciva y la respetaba como profesional. «Mejor Ć©l, que otro», pensĆ³ Maribel.
—AdemĆ”s, hoy despedimos a un miembro muy importante, quien ha sido un pilar para nuestro despacho, ella es una excelente abogado penalista, la mejor. Realmente le deseamos lo mejor en su futuro —dijo Don Hilario, la chica casi se ahoga con el vino que bebĆa al escuchar aquellas palabras—. Licenciada Barranco, gracias por todo lo que nos ha entregado, por su tiempo y dedicaciĆ³n. Se nos va una de las grandes. ¡Salud por Maribel!
—¡Salud! —dijeron todos al unĆsono y bebieron su copa.
La mujer se puso en pie para reclamar lo sucedido. De inmediato fue rodeada por todos los hombres del despacho, quienes uno por uno se acercaban a abrazarla para despedirse y aprovechar el momento para tocarla y frotar su cuerpo contra el suyo. Maribel se sentĆa asqueada y asfixiada, sintiĆ³ que le faltaba el aire. DespuĆ©s de todo lo que ella habĆa hecho, despuĆ©s de tanto sudor y lĆ”grimas, ¿era esto lo que merecĆa? ¿En verdad era necesaria una burla de tal magnitud?
Omar Reyes y Julio Platas |
Como por arte de magia, todas las mujeres presentes cayeron inconscientes.
—¿QuĆ© pasa? ¿QuĆ© significa esto, Maribel? —preguntĆ³ el socio principal.
—¿CĆ³mo te atreves? ¿CĆ³mo pudiste? —preguntĆ³ furiosa.
—¿Y quĆ© esperabas luego del fracaso que tuviste con Alan Bello? Su familia me presionĆ³, quieren tu cabeza —respondiĆ³ Don Hilario—. Yo sĆ© que no fue tu culpa, y querĆa que te retiraras con dignidad. Pero al final de cuentas no tienes huevos, eres una mujer, y como tal, tenĆas que hacer un drama, un berrinche, no podĆas solo quedarte callada. Por ese motivo, tĆŗ jamĆ”s…
—¡CĆ”llate! —ordenĆ³ Maribel. Con un ademĆ”n, los labios del quincuagenario quedaron sellados. Desconcertado, el hombre intentĆ³ abrirlos con sus manos—. No tiene ni una semana que Alan falleciĆ³. ¿CĆ³mo te atreves a mencionar su nombre, viejo asqueroso?
Al instante, todos los hombres presentes fueron elevados en el aire, por encima de la mesa y acomodados en hilera de pie en el jardĆn, ninguno de ellos podĆa emitir palabra o moverse, incluidos los meseros, Julio y Omar. Esta vez no era Huitzilyuccatl quien estaba al mando, era la propia Maribel la que usaba para su propio beneficio los poderes de la Diosa. Este era su deseo.
Don Hilario |
—Arrrg —gruĆ±Ć³ el seƱor, quien no podĆa emitir grito alguno.
—¿Recuerdas cuando restregaste tu verga erecta contra mi culo hace ocho aƱos, mientras fingĆas aconsejarme en la oficina? —Maribel preguntĆ³ mientras estrellaba con potencia su elegante zapatilla en las maduras bolas de su jefe.
Uno a uno, al tiempo que los pateaba brutalmente en las bolas, la mujer fue recordĆ”ndoles algĆŗn momento en que la hicieron sentir hostigada, no se detenĆa hasta ver lĆ”grimas salir de sus ojos. HundiĆ³ su pie en la entrepierna de mĆ”s de veinte varones, como no sabĆa patear, se lastimĆ³ los dedos, pero tenĆa manos, mientras tuviera algo con que golpear a estos hombres en los huevos, asĆ lo harĆa. A los meseros no les hizo daƱo, solo los mantuvo inmĆ³viles. Cuando llegĆ³ frente a Julio y Omar, los mirĆ³ fijamente.
—¿Y ustedes? Supongo que para, “Ella”, cualquier persona con testĆculos sirve —comentĆ³. Los esposos se miraron uno al otro sin entender. Maribel los castigĆ³ no por odio, sino por placer. Ambos eran guapos, delgados y con buen cuerpo, Omar era mĆ”s alto que Julio, y tenĆa facciones mĆ”s masculinas.
Julio y Omar |
—¿Fuiste tĆŗ? ¿TĆŗ le pediste al asqueroso de tu padre que ascendiera a este? —preguntĆ³ a Omar. El hombre solo se dedicaba a gruƱir ininteligiblemente. Maribel notĆ³ que Julio tenĆa huevos grandes, mientras que los de Omar eran tamaƱo promedio.
—No tengo nada contra ti, solo que me robaste mi lugar —dijo a Julio.
—Arrrgggrrr —gruƱĆan ambos hombres.
Cuando los dedos de Maribel se entumecieron debido al esfuerzo, los liberĆ³ y les permitiĆ³ caer al suelo en posiciĆ³n fetal. Lo primero que hicieron fue acercarse el uno al otro y tomarse de la mano mientras sobaban, cada uno, sus muy adoloridos genitales con la otra. AĆŗn no podĆan emitir palabra alguna, pero se miraban con amor. La escena conmoviĆ³ a la mujer.
Julio Platas |
Durante casi media hora se dedicĆ³ a sentir entre sus manos y estrujar con ganas los testĆculos de todos los abogados machos. Hacerlo no solo le parecĆa divertido, tambiĆ©n la calentaba.
Para concluir, nuevamente se parĆ³ frente a Hilario Reyes Mena y le conectĆ³ una serie de puƱetazos y palmadas en los testĆculos. La mujer deseaba acabar con el poder y la virilidad de aquel macho alfa. AsĆ que le permitiĆ³ caer al suelo, al igual que habĆa hecho con su hijo y su yerno. El hombre fue despojado de su ropa por una fuerza invisible, dejando su velludo y varonil cuerpo totalmente desnudo. Una vez lo tuvo en esa posiciĆ³n, Maribel lo tomĆ³ de los tobillos, abriĆ³ sus piernas y estrellĆ³ su talĆ³n contra los peludos genitales del seƱor. El hombre no podĆa hacer nada para impedirlo, una fuerza invisible mantenĆa sus brazos atados.
Lic. Reyes Mena |
—¡TĆŗ, Maribel, tĆŗ! —respondiĆ³ con desesperaciĆ³n—. Yaaa, por favor. ¡Aaaah! ¡Yaaa! —gritĆ³ con voz muy, muy aguda. Del imponente y varonil Don Hilario Reyes Mena, no quedaba nada, el hombre lloraba hecho bola en el suelo.
La abogada pensĆ³ que el castigo habĆa sido suficiente. AsĆ que tomĆ³ su bolsa y se marchĆ³, no sin antes volverse para dar varios pisotones a la hombrĆa de su desnudo exjefe.
La mujer se sentĆa exaltada, estaba muy cachonda, necesitaba tener sexo con alguien. LlamĆ³ a Erick y le pidiĆ³ su direcciĆ³n. Eran las once de la noche cuando llegĆ³ al departamento del antropĆ³logo.
—¿QuĆ© pas…? —preguntĆ³ el hombre al abrir la puerta y encontrarse con ella en el umbral.
Al interior del apretado bĆ³xer del antropĆ³logo, su pene dolĆa, pues necesitaba ser liberado de la presiĆ³n, asĆ que Ć©l se desnudĆ³ por completo revelando su enorme erecciĆ³n. Se arrodillĆ³ entre las piernas de la mujer y comenzĆ³ a lamer sus labios y clĆtoris. TenĆa aƱos de no probar el nĆ©ctar de Maribel, desde que ambos asistĆan a la universidad. Como los buenos vinos, con el tiempo aquel manjar que emanaba de su vagina, era mucho mĆ”s embriagante y sabroso.
Tras unos intensos minutos, en los cuales incluso chupĆ³ y succionĆ³ los testĆculos del poderoso macho que tenĆa frente a ella, la hombrĆa de veinticuatro centĆmetros se sacudiĆ³ expulsando con potencia la cĆ”lida leche perlada del antropĆ³logo, esta vez, sin mancha de sangre. Maribel lo recibiĆ³ en su cara, eso era lo que ella querĆa, a ambos les gustaba de esa forma. El olor a semen fresco, reciĆ©n salido del pene de Erick la excitaba todavĆa mĆ”s.
Ella se lanzĆ³ nuevamente sobre Ć©l y cruzĆ³ sus piernas, Ć©l la sostuvo con sus anchos brazos y la ensartĆ³ en su asta bandera, «para esto es que sirve levantar pesas e ir al gym, para poder cargar a tu mujer», pensĆ³ el hombre. Gimiendo de placer y jadeantes, ambos se dirigieron a la ducha. Ćl la recargĆ³ contra el azulejo mientras la sostenĆa con las manos, sus dedos se hundĆan en sus enormes nalgas. Abrieron la llave, el agua saliĆ³ helada, eso no importĆ³, abrieron la otra llave y esperaron a que esta se aclimatara.
Cerraron ambas llaves y cambiaron de posiciĆ³n, la abogada se agachĆ³ sin flexionar las piernas, ofreciendo su prominente trasero al antropĆ³logo, quien por detrĆ”s penetrĆ³ su cavidad femenina. El hombre arremetiĆ³ moviendo su pelvis hacia delante y hacia atrĆ”s, mientras se sujetaba de las descomunales caderas de esa mujerona. Maribel gemĆa de placer, sentĆa una deliciosa corriente elĆ©ctrica sacudir cada fibra nerviosa de su cuerpo. Ella se consideraba una mujer difĆcil de satisfacer, sin duda, Erick era de los pocos hombres que podĆan dejarla completamente satisfecha.
Ya que estaban en la regadera, decidieron baƱarse, cada uno enjabonĆ³ y enjuagĆ³ al otro. Nuevamente, Erick la cargĆ³ y la llevĆ³ a la cama, disfrutaba mucho poder levantar a aquella mujer, lo hacĆa sentir viril y masculino. Estuvieron recostados, acariciĆ”ndose durante casi una hora. Maribel no dejaba de tocar y masajear el escroto de su pareja.
Conversaron, ella contĆ³ lo sucedido y pudo desahogarse. La confianza que tenĆa en Erick era irreal, a ese hombre podĆa contarle todo. Esa noche, Ć©l extraƱamente la escuchaba con atenciĆ³n, sin interrumpirla con sus propios pensamientos insulsos, Maribel se sentĆa por primera vez en mucho tiempo, enamorada. Ćl la abrazĆ³ por detrĆ”s y la envolviĆ³ con su cuerpo. Acurrucados, se quedaron dormidos.
Erick despertĆ³, la mujer que amaba yacĆa entre sus brazos y lucĆa realmente bella mientras dormĆa. Se levantĆ³, pues tenĆa esa urgencia por orinar que solo da una vez despierto y consciente. El movimiento del colchĆ³n espabilĆ³ a Maribel, ella revisĆ³ su celular y encontrĆ³ decenas de llamadas perdidas y mensajes sin leer, la mayorĆa eran de “Lucerito”, quien habĆa sido su secretaria y no asistiĆ³ a la cena la noche anterior.
La defensora no habĆa querido reflexionar mucho en el error que cometiĆ³. Revelar el poder sobrenatural de, “Ella”, habĆa sido algo imprudente. Erick se lo dijo, pero no insistiĆ³ en recriminĆ”rselo, pues Ć©l no querĆa hacerla sentir peor de lo que ya sentĆa. Era momento de enfrentar las consecuencias, asĆ que llamĆ³ a Lucerito.
—¿QuĆ© pasa, Lu? —preguntĆ³ ella.
—Una tragedia, anoche asesinaron a todos los abogados del despacho y a los meseros de la cena con Don Hilario, Ć©l estĆ”… ¡EstĆ” muerto! —explicĆ³ Lucerito con desesperaciĆ³n—. ¿TĆŗ estĆ”s bien?
"Julito y Don Omar" |
—Les cortaron… las bolas —comentĆ³ con vergĆ¼enza la secretaria—. Fue horrible, todos estĆ”n muertos. La policĆa se pregunta si esto tiene que ver con el caso de Alan, pero Ć©l ya estĆ” muerto. AsĆ que creen que debe de ser algĆŗn imitador. ¡Ay no, Bel, estuvo horrible! ¡Julito! Julito y Don Omar, a los dos tambiĆ©n les arrancaron los testĆculos y los mataron. Pero a Julito le fue peor, lo partieron en pedazos, fue el Ćŗnico —comentĆ³ alterada Lucerito. «“Ella”, debiĆ³ descuartizarlo por ser espaƱol», pensĆ³ Maribel.
Junto con Erick, Maribel pidiĆ³ a la seguridad del edificio revisar las cĆ”maras de los accesos y salidas de toda la noche. En ellas se mostraba a la abogada llegando cerca de las once, sin embargo, ella ya no abandonĆ³ el lugar. Eso significaba que ahora, Huitzilyuccatl se manifestaba sin necesidad de un anfitriĆ³n y podĆa tomar las ofrendas que quisiera sin restricciĆ³n alguna.
Sesenta y cuatro fueron los testĆculos que arrebatĆ³, treinta y dos hombres asesinados. La Diosa era mĆ”s poderosa que nunca, consiguiĆ³ en una sola noche, lo que con Alan le habĆa tomado casi veinte aƱos.
Erick por la maƱana |
Maribel se sentĆa parcialmente responsable de lo sucedido, tal vez era ella quien abriĆ³ la puerta a Huitzilyuccatl para poder asesinar a todos esos hombres, por lo mismo, se prometiĆ³ a sĆ misma que encontrarĆa la forma de vencer a la Diosa. Afortunadamente, contaba con la ayuda del viril y masculino Erick, quien no solamente era capaz de hacer vibrar su corazĆ³n, sino la totalidad de su cuerpo... ah, y tambiĆ©n sus conocimientos y experiencia como antropĆ³logo eran importantes.
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