SebastiĆ”n corrĆa por el campo de un lado al otro, vestĆa el uniforme blanco de su club de fĆŗtbol, su cuerpo delgado estaba sudoroso. Aquella noche del partido, la suerte no se sentó en la banca del Madrid Real, el equipo estaba perdiendo 3-0. Lo Ćŗnico que sabĆa el jugador es que fuera cual fuese el resultado, su noche iba a ser de sexo. Por supuesto habĆan condiciones, si el Madrid Real ganaba, el acto sexual iba a ser especial, en la derrota; un sexo sin ganas, no mĆ”s para que la noche no pasara desapercibida. Por esa razón el jugador corrĆa a todo lo que sus piernas permitĆan para igualar el contador en ese segundo tiempo.
El enorme bulto genital del jugador hacĆa presión sobre la tela. Sus dos huevos pesados, gordos y repletos de leche acompaƱados de un tubo de carne increĆblemente largo y delgado se volvĆan claramente visibles mientras corrĆa en defensa de la meta.
Ciertamente tenĆa la costumbre de no tener sexo con su novia en temporadas previas a un partido para armar la grande la noche luego del juego, asĆ que imaginen la cantidad de jugo almacenado en sus testĆculos.
¡No! No podĆa permitir que se anotara en gol nĆŗmero 4. SebastiĆ”n lucharĆa por obstaculizarlo con todas sus fuerzas.
Se interpuso en el camino del jugador rival jurando que el balón no pasarĆa. El adversario levantó la mirada, tenĆa que patearlo hacia uno de los compaƱeros. Culminó en esa tĆ”ctica en fracción de microsegundos.
Pateó el balón.
De manera inesperada, algo salió mal, la pelota se estrelló con fuerza contra las gordas y jugosas papas de SebastiÔn, dÔndole un pelotazo en los huevos con un ruido sordo, que lo derribó y lo dejó sin aire en el suelo.
Al momento del ataque SebastiÔn dejó escapar un gruñido profundo y gutural cuando el dolor explotó en toda su colección de espermatozoides.
El silbato del Ôrbitro anunció la paralización del juego.
—¿QuĆ© sucede, Sebas? —preguntó Menelik, uno de sus compaƱeros de equipo—. ¿Te han destrozado los huevos? —preguntó riĆ©ndose tal cual aquella desgracia le ocurrĆa a uno de ellos y SebastiĆ”n se mofaba.
SebastiÔn soltó una tos seca sujetÔndose sus dos bolas maltratadas.
—¿Has dejado de ser hombre? —tambiĆ©n Rodolfo, capitĆ”n del equipo se acercó en tono de burla—, chicos, Sebastiana se unió al equipo.
—CĆ”llate, jodido gilipollas —SebastiĆ”n apretó los dientes sintiendo el dolor subir a la boca del estómago. Dejó escapar un rugido gutural de agonĆa, que resonarĆa en el estadio de no ser por el ruido del pĆŗblico. El futbolista apoyó la frente en el cĆ©sped y levantó el culo agarrando sus gónadas con la mano, despuĆ©s volvió a ponerse de costado soportando el dolor que enviaban sus nueces a todo el cuerpo. Era un escalofrĆo de ultratumba.
—¿Puedes continuar asĆ, SebastiĆ”n? —interrogó el Ć”rbitro.
El jugador solo pensó en su destreza y la oportunidad de mejorar la suerte del equipo.
—SĆ —contestó poniĆ©ndose de pie abriendo la boca. Estaba jadeando pesadamente, con una mano en la cadera. El sudor cubrĆa todo su cuerpo y bajaba por su hermoso rostro.
Con la aprobación del Ć”rbitro el juego se reanudó. Todos los jugadores del equipo iban tras la el balón. A veces los rivales la retomaban y la volvĆan a perder. Gracias a Rodolfo, el Madrid Real anotó el primer gol a escasos minutos del final del partido.
Eso hizo que el equipo contrario aumentara la ofensiva y la presión sobre el balón.
SebastiĆ”n iba tranquilo con bastante energĆa renovada su dolor de huevos habĆa disminuido. Iba a defender su equipo a como diera lugar y tener la mejor noche de sexo del mes.
Nuevamente el equipo rival amenazaba con su cuarto gol.
—¡Eso nunca! —se oyó decir a SebastiĆ”n. Corrió todo lo que pudo a la meta.
Todos los jugadores del Madrid Real se unieron en la zona para obstaculizar el paso de la pelota.
¡No! No podĆa entrar.
SebastiĆ”n serĆa el escudo humano, de ser necesario.
En eso el balón salió impactado y Ć©l se interpuso para rechazarlo. De verdad que se puso como escudo humano, sacrificando la tranquilidad de sus propias pelotas colgantes. El balón de fut chocó contra el medio de sus piernas abiertas haciendo trizas sus testĆculos nuevamente.
SebastiÔn echó un grito atronador y cayó al suelo. Estaba gimiendo, gruñendo y revolcÔndose agarrÔndose las gónadas.
—¡Te han reventado los huevos! —se escuchó la burla de uno de sus compaƱeros. Era las tĆpicas frases con las que Sebastian se burlaba cuando uno de sus amigos era malherido en las bolas.
SebastiĆ”n recuperó su voz solo para decir —¡Aaaaaaaaay! Me duelen las pelotas… Aaaaaaaaay.
Se colocó boca abajo sobando su par de pomelos que comenzaron a hincharse tras el primer pelotazo.
Seguidamente el equipo mĆ©dico tuvo que intervenir llevĆ”ndose a Sebastian en una camilla mientras Ć©l sostenĆa y acariciaba su par de destruidas bolas.
—Ay, ay, ay —era todo lo que podĆa decir ante la mirada burlona de sus compaƱeros. TenĆa los ojos cerrados con fuerza mientras iba con las manos en la ingle.
El parte mĆ©dico le diagnosticó dos semanas de descanso. Sus huevos habĆan quedado muy hinchados y rojos como par de tomates italianos. No podĆa correr y mucho menos tener sexo; para su mala suerte todos los planes que tenĆa con su novia se fueron a la basura.
Una lĆ”grima salió de los ojos de SebastiĆ”n cuando entendió que no podĆa derramar todo el jugo de sus bolas en el coƱo de Amanda por dos semanas, ¡la leche estaba que se le salĆa sola! Pero incluso tener una erección era doloroso.
Su equipo perdió 4-1.
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