Hijo de puta (7/8): Una dolorosa traición - Las Bolas de Pablo

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15 jul 2021

Hijo de puta (7/8): Una dolorosa traición

Contiene: Ballbusting hombre/hombre y ballbusting mujer/hombre

Estás en la séptima parte de esta historia, aquí puedes encontrar la sexta parte que precede a esta. Si gustas puedes leerla desde la parte uno.


Tambien hago ejercicio,
no me la paso en la oficina

—No voy a aceptar tu renuncia, Antonio —aseguré.

 

—No voy a formar parte de este juego perverso que tienes con tu familia —afirmó.

 

—¿Cuál jue…?

 

—¡Déjame terminar! —me interrumpió imperativamente—. Con Eduardo no hiciste más que revelar una verdad, él no era hijo de Ricardo, a Carlota la dejaste en la ruina, ¡que no me interrumpas! —gritó apenas abrí la boca—. Yo sé que le devolverás a Mariano sus acciones algún día. Pero lo que hiciste con Poncho y Diego, eso fue una salvajada, una canallada, te portaste como un animal.

 

—Yo no quería que sucediera, fueron sus hijos los que se salieron de control. Pepe es el que está loco.

 

—Tu hermano perdió un huevo y tu sobrino los dos. 

 

—No los despedí de sus respectivas direcciones, siguen trabajando en León...

 

—¿Y qué debo hacer? ¿Aplaudirte? —el CFO aplaudió lentamente con sarcasmo—. Como último consejo te digo que, esto tiene que parar, debes buscar una reconciliación, son tu familia.

 

—¡Asesinaron a mi padre! —grité—. Si no hago esto, también a mí me matarán. Uno de ellos lo hizo, no sé cuál, esta guerra que he mantenido con mis hermanos durante los últimos meses, ha sido para mantenerlos a raya. Debo demostrarles que nada podrán hacer contra mí.

 

—¿Por qué no me lo contaste antes? Yo… yo te podía haber ayudado —comentó en un tono más sereno. 

 

Le platiqué lo que me contó el padre de Romeo y lo que decía la carta de “Don Chemo”.

 

—Te necesito, Antonio. No te puedo dejar ir, porque te necesito junto a mí. ¿Es eso lo que quieres escuchar? Pues es la verdad. Sí, soy egoísta al pedirte que te quedes, no soy buena persona, jamás lo he sido, pero… —dije con los ojos llorosos. 

 

Él se acercó a mí y me besó con ternura en la boca. Sus labios estaban húmedos y su rostro depilado era suave, durante semanas había anhelado este momento. Al separar nuestros rostros, sus preciosos ojos verdes miraban a los míos con amor. Enseguida su rostro se tornó preocupado y me miró con extrañeza, él limpió de la parte inferior de su nariz un poco de sangre. Yo me preocupé por él, fue entonces cuando descubrí que la sangre brotaba de mi nariz y manchaba hasta mi camisa, comencé a sentirme mareado, la vista se nubló y perdí el conocimiento.

 

Desperté en una cama de hospital. Tony estaba junto a mí, en un sillón con los codos en las rodillas y el rostro mirando al suelo. Lo primero que hizo en cuanto notó que abrí los ojos fue acercarse a mí y tomar mi mano. 

 

—¿Cómo estás? —preguntó.

 

—Un poco cansado —respondí—. Con hueva.

 

Aunque no estoy en el cielo,
este ángel es lo primero que vi
Él me besó en la frente y me dijo:

 

—Te hicieron estudios. Tu estado de salud es pésimo, tienes serias deficiencia de hierro y tu conteo de plaquetas, leucocitos y linfocitos es alarmante. 

 

—Es algo parecido a lo que Romeo me contó que tenía mi padre —comenté—. Me están envenenando.

 

—Vamos a descubrir quien fue y vamos a salir de esta, te lo prometo. Yo no me voy a ir de tu lado, Fabio —dijo Tony apretando mi mano y besándola—. No regresé por la oportunidad laboral que Grupo León representaba. Acepté venir a México para demostrarme a mí mismo que ya no significabas nada para mí, lo único que conseguí fue descubrir que yo todavía te amo. Tú lo sabes, yo soy muy orgulloso, pero, ¿de qué me sirve el orgullo si me aleja de la persona que amo? No me importa que estés en una relación con Romeo, aún así, yo siempre estaré junto a ti, aunque sea solo para apoyarte.

 

—Tony —susurré conmovido—. Tony bebé.

 

Amorzinho, meu Fabio —dijo él con una extensa sonrisa.

 

—Te amo —dije mientras lo miraba a la cara. 


Era verdad, más allá del fuerte deseo y arrasadora atracción que por Romeo sentía. Yo a Tony lo amaba, sabía que podría pasar mi vida junto a este hombre.

 

—O amor da mina vida— dijo él. Me encantaba cuando me decía cariñitos en portugués, y él lo sabía—. Docinho.

 

En ese momento la puerta se abrió, el doctor entró y pude apreciar que Romeo estaba ahí, había servido como centinela protector, sonrió al verme. Al final resultó que sí jugué con él, lo traté como a un objeto para entretenerme en lo que mi verdadero amor volvía a mí. Definitivamente, yo sí era un hijo de puta que rompería el corazón de mi guardaespaldas.

 

—Me voy, alguno de los dos tiene que trabajar —dijo Tony y me lanzó un beso mientras me guiñaba el ojo.

 

Pasé el resto del día en el hospital, Mariano fue a visitarme. No fue hasta las once de la noche que pude salir, me sacaron de ahí en una silla de ruedas. Romeo me cargó para subirme a la camioneta, me llevó a la mansión y me recostó en mi cama. 

 

—Mañana tengo que hablar contigo —le dije. Necesitaba decirle que entre él y yo no iba a haber nada y que yo realmente amaba a Antonio.

 

—Sí, yo también tengo algo que decirte —comentó acercando sus labios a los míos, yo giré mi rostro para que solo besara mi mejilla—. Descansa.

 

Hoy luces más
guapo que ayer, Romeo.
La mañana siguiente, luego de desayunar en el jardín. Romeo se puso serio, en sus manos sostenía un folder con papeles. Se disculpó conmigo de rodillas, dijo que todo había sido su culpa, que debió cumplir mejor con su deber de protegerme. Detalló que el envenenamiento tuvo que ser hecho por alguien muy cercano, obviamente la cocinera o algún sirviente de la casa, pero que alguien más debía haberles dado instrucciones. Me pidió autorización para despedir a todos los empleados de la casa y contratar gente nueva, verificada por él. Yo acepté.

 

—Lo más extraño es la agresividad —comentó—. Con tu padre fueron muy cautelosos, contigo no se midieron, no es posible que en solo unos meses tu salud se deteriorara de esa forma. ¿Tienes idea de quien pudo ser?

 

—No, no sé concretamente, cuál de mis hermanos pudo hacerlo —respondí, aunque sí que tenía una sospecha.

 

—¿Me permites decirte mi teoría? —preguntó.

 

—Adelante.

 

—De entre tus cinco hermanos, ¿Quién es el o la que más odiaba a tu padre? Si es que alguno lo hacía. No me contestes —me detuvo con un ademán de la mano y prosiguió—. ¿Quién de todos puede guardar más rencor hacia ti? —nuevamente hizo un ademán con la mano para callarme—. ¿Quién es la única que se mantiene en pie de lucha contra ti?

 

La respuesta a su pregunta era muy clara: Elena. Ella era la que peor relación tenía con papá, él la trató como una extraña después de que me vistiera como niña. De no ser por la frígida de su madre, Elena estaría en la calle, no solo le dejó el imperio de medios, es su 2% el que ella tiene de León. Don Chemo jamás le dio acciones. Mi hermana pudo haberme visto como el causante del desprecio que mi padre tuvo por ella, seguro me ha odiado todos estos años. Carlota y Ricardo querían mucho a papá. Poncho y Diego no contaban con la mente para hacer algo así. 

 

—Entiendo —respondí—. Aunque fuera Elena, ¿Cómo pudo ejecutar el envenenamiento, es decir, dar órdenes al servicio de la casa?

 

—Hay algo que quiero mostrarte —dijo Romeo y me dio el folder que venía cargando en sus manos desde que inicio nuestra pequeña reunión. 

 

En él había varias fotos donde se veía a Tony, feliz y sonriente, comiendo en la terraza de un restaurante con Anabela, la hija mayor de Elena, ella tocaba su rostro y él siempre la miraba contento. ¡Verga! Creo que pude escuchar cuando mi corazón se rompió, se me hizo un nudo en el estómago y comencé a sentir náusea, no alcancé a llegar al baño y vomité en una jardinera. No era posible, no Tony, no él, no mi Tony bebé. El amor de mi vida me había traicionado y tal vez... tal vez... ejecutado mi envenenamiento. 

 

—Discúlpame, por tomarme el atrevimiento de investigarlo y contratar a un detective privado para seguirlo —dijo Romeo mientras frotaba mi espalda—. Estas fotos fueron tomadas ayer, mientras tú estabas en el hospital, pero tengo más, de otros días y lugares.

 

Al escuchar esas palabras me derrumbé de rodillas sobre el pasto y comencé a llorar. Y pensar que yo iba a iniciar una nueva vida con él. ¿Ahora lo entienden? Por qué es que yo tengo pavor de enamorarme y siempre huyo, mi mayor temor se hacía realidad, aquello de lo que siempre escapé, lo que siempre quise evitar, sucedió. 

 

—Llama a Antonio. Dile que venga —ordené a Romeo secando mis lágrimas.

 

—Así lo haré —respondió Romeo.

 

Una hora después recibí a mi director financiero en el despacho de la mansión. 

 

—¡Amorzinho! —dijo sonriente con los brazos abiertos mientras se acercaba a mí. Además de abrazarme intentó besarme, pero giré mi rostro, así que me besó en la mejilla, cual Judas—. ¿Estás bien? ¿Te pasa algo? —preguntó al ver mi reacción. Yo elevé mi pie con furia y lo estrellé sorpresivamente contra sus testículos.


—Aaah —gritó mientras llevaba sus manos a la entrepierna, cuando estuvo arrodillado frente a mí sobando sus bolas, le lancé a la cara el folder y las fotos cayeron al suelo.

 

¡Mírenlo! Junto a Anabela
—Puedo explicarlo.

 

—¿Ah sí? ¿En serio? —comenté con sarcasmo colocándome detrás del escritorio.

 

—Anabela no es mala, ella lamenta mucho lo que ha estado pasando entre su madre y tú.

 

—¿Ah sí? ¿En serio?

 

—La conocí en New York, es una gran amiga de años, yo confío en ella —explicaba Antonio.

 

—¿Ah sí? ¿En serio?

 

—Sí, Fabio, y no me gusta el tono que usas.

 

—¿No te gusta? —dije golpeando con mi palma el escritorio. Me dio un poco de vértigo al hacerlo, yo todavía me encontraba débil—. La única entre mis hermanos que odiaba a mi padre es Elena, la única que pudo asesinarlo y envenenarme es Elena, y tú te reúnes a mis espaldas, mientras me encuentro internado en un hospital con su hija. ¿Te parece poco?

 

—Si las cosas son así, yo te aseguro que Anabela no tiene nada que ver —afirmó Antonio.

 

—¿Y tú tampoco? ¿Verdad? —pregunté de forma inquisidora. El rostro de Antonio mostró indignación y aparente sufrimiento— ¡Qué casualidad que el durísimo apretón que te dio mi hermana no te reventó un huevo o los dos! Les quedó muy chingón ese teatrito.

 

—¿Tú de verdad…? No, dime que no te atreviste a insinuar lo que creo estas insinuando —dijo mientras se ponía en pie.

 

—Estás despedido Luiz Antonio Ferreira Machado. Te quiero fuera de la empresa y de mi vida —dije imperativamente—. Deja de fingir y quítate ya la careta. ¡Maldito traidor, pocos huevos, dos caras!

 

Él quiso acercarse a mí para intentar convencerme de lo contrario. Romeo se lo impidió, con una llave al brazo lo sometió contra una pared. Antonio hizo una contra llave y se soltó, al hacerlo propinó un certero rodillazo a las bolas de mi guardaespaldas. Romeo cayó arrodillado. Desde muy pequeño, Antonio había entrenado jiu jitsu, brasileño (obviamente), los últmos diez años también box. Me había preguntado algunas veces durante las últimas semanas, en una pelea entre Antonio y mi sensual Romeo, ¿quién de los dos resultaría vencedor? Al parecer estaba a punto de conocer la respuesta.

 

Por ser brasilero
Antonio sabe de jiu jitsu

—Tienes que oírme —dijo Antonio—, las cosas no son como las imaginas.

 

Romeo lo interrumpió rodeándolo por detrás, cargandolo y derribándolo al suelo.

 

El corazón me daba un vuelco, quería que Antonio se alejara de mí y aunque me haya intentado envenenar no había un creciente deseo para verlo lastimado. 

 

Romeo agarró los tobillos de Antonio y separó sus piernas.

 

Antonio se movió en el suelo para zafarse del agarre, pero su táctica fue lenta e inútil cuando Romeo levantó el pie y lo bajó con fuerza, aplastando los testículos de Antonio bajo su zapato.

 

Antonio gritó de dolor apenas sintió que sus testículos se aplastaron contra su cuerpo.

 

Romeo quiso dar otro pisotón, pero Antonio pateó sus piernas, haciéndolo perder el equilibrio y tambalearse hacia atrás.

 

—¡Deténganse! —grité. Caminé hacia adelante y sentí de nuevo el puto vértigo que eclipsó mis nervios. 

 

Antonio se puso de pie, doblado, haciendo una mueca de dolor.

 

—Ven, Ferreira, ven para enseñarte quien soy —lo invitó Romeo con los puños apretados en posición de pelea.

 

—¡Basta! —insistí. 

 

Otra vez los cabrones hicieron oídos sordos. 

 

Tremenda patada
la de Antonio.
Antonio levantó el pie contra el pecho de Romeo, dejándolo sin aire.

 

Romeo gimió de dolor y retrocedió.

 

Comencé a sentir una erección bien guarra de solo ver a esos machos luchar.

 

Antonio adoptó una posición confiada manteniendo la guardia alta.

 

—Basta los dos —repetí por enésima vez dando un paso adelante, ya no sé si me costaba caminar por mi quebranto de salud o por mi indecorosa erección, lo cierto es que cuando daba la vuelta a mi escritorio todo quedó en intento, pues Romeo saltó hacia Antonio.

 

Su cuerpo se envolvió con el de Antonio en una suerte de puñetazos y golpes sólidos. Ambos cayeron al suelo, Romeo consiguió dominio encima de Antonio, y le entregó varios golpes en su hermoso rostro. Iba a desfigurar a mi ex.


Antonio gruñó. 

 

—Basta, Romeo —dije colocando mi mano en su hombro. 

 

Antonio sabe
cómo pegar,
pero le
sacaron ventaja

Mi guardaespaldas se tranquilizó al mismo tiempo que yo me horrorizaba de ver el rostro ensangrentado de Antonio.

 

—Déjalo ya. Solo asegúrate de que salga de mi casa —dije tranquilamente.

 

Romeo se inclinó para hacerlo levantar, Antonio obedeció al impulso y comenzó a elevarse, hasta que de sorpresa agarró un puñado de los genitales de Romeo, apretándolos con toda la fuerza que pudo reunir.

 

Romeo se congeló y gritó de dolor.

 

Antonio torció su mano, haciendo que Romeo gritara a todo pulmón y pusiera sus ojos en blanco.

 

Jadeando, Romeo apretó el puño y lo chocó en la cara de Antonio haciendo que el brasileño lo soltara de las pelotas y manchará aun más mi alfombra de su sangre.

 

Con un gemido agonizante, Romeo se puso de cuclillas sujetándose las bolas.

 

Antonio se frotó la cara.

 

Romeo gimió de dolor.

 

Antonio parpadeó un par de veces y se puso de pie mirándome a los ojos.

 

—Créeme, yo no tengo nada que ver con tu estado de salud. ¿Cómo puede pasar por tu mente que yo te haría daño? Te conozco mucho antes de que fueras uno de los hombres más poderosos del mundo. No soy un recién aparecido en búsqueda de una fortuna. Es más, mi familia en Brasil tiene dinero.

 

Lo miraba directamente a los ojos, parecía que quería llorar. Contuve las ganas para no acompañarlo en su hipócrita acto. Me sentía traicionado, Romeo estaba detrás de él. Se había acercado sigilosamente y le dio una merecida patada entre las piernas desde atrás.

 

Su zapato se estrelló contra su bulto, levantando visiblemente su hombría y sus pies del suelo.

 

Los ojos de Antonio se agrandaron y parecía que sus testículos habían subido hasta su garganta. Era todo, estaba derrotado.

 

Su rostro se puso rojo y las venas de sus sienes se destacaron. Dejó escapar un gemido gutural.

 

Romeo sonrió y siguió con otra patada, golpeando las bolas de Antonio en su pelvis una vez más.

 

Antonio parpadeó. Tosió un par de veces. Sus rodillas se encontraron y sus manos alcanzaron su ingle antes de caer de rodillas y doblarse con la frente al suelo y su culo en alza.

 

Romeo lo agarró del brazo y lo hizo arrastrar por la oficina rumbo a la puerta.

 

Antonio gimió de dolor.

 

Romeo abrió la puerta.

 

Antonio se puso pesado, y se acurrucó, gimiendo.

 

Romeo hizo algo más, hasta este momento sé que lo hizo solo para sorprenderme y demostrarme que era un pilar para mí. Agarró a Antonio del cuello de la camisa y lo hizo levantar hasta encontrarse cara a cara con él. 

 

—Nunca más vuelvas a aparecer por aquí, Ferreira. Si llegas a poner un pie en este lugar, yo mismo me encargaré de reventarte el culo antes de echarte. Fabio tiene quien lo proteja. 

 

Antonio cerró el puño y le lanzó un golpe brutal a la cara de Romeo, sacándole sangre de los labios.

 

Romeo rugió y lo soltó, movimiento que mi ex aprovechó para sujetar su muñeca y doblarla tras su espalda, haciendo que gritara, para enseguida derribarlo al suelo y aplicarle un "triangulo de brazo" que aprisionaba su brazo y limitaba el flujo de sangre a su cerebro al presionar su cuello.

 

Así son las fotos
de Ferreira en sus
redes sociales de lucha
—¿Quién va a proteger a Fabio? ¿Tú? —preguntó casi dejando inconsciente a mi guardaespaldas. 

 

Mi guarura gruñó.

 

—¿Quién lo va a proteger? ¡Responde! No te escucho.

 

Los ojos de Romeo se desorbitaron, su rostro se puso colorado y comenzó a salivar.

 

Antonio continuó presionando su cuello flexionando su codo hacia el piso. 

 

—No pudiste proteger su salud, mucho menos podrás cuidar de su integridad. ¿Quién lo va a proteger? 

 

Romeo gimió indefenso.

 

—No te puedes proteger tú de alguien como yo, mucho menos podrás defender a alguien más —sentenció el experto peleador de jiu jitsu. 

 

Antonio lo liberó, Romeo quedó tendido en el suelo bocarriba, totalmente fuera de combate. Mi exdirector financiero limpio con su mano la sangre de su rostro y me miró. 

 

—¿Has pensado qué tal vez la persona que te envenenó no sea la misma que lo hizo con tu padre? Lo único he has hecho es crear enemigos: Ricardo, Eduardo, Carlota, Poncho, Diego, sus hijos, hasta Mariano. 


—Y tú —respondí— tú también eres mi enemigo, ¿no es así? —su rostro se entristeció al escuchar aquellas palabras—. Enemigos ya tenía, no los creé yo.


Por fortuna Romeo
está en buen estado
—Si algún día necesitas ayuda, tienes mi número y sabes dónde encontrarme —afirmó Ferreira mirándome a los ojos y se marchó.

 

¿Por qué se veía tan seguro? No sabía si creer en su franca mirada. No quería caer en sus redes.




Nota: Este es el triangulo de brazo que Tony utilizó para vencer a Romeo.



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