Contiene
Ballbusting hombre/hombre
Estas en la quinta parte de esta historia, aquĆ puedes encontrar la cuarta parte, que precede a esta. Si gustas puedes leerla desde el inicio.
Acababa de salir de Palacio Nacional, me habĆa reunido con el presidente de la RepĆŗblica. Puse a su disposición los recursos del Grupo León, asĆ como los medios de comunicación que reciĆ©n habĆa adquirido, mi intención era formar una alianza estratĆ©gica con su gobierno. ¿El motivo? Me encontraba en una guerra mediĆ”tica con mi hermana Elena y sus dos hijos: Paolo y Anabela.
¿Recuerdan cuando les platiquĆ© que los principales periódicos, revistas, televisoras y radiodifusoras en el paĆs tenĆan el sello Holgado y que eran buitres que servĆan al mejor postor? Altagracia Ferrer no era una pobretona, la difunta madre de mis medios hermanos heredó de su padre un imperio de medios de comunicación, mismos que catapultaron los negocios de Don Chemo. La seƱora al morir, dejó todo a nombre de su hija consentida, Elena.
La Editorial Holgado, dirigida por Anabela, la televisora TELEFERR comandada por Elena, HFRadio con Paolo a la cabeza y todas las filiales del Grupo Teleferr, no pertenecĆan oficialmente al Grupo León. PoseĆa las acciones que pertenecĆan a mi padre, pero no el control total ni el poder para llegar y despedirlos. “Elena estĆ” blindada, no hay nada que puedas hacer contra ella”, fueron las palabras de Tony cuando conversamos al respecto en semanas previas.
—No puedes comprar sus acciones, eso solo los beneficiarĆa, los precios subirĆan por las nubes, en caso de que vendieran, se irĆan forrados en billetes, les harĆas un favor —dijo mi CFO.
—Eso ya lo sĆ©, no soy estĆŗpido —respondĆ.
—Mi consejo es que, en primer lugar, León y Teleferr rompan cualquier relación que tengan. En segundo lugar, adquiere otros medios de comunicación y forma tu propia rama, dinero te sobra y serĆa mĆ”s barato. En tercer lugar, busca una alianza con el presidente.
—¿El presidente? —preguntĆ© desconcertado.
—¿QuĆ© acaso no te enteras de lo que sucede en tu paĆs? —preguntó Tony—. Teleferr es una empresa corrupta, durante aƱos recibieron dinero de la Federación para aplaudir todo lo que los presidentes hacĆan, manipulando a la opinión pĆŗblica. Como este nuevo gobierno es “anticorrupción”, no les estĆ” pagando, los ha dejado libres. ¿QuĆ© han hecho con esa libertad? Lo mismo de siempre: venderse. Esta vez a los partidos de oposición e intereses privados para atacar al presidente actual. Hay mucha gente a la que no le conviene las ideas que trae.
—La vieja confiable: el enemigo de mi enemigo, es mi amigo.
—Exacto, Fabio —dijo Tony—. En cuarto lugar, tienes que jugar la carta LGBTTTIQ+
—¡Me lleva!
—Hemos estado recurriendo al argumento de la homofobia para defenderte. Hasta el momento ha salido bastante bien. Tienes el apoyo de “la comunidad”, eres el gay mĆ”s cĆ©lebre de este paĆs.
Les cuento que desde el dĆa de la lectura del testamento, los periódicos, la radio y la televisión de mi hermana no habĆan parado de esparcir mentiras y rumores sobre mĆ. El equipo de relaciones pĆŗblicas de León habĆa manejado una agresiva estrategia en redes sociales para revertir la mala opinión que el paĆs en general tenĆa acerca de mĆ. Hasta se habĆa insinuado que yo matĆ© a mi padre. ¿Pueden creerlo?
Tony bebĆ© habĆa arreglado ademĆ”s, una entrevista con TeleGlobo, un medio latino en los Estados Unidos para que hicieran un programa especial, en Ć©l narrarĆa mis devenires. Este medio harĆa tambiĆ©n una investigación periodĆstica a fondo de mi vida. Lo crean o no, hubo un tiempo en el que yo me desenvolvĆa con soltura en el barrio de Tepito, eso ocurrió cuando, segĆŗn mi padre, vestĆa como pordiosero. ConocĆ a mucha gente de otra esfera social, ellos me trataron mĆ”s como familia que mi propia sangre.
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| Elena Holgado Ferrer |
Hasta el dĆa de su muerte, Don Chemo atribuyó a mi hermana mi homosexualidad. Ese fue el motivo por el cual la vieja Altagracia otorgó sus favores y bendiciones a Elena, en un intento por balancear las cosas. Yo no creo que me afectara lo que ella hizo, no me siento mujer, sĆ© que soy un hombre, la Ćŗnica diferencia es que sexualmente me atraen los de mi propio gĆ©nero.
Tony habĆa estado trabajado sin descanso desde que llegó. Ese hombre daba todo de sĆ, yo esperaba que lo hiciera porque todavĆa me amaba. Era casi la media noche, nos encontramos reunidos en su oficina detallando los puntos que al dĆa siguiente tratarĆa con el presidente. Me acerquĆ© a Ć©l por la espalda y comencĆ© a masajear sus hombros.
—¿QuĆ© haces, Fabio? No —dijo retirando mis manos mientras se levantaba de su asiento.
—¿QuĆ©? Has trabajado mucho, Tony, solo quiero agradecerte —dije con una sonrisa traviesa, aproximando mi cuerpo al suyo.
—NĆ£o Ć© necessĆ”rio, es mi trabajo, me pagas bastante bien —dijo retrocediendo para evitar tener contacto conmigo—, y prefiero que me llames Antonio.
—Creo que nos harĆa bien relajarnos, Tony —dije tocando con mi mano su entrepierna. ¡Dios! Me encantó poder sentir aunque fuera por unos segundos el suave pene de aquel hombre—. Y recordar viejos momentos.
El director financiero retiró mi mano de su cuerpo y se escurrió fuera de mi alcance.
—No, Fabio, no. Vine aquĆ, porque solamente un tonto rechazarĆa una oportunidad como esta: ser director financiero de una de las empresas mĆ”s importantes del planeta —dijo Antonio con severidad—. Por favor, te pido que respetes mi trabajo, y que me respetes.
—¿Seguro que no quieres esto? —preguntĆ© desabotonando mi camisa, abriendo la hebilla de mi pantalón y sujetando mi paquete al frente, mientras me relamĆa la boca.
—¡Eres un hijo de puta, Fabio Holgado! —expresó con enojo. Que justamente mi Tony, despuĆ©s de lo que habĆamos pasado las Ćŗltimas semanas me llamara asĆ, me dolió.
—¿Cómo te atreves? ¿QuiĆ©n te crees? —preguntĆ© molesto.
—¡TĆŗ me abandonaste, cabrón! HabĆamos hecho planes, nos irĆamos a vivir a Nueva York, tĆŗ y yo, juntos. Un dĆa simplemente desapareciste, te largaste a la costa oeste, imbĆ©cil. ¡A Stanford! SegĆŗn tĆŗ, a hacer un doctorado. Me enterĆ© por amigos en comĆŗn, porque tĆŗ, maldito pendejo, ni una nota me dejaste —dijo con los ojos llorosos y la voz entrecortada—. DespuĆ©s de eso, ¿crees que existe alguna forma en que yo pueda tener algo contigo? ¿Acaso piensas que no tengo dignidad o que soy de piedra? ¿Crees que haber tenido una vida difĆcil te da derecho a joder la vida de los demĆ”s? Eu te amava, vocĆŖ foi a coisa mais importante para mim… en cambio yo, ni siquiera una nota de despedida de tu parte merecĆ.
—¿Terminaste? —preguntĆ© con sentimiento.
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| AsĆ de furioso estaba Ton... Antonio. |
Que “estoy jodido”, eso ya lo sabĆa. DebĆa agradecer a Ton… Antonio, Ć©l me acababa de recordar que yo no merecĆa ser amado. No lo pensaba en un tono de autocompasión, yo en verdad me habĆa comportado como un hijo de puta, merecĆa lo que me acaba de decir, no lo culpaba, al contrario, lo aceptaba. Aun asĆ me dolĆa, y mucho, me habĆa lastimado a mĆ mismo y lastimado a quienes me han amado, y no sabĆa cómo solucionarlo. PasĆ© casi una hora lamentĆ”ndome en la oficina, hasta que llegó Romeo, tocó a la puerta y la abrió.
—¿Se puede? —preguntó. Yo me encontraba con las manos en la cara y mis codos apoyados sobre el escritorio—. Disculpe la intromisión, es casi la una de la maƱana, deberĆa descansar, maƱana se reĆŗne con el presiden… —levantĆ© mi rostro y me vio.
En ese instante, giró el sillón ejecutivo, me tomó de la mano para ponerme en pie y me abrazó con fuerza, presionó mi cuerpo contra el suyo, incluso sentĆ su pene contra mi pierna, asĆ me mantuvo durante algunos minutos. Poderme recargar en Ć©l, sentirlo, olerlo, era algo que habĆa querido hacer desde que lo conocĆ.
—Disculpe, es solo que… verlo asĆ… yo… —dijo moviendo las manos incómodamente, una vez que dejó de abrazarme—. Se supone que debo protegerlo y cuidar de usted. Me excedĆ.
—EstĆ” bien —dije palmeando su hombro—. No te preocupes. ¿Crees que podrĆas enseƱarme algo de defensa personal?
—Claro que sĆ —dijo el guardaespaldas.
—MaƱana mismo, ¿puede ser?
—Cuando usted diga —Ć©l respondió.
—TĆ©cnicamente serĆa “al rato”, porque ya es maƱana, ve la hora. Vi cuando mi hermano Ricardo te pegó ahĆ.
—¿AhĆ donde? —preguntó Ć©l, yo seƱalĆ© con la mirada su entrepierna, al hacerlo me di el gusto de admirar su bulto por un par de segundos.
—¿Crees que podrĆas entrenarme para resistir? AsĆ como tĆŗ.
—Claro —respondió con su hermosa sonrisa—. Pero no soy tan resistente como usted cree, si recibo una patada directa bien potente o un fuerte rodillazo, seguro caerĆa al suelo. ¿QuiĆ©n no? Ni hablar si me los agarran y aplastan como Mariano hizo con usted. Al contrario, creo que usted aguanta mĆ”s que yo.
—¿Puedo ponerte a prueba? AquĆ y ahora —dije llevĆ”ndolo contra una pared.
—Si eso quiere —respondió sumisamente. Algo no se sentĆa correcto, parecĆa que abusaba de mi posición.
—Eres un buen hombre —dije y di media vuelta para dirigirme a la puerta. Ćl tomó mi mano, tiró de ella y la frotó contra su entrepierna.
—Lo digo en serio, usted puede golpearme, si eso es lo que quiere —al decir esto, me tomó por la cintura, atrajo mi cuerpo hacia el suyo y abrió las piernas— deme un rodillazo… o varios, los que yo aguante. No lo voy a dejar ir, a menos que me obligue a soltarlo y me haga caer al suelo. TambiĆ©n puede aplastĆ”rmelos, si eso le gusta.
Miré sus ojos, por Dios que es muy lindo Romeo. Cualquier persona seria feliz de vivir con él, transpira un aire de masculinidad, seguridad y confianza. Siempre me ha sorprendido que debajo de ese traje de corbata y saco con un cuerpo grÔcil tenga la fuerza de 1000 hombres. Por años sus antepasados sirvieron en cuestión de defensa a mi familia.
—¿QuĆ© espera, jefe? —susurró Romeo.
ColoquĆ© mi dedo Ćndice a la altura de su cuello, fui bajando lentamente, atravesĆ© su ombligo y lleguĆ© a la entrepierna, toquĆ© un poco su pene, me sorprende que no estĆ© completamente erecto, debe tener un buen tamaƱo, estĆ” acomodado hacia la derecha lo que me deja comprobar que sus bolas descansan a mi merced sin algo que interfiera del contacto con mi rodilla.
Echo mi pierna hacia atrĆ”s y no rompo el contacto visual, debo parecer bastante puto y cachondo. Un Christian Grey homosexual, ¡que risa!
Romeo traga saliva, esperando lo peor para su hombrĆa.
¡Quiero hacerlo mĆo de una buena vez por todas!
SubĆ mi rodilla entre sus piernas abiertas.
Mi guapo guardaespaldas se sobresaltó e hizo un ruido con la garganta, apretó los dientes y se supo aguantar como el verdadero macho que es. Dio un respiro.
—No ha sido tan fuerte, prepĆ”rate porque el que viene si te dejarĆ” estĆ©ril —dije con una sonrisa. Mi polla estaba que me reventaba el pantalón.
Lo tomĆ© firmemente del hombro y Ć©l hizo lo propio llevando sus manos a mi costado. EchĆ© mi pierna hacia atrĆ”s y lleve mi rótula a su desprotegida hombrĆa. SentĆ como sus ovalados y frĆ”giles órganos masculinos se estrellaron con su hueso pĆ©lvico.
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| Hasta con dolor de huevos eres sexy. |
—¿Ya no puedes mĆ”s, Romeo? ¿Tan poco aguante tienes?
—Estoy bien —dijo. Me sentĆ mal, ni siquiera se me ocurrió preguntar por su bienestar—. Es solo que fue muy duro.
Retrocedà unos pasos. Vi como desvió sus ojos a mi entrepierna.
—Lo sĆ©, parece una carpa de circo —sonreĆ. Mi bulto estaba bastante grande, levantaba sin vergüenza la tela de mi pantalón, pinche cabezón grosero—. Date la vuelta, Romeo.
El respiró profundo y afirmó obediente. Me dio la espalda. Mis ojos recorrieron desde el grueso trapecio a su firme trasero. Se veĆa bastante nalgón en su pantalón de vestir. Ćl sabĆa lo que yo querĆa, se inclinó recogiendo su pantalón desde los muslos.
Le di una colosal patada en las bolas que lo levantó y lo hizo gritar. Sus pies despegaron del suelo y se llevó las manos a los huevos. Cuando volvió a tener contacto con la alfombra se quedó algunos segundos paralizado, no pude disfrutar de su expresión facial, seguramente tenĆa los ojos cruzados o la boca abierta, lo cierto es que lentamente se fue cayendo al suelo, estaba acongojado y en posición fetal lloriqueando de profundo dolor.
Sentà una mezcla de excitación, tristeza y fogocidad por él. Todos sabemos que los golpes en los huevos dados por la espalda duelen mucho mÔs. Sobre todo si usas una vestimenta como pantalón ejecutivo que se aferra a tu piel y no protege para nada.
Que perverso soy, me he quedado de pie contemplando como su poderosa masculinidad se desvanecĆa mientras frotaba y calmaba en vano el dolor proveniente de su entrepierna. Siempre me he sentido atraĆdo en la forma de acabar con la fuerza de un hombre fuerte y viril con el mĆ”s simple contacto de las joyas que le cuelgan entre las piernas. ¡Se siente muy cabrón!
Romeo tiembla y se retuerce, puedo detallar lo grueso de sus muslos, sus nalgas, redondas. Tenerlo asĆ, postrado y dĆ©bil por un dolor de testĆculos hace que me enamorĆ© de Ć©l. Es una situación enferma y contradictoria, pero muy sensual e inexplicable, tĆŗ lo sabes tanto como yo.
—A ver, Romeo, ¿dónde estĆ”s que no te veo? —dije inclinĆ”ndome a Ć©l. Caramba, ¿me estarĆ© convirtiendo en mi padre con sus chistes sosos? Ayudo a levantar a mi guardaespaldas y le doy el honor de sentarse en mi propia silla ejecutiva. Romeo tiene el rostro desfigurado de dolor, me gusta su pose. Tiene las piernas abiertas y las manos sobre sus bolas.
Tengo un filtro de agua en mi oficina, todos saben que me gusta beber agua y soy yo quien prefiere servirse su propio vital lĆquido que pedĆrselo a otra persona. Le preparo un vaso y se lo ofrezco, no le da atención. Acaricio su mejilla, se ve muy lindo. Acerco el vaso a sus labios y comienza a beber. Algunos chorrillos de agua escapan a su mentón y yo con paternal cariƱo limpio con mis dedos cuando retiro el vaso de su boca.
—¿Te sientes bien, Romeo? Podemos ir al doctor.
—No, estoy bien.
—¿CuĆ”l ha sido tu peor golpe en la ingle?
—Una tarde jugando fĆŗtbol. La pelota fue directo a mis huevos.
SonreĆ, mi pene tambiĆ©n estaba feliz moviĆ©ndose como loco queriendo babear.
—Y el de hace un rato —complementó mi guapo guardaespaldas. Me miró y guiñó un ojo.
Me siento muy cachondo, necesito follar cuƔnto antes.
—¿Tienes pareja, Romeo?
—No…
Me mordà el labio, él se quedó mirÔndome y no respondió.
—¿Desde cuando no tienes pareja? Eres un hombre muy atractivo, seguramente tienes un montón de pretendientes.
—No diga eso, jefe. Me sonrojo.
ReĆ y acaricie su barbilla. Por fin retiraba una mano de su hombrĆa.
—¿EstĆ”s mejor?
—SĆ, jefe.
—Puedes tutearme y llamarme Fabio. Formas parte de mi cĆrculo de confianza.
—Gracias.
Me quedƩ mirƔndolo fijamente a los ojos, Ʃl dijo con una sonrisa.
—Muchas gracias, Fabio.
—QuĆ© bonito se oye mi nombre en tus labios.
No pude mĆ”s, me entregue a mis bajas pasiones y me inclinĆ© para besarlo. Sus labios eran suaves y dulces……… ¿dulces? ¡Chingada sea! Parezco una niƱita de 15 aƱos. Pero la verdad sus labios fueron muy tiernos con mi salvaje contacto. Besos de caramelo, ¡ay! Calma, Fabio eres un macho que quiere follar.
AsĆ actuĆ© como un animal, no me importó que sucederĆa con nosotros despuĆ©s de esa madrugada. ¿SerĆ© un jefe abusador? Ya es muy tarde para pensar en eso.
Llevé mi mano a la bragueta de su pantalón y lo miré a los ojos.
—Oh, Romeo, ¿dónde estĆ”s que no te veo? —metĆ mi mano en su pantalón agarrando su pedazote de carne—. AquĆ estĆ”s —dije como pude, tenĆa la boca hecha agua.
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| Te llevƩ al placer Romeo |
| Pero fue la mejor paja de mi vida |
SentĆ vergüenza conmigo mismo, ¿que estarĆ” pensando Ć©l despuĆ©s de aquello? ¿CreerĆ” que soy un abusador? Eran las 2:40 am cuando se quedó perplejo observando mi vehĆculo salir, le dije a un guardia del grupo León que me escoltara a casa. Romeo estaba en la entrada de la empresa conversando con el vigilante.
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| Te me quedaste confundido mi Romeo |
¿SalĆ huyendo? No lo sĆ©. ¿Estoy avergonzado? Mucho. No sĆ© como dirigirme a Ć©l, ¿tengo que actuar como si nada pasara? SerĆa lo mĆ”s tĆpico. No serĆ© Rachel Marron con su guardaespaldas y tampoco estarĆ© por los pasillos cantando a todo pulmón I Will Always Love You.
Al amanecer y cuando me disponĆa a ir al trabajo a las 8 de la maƱana, Romeo ya estaba en el jardĆn de la casa. OptĆ© por ignorarlo fingiendo que hablaba por mi celular, y le pedĆ al seƱor Warner, otro guarura que me escoltara al trabajo.
Cuando llegué al Grupo León fui a mi oficina directamente.
—El licenciado Antonio Ferreira aĆŗn no ha llegado, seƱor Fabio —dijo mi secretaria.
Doblé el ceño, horas después supe que Antonio se retrasó por culpa del trÔfico.
—SeƱora Diana. Con su prodigiosa forma de redactar hĆ”gale un memorĆ”ndum al seƱor Ferreira recordĆ”ndole la estricta hora de entrada a la oficina. Ya que quiere ser tratado como trabajador, que actuĆ© como tal, con la destreza de su mano le plasma mis Ćŗltimas palabras.
Ante el asombro de mi secretaria di media vuelta y entrƩ a mi despacho.
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